La muerte de Anderson Arboleda reabre el debate sobre el racismo y el abandono estatal que atraviesa a las instituciones públicas en Colombia.
Katheryne Hernández Martínez*
Otro caso de racismo
El pasado 19 de mayo, Anderson Arboleda, un joven afrocolombiano de Puerto Tejada, Cauca, fue presuntamente agredido con un bolillo por un policía tras violar supuestamente la cuarentena obligatoria.
No lo multaron, ni lo llevaron a la estación; lo golpearon y se marcharon. El mismo día, él y su familia fueron al comando central de Puerto Tejada para poner una queja formal, pero salieron con las manos vacías.
Tres días después falleció en un hospital en Cali debido a los golpes. Tras su asesinato, el racismo institucional ha vuelto a ser tema de debate entre los colombianos.
Cuando leí los titulares sobre el asesinato de Anderson Arboleda, entendí que en su historia había reflejos de una juventud que conozco por mi propia experiencia y por la de los cientos de líderes juveniles con quienes he trabajado en estos años.
Supe que con su muerte habían destrozado a su familia y habían golpeado a su comunidad, como pasa cada vez que le arrancan la vida a un joven inocente del litoral Pacífico, teniendo en cuenta el contexto y los matices de violencia y vulnerabilidad que sufren las periferias colombianas.
Cuando asesinaron al muchacho de Puerto Tejada, pisotearon la idea de que en Colombia los hombres y las mujeres jóvenes estamos llamadas a ocupar una posición de dignidad, respeto y cambio generacional.
Una vida inocente
Cuando asesinaron al joven afrocolombiano de 19 años despertaron nuestra indignación y repudio colectivos. Pero además y ante todo se nos hizo evidente que el sistema policial nos ha desprotegido y encima de eso nos ha violentado en diferentes formas y distintos momentos.
Anderson es el retrato doloroso de más de la cuarta parte de la población colombiana que, igual que él, estamos en un rango de edad entre los 14 y los 28 años, según datos del DANE.

Foto: Alcaldía de Bogotá
Vivimos un racismo institucional que no reconoce ni materializa nuestros derechos
Como le toca a cerca del 30% de los jóvenes en Colombia, Anderson era un trabajador independiente que vendía tenis por encargo y que no tuvo acceso a educación superior. No había conseguido terminar el bachillerato, como cerca del 49% de los jóvenes que en el litoral Pacífico no consiguen ni siquiera llegar a grados 10º y 11º.
Anderson sentía la necesidad de sacar a su familia adelante que, como cuatro de cada diez hogares en Colombia, es sostenida por una mujer cabeza de hogar. Era un joven que luchaba por ayudar a su abuela, su tía y su prima, que lo habían sostenido y acompañado durante los pocos 19 años que pudo vivir.
Anderson era un joven afrocolombiano y en Colombia las condiciones de vida de la población afrodescendiente son mucho más precarias que los ya malos promedios nacionales.
Puede leer: ¿Existe el racismo institucional?
Racismo institucional
Aurora Vergara, directora del Centro de Estudios Afrodiaspóricos de la Universidad ICESI, dijo en una entrevista tras el asesinato de Anderson: “por muchos años se ha negado que existe racismo en el país. Para muchas personas la idea de que la esclavitud existió y que hace 169 años se abolió, es algo muy lejano. En el país no se reconoce que la fundamentación de la nación colombiana como la conocemos hoy deviene de un sistema esclavista. Y esto no nos permite reconocer que en 169 años las condiciones de vida de esos seres humanos que son descendientes de quienes fueron esclavizados, no han cambiado mucho”.
La muerte de Anderson Arboleda no es lamentablemente la excepción ni el fruto de la coincidencia. Su asesinato es el resultado de la letalidad del sistema.
No fue apenas la muerte de un joven. Las condiciones de esta muerte son el resultado de una sociedad que está pigmentada, tiene prejuicios raciales y –peor- es incapaz de reconocerse racista.
Ese debería ser el primer paso de nuestro ejercicio de conciencia colectiva. En palabras de Paula Moreno, presidente de la Corporación Manos Visibles, debemos reconocer el tema étnico como un tema esencialmente ético.
La historia de la vida de Anderson tiene muchas semejanzas en distintos niveles y matices, con las más de 3500 que hemos conocido y acompañado desde la Corporación Manos Visibles en estos diez años.
Nuestras y nuestros líderes han representado fragmentos del retrato que ahora este joven simboliza. Sin embargo, la historia de su muerte y las condiciones que la permitieron son un desenlace que no debemos volver a permitir.
La muerte de Anderson encarna las condiciones que ponen en riesgo la vida de una juventud expuesta al abandono, al racismo y a la exclusión que nos ha venido matando de a pocos hasta orillarnos a la tragedia actual.

Foto: Gobernación del Valle del Cauca
¿Cuál es el futuro que le estamos labrando a nuestros niños y jóvenes, vidas inocentes y llenas de sueños?
Hacer justicia
En su memoria, nuestro llamado es que los liderazgos consistentes y transformadores, tomen su lugar en la historia que estamos escribiendo. Que todas las personas jóvenes dimensionemos la responsabilidad que tenemos para reconfigurar las prioridades actuales del sistema, que por definición son insostenibles.
Nuestras vidas tendrán que retratar la decisión y la acción oportuna de una generación que no sólo quiere el cambio, sino que lo asume y lo construye desde la reflexión, la capacidad y la acción colectiva.
Hacer justicia por Anderson Arboleda es también hacer justicia por todo lo que su vida y su muerte representan. Hacer justicia por Anderson Arboleda es también hacer justicia por los jóvenes afrodescendientes cuyas vidas no deben estar predeterminadas por su color de piel o lugar de procedencia.
Hacer justicia por él es tomar acciones y honrar su memoria con decisiones reales que mejoren las condiciones de vida de las comunidades del Pacífico y todos aquellos que, como él, no lograron ni siquiera una primera oportunidad.
Hacer justicia por ti joven caucano, afrocolombiano, hijo de varias madres, trabajador independiente, de origen humilde y probablemente campesino es trascender la indignación y hacer valer tu retrato en lo más profundo de nuestra memoria.
Hacer justicia por ti, es también hacer justicia por nosotros. Para que el arrebato de tu vida no sea sólo un acontecimiento, sino el detonante de una forma digna y valiente de no permitir que la historia de tu evitable muerte se vuelva a repetir.
*Economista con estudios de Maestría en Economía en la Universidad Nacional Autónoma de México, ex Becaria de la Alianza del Pacífico con experiencia en gestión de proyectos, construcción de narrativas para el cambio social y desarrollo comunitario, responsable de la Unidad Técnica de Empoderamiento Juvenil y Comunitario de Manos Visibles.
Necesitamos tu ayuda para seguir realizando un cubrimiento responsable de la COVID-19. Apóyanos con tu donación y suscríbete a nuestro boletín. ¡Muchas gracias! |