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Zuluaga, Santos y el proceso de La Habana

Escrito por Hernando Gómez Buendía

La nueva posición del ganador en la primera vuelta es ambigua, insensata,  engañosa y nos dejaría sin el pan y sin el queso. Pero puede sumarle los votos que le faltan porque mueve los prejuicios y emociones de la gente.

 Hernando Gómez Buendía*

En conclusión y en resumen

Como este texto es más extenso de lo usual, resumiré de entrada sus hallazgos:

· Con Santos puede que se firme el acuerdo con las FARC, aunque la guerra seguiría mientras tanto (a ritmo decreciente y en las costas o zonas de frontera).

· Con Zuluaga tendríamos dos futuros posibles:

I. Uno, menos probable, que su gobierno trate de acordar con las FARC el cese inmediato de sus actos criminales. Esto enredaría y retrasaría el proceso de La Habana para llegar si acaso al mismo “acuerdo de paz” que lograría Santos.  

II. El otro, más probable, que su gobierno imponga el cese de los actos criminales como su condición para seguir negociando. Esto rompería las negociaciones, la guerra seguiría y las FARC continuarían delinquiendo.

· Los muchos colombianos que prefieren continuar la guerra en vez de  negociar con las FARC deberían votar por Zuluaga (aunque tal vez los defraude).

· Los muchos colombianos que prefieren concluir el proceso de La Habana sin enredos ni demoras deberían votar por Santos (aunque tal vez los defraude).

· Eso dice la razón. Pero en estas elecciones decide la pasión – y la pasión está del lado de Zuluaga-.  


El candidato presidencial Oscar Iván Zuluaga.
Foto: Politécnico Grancolombiano

Zuluaga y sus dos versiones

“El 7 de agosto decretaré una suspensión temporal del proceso en La Habana. Les doy ocho días de plazo a las FARC. Si quieren una paz negociada estoy listo, pero tiene que haber un cese de toda acción criminal”.

Óscar Iván Zuluaga reiteró esta promesa en todas partes, en los debates televisados y en su discurso triunfal tras la primera vuelta. En eso consistió su diferencia con los otros candidatos. La única tajante, la que cuenta, y por la cual votaron millones de personas.

Para que no haya duda: dejar de cometer delitos era una condición “inamovible” para seguir negociando con las FARC. 

Dos días después Zuluaga “matizó” su posición: "Le vamos a dar continuidad a las conversaciones pero vamos a establecer las condiciones que yo siempre he planteado”. Así lo explica el punto sexto del “Compromiso por Colombia” que suscribió con Marta Lucía Ramírez y que merece leerse con cuidado:

Y los votantes nos quedaremos sin saber si el candidato y probable presidente nos propone imponer o acordar condiciones con las FARC, si su propuesta es romper o no romper los diálogos de paz.   

“Hemos acordado que se continuará conversando con las Farc en La Habana, sin acuerdos a espaldas del país, con condiciones y plazos que garanticen avances tangibles, definitivos, verificables con acompañamiento internacional.

-En primer término, evaluaremos lo discutido en los 3 puntos que según los informes públicos han sido evacuados y daremos a conocer esta evaluación a la opinión pública.

-En el primer mes solicitaremos como muestras tangibles de paz para continuar con el proceso, las siguientes condiciones que atienden al clamor ciudadano:

  1. Acabar de inmediato el reclutamiento de menores.
  2. Acabar la colocación de minas antipersonales y entregar al gobierno los mapas de campos minados para iniciar el desminado de inmediato.
  3. Acabar los atentados terroristas contra la población. 
  4. Terminar crímenes de guerra.
  5. Suspender los atentados a la infraestructura.
  6. El Gobierno acordará con las Farc un término de duración de las negociaciones.
  7. Insistiremos en el cumplimiento del compromiso de las Farc del cese del secuestro y la extorsión y en la necesidad de que ese grupo cese las actividades relacionadas con el narcotráfico”.  

De manera que “el 7 de agosto” pasó a ser “el primer mes”. Que la condición “inamovible” pasó a ser “muestras tangibles de paz para continuar el proceso”. Y que  “toda acción criminal” se convirtió en una lista precisa de delitos.

Pero queda una duda pequeñita: ¿qué hará Zuluaga si las FARC no aceptan o no cumplen con esas condiciones? Uno supone que levantarse de la mesa, pero también podría suponer que estas son exigencias para ser discutidas en la mesa de negociación.   

Estas dos cosas suenan parecidas pero en efecto se excluyen una a otra. Y los votantes nos quedaremos sin saber si el candidato y probable presidente nos propone imponer o acordar condiciones con las FARC, si su propuesta es romper o no romper los diálogos de paz.   

La ruptura

Porque poner condiciones para seguir dialogando implicaría la ruptura inevitable del  proceso.   

La razón es simple: puede ser que las FARC no acepten lo que exige el nuevo presidente; o que lo acepten pero no lo cumplan; o que lo cumplan y el gobierno diga que no están cumpliendo.

1. Las FARC sin duda han recibido golpes duros, y  por eso están sentadas en La Habana. Pero no aceptarán el ultimátum de Zuluaga porque sería su rendición incondicional e inmediata.

· Para empezar, la guerrilla ni siquiera reconoce que secuestre o trafique con droga, mucho menos se allanará a admitirlo con bombos y platillos.

· Y sobre todo: si dejaran de atacar a soldados y civiles, las guerrillas dejarían de existir,  y el Estado no tendría por qué negociar con ellas. Es la peculiaridad y la tragedia del conflicto colombiano: las FARC son una fuerza militar pero no  política, y su vigencia depende de que ejerzan la violencia.

El ultimátum de Zuluaga abortaría entonces el proceso, y las FARC se alzarían además con un triunfo político importante: fue el Estado quien frustró la última oportunidad para la paz – y de eso serían testigos la mitad de Colombia y la comunidad internacional en pleno.  

2. Así las FARC acepten (no sé cómo) las condiciones de Zuluaga, se abstendrían de cumplirlas:  

· Primero porque sus delegados en La Habana podrían firmar sin la intención de cumplir o aún con la intención de alargar el proceso para ganar terreno político o militar. Fue lo que hicieron o intentaron en La Uribe (1983-1987) y El Cagúan (1998-2002), cuando el gobierno rompió conservaciones porque las FARC estaban incumpliendo sus (presuntos) compromisos de entonces (cese al fuego y “no delinquir en la Zona de Distensión”). 

· Segundo porque es inevitable que existan disidentes, que algunos “frentes” o unidades guerrilleras desobedezcan las órdenes del Secretariado. Más todavía cuando a nadie se le escapan la criminalización de la guerrilla (y del conflicto), los narco- acuerdos en algunas regiones, o hasta la simple dificultad de las comunicaciones que les ha impuesto la inteligencia militar.

· Tercero y sin ir tan lejos, porque a las FARC no se les puede creer: la suya es una historia de crímenes horrendos y mentiras descaradas sobre lo que hacen o dejan de hacer sus jefes y milicianos (los diputados del Valle, Emmanuel, Bojacá, los secuestros, la droga, los enjaulados en fin, 50 años sin honor y sin gloria). 

 3. Lo cual nos trae al tercer escenario: las FARC aceptan y hasta cumplen sus promesas, pero el gobierno dice que no cumplen.

Zuluaga mismo demostró este punto al reiterar que la tregua anunciada por las FARC  y el ELN para estas elecciones había sido violada “según informa el comandante de la IV Brigada”. Igual que había ocurrido con el cese al fuego que declararon al comienzo de las negociaciones, con la derogatoria de su infame Ley 002 (secuestros extorsivos), y con todos los otros compromisos que han adquirido al paso de los años: las guerrillas, según los militares, no han cumplido jamás una promesa.  

Y si eso ocurre con los gestos “generosos” o unilaterales, ¿qué se dirá cuando estemos ante exigencias impuestas por el Estado?; ¿cuál militar resistiría la tentación de atribuir, exagerar o imaginar la violación de esa exigencia cuando en ello le va prolongar el conflicto junto con su carrera y su salario?; ¿cuál paramilitar o ganadero envenenado se abstendría de pensar en un “falso positivo” para achacárselo a las FARC?

De manera que quedamos en lo mismo: si el mando militar, la justicia o la prensa dicen que la guerrilla está incumpliendo, Zuluaga el presidente tendría que levantarse de la mesa.

La confusión

Y es porque falta el árbitro que verifique el cumplimiento de los compromisos. Es lo que hacen los “cascos azules” o las “misiones de observación” en algunos países. Lo que faltó en La Uribe y el Caguán – y lo que hizo que ambos fracasaran-.

Colombia deberá tener verificación una vez que se firme el acuerdo con las FARC. Por lo menos durante las fase de “cese de hostilidades, desmovilización y desarme”, se necesita una instancia imparcial que garantice el fin de los actos violentos y la seguridad de los ex guerrilleros.

También es deseable el “acompañamiento internacional” para que “los avances sean tangibles, definitivos y verificables”, según afirma el “Compromiso por Colombia”. Pero aquí reaparece la ambigüedad o confusión de Zuluaga: una cosa serían los avances  o desarrollos sustantivos del Acuerdo Final (desarrollo agrario, participación política, política de drogas, justicia transicional, víctimas) y otra distinta sería el cese de “las acciones  criminales” durante el proceso de negociación. 

Si dejaran de atacar a soldados y civiles, las guerrillas dejarían de existir,  y el Estado no tendría por qué negociar con ellas. 

La diferencia que un candidato a presidente de Colombia debería saberse de memoria entre un acuerdo de paz y un acuerdo de humanización del conflicto. El primero pone fin a la guerra, el segundo se contenta con hacerla menos bruta. Acabar una guerra es acabar –también- con su brutalidad, pero la brutalidad puede disminuir aunque  la guerra prosiga. Lo ideal es el acuerdo de paz, pero a veces hay que contentarse con el   humanitario.

Hay más: ojalá se lograra firmar ambos acuerdos, “humanizar” la guerra mientras se avanza hacia el acuerdo de paz. En vez de “negociar en medio del conflicto”, como ahora, se trataría de poner fin inmediato a la violencia o las formas más duras de violencia.

Muchos colombianos – incluyendo a  Piedad Córdoba –  han propuesto este acuerdo humanitario a la Mesa de La Habana, y otros muchos – millones- por supuesto queremos que desde hoy se acaben la violencia y el crimen.

¿Es esta entonces la propuesta de Zuluaga? ¿Cambiar la agenda de La Habana y añadir  en agosto un punto prioritario (“el punto 6”) sobre “el fin inmediato de las (ocho) conductas criminales” que enumera el “Compromiso por Colombia”? ¿Será que después de todo no se trata, como dije, de imponer sino de acordar la “humanización” del conflicto?

Eso suena conveniente y popular, pero tiene dos problemas insalvables:

· El primero está dicho: no hay quien verifique el cese de esos actos criminales en medio del conflicto. Podrían pedirse soldados a la ONU o a la OEA, pero eso tiene implicaciones babilónicas, tarda años en el trámite, y es difícil en nuestra geografía y  nuestra realidad.

· Lo segundo es que se trate de un acuerdo, donde las FARC tienen su propio -y  su largo- pliego de peticiones. Evocando las guerras de Bolívar, ellas no hablan de “humanización del conflicto” sino de “regularización de la confrontación”, algo que han reclamado desde hace décadas y han insistido en incluir en La Habana porque entonces se hablaría de “falsos positivos, tortura, desaparición forzada, paramilitarismo, complicidad de políticos y empresarios, genocidio (de la UP), prisioneros de conciencia y otros delitos de Estado”.               

Aunque el “Compromiso por Colombia” revuelve los temas propios de la “humanización” que venía enumerando Marta Lucía Ramírez (minas antipersonales, reclutamiento de menores y atentados terroristas) con la retórica dura del candidato uribista (“crímenes de guerra” (1), atentados contra la infraestructura, secuestro, extorsión y narcotráfico), no me parece entonces que Zuluaga esté pensando en el acuerdo de humanización ni de regularización del conflicto.   

Y si lo está pensando sus resultados serían muy sencillos: enredar el proceso de La Habana, recargarlo de temas espinosos, complicar la presencia internacional y demorar el acuerdo de paz durante meses o años.


Guerrillera del ELN en Arauca.
Foto: Pueblos – Revista de información y debate

Los votos    

Las elecciones no se ganan con razones sino con emociones. Y el talante, el discurso o la propuesta de Zuluaga respecto de las FARC, muy bien pueden sumarle los votos necesarios en segunda vuelta.

1. Para empezar hay quienes tienen un argumento racional (aunque pienso que  erróneo): la convicción de que es posible hostigar a las FARC hasta lograr su rendición incondicional vale decir, su “sometimiento a la justicia” (es la tesis invariable de Uribe). No se hablaría entonces de desarrollo agrario ni de participación política, sino directamente de desarme y de medidas punitivas.

Además de las dudas sobre la viabilidad de esta salida, debo notar que ella implica un juicio de valor adicional: mejor seguir la guerra con sus costos y horrores que pactar las medidas agrarias y políticas que Han surgido en La Habana (reformas que otra vez, en mi opinión, son necesarias y de justicia elemental).

Pero acá el punto es otro. Por convicción o por interés, Uribe y el uribismo duro se han opuesto a la existencia del proceso de La Habana. Lo cual plantea un dilema para su candidato:

I. si lo que quiere es acabar el proceso, nos engaña al decir que pretende arreglarlo;  

II. si lo quiere es seguir negociando, está engañando a Uribe y a los (cientos de miles) “furibistas”.

Tal vez algunos duros se desencanten de Zuluaga, pero la mayoría preferirá “entender” que su propuesta no es ambigua: es acabar el diálogo. Y a los demás los moverá la emoción uribista (y su nueva versión: el odio a Santos).   

2. Después está el universo más o menos amorfo que se llama “la opinión” y  miden las encuestas. Sin entrar en detalles, recordaré sus conclusiones relevantes (2) a saber:

· La inmensa mayoría de la gente tiene una imagen “muy negativa” de las FARC;

· La inmensa mayoría por supuesto desea la paz y el fin de la violencia;

· Ese deseo es mayor en las regiones donde el conflicto sigue siendo intenso;

· La mayoría sin embargo se opone a “la impunidad” y a la eventual presencia de ex guerrilleros en política;

· Aunque se han dado altibajos, hay un alto nivel de “escepticismo” acerca del proceso de La Habana.

Para decirlo en una frase obvia: la dureza con las FARC es la carta ganadora. Y es la carta de Zuluaga – con algunos comentarios-:

– Zuluaga le ganó a Santos en todos los departamentos, salvo precisamente en aquellos  donde la guerra se sigue sintiendo.

-Sin los matices que pudieron significar los otros tres candidatos, en la segunda vuelta hay que escoger entre el que parece estar más cerca y el que parece estar más lejos de las FARC.

-Pero además de la paz y de la guerra, hay otras muchas razones para votar en la segunda vuelta.

Paradojas y espejismos         

La paradoja es geográfica: Santos pierde en el centro poblado del país, donde las FARC dejaron de ser una amenaza, y gana en todas las regiones fronterizas donde se siguen dando los combates.

La votación en primera vuelta fue un retrato del cambio militar en quince años (desde el Plan Colombia): la guerrilla fue siendo expulsada del centro y empujada hacia la periferia. El ministro de Hacienda de Pastrana, el gran ministro de la Seguridad Democrática, el sucesor designado por Uribe, acabaría entonces siendo derrotado por sus éxitos.   

La paradoja también es cronológica: los colombianos vivimos en el pasado para poder votar en el presente. Las FARC – que no existen sino es como violencia- han dejado de existir en las ciudades y en el centro poblado del país, pero el odio hacia ellas y el discurso de Uribe siguen siendo el motor del debate y la cuestión a dirimir en las urnas.  Casi diría yo que para muchos existe una paz técnica y sin embargo votan en la guerra imaginada.  

Pero en defensa de los votantes hay que decir que son los candidatos quienes nos fuerzan a ese “imaginario”. Sus programas hablan sin duda de lo humano y lo divino, de empleo, salud, justicia, corrupción, equidad y lo demás. Y sin embargo fuera de la guerra y su entornos cercanos (orden, familia, religión, Venezuela, patria-San Andrés, provincia-Bogotá…) donde se intuyen dos “talantes” distintos, no hay más que diferencias de detalle o de capricho entre las propuestas de Santos y Zuluaga.

La diferencia que un candidato a presidente de Colombia debería saberse de memoria entre un acuerdo de paz y un acuerdo de humanización del conflicto.

Estamos en camino de regreso hacia la patria boba o hacia el mar de babas que fue la historia colombiana durante tanto tiempo, donde ningún presidente hacía nada ni producía ninguna diferencia, donde la gente aprendió  -y aún lo recuerda-  que su vida verdadera y cotidiana no cambia para nada con los cambios de gobierno.

Precisamente: el valor del acuerdo de La Habana es la oportunidad de descubrir por fin,  o de inventar, la política en Colombia. Pero este es otro artículo.   

Los espejismos son más electorales: pintar a Santos como “el menos distante de las FARC” entre los dos candidatos.

Es una trampa evidente: Zuluaga no es presidente y hasta el 7 de agosto se dará el lujo de decir o desdecir sobre La Habana, mientras que Santos tiene que medir cada palabra. Y la trampa es diabólica: ¿cómo explicar que hacerles concesiones a las FARC no es estar menos lejos de las FARC?

Ese es el flanco que aprovecha Zuluaga con golpes efectistas, como los “seis años de cárcel”, la  no elección de exjefes guerrilleros, o los “acuerdos de espaldas al país” que dice el “Compromiso por Colombia”. Son golpes efectivos pero innobles:

– “Seis años” son una pena irrisoria e indignante ante las víctimas de bombazos y secuestros: hace poco aprobamos hasta 18 años de cárcel para un conductor ebrio. Pero Zuluaga no puede pedir más por lo que hizo Uribe con los paramilitares (en palabras de Obama: la “palmadita en la mano y el cheque de gerencia para las AUC”).

O en todo caso no es verdad que Santos haya cedido nada, pactado nada ni anunciado nada en este punto, como tampoco en cuanto a cuáles ex guerrilleros  podrían aspirar o no aspirar a cargos públicos: estos serán los temas siguientes de la agenda.

– Los “acuerdos de espaldas al país” son un invento de quien está bien enterado de las negociaciones (o eso indica el video de estos días). No solo porque ya los habría divulgado, sino porque el general Naranjo, el general Ospina y Luis Carlos Villegas no están para entregarles regalos clandestinos a su gran enemigo.   

La demagogia de Zuluaga ya tuvo un efecto: arrinconar a Santos en la tesis de que “será el pueblo quien apruebe los acuerdos”. Sería la consulta popular o referendo que suena inobjetable, que el gobierno propuso en La Habana y que las FARC esquivaron porque conlleva el riesgo –alto- de que el pueblo soberano lo rechace.

Demagogia es usar palabras encendidas e inducir la creencia de que la rabia y los insultos sirven para debilitar al adversario. Pero no: negociar es un pulso de fuerzas objetivas donde se cede lo menos que se pueda, y en ese punto Santos da lo mismo que Zuluaga.  ¿O alguien piensa que Santos es cripto-comunista?

Con Santos puede que se firme la paz. La misma paz que lograría Zuluaga si renuncia a exigir condiciones para seguir negociando. Y si Zuluaga pone condiciones – como insiste- nos quedaríamos sin acuerdo de paz ni acuerdo humanitario, sin el queso y sin el pan, sin que las FARC dejen (o antes aumenten) sus acciones criminales y sin otro horizonte que seguirnos matando.                

Notas

(1) Al advertir el maltrato del idioma dentro del “Compromiso”, parecería que sus autores no pensaron en los “crímenes de guerra” en su sentido técnico – y complejo- sino en una expresión derogatoria ante el gran público.    

(2) Además de las encuestas comerciales, me refiero en especial a los encuestas detalladas del Centro de Memoria Histórica , de LAPOP- Uniandes  y de la Universidad de la Sabana.

 

*Director y editor general de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic en este enlace

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