Parece un cambio menor en el currículo escolar, y sin embargo puede cambiar la construcción de nuestra identidad y la conciencia sobre cómo llegamos a ser lo que somos. ¿Pero cuál es la historia que empezará a enseñarse en escuelas y en colegios?
Francisco Cajiao*
Una ley importante
Hay una paradoja en las políticas educativas. Algunas tienen la apariencia de grandes decisiones o de implicar cuantiosas inversiones de recursos, y sin embargo tienen poco impacto sobre el servicio educativo, mientras que otras que parecen simples, que no provocan (aunque lo merezcan) gran debate político, o que no exigen grandes cantidades de dinero, acaban por tener repercusiones considerables sobre el desarrollo de los pueblos.
Pues bien: según el Artículo 1 de la ley 1874 de 2017, que fue expedida el pasado 27 de diciembre, “La presente ley tiene por objeto restablecer la enseñanza obligatoria de la Historia de Colombia como una disciplina integrada en los lineamientos curriculares de las ciencias sociales en la educación básica y media, con los siguientes objetivos: a) Contribuir a la formación de una identidad nacional que reconozca la diversidad étnica cultural de la Nación colombiana. b) Desarrollar el pensamiento crítico a través de la comprensión de los procesos históricos y sociales de nuestro país, en el contexto americano y mundial. c) Promover la formación de una memoria histórica que contribuya a la reconciliación y la paz en nuestro país”.
Lo que nos hace humanos es precisamente la posibilidad de entendernos en el tiempo.
Más tarde o más temprano, la actual ministra de educación podrá destacar el restablecimiento de la catedra de Historia como el hecho -o como uno de los hechos- más importantes de su gestión: el conocimiento de la historia por parte de las nuevas generaciones es esencial para la construcción de su propia identidad y para tener conciencia sobre el lugar que su nación ha ocupado y ocupa en el mundo.
Aunque nadie parece saber o recordar los eventuales logros de Rodrigo Escobar Navia como ministro de educación de Belisario Betancourt, es claro que su Decreto 1002 de 1984 donde ordenó la enseñanza de las ciencias sociales a nivel nacional, hizo desaparecer la historia bajo confusos argumentos de interdisciplinariedad.
No tengo claro si el mérito se le debe atribuir al gobierno Santos como autor de la iniciativa o a la senadora Viviane Morales, quien fue la ponente del proyecto. Pero de todos modos se resolvió una ausencia de 33 años cuyas implicaciones paso a mencionar para entender mejor la importancia de reestablecer la historia como parte del currículo de la educación básica.
Para qué enseñar historia
Clases de historia vuelven a los colegios del país. |
Los seres humanos somos seres históricos de manera esencial e imprescindible. Lo que nos hace humanos es la posibilidad de entendernos en el tiempo, de darle sentido a la vida más allá del presente y de interpretar el acontecer social a través de relatos construidos sobre la experiencia.
Cada persona, comunidad o nación construye su identidad cuando se reconoce a través de relatos. Muchos de ellos son de carácter mítico o religioso, otros son cuidadosamente elaborados por políticos que pretenden ganar el favor de los ciudadanos, y muchos otros se difunden a través de los medios de comunicación ofreciendo “felicidad” mediante elaborados mecanismos de manipulación.
La historia también nos ofrece un relato pero con características muy diferentes:
- En primer lugar, no es un relato único ni dogmático, ya que si bien hay hechos y procesos sociales ubicados en tiempos y espacios específicos, que tienen unos protagonistas y que cuyas evidencias son verídicas, existen diversas interpretaciones que permiten construir relatos diversos sobre los mismos hechos.
- En segundo lugar, si la memoria no se aborda de forma disciplinada y sistemática no puede haber pensamiento crítico y no es posible aproximarse a explicaciones que permitan superar los horrores del pasado o aprovechar los logros conseguidos en el tiempo.
- En tercer lugar, si no se desarrolla el pensamiento histórico desde la infancia los pueblos estarán sometidos a creer ciegamente en lo que vendedores de sueños y fanáticos de todo tipo quieran imponerles.
Si el papel central de la educación básica es sentar las bases para la formación de un ciudadano consciente, crítico, autónomo, con una fuerte identidad individual y colectiva, es primordial asegurarse de que los jóvenes dominen su lengua y conozcan su historia, ya que estos son dos de los ejes básicos de la formación humana.
Es primordial asegurarse de que los jóvenes dominen su lengua y conozcan su historia, ya que estos son dos de los ejes básicos de la formación humana.
Durante tres décadas nuestros niños y jóvenes quedaron a merced de lo que en cada institución se entendiera por ciencias sociales. Los sistemas de evaluación nacional no tienen herramientas para medir identidad, cultura o capacidad crítica frente a los acontecimientos nacionales. Las universidades dejaron de formar profesores de historia y con ello se debilitó la producción de investigaciones y materiales susceptibles de ser usados en los colegios.
La ley 1874 es clara en su propósito y su citado Artículo 1 deja claro que el Congreso entendió que el pensamiento histórico es preciso para construir identidad y conciencia crítica, y que además en Colombia es fundamental para la comprensión del conflicto que nos ha lastimado tanto tiempo y la posibilidad de reconciliarnos a partir del reconocimiento de lo que ocurrió.
¿Pero cuál historia?
![]() Senadora Viviane Morales, ponente del proyecto en mención. Foto: Senado República de Colombia |
Una ley como esta no deja de tener sus bemoles: por más riguroso que sea el ejercicio de los historiadores y por más documentación que sustente el relato, siempre habrá narradores, protagonistas, circunstancias y percepciones diferentes sobre lo que pasó.
El lenguaje y la significación de las palabras, la estructura literaria, la disponibilidad de fuentes de consulta y hasta la diagramación y titulación de los textos llevan un mensaje. Es tan importante lo que se narra como lo que se omite; un adjetivo puede convertir un asesino en héroe o viceversa. Por eso la lengua y la construcción de la memoria son inseparables, sea para el relato de la propia vida o para la historia colectiva.
Hay que preguntarse, entonces, quién establecerá los contenidos de los programas y bajo cuál pedagogía se enseñara la Historia. Sería muy grave tener una especie de catecismo con una versión única de la historia en Colombia, América Latina y el mundo a lo largo de los siglos. Tampoco parecería razonable entregar la elaboración de los materiales a la libre competencia de las editoriales que producen los textos escolares sin parámetros de calidad claros.
Es tan importante lo que se narra como lo que se omite, por eso la lengua y la construcción de la memoria son inseparables, sea para el relato de la propia vida como para la historia colectiva.
Además es de suma importancia saber de dónde saldrán los maestros que de verdad conozcan la historia y tengan el entrenamiento pedagógico y académico para trajinar rigurosamente con ella en la escuela primaria y secundaria.
Lo anterior es aún más delicado si se considera que el artículo 5 de la Ley señala que “Los estudios históricos de Colombia integrados a las Ciencias Sociales (…) pondrán énfasis en la memoria de las dinámicas de conflicto y paz que ha vivido la sociedad colombiana, orientado a la formación de la capacidad reflexiva sobre la convivencia, la reconciliación y el mantenimiento de una paz duradera”.
La Ley establece una Comisión Asesora “para la construcción de los documentos que orientan el diseño curricular de todos los colegios del país”. El gobierno nacional debe reglamentar la composición y funcionamiento de esta comisión en un plazo no mayor de seis meses.
Asimismo, hay un plazo de dos años para que el Ministerio de Educación y la Comisión revisen y ajusten lo que cada establecimiento educativo organice en medio de la autonomía que la ley les otorga. También habrá que incluir la historia en las pruebas que hacen parte del Sistema Nacional de Evaluación.
Para sintetizar, puedo afirmar sin duda que esta ley tiene una importancia capital, no solamente porque reconoce el valor de la Historia en la formación de nuestros niños y jóvenes –descubrimiento ya viejo en cualquier país civilizado-, sino porque debería abrir la puerta para que el gobierno y el Congreso se ocupen seriamente de lo que ofrecen a nuestra ciudadanía como alimento para la democracia, la cordura y convivencia pacífica.
Pero también tengo una preocupación profunda, pues añadir una asignatura a un currículo ya bastante absurdo y anticuado es como echar vino nuevo en odres viejos: los recipientes se romperán y el vino se dañará. Toda la estructura curricular de nuestra educación básica debe ser revisada si queremos mejorar la calidad.
*Filósofo, magister en Economía, consultor en educación, ex Secretario de Educación de Bogotá y columnista de El Tiempo.