
Los políticos ceden lo necesario para llegar a cargos públicos. Si un partido trata de ponerles condiciones para llegar al poder, cambian de bando. Por qué se han puesto de moda las coaliciones.
Juan Albarracín Dierolf*
El pasado está volviendo
Varios partidos o movimientos políticos han solicitado personería jurídica. A algunos se las concedieron. En las últimas semanas, resurgieron nombres que parecían historia: Nuevo Liberalismo, Verde Oxígeno, Movimiento de Salvación Nacional y ALAS, entre otros.
Las decisiones judiciales que recrean estos movimientos podrán ser correctas o no, pero analicemos qué significan para la competencia electoral en Colombia.
Parece un viaje a un pasado no muy lejano: a finales de los años noventa y comienzos de este siglo, proliferaron los movimientos o partidos políticos. Muchos recordarán aquellos tarjetones electorales con las fotos de los candidatos; muchos de ellos representaban partidos o movimientos personalistas que conseguían escaños en corporaciones públicas aunque tuvieran pocos votos.
La fragmentación y personalización en la competencia electoral se sumó a la progresiva incapacidad de las bancadas para organizarla. En consecuencia, en 2003, se adoptó una reforma constitucional que implicaba cambios en las reglas de juego electorales y partidarias.
Límites para personerías jurídicas
Las nuevas reglas implicaban incentivos para que los copartidarios se coordinen mejor, y para reducir y consolidar las bancadas. Por ejemplo, surgieron restricciones para registrar un partido: su existencia jurídica dependía de un mínimo porcentaje de votos en las elecciones nacionales. Por ejemplo, las elecciones al Senado tienen un umbral legal de 3 % de los votos.
Y la reforma funcionó, por lo menos en lo que respecta al número de partidos: las nuevas reglas llevaron a los políticos a conformar o a unirse en bancadas más grandes—por ejemplo, el Partido de la U o al Partido Liberal—y redujeron el número de partidos que presentaban candidatos, sobre todo en el Senado.
La mayoría de las bancadas no ofrecen pistas ideológicas para los ciudadanos; los votantes escogen entre opciones personales.
Como se ha dicho, los partidos eran débiles: casi todos se asemejan a confederaciones de políticos y a sus respectivas “maquinarias”. Los candidatos se unían para lograr los votos necesarios para participar en la distribución de los escaños.
El protagonismo de los candidatos
Estas organizaciones no son el mecanismo central para movilizar electores. Esta depende más de los candidatos que de los partidos, aunque estos tienen alguna importancia en el financiamento de las campañas y sostenimiento de la logística.
Por otra parte, la mayoría de las bancadas no ofrecen pistas ideológicas para los ciudadanos; los votantes escogen entre opciones personales.
Bajo estas circunstancias, los políticos tratan de mantener su autonomía frente a las decisiones del partido: están dispuestos a ceder apenas lo necesario para acceder a cargos públicos. En el momento en el que un partido trate de limitar esta autonomía, cambian de bando. Esta tendencia ha sido común durante las últimas décadas y se ha agudizado en los últimos años.
El renacimiento de movimientos personalistas
En este ciclo electoral, salieron varios políticos de bancadas como el Partido de la U y el Partido Liberal: por ejemplo, los hermanos Galán revivieron la personería jurídica del Nuevo Liberalismo; Jorge Enrique Robledo dejó el Polo Democrático y fundó Dignidad; incluso Ingrid Betancourt, que participó poco en las elecciones de la última década, quiere revivir el Partido Verde Oxígeno.
Si las reglas institucionales no han cambiado radicalmente, ¿por qué vuelven estos movimientos?
El factor decisivo no es facilitarles la personería jurídica a los partidos: que existan no les garantiza éxito electoral. Los políticos que encabezan estas opciones reencauchadas quieren llegar al poder: no formarían estas pequeñas bancadas si fueran una desventaja considerable en las elecciones.
La creciente importancia de las coaliciones nos muestra la poca motivación y la falta de incentivos para construir partidos en Colombia.
La posibilidad de formar coaliciones electorales, en el fondo, es lo que ha hecho más atractivo el retorno de estas pequeñas bancadas. A los pequeños movimientos personalistas les sirven las coaliciones para unirse, superar umbrales electorales y lograr cargos públicos —ejecutivos y legislativos—.
En esencia, las coaliciones dan autonomía a los políticos agrupando movimientos y partidos pequeños para las elecciones. Están libres del control de una organización partidaria —de por sí ya débil—. Al tener un marco regulatorio más flexible, las coaliciones se han vuelto la forma más efectiva para evadir los efectos del sistema electoral, que quiere partidos más grandes.

Incentivos para construir organizaciones partidarias
La creciente importancia de las coaliciones nos muestra la poca motivación y la falta de incentivos para construir partidos en Colombia. Políticos de todas las tendencias evitan construir organizaciones partidarias que limiten sus acciones; prefieren mantener o recrear movimientos mucho más personalistas.
Esto no quiere decir que los partidos existentes hayan sido ejemplos de organizaciones fuertes y disciplinadas; pero ahora estamos ante una alternativa más inestable de coordinación electoral.
Para ofrecer más incentivos y, así, crear organizaciones partidarias más grandes y definidas, no hay que limitar la personería jurídica a organizaciones políticas que alcancen cierto umbral de votos. En Alemania, por ejemplo, hay más partidos con la posibilidad de presentar candidatos que en Colombia. Esto no quiere decir que todos sean electoralmente decisivos.
Lo que se debe reajustar son los incentivos, de tal manera que no sea ventajoso crear organizaciones personalistas. El sistema debe ser lo suficientemente flexible para haya nuevas opciones que reflejen nuevas demandas sociales, ideas e intereses; pero, a su vez, debe detener la tendencia a la personalización de la política.
Por un lado, esto se logra con reglas más claras y estrictas para crear coaliciones electorales. También se pueden focalizar recursos según el tamaño de las bancadas, como la financiación estatal y el acceso preferencial a medios de comunicación durante las campañas.
El caso brasileño nos muestra que estos incentivos por sí solos no son suficientes para evitar que la competencia electoral se fragmente; pero por lo menos pueden—en conjunto con otros aspectos del sistema electoral colombiano— impedir que volvamos a la personalización y fragmentación excesiva.