A pesar de ser un hecho más común de lo que se cree, la violencia sexual contra hombres en el conflicto armado colombiano sigue siendo un fenómeno invisible.
Gabriel Gallego*
La violencia sexual contra hombres
La semana pasada, la Universidad de Caldas publicó un informe y organizó una conferencia sobre un hecho que ha sido invisibilizado en los relatos del conflicto armado en Colombia: la violencia sexual contra hombres.
La mayoría de los hombres que han sido víctimas de violencia sexual tienen dificultades para reconocer este tipo de abusos, en buena parte por los estereotipos de género que les impiden admitir los hechos sin que su “hombría” sea puesta en tela de juicio.
Pero además de la vergüenza y el temor a la estigmatización, pesa el hecho de que la condición de “víctima” no parece compatible con la idea de “masculinidad”, especialmente en contextos como el colombiano, donde no es bien visto que los hombres expresen o compartan sus emociones.
Según estos cánones, el hombre víctima de abusos sexuales debería haber sido capaz de prevenir el ataque y, tras haberlo sufrido, debería lidiar con el asunto “como un hombre”.
Una estrategia de guerra
La preocupación por las masculinidades en los conflictos armados se remonta a los años 1990, cuando se investigó la violencia sexual contra hombres en los conflictos de Serbia y Ruanda.
Desde entonces se sabe que la violación de los hombres por parte de otros hombres es una estrategia para feminizar al enemigo, reducirlo moralmente, ultrajarlo y despojarlo de su masculinidad. La evidencia proveniente de varias investigaciones documentadas para la ONU y las agencias de cooperación internacional señalan que los hombres que han sufrido violaciones son más propensos a suicidarse. La probabilidad aumenta en aquellos que han sido castrados o mutilados.
Asimismo, como sucede con las mujeres y las niñas, muchos de los hombres que padecen violencia sexual no hacen la denuncia por temor al estigma social, a la vergüenza, al señalamiento. Las víctimas masculinas también pueden ser rechazadas por su familia y su comunidad, como sucede con las mujeres.
Masculinidad, marginalidad y conflicto armado
Para comprender la violencia sexual contra hombres en el marco de las confrontaciones armadas es necesario analizar lo que cada sociedad define como “masculinidad”.
En Colombia, como en otras sociedades permeadas por conflictos armados, la “verdadera masculinidad” está asociada con el poder, la dominación, el militarismo y, en algún sentido, con la violencia. Por lo tanto, la guerra es el escenario propicio para ser hombre y desplegar patrones de compartimiento propios de un “hombre guerrero”: aquel que no se quiebra y que afronta la vida con estoicismo, como “un macho”.
Sin embargo, la violencia sexual contra hombres no es un fenómeno propio o exclusivo de los conflictos armados. De hecho, se trata de una práctica que antecede a las guerras y que tiene su raíz en una cultura que rechaza todo lo que se perciba como “femenino”.
Buena parte de los hombres que han sido víctimas de violencia sexual no lo son por pertenecer a la población LGBTI, como suele pensarse. De los cerca de 33.000 casos de violencia sexual que están registrados en la Unidad de Víctimas, 90 % son mujeres, 2.500 son hombres y 500, aproximadamente, pertenecen a la población LBGTI.

Además de la vergüenza y el temor a la estigmatización, pesa el hecho de que la condición de “víctima” no parece compatible con la idea de “masculinidad”.
Por lo tanto, la victimización de esos otros 2.500 hombres no se debe a su orientación sexual ni identidad de género. En esos casos, parece que el abuso tiene una dimensión social y moral que solo se entiende en el marco de la guerra, como lo ha documentado el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH). Estos hombres víctimas de violencia sexual son campesinos, afrodescendientes, personas que viven en condiciones de precariedad y vulnerabilidad social en zonas del pacífico, el Urabá, los montes de María, la zona de influencia de la Sierra Nevada, el cordón fronterizo con Venezuela y el Ecuador.
La pobreza y la marginalidad social parecen ser condiciones que hacen a las personas más vulnerables a la violencia sexual. Por eso, este tipo de violencia se empecina con ciertos territorios y poblaciones en medio de las confrontaciones.
¿Por qué hablar de los hombres?
Gran parte de los informes sobre violencia sexual en el conflicto armado en Colombia se han centrado en las mujeres y la población LGBTI, pues la mayoría de los casos documentados se dirigen contra estos grupos.
Pero esto no puede llevarnos a ignorar la violencia sexual contra hombres en el conflicto armado colombiano, una violencia que ha sido registrada desde hace más de una década. En el momento de elaboración del informe La guerra inscrita en el Cuerpo del CNMH, existían más de 1.000 casos de violencia sexual contra hombres en el Registro Único de Víctimas y el Observatorio de Memoria y Conflicto. A pesar de lo anterior, no hubo un esfuerzo por narrar sus historias o investigar su situación, como se hizo con las mujeres y la población LGBTI en el informe Aniquilar la diferencia.
Pero hay otro obstáculo para la comprensión de esta violencia: las definiciones. En buena parte de la literatura y los tratados internacionales sobre la materia, se usan las expresiones “violencia contra las mujeres” y “violencia de género” como sinónimas. Tal vez allí radica parte de la dificultad de incorporar a los hombres en las investigaciones y documentaciones sobre violencia sexual, pues el concepto de “violencia de género” parece reservarse para las mujeres.
Así lo demostró Daniela López en su texto Apuntes para entender la violencia sexual contra los hombres en el marco del conflicto armado colombiano. Según esta autora, en la mayoría de los sistemas jurídicos nacionales e internacionales, en el Derecho Internacional Humanitario, el Derecho Penal Internacional y el derecho de las organizaciones de atención de víctimas, se confunden o malinterpretan los conceptos de “género”, “sexo” y “homosexualidad”.
Esta confusión conceptual ha contribuido a que se piense que las víctimas de violencia sexual son exclusivamente mujeres y, por lo tanto, se invisibilice la violencia contra los hombres. Adicionalmente, la autora considera que en el Derecho Internacional existe un déficit de vocabulario para este tipo de experiencias, que simplifica los conceptos de violencia sexual y de género.
Tal vez por esto suele creerse que la violencia sexual que viven las mujeres, los hombres y las personas que pertenecen a la población LGBTI deben tener un tratamiento analítico diferenciado.
Pero las investigaciones más recientes del Observatorio en Género y Sexualidades de la Universidad de Caldas, a partir de una perspectiva estadística, han mostrado que existe una estrecha correlación entre todas estas violencias. Cuando en un territorio aumenta la violencia sexual contra las mujeres y la población LGBTI, también aumenta este tipo de violencia contra los hombres.
Por eso, es hora de dejar de ver la violencia sexual contra hombres en el conflicto armado como un hecho aislado. Debemos empezar a ver la violencia sexual, contra todas las personas como un hecho total, que debe ser analizado en su conjunto.