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El verdadero problema de la tierra en Colombia

Escrito por Enrique Herrera
Enrique Herrera

Contrariamente a lo que muchos creen, lo más importante no es la tenencia de la tierra, sino el uso que le damos. Es momento de apostarle a la agricultura digital, orgánica y responsable con el medio ambiente.

Enrique Herrera*

Una idea equivocada y anticuada

En Colombia mucha gente cree que el poder reside en la tierra. Esta es una idea anticuada que ha hecho carrera gracias a una corriente ideológica que cada vez cautiva más adeptos pese a que muchos de sus postulados carecen de fundamento.

Es cierto que la tierra está mal distribuida y que existen numerosas dificultades para que los campesinos accedan a ella: según la Unidad de Planificación Rural Agropecuaria (UPRA), mientras que el 10% de propietarios que más tienen tierras acumulan 41 millones, o sea, el 81,8% del total, el 10% de los propietarios que tienen menos tierras acumulan 14.263 hectáreas, o sea el 0,028% del total.

Sin duda, se trata de un problema grave y de difícil resolución, especialmente en un sistema de libre mercado como el nuestro. Sin embargo, no implica que la tenencia de la tierra sea la principal fuente del poder.

Esta idea fue verídica en otros tiempos, pero en la actualidad carece de validez: cuando existían las sociedades feudales, el poder residía en la tierra, pero ahora el sector agrícola y pecuario es poco rentable.  Hoy en día los inversionistas prefieren apostarle a los sectores financiero, inmobiliario y tecnológico porque quienes “mandan la parada” no son los dueños de las fincas sino los dueños de las tecnologías más avanzadas. Quienes insisten en que la tierra es el principal problema de Colombia están en el lugar equivocado, como dice la propaganda de Davivienda.

Me explico: si queremos que la tierra sea verdaderamente productiva, debemos concentrarnos en el uso que le damos, y no en la tenencia. Es hora de superar el lastre colonial y enfocarnos en la explotación de la tierra. 

Si queremos vislumbrar un futuro mejor, es necesario reescribir el pasado y dejar atrás la ideología de la guerra fría que dividió al mundo en dos bloques enemigos. Solo si reemplazamos ese relato anticuado por los ideales del capitalismo ético y pragmático lograremos liberar a la tierra del calabozo en el que ha permanecido encerrada durante años.

Ganadería vs. Agricultura

Como señala José Alberto Vélez, el énfasis excesivo en la tenencia hizo que el engorde y la especulación primaran sobre el uso y la explotación de la tierra y que la ganadería extensiva se impusiera sobre la agricultura intensiva pese a que la segunda es mucho más diversa y rentable que la primera.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), en 2016 un kilometro agrícola produjo 163.523 dólares y las de uso ganadero produjeron 23.872 dólares por kilómetro cuadrado, es decir, 6.85 veces menos. Sin embargo, de 22 millones de hectáreas con vocación agrícola apenas 4,6 millones son cultivadas, en cambio, de 15 millones de hectáreas con vocación pecuaria se explotan 39 millones, un área 8,48 más grande que la del sector agrícola.

Estos datos indican un uso de la tierra en lo que no es y en donde no es. La gente prefiere la ganadería aunque rente menos. Esto se debe, en gran medida,

a que los colombianos  de vieja cuña ven la ganadería extensiva y la tenencia de la tierra como sinónimo de poder, pese a que, en realidad, la agricultura es mucho más rentable.

Una forma de promover el uso agrícola  y desestimular la tenencia consiste en establecer incentivos fiscales o tributarios y promover el arrendamiento de tierras rurales para que sean explotadas y en este sentido a mayor agricultura por predio mayor incentivo. Para poner en marcha estas estrategias, sería preciso  que el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) realice visitas a los predios y la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN) utilice herramientas innovadoras como la Inteligencia Artificial, el Big Data y  la minería de datos para correlacionar  el área del predio, el uso agrícola y la factura electrónica y así determinar el monto del incentivo.

Por ejemplo, los tres millones de hectáreas del Fondo Nacional de Tierras (que no existen realmente) deberían ser arrendadas y no adjudicadas, pues así será más fácil promover su uso y explotación.

Un problema complejo 

Según la Contraloría General de la República, entre 1962 y 2011, el Estado adjudicó 60 millones 714.000 hectáreas y se concentró en la titulación a comunidades étnicas minoritarias y en el reconocimiento de los derechos de las poblaciones que ocupaban terrenos baldíos.

El 52,1% de las hectáreas fueron otorgadas a comunidades indígenas, el 33% a campesinos y desplazados, el 9% a comunidades negras y tan solo el 0,43% fueron incluidas en el subsidio integral de tierras, lo cual indica que el alto valor de la tierra impide que el Estado modifique la estructura de la propiedad rural del país. A esto hay que agregar que, según la Unidad de Planeación Rural Agropecuaria (UPRA), hay 2.365.000 predios informales y el índice de la informalidad de la tenencia de la tierra es del 52,7%.

Estos datos sugieren que en un sistema democrático y de libre mercado como el de Colombia es sumamente difícil modificar el acceso a la propiedad rural mediante el presupuesto público, pues no hay ni habrá dinero suficiente (ni imprimiendo billete) para comprar y distribuir la tierra entre campesinos sin tierra.

Por otra parte, la gran cantidad de normas e instrumentos de planificación territorial que confunden, se superponen e inclusive se contradicen entre sí han dificultado la formalización y el ordenamiento de la tierra. Como se observa en la gráfica siguiente, hay 17 instrumentos de planeación territorial para el desarrollo rural y agropecuario y más de 50 disposiciones, leyes, decretos y resoluciones. Además, las instituciones están sumamente dispersas y no cuentan con la tecnología necesaria para impulsar los cambios más urgentes.

Una oportunidad única

Evidentemente, la tierra es un asunto complejo que implica luchar contra la informalidad, los prejuicios, la confusión jurídica y la violencia. Sin embargo, también representa una gran oportunidad de crecimiento y desarrollo económico.

Si dejamos atrás la obsesión por la tenencia y nos enfocamos en la agricultura digital, orgánica, saludable y amigable con el medio ambiente, la tierra puede convertirse en un gancho para la agroindustria extranjera.

Está en manos del gobierno y de los propietarios de tierras buscar y concretar negocios inclusivos e innovadores en los que primen las buenas prácticas y la competitividad. Para conseguirlo, deben esforzarse por romper las cadenas ideológicas que mantienen prisionera a la tierra.

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