Comenzando el 2023 se conoció la noticia del fallecimiento de Adolfo Pacheco, uno de los grandes exponentes del vallenato. Su huella seguirá presente en la música por generaciones.
Luis Eduardo Acosta*
Un año oscuro para la música
Este 2023 ha sido un año atroz para la música más hermosa de Colombia: el vallenato. A principios de enero, la parca visitó al “rey de reyes”, excelente acordeonero de briosos interludios y arpegios ingeniosos, en la plenitud de su melodiosa primavera musical.
Enero no pudo concluir sin el broche púrpura para cerrar los días aciagos para la música vallenata. Se llevó a la columna vertebral del canto y la poesía en Los Montes de María: Adolfo Pacheco Anillo.
Adiós, Adolfo
Adolfo, el último juglar que quedaba entre los cantautores nacidos en las entrañas de “la tierra de la hamaca”, dejó vacía para siempre la “hamaca grande”. Su obra será imperecedera.
Como cantante, en su paso por este mundo, nos quedó su excelente interpretación de las canciones Oye y Te besé (1971), acompañadas en el acordeón por Alfredo Gutiérrez. Sus obras, con vocación de permanencia, son todavía referentes del vallenato clásico y recurrentes en la radio colombiana.
Este hijo de Bolívar fue un cronista que sabía cantar; tenía medida y estilo para hacerlo, y colocaba rima y melodía a sus relatos. Pasaba con gran habilidad de la complacencia y el elogio a los gallos de riña; de los saludos a sus compadres a los poemas embriagados de recuerdos de sus admiradas féminas, llenos de dulzura, música agradable y expresiones encantadoras.
No hay que olvidar que Adolfo no solo triunfó como compositor, sino como intérprete, abogado, conferencista y administrador público.
Como cantante, en su paso por este mundo, nos quedó su excelente interpretación de las canciones Oye y Te besé (1971), acompañadas en el acordeón por Alfredo Gutiérrez. Sus obras, con vocación de permanencia, son todavía referentes del vallenato clásico y recurrentes en la radio colombiana.
El pintor
Con la canción titulada El pintor, grabada por Diomedes Díaz y Juancho Rois en 1988, dio un golpe de autoridad como un compositor ingenioso y conocedor de otras manifestaciones artísticas.
Respecto de esta canción hubo comentarios que afirmaban que se trataba de un vainazo a Rafael Escalona. Por eso, en 2015, aproveché su presencia en un evento académico del Festival Sabanero en Riohacha para preguntarle qué lo motivo a hacer esa canción.
Me dijo que Escalona no tuvo nada que ver con el asunto. Que todo comenzó con una imprudencia que cometió con su ahijado a causa de su mala memoria: este es un joven pintor muy reconocido; lo saludó muy efusivamente y, entre otras cosas, le preguntó a qué se dedicaba. El joven se molestó y le respondió: “Padrino, ¿olvidó usted que yo soy un pintor reconocido por todos?”.
Apenado, le pidió excusas al muchacho y conversaron sobre otros temas. Al despedirse, el pintor se sacó el clavo y le preguntó: “Oiga, ¿y usted a qué se dedica?”. A Adolfo se le encendió la chispa y le dijo: “Yo también pinto”.
El muchacho puso cara de evidente incredulidad. Él le aclaró entonces: “Yo pinto; yo hago dibujos con mis canciones”. Se despidieron y a él enseguida se le ocurrió hacer el disco, que vino en el LP Ganó el folclor.
Y la verdad es que únicamente un hombre dotado de una magia especial podría confeccionar esos versos plasmados en el El pintor. Al referirse al joven artista, dijo que “Pedro Pérez, el pintor, pintó un pájaro moderno y dijo que yo no puedo pintar un cuadro mejor”. Algo que no era cierto, pues le recordó que él hacía cuadros del folclor y de la naturaleza; que pintaba negra la tristeza, que “es la acuarela del dolor”.
Pintó al óleo el amor sin pincel y sin paleta, “buscando como el poeta la armonía en el color”. Y remató diciendo que “Métase donde se meta, yo soy el mejor pintor”. Este —un pintor que solo necesitaba la mente para colocarle letra y melodía a las canciones— debe ser el mejor.
En el repaso de sus mágicas pinturas, puso de ejemplo su canción La hamaca grande, llena de magníficos colores. Dibujó la nostalgia componiendo El viejo Miguel.
Agregó que “la dulzura pincelé con Mercedes y El mochuelo, pero yo no sé por qué dicen que pintar no puedo si yo, como Leandro el Ciego, pinto lo que no se ve. Métase donde se meta, yo pinto mejor que usted”. El pintor es un garciamarquiano memorial de agravios para quien no le creyó que podía pintar con sus canciones.
Remata su brillante relato aclarando que “Todo compositor cuando hace una melodía dibuja en el pentagrama el DO RE MI FA SO LA SI. Planta una nota sutil como hizo Lucho Bermúdez, igual como tuve que hacer yo para surgir”.
Le colocó la tapa a la cajeta como si fuera el Tatequieto cuando finalmente dijo: “Pero usted como un reptil, agorero y ponzoñoso, dice que no pinto hermoso, que valgo un maravedí. Métase donde se meta, usted me respeta a mí”. Así, contundente, puso fin a su respuesta.
Se defendió después de sentir que, para el ahijado pintor, valía lo mismo que un maravedí (una devaluada moneda de la antigua España). Todo porque ahora, como dijo Dagoberto López en Costumbres perdidas, “…ya no respetan los ahijados a los padrinos”.
Un recuerdo imperecedero
La vida de Adolfo Pacheco Anillo fue corta; pero los recuerdos de su obra serán perennes, imperecederos y de una profunda incidencia en la tradición oral popular. En mala hora la parca se llevó al cantor.
Su presencia y sus opiniones eran también un muro de contención para aquellos sectores, afortunadamente minoritarios, que han pretendido sepultar con livianos argumentos y precarias composiciones al vallenato tradicional.
Vallenato que, gracias al altísimo, fue declarado por la UNESCO como Patrimonio Material de la Humanidad, pero que hoy está afrontando múltiples amenazas para su feliz existencia por el mercantilismo y la falta de autenticidad.
El Plan Especial de Salvaguardia de la música vallenata tradicional llora, y con toda razón, la partida de Pacheco, porque predicó musicalmente con el ejemplo. Nunca llamaba vallenato a todo lo que se grababa con acordeón.
Lo que dejó en sus canciones
Sus canciones, algunas de ellas llenas de ruralidad, son relatos que dan cuenta de episodios llenos de costumbres de los pueblos. Un ejemplo de estas es Gallo bueno. En otras, dejó plasmado su homenaje a los gallos y su afición por sus riñas.
En Mercedes estableció un sublime diálogo cantado entre él, como pretendiente, y la mujer recatada y seria que, por razones de amor y respeto a los mayores, dijo que de su casa solo podía salir casada. Esta mujer le recordó que él ya tenía dueños: su mujer y sus hijos.

Su presencia y sus opiniones eran también un muro de contención para aquellos sectores, afortunadamente minoritarios, que han pretendido sepultar con livianos argumentos y precarias composiciones al vallenato tradicional.
En la canción Me rindo, majestad dio muestras de su delicadeza en el trato a la mujer. En El tropezón nos regaló una bellísima pieza musical que tuvo la fortuna de ser grabada por los hermanos Zuleta en la plenitud de su primavera musical.
Esta canción pone de precedente que “La distancia destruye la fe”, queda implícito el dolor por la partida de la joven y su decisión de perseverar para superar las consecuencias del tropezón. La cumbia No es negra, es morena es el botón de muestra de su versatilidad.
La hamaca grande está vacía, pero el mochuelo vuela alto… ¡Gracias, Adolfo, por tu vida y por tu obra!
“Parece que Dios, con el dedo oculto de su misterio, señalando viene por el camino de la partida, primero se fue la vieja para el cementerio, ahora se va usted solito para Barranquilla” El viejo Miguel-Adolfo Pacheco.