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Unasur: buen comienzo y grandes desafíos

Escrito por Socorro Ramírez

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El pasado 23 de Mayo se creó la Unión de Naciones Suramericanas, Unasur, integrada por los doce países del subcontinente.  A cuatro meses de nacida, y a raíz de la crisis boliviana, la organización tuvo en Santiago -el 15 de septiembre- y luego en Nueva York – 24 del mismo mes- dos reuniones extraordinarias en las cuales enfrentó con buen éxito un reto en apariencia extremadamente arduo y que en realidad pareció fácil, lo que contrasta con la complejidad de los desafíos que  tiene por delante

Socorro Ramírez *

Un contexto turbulento

El reto parecía arduo. Por los mismos días de la cumbre en Chile, se acumulaban los conflictos y las tensiones en la región:

  • En Bolivia avanzaba la violencia entre el gobierno y los dirigentes autonomistas.
  • Chávez había lanzado graves amenazas: intervenir militarmente en ese país si alguien intentaba derrocar o asesinar a su colega Morales, y "encender dos o tres Vietnam en América del Sur" si fuera necesario. Del comandante de las fuerzas armadas bolivianas había dicho que "en vez de ir a hacer cumplir el decreto presidencial del estado de sitio, ordenó que las tropas se acuartelaran y abandonaran el aeropuerto y la protección a la ciudadanía".
  • Bolivia primero y Venezuela después habían denunciado un complot de la derecha, supuestamente apoyado por Estados Unidos, para dar sendos golpes de Estado, y, acto seguido, habían expulsado a los embajadores norteamericanos culpándolos de la situación. El departamento de Estado había reaccionado expulsando  a los embajadores de Bolivia y Venezuela.
  • Chávez había invitado a Rusia a desplegar operaciones militares conjuntas en el Caribe.
  • Para completar el tenso panorama regional, un tribunal de Miami se ocupaba del comprometedor episodio de la maleta venezolana descubierta en el aeropuerto de Buenos Aires, con 800 mil dólares en efectivo, y el Tesoro incluía a tres altos funcionarios del gobierno venezolano en la lista Clinton conformada por personas acusadas de narcotráfico.

En ese enrarecido contexto regional no parecía facilitar un acuerdo entre gobernantes de posiciones tan disímiles, situados entre los dos polos del espectro político regional: Chávez y Uribe. Sin embargo, la realidad era más simple que su apariencia.

Urgencia de consenso

Dos graves amenazas obligaban a los presidentes a ponerse de acuerdo. Primero, el estallido de la violencia en Bolivia, su rápida expansión, el riesgo de las salidas de hecho y de amenazas separatistas – fenómenos éstos que podrían replicarse más tarde en otros países. Segundo, las amenazas de Chávez de intervenir militarmente en suelo boliviano y de auspiciar una guerra de guerrillas con graves consecuencias para toda Suramérica.

Los mandatarios necesitaban, pues, con urgencia, un consenso y estaban abocados a lograrlo a costa incluso de concesiones mayores. Ante todo, lo requería el mismo Evo quien, roto el tercer intento de diálogo con sus opositores – y ante el anuncio de Chávez- no tenía ante si otro panorama que el de una incierta guerra civil o una desintegración del país. Pero también para el propio Chávez era urgente un consenso, pues la derrota de Evo sería su propia derrota con repercusiones en su país y en la región. No menos urgente era el acuerdo para todos los demás mandatarios, quienes tienen en la elección popular el único argumento de defensa frente a una violencia real o potencial.

Estas urgencias hicieron que la cumbre de Santiago se organizara en tan sólo 48 horas y que asistieran 9 de los 12 jefes de estado.

Los otros tres países -Perú, Surinam y Guayana- enviaron sus cancilleres, actitud comprensible para estos dos últimos países, más ligados a la dinámica caribeña que  a la suramericana. Menos comprensible en el caso de Perú, cuyo presidente no asistió tal vez por las tensas relaciones de su país con Chile. Sin embargo, desde Lima, Alan García calificó de "exageraciones" las amenazas de Chávez de intervenir en Bolivia ante un eventual derrocamiento de Evo Morales, insistió en que "sería peligroso que se involucre a Sudamérica en conflictos militares innecesarios", y rechazó la violencia y cualquier esfuerzo separatista que pudiera romper la integridad de la nación boliviana. El canciller peruano señaló que debía ser la OEA quien articulara la respuesta continental, ya que ella posee la institucionalidad, los instrumentos legales, el mandato de la Carta Democrática y la experiencia necesaria para actuar en situaciones como la de Bolivia.

En la cumbre las discusiones fueron duras, sobre todo en torno a temas como los de una eventual injerencia militar en Bolivia por parte de Unasur o de alguno de sus miembros, o el señalamiento a Estados Unidos, propugnado por Chávez y Morales. Con todo, la reunión partía de un principio básico y central de acuerdo: la defensa de un gobierno que, como el de Bolivia, había sido legítimamente elegido y ratificado por voto popular. En este punto no cabía diferencia alguna entre los gobernantes. Todos saben que en la defensa radical de ese principio descansan hoy la paz y la estabilidad de Bolivia y de toda la región.

En cuanto a las amenazas de Chávez, no cabía tampoco diferencia entre los demás gobernantes, para quienes era absolutamente claro que una intervención militar de Venezuela en Bolivia o el estímulo a una guerra de guerrillas conduciría a la balcanización del continente. En este punto el gobernante bolivariano encontró una oposición unánime. Morales y Chávez debieron de considerar el respaldo del continente al gobierno boliviano como su logro esencial, aunque, en realidad, no haya sido conquista suya sino resultado de la necesidad de consenso entre todos los gobernantes y del papel de Lula.

Desde comienzos de 2008, y como parte del Grupo de Países Amigos, Brasil venía abogando, junto con Colombia y Argentina, a favor del diálogo entre los bandos enfrentados en Bolivia. Pero, después de su triunfo en el referendo y ante el recrudecimiento de los choques, el presidente Morales terminó por descartar esa mediación, y aceptó, en cambio, la convocatoria de una cumbre de Unasur.

Lula le dijo a Morales que si optaba por el diálogo con sus rivales contara con el apoyo de Brasil y la Unasur, y que si se inclinaba por la confrontación que se olvidara de cualquier respaldo. Además puso como condición para viajar a Santiago la instauración de una tregua entre Morales y sus opositores, la no injerencia de ninguna fuerza externa en Bolivia y el compromiso de no centrar la reunión en Estados Unidos, condiciones que de alguna manera sustentaron el consenso logrado en Chile.

Los conflictos siguen vivos

El temor de los dirigentes bolivianos de ambos bandos ante el abismo de violencia que comenzaba a abrirse, encontró en la declaración de Unasur una tabla de salvación transitoria. Pero Unasur no ha resuelto ni podía resolver los problemas de fondo. El conflicto sigue intacto y las heridas, generadas por los enfrentamientos, siguen abiertas.

La división se podía percibir en los mismos alrededores del palacio de La Moneda durante las seis horas que duró la reunión de los presidentes y cancilleres. Mientras unos manifestantes gritaban "Evo, amigo, el pueblo está contigo", otros más coreaban "No a la intromisión de Chávez" o "Unasur, escucha a toda Bolivia".

Al momento de la cumbre de Nueva York, diez días después de la reunión en Santiago, y pese a que el acuerdo preliminar dispone el levantamiento de toda medida de presión, miles de seguidores de Evo se dirigían a reforzar el cerco a Santa Cruz, pidiendo la devolución de todas las instalaciones ocupadas, que los autonomistas no terminan de entregar. Miles de campesinos y mineros llegaron a Cochabamba a ser testigos del diálogo porque, según sus dirigentes, quieren constatar que no se cambie ni una coma del texto constitucional. La pelea está casada.

Es cierto que el gobierno ha ofrecido revisar la parte que se refiere a las autonomías a cambio del apoyo de los opositores al referendo sobre la constitución, que ya lleva un año de parálisis. Pero, al mismo tiempo, Evo ha anunciado que no acepta autonomía plena y que las reformas continuarán de cualquier modo, sea "mediante el diálogo o con los movimientos sociales afines", porque no va a renunciar al proyecto de "socialismo del siglo XXI", que exige una creciente centralización del poder. A su vez, los dirigentes de las provincias más ricas han insistido en que no se trata sólo de la autonomía sino otras reformas a la constitución que debe cobijar a todos los bolivianos. Además, que no están dispuestos a dejarse absorber por un gobierno que consideran autocrático ni por un modelo que no busque, como ellos lo desean, la inserción en la economía global a partir de la producción minera, industrial y agrícola, basada en grandes capitales.

Las tensiones han desbordado las fronteras bolivianas. A la amenaza de intervención militar formulada por Chávez, el Ministro de Defensa boliviano respondió que no  necesitaban de su ayuda, mientras el Jefe de las Fuerzas Armadas, el general Luis Trigo,  afirmó que no permitirían que "ningún militar o fuerza extranjera pisen territorio nacional". En carta dirigida al canciller de su país, Trigo señaló: "El presidente de Venezuela está haciendo reiteradas declaraciones en contra de este comando de las Fuerzas Armadas, atentando contra la unión y cohesión monolítica de la institución y poniendo en duda el rol constitucional que cumplimos", y pidió "hacer las representaciones pertinentes en el ámbito diplomático para expresar la indignación de las Fuerzas Armadas".

Chávez amplió, entonces, el radio de sus acusaciones para afirmar que "el general Oviedo está conspirando para dar un golpe en Paraguay" y que Guayaquil, en Ecuador, busca su separación como supuestamente lo hacen algunas provincias de Bolivia. A lo cual respondió el alcalde de esa ciudad: "¿Qué se ha creído este señor? Que se meta en sus asuntos internos de Venezuela". También generó fricciones con Chile, pues Chávez lanzó intempestivamente al aire la cumbre de Santiago antes que la propia Bachelet, quien ejerce la presidencia pro-tempore de Unasur. El canciller chileno a su turno afirmó que había temido el fracaso de la cumbre por la exigencia de Chávez de condenar la actitud de Estados Unidos en la declaración final y que el tono de Chávez "no le había parecido el más propicio"; su homólogo venezolano le exigió disculpas y rectificaciones.

Tal vez por el rechazo que recibió en Santiago, Chávez no asistió a la nueva cumbre, convocada por la presidenta Bachelet en el marco de la asamblea de Naciones Unidas, y al emprender en cambio su periplo por China y Rusia se limitó a decir "Prefiero Pekin a Nueva York". Las diferencias regionales siguen presentes.

Repercusiones de la crisis boliviana

La crisis boliviana, sus efectos y desarrollos tendrán repercusiones directas para Suramérica en el corto y mediano plazo. Ante todo, para países colindantes con Bolivia. Un mayor deterioro de la situación podría estimular una migración masiva de bolivianos hacia sus territorios. Pero lo más preocupante para Brasil, Argentina y Chile es, sin duda, la amenaza de un recorte en el suministro de gas boliviano, esencial para los tres.

Mención especial merece Brasil por ser el vecino con mayores lazos fronterizos y económicos con Bolivia.

Brasil tiene más de 3.000 kilómetros de frontera con Bolivia, su peso en la economía boliviana es cercano al 10 % del PIB, han crecido tanto los cultivos de soja brasileños en las provincias del Este como su temor a las expropiaciones, el 50 % del consumo de gas brasileño viene de Bolivia y no le es fácil reducir en el corto y medio plazo dicha dependencia.

La nacionalización del gas boliviano el 1 de mayo de 2006, el aumento de su precio, el desabastecimiento que afectó a Río de Janeiro en octubre de 2007, los atentados contra el gasoducto y las centrales térmicas, el cierre del gasoducto Yacuiba – Río Grande el 11 de septiembre de 2008, que afectó a las industrias del Estado de Sao Paulo, han aumentado el temor de racionamiento y de ver comprometido el ciclo de crecimiento económico.

Pese al cierre de los pasos fronterizos ordenado por el gobierno boliviano durante los enfrentamientos, las autoridades brasileñas, en particular del estado de Acre, han recibido centenares de bolivianos que han llegado heridos, que huyen aún después de iniciado el diálogo y buscan asistencia médica, alimentos, ropa y albergue.

En la cumbre de Santiago, Lula acordó actuar en conjunto con Evo para desmantelar grupos armados que operan en la frontera con Brasil y cuyas acciones han provocado el desabastecimiento de algunos productos de consumo masivo, y acordó también que Brasil venderá camiones para transportar las tropas bolivianas. Lula ha insistido en que la ayuda no puede ser interpretada como una intromisión interesada de Brasil, sino que se trata de una relación política y comercial para atender peticiones del país vecino. Esa aclaración trata de salirle al paso a ciertas acusaciones a Brasil de tener un doble juego: apoyar al presidente Morales pero estar dispuesto a admitir la secesión oriental por razones energéticas.

Para el gobierno brasileño no es fácil actuar frente al caso boliviano. Son muchos y poderosos los lazos que unen a Brasil con ese país. Además, en su interior existen dos visiones sobre cómo se debería actuar. Una, calificada de pragmática por la tradición diplomática de Itamaraty, y otra, reducida a ideológica por el apoyo que ofrece a la izquierda y al indigenismo encabezado por Evo, sostenida por el asesor presidencial en política exterior y el Partido de los Trabajadores.

Grandes desafíos

Unasur se estrenó, pues, con un buen éxito. No es poca cosa ayudar a parar la violencia de 22 días de enfrentamientos y bloqueos que dejaron 20 muertos, miles de heridos y gente huyendo. Las tres comisiones creadas por Unasur (para acompañar el diálogo, para investigar la violencia en Pando y para asistencia al gobierno de Bolivia en función de sus requerimientos), si se hacen operativas, podrían contribuir a que las dos partes cumplan el compromiso de no retirarse de la mesa de diálogo hasta construir el pacto de reconciliación. El acompañamiento internacional (de ONU, OEA, Unión Europea y la propia Unasur) puede ayudar al funcionamiento de las tres mesas del diálogo, constituidas para buscar la manera de hacer compatible la nueva Constitución con los estatutos autonómicos de Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija; para lograr un adecuado reparto de las rentas petroleras, así como para institucionalizar el proceso y designar miembros de entidades como el Tribunal Constitucional y la Corte Suprema.

La actuación de Lula en el caso boliviano, pese a todos sus bemoles, será crucial para la construcción del liderazgo suramericano de Brasil y para las subsiguientes actuaciones de la propia Unasur. En su intervención en la Asamblea de la ONU, Lula destacó la fuerza que toma Unasur como foro político donde la región resuelve sus propios problemas. Y en la cumbre de Nueva York, Evo Morales agradeció el respaldo y volvió a comprometerse con el diálogo. Bachelet, por su parte, insistió en que Unasur ha demostrado ser un elemento importante para la solución de los problemas latinoamericanos. Ojalá y así sea.

Si prima el peso de las alianzas ideológicas, de los proyectos geopolíticos y los liderazgos nacionalistas por sobre los intereses y la necesidad de convergencia regional, las diferencias entre modelos políticos y los problemas de seguridad pueden profundizarse y deteriorar las relaciones entre distintos países y dentro de la misma Unasur. Además, la política estadounidense, que suele aprovechar las tensiones binacionales y las urgencias de corto plazo de cada país suramericano, puede reforzar la fragmentación regional en provecho de su propia influencia. Entonces los esfuerzos por la autonomía y la integración regional se verían postergados una vez más.

*Miembro fundador de Razón Pública. Para ver el perfil de la autora, haga clic aquí.

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