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¿Una nueva política industrial para Colombia?

Escrito por César Ferrari
Cesar Atilio Ferrari

Cesar Atilio FerrariHace dos décadas dejó de hablarse de política industrial, y sin embargo es necesario regresar a una intervención deliberada del Estado para estimular la formación de un tejido empresarial competitivo y rentable. Esto se puede hacer y hay un modo de hacerlo, porque sin industria no hay empleo ni salarios que le lleguen a la gente. [1]

César Ferrari*

Preguntas pertinentes, respuestas preocupantes

0126¿Cuál es el lugar de la industria en el actual Plan Nacional de Desarrollo?

  • Si se habla de la industria primaria, en particular de la minera y de hidrocarburos, sin duda tiene un lugar preeminente: es considerada como la principal locomotora del crecimiento.
  • Pero, si se habla de la industria manufacturera, la respuesta es elocuente y breve: no tiene ningún lugar.

En ese contexto ¿cuáles serán las industrias del futuro?

La respuesta también es muy concisa: si se mantienen las actuales políticas monetaria, fiscal y de regulación, la industria que va expandirse será la extractiva. La estructura actual de precios básicos (tasa de cambio, tasa de interés, salarios, impuestos) desfavorece a las industrias de bienes transables; pero la industria de bienes primarios compensa estos costos con precios internacionales favorables, excepto en épocas de crisis mundial.

Y la innovación ¿generará industrias nuevas? La respuesta es no. Ni el sistema de precios básicos ni la política fiscal estimulan la innovación tecnológica.

Finalmente, ¿puede haber desarrollo económico sin industrialización manufacturera?

No. El crecimiento basado en la industria primaria, intensiva en capital, no genera empleo ni distribuye ingreso en forma masiva. Por lo tanto, no reduce la pobreza en forma generalizada.

La cuestión de la competitividad

Pero ¿es posible desarrollar en Colombia la industria manufacturera en forma sostenida y acelerada, que le permita recuperar la participación en el PIB lograda a fines de los años ochenta?

La respuesta es sí… siempre y cuando las empresas manufactureras sean competitivas en los mercados internacionales y frente a los productos importados. Si estas empresas no pueden competir ventajosamente, no venden, no producen, no crean empleo, no distribuyen ingreso ni reducen pobreza.

Entonces ¿qué es ser competitivo? Significa ser capaz de vender el bien o servicio que se produce a un precio que supere el costo de producirlo. En otras palabras, ser competitivo es ser rentable:

  • El precio de un bien o un servicio transable es función del precio internacional nacionalizado por la tasa de cambio, de los impuestos indirectos y de los gastos financieros.
  • A su vez, el costo de producción es función de los salarios, el costo de capital, el costo de los insumos, los gastos financieros, el costo de oportunidad para los productores, y en fin, de la productividad en el uso y combinación de los factores e insumos empleados en el proceso productivo, desarrollado de acuerdo con una determinada tecnología.

China y el índice Big Mac

La competitividad es pues un problema económico, que depende de la estructura de precios básicos y, en menor grado, del nivel de productividad. El primer precio básico es la tasa de cambio. Para mejorar la competitividad de Colombia se requiere, en primer lugar, una buena tasa de cambio en comparación con la que enfrentan los productores de otros países. La actual la tasa de cambio colombiana se encuentra muy revaluada, en particular con respecto a la que enfrentan los primeros competidores mundiales: los chinos [2].

Para comparar la competitividad de la tasa de cambio se viene utilizando desde hace años el curioso "índice Big Mac", compilado por la revista The Economist. Se calcula a partir del precio de una hamburguesa Big Mac en las diversas ciudades en el mundo, considerando que el producto es idéntico. Según la última medición disponible, a julio de 2010, la tasa de cambio de todas las monedas latinoamericanas se encontraba sumamente atrasada respecto de la de China.

Mientras que, por ejemplo, la de Colombia era desfavorable en 23,5 por ciento respecto al dólar estadounidense, la de China era favorable en 47,7 por ciento. De tal modo, la ventaja en tasa de cambio de la moneda china frente a la colombiana era notable: ¡71,2 puntos porcentuales [3]!

Altas tasas de interés

Las grandes empresas del sector privado, usualmente filiales de transnacionales y con acceso a los mercados internacionales de crédito, se endeudan en el exterior con toda la razón: las tasas locales de interés nominal son mucho más altas que las internacionales.

Pese a las rebajas de los últimos años, según el Banco Mundial, en 2009 la tasa de interés activa (colocación) promedio en Colombia era de 13 por ciento. Mientras tanto, en China la tasa promedio era de 5,3 por ciento. En términos reales la situación era similar: las tasas eran 9,1 por ciento y 4,2 por ciento, respectivamente. [4]

Las conclusiones de lo anterior son obvias: Si se reducen las tasas de interés activas se reduce el costo financiero de las empresas, se reduce el ingreso de divisas, lo que redunda en corregir la sobrevaluación del peso colombiano y mejora la competitividad.

¿Salarios elevados?

La otra forma de reducir costos es reducir los salarios. De hecho, algunos economistas argumentan que los parafiscales colombianos son excesivos y elevan el salario total, lo cual reduce la competitividad.

Pero si fuera por los salarios, los productores mexicanos serían mucho más competitivos que los chinos… y los colombianos igual de competitivos. Según el banco Unión de Bancos Suizos (UBS), en 2009 el salario bruto promedio en Shanghái era de 3,9 dólares la hora, mientras que en Ciudad de México era de 2,1 dólares y en Bogotá de 3,9 dólares – los tres, por cierto, muchísimo menores que los que se pagan en Nueva York: 26,1 dólares la hora [5].

Sin embargo, los chinos desplazaron a los mexicanos como segundos exportadores hacia el mercado de Estados Unidos en 2004 y a los canadienses del primer lugar en 2007.

Y a esto habría que añadir la paradoja de que mexicanos, canadienses y estadounidenses tengan un tratado de libre comercio que, supuestamente, les da acceso preferencial a sus mercados, mientras que los chinos no tienen esa ventaja.

La conclusión es obvia: ningún TLC garantiza el acceso a ningún mercado.

Impuestos elevados

Por su parte, las tasas del impuesto a la renta que deben pagar las empresas colombianas, 33 por ciento, son muy superiores a las internacionales – 25 por ciento en China por ejemplo – y por eso reducen la competitividad del sector productivo transable.

Sin duda, para ciertas empresas con suerte, esas tasas se reducen gracias a exenciones tributarias, tanto del impuesto a la renta como al valor agregado. Tal ocurre, por ejemplo con las empresas localizadas en las llamadas zonas francas: sólo pagan un impuesto a la renta de 15 por ciento por actividades orientadas a la exportación. Por otro lado, no pagan aranceles ni impuesto al valor agregado sobre los activos e insumos que utilizan en dicho proceso productivo.

Pero de ello no se benefician las empresas medianas ni pequeñas, que no tienen los recursos suficientes para acceder a dichas zonas, lo que implica una profunda inequidad tributaria. Y tratando de reducir la tasa efectiva del impuesto a la renta, estas empresas pequeñas o medianas reducen su base impositiva, cargando a la empresa gastos privados de sus dueños.

Para ello deben mantener contabilidades dobles u opacas y vivir en los bordes de la informalidad, que les impide acceder al mercado de capitales, una fuente de financiamiento más barata que el mercado de crédito que por ello tiene una fuente menor de competencia.

La brecha de productividad

Otro posible mecanismo para elevar la competitividad de una empresa es aumentar su productividad. La productividad se mide como el valor agregado que producen la mano de obra, el capital o los insumos que intervienen en el proceso productivo.

Según el Banco Mundial, en 2008, mientras la productividad laboral en Estados Unidos era de 65.480 dólares, a precios de 1990 [6], en Colombia era apenas de 17.679 dólares y en China de 10.378 dólares. De modo que si fuera por la productividad, los productores colombianos deberían ser más competitivos que los chinos y mucho menos que los estadounidenses.

Las cifras del Banco Mundial también muestran que entre 1980 y 2008, la productividad laboral en China creció 527,1 por ciento, mientras que en Estados Unidos creció 57,2 por ciento y en Colombia 42 por ciento [7]. Un nivel elevado de productividad significa estar desarrollado, lo cual implica que la productividad en los países aumenta precisamente con su propio proceso de desarrollo económico.

Es claro que quien crece más rápidamente, aumenta aún más rápidamente su productividad. Ello es así porque conforme se va dando el proceso de desarrollo, aumentan el stock de capital y el stock de conocimiento, la economía produce cada vez más bienes y servicios de mayor valor agregado y los produce a mayor escala: justamente los elementos que definen el nivel de la productividad.

Una política industrial moderna

Aunque el desarrollo jalona la productividad – y no al revés – y el ritmo de su aumento depende de la velocidad del desarrollo, se deben hacer esfuerzos autónomos por elevar la productividad.

Esos esfuerzos tienen que ver, por ejemplo, con:

  • mejorar la calidad y cobertura de la educación,
  • de la salud,
  • de los servicios públicos,
  • de las comunicaciones,
  • del transporte y de la movilidad locales,
  • reducir los costos de transacción en los mercados;
  • fortalecer el respeto a los contratos y la institucionalidad judicial;
  • en fin, la búsqueda y la conquista de nuevos mercados.

Tales esfuerzos orientados a aumentar la productividad constituyen los ingredientes principales de lo que se considera una política industrial moderna.

Es lo contrario de la política industrial de antes, de represión financiera y comercial, como imponer límites a las tasas de interés y controles de capital, o de aranceles y subsidios elevados o restricciones cuantitativas al comercio internacional. Estas políticas ya demostraron ser sustancialmente insuficientes para lograr un desarrollo basado en manufacturas, es decir, un crecimiento económico acelerado y, sobre todo, sostenido, con estabilidad de precios y equidad en la distribución del ingreso.

La mejor política industrial es una buena política económica

Pero esa nueva política industrial es insuficiente. En realidad, una buena política industrial en los tiempos actuales es una buena política económica, que genere competitividad en las empresas manufactureras para que puedan vender en el mercado internacional y competir en su propio mercado.

Es decir, esa política económica debe volver rentables a las empresas manufactureras de bienes y servicios transables para que den utilidades – los cuales constituyen el principal componente del ahorro nacional- y que las induzca a invertir en expandir su capacidad de producción y su productividad. Ello dependerá de la estructura de precios básicos que determina la propia política económica.

Cambios en las políticas.

  • La nueva política de regulación debe orientarse a inducir tasas de interés y precios competitivos. Ello supone eliminar o minimizar las "fallas de mercado" respectivas: precios opacos, asimetría en la información y, particularmente, lealtad forzada, es decir ausencia de entrada y salida libre de los agentes, que llevan a situaciones de competencia monopolística, como la que existe en los mercados crediticios colombianos según el Banco de la República [8].
  • La nueva política fiscal debe establecer impuestos a la renta generales, sin exclusiones, y a niveles competitivos internacionalmente, no sólo para financiar el gasto público, sino también para redistribuir ingreso. Debe establecer impuestos sobre los dividendos distribuidos, que están excluidos, [9] a tasas más altas de las que pagan las empresas para inducir a las mismas a retener e invertir esas utilidades. Y debe eliminar impuestos inadecuados, como el de las transacciones financieras, y reducciones absurdas como los dos puntos en el impuesto al valor agregado cuando las transacciones se cancelan con tarjetas de débito o crédito que implica que los pobres pagan una tasa de 16 por ciento y los ricos de 14 por ciento.

Por su parte, la política de gasto debe proporcionar una infraestructura económica adecuada. Los retrasos en la infraestructura agravados por las inundaciones recientes, son públicos y notorios como para seguir desatendiéndolos, lo cual implica, con seguridad, una re-priorización y una redistribución del gasto público.

  • La nueva política monetaria debe proporcionar liquidez y financiación adecuada y una tasa de cambio competitiva.

Pero ¿es posible otra política monetaria, expansiva, qué proporcione alto crecimiento y baja inflación? A la luz de las experiencias internacionales exitosas [10], por supuesto que sí. En China, en un contexto de tasas de interés comerciales reducidas, la política monetaria tiene por objeto sostener el crecimiento acelerado de la economía manteniendo una tasa de cambio muy devaluada; en Colombia en un contexto de tasas de interés comerciales elevadas, su objetivo fundamental es limitar el crecimiento de los precios, es decir, controlar la inflación permitiendo la revaluación de la tasa de cambio.

Si se quiere crecer a tasas chinas, hay que invertir a tasas chinas (41 por ciento del PIB promedio entre 2000 y 2009, mientras en Colombia ha sido de 20,7 por ciento), para lo cual se requieren también elevadas tasas de ahorro, como las chinas (46,1 por ciento del PIB, en Colombia 17,3 por ciento), [11] y eso depende fundamentalmente del ahorro de las empresas, sus utilidades, es decir de su competitividad.

En el fondo, el fin último de la nueva política económica debe ser la reestructuración de los precios básicos de la economía.

En resumen, para que Colombia pueda beneficiarse de la globalización y pueda crecer elevada y sostenidamente se requiere una combinación adecuada de precios básicos, de impuestos y de productividad, que permitan el surgimiento y la consolidación de empresas manufactureras competitivas – y por lo tanto rentables – en un ambiente libre y competitivo.

PhD. Profesor del Departamento de Economía. Pontificia Universidad Javeriana

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