Contrariamente a lo que enseñan en nuestras universidades, los «relatos» de distintos actores o movimientos sociales no son igualmente válidos.
Hernando Gómez Buendía*
No dudo yo ni debería dudar nadie de que la invasión de Ucrania viola el derecho internacional y es una acción criminal que está causando daños gigantescos.
Pero esto, que parece evidente, no lo es para millones de rusos que han apoyado a Putin desde la guerra de Oestia del Sur en 2008 o la anexión de Crimea en 2014. Tal apoyo continuado no puede atribuirse simplemente a la manipulación de los medios por parte del dictador, sino a convicciones arraigadas acerca de la historia de Rusia y su lugar en Eurasia o en Europa Centro-oriental.
Y es porque las maneras de entender la propia historia tienen consecuencias decisivas para el presente y el futuro de cada país del mundo. Estas visiones se basan en hechos reales, pero también en distorsiones que otras personas pueden señalar, hasta tener la pintura completa o explicación integral de los hechos relevantes.
Putin apela a una versión particular de la historia para justificar su política internacional. Al anunciar la “operación militar especial” en Ucrania, el presidente repitió que este país es parte del “espacio cultural y espiritual” de Rusia, que ese Estado fue un invento de Lenin para quedarse en el poder desde 1917, que su presunta independencia fue un rebote de la disolución de la URSS en 1991, y que hoy está gobernado por nazis. Invocando la Carta de Naciones Unidas, Putin dijo además que intervendría a petición de las repúblicas independientes de Donetsk y Luhansk para frenar el genocidio de los hermanos rusos por parte de un Estado títere de Estados Unidos y Occidente.
En este breve espacio puedo apenas anotar que cada una de las afirmaciones anteriores tiene asidero en la historia real, pero exageran hasta el punto de mentir (por ejemplo: no hay nazis en el gobierno de Ucrania), o dramatizan más allá de toda proporción (como en el “genocidio”), o magnifican un hilo secundario de la historia (como que Lenin “inventó a Ucrania), o dignifican sus propias creaciones (como las dos “repúblicas independientes”), o, sobre todo, ignoran todos los hechos relevantes que contradicen su versión de la historia.
En este caso Putin ignora, por ejemplo, que los ucranianos forman una nación distinta de la de los rusos, con un idioma distinto y una historia centenaria de adscripción a Polonia-Lituania antes que a Moscú, reconocida como Estado soberano por la actual Federación de Rusia y por Naciones Unidas desde hace muchos años, con el sentido fiero de independencia nacional que todos estamos viendo.
Pero no importa. El discurso de Putin apela a emociones profundas y a los mitos que subyacen a la idea de “nación”. El mito de la “madre Rusia” y su misión redentora, que viene desde el tiempo de los zares (o, peor todavía, desde el tiempo de la URSS); la confusión entre idioma e identidad (la mayoría de los rusos en Ucrania se sienten ucranianos), la idea irredentista de que los compatriotas en el extranjero están siendo perseguidos (es lo que Hitler decía de los alemanes en Checoeslovaquia).
Estos mitos se actualizan y se usan en función de realidades innegables, para movilizar la nación en apoyo de actuaciones tan traumáticas como la invasión criminal de un Estado soberano. La realidad dolorosa del fracaso de la URSS hace 30 años, cuando Rusia perdió su poderío y su frontera occidental retrocedió a los límites que le fueron impuestos tras su derrota en la I Guerra Mundial. La realidad de que Estados Unidos y sus socios aprovecharon la caída de la URSS para extender la UE —y, peor todavía: la OTAN— a diez países en la anterior esfera de influencia de Rusia; la realidad de que Ucrania, su vecino inmediato y más extenso, había pedido ser parte de la OTAN…
La lección es esta: que los seres humanos deformamos la realidad, que hay versiones distintas sobre esa realidad, que unas versiones son más validas que otras…y que hay maneras probadas de establecer la verdad. No todo es relativo.
No todos son “relatos”, como tantos supuestos “académicos” les están enseñando a nuestros jóvenes.