El profesor universitario que se viste de mujer. Un caso de audacia y determinación en el autodiseño de la propia personalidad. Un desafío para las miradas curiosas, morbosas, torvas. Una persona que anuncia un debate inaplazable, en el futuro inmediato de nuestro proyecto social.
Mauricio Puello Bedoya*
Luis Guillermo Baptiste ya no existe más, aunque su presencia se resista, aferrada a la firma de convenios, cartas oficiales, cédulas de ciudadanía, y demás sombrías legalidades notariales y de registraduría. El mágico acto de desaparición lo ha realizado Brigitte LG Baptiste, actual directora del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, un hermético álter ego que ha emergido para reinar y abatir definitivamente al impostor, ardua batalla contra el otro que Borges nunca ganó, y que hoy envidiaría.
A Brigitte la hemos visto altivamente expuesta en toda clase de medios nacionales y continentales, hasta que pasada la efervescencia de morbo y moralismo nos ha quedado la persona escueta, un espejo calmo que nos reta, a nosotros tanto como a ella.
En el transcurso de diez años cursé como músico una asignatura nocturna vertiginosa, con dedicación y hasta los tuétanos, en compañía de una pandilla de vampiros a los que ahora, ya saciados y serenos, pocos rostros pueden asombrarles.
Y fue con esa misma memoria de buen discípulo que advertí, al azar y con el rabito del ojo, las reiteradas noticias de la existencia de Brigitte en televisores y periódicos. Reseñas que sin mayor atención y con la suspicacia propia de Wittgenstein, que en el infierno nos ha invitado a sentirnos como en casa, me parecían un acuerdo voluntariamente exhibicionista, a favor de los réditos que el escándalo suele arrojar a las cuentas del mercado de la farándula, y también al comercio de consuelos que gobierna a la psique.
Y la vida seguía. Y sigue, aún después de conocer a Brigitte, al visitarla un par de veces en su oficina para asuntos de trabajo. Y aunque es previsible que el flujo de vida nos seguirá abandonando mañana igual que ayer, frente a personas como Brigitte no tenemos otra opción que interrumpir la cadencia para tomar posición.
Un magnífico regalo para quienes precisamente buscamos entre la muchedumbre el distingo, la magnitud humana, la coincidencia con un aura que ojalá nos permita experimentar la misma emoción del sajón, que al contemplar detenidamente la voluntad de triunfo de Arturo, abrió sus brazos al horizonte para soltar un hondo respiro y exclamar, agradecido con la providencia: por fin alguien a quien vale la pena matar.
Incluso los vampiros jubilados no pueden ser indiferentes, ante la mortal determinación de quienes disfrutan la afición de franquear la raya, dispuestos a sumergirse en los trasfondos para perderlo todo o ganarlo todo. Una tarea que a nosotros nos arredra, mientras los imprescindibles de Bertol Brecht pueden sobrellevarla con familiaridad.
Y ya lo dice el libro: el que guarda su vida, pierde su vida; el que entrega su vida, gana su vida. Y es eso lo que en Brigitte conmueve: el magnetismo propio de los sacrificios.
Familia, géneros, diplomas, prestigios, y resto de importancias y propiedades, han sido arrojadas por Brigitte al pavimento del mediodía, comida para las jaurías callejeras. Y no me imagino la virulencia de las horas de sueño y vigilia, antes de que la rabiosa pugna se precipitara a la intemperie. Como tampoco imagino la armadura y la prudencia con los que hoy transita Brigitte el país que nos acoge, tan lejos de San Francisco, donde sin ningún costo se puede ser cualquiera.
Este escrito no pretende ser una apología de nada ni de nadie. No me interesa defender el transgenerismo, el vampirismo o el exhibicionismo, sólo la autenticidad y el arrojo de quien expone el interminable por-ser que somos, que estamos siendo. Para que todo se sepa.
El material de construcción de la ruta humana, en cualquier rincón y época no es otro que un mismo y eterno ensayo-error, laberinto que tarde o temprano conduce al centro. Si es que podemos beber hasta el final la copa, y con el único amparo de la fidelidad nos mantenemos inquebrantables en la labor de esculque y purificación del propio corazón.
Y tampoco tenemos el propósito de magnificar la figura ni el trayecto de Brigitte, puesto que aquello que en ella ha resultado para los medios merecedor de difundirse, por extravagante o temerario, también está pasando en las vidas más incautas y discretas del planeta. No es Brigitte nuestro tema aquí, es lo humano, cada uno de nosotros.
Desde que la vi no tuve duda de la genuina feminidad de mi interlocutora, con creces superior a los vestigios musculosos de su precedente embaucador. Y es posible que en Brigitte haya exhibicionismo, tanto como lo hay en muchas mujeres y hombres, pero también dulzura, generosidad, respeto, maternidad. Talentos que anhelamos en cada uno de los más de seis mil millones de seres humanos que cohabitan la tierra, y que en Brigitte ya han alcanzado dignidad y lustre.
En mi último correo le anuncié la llegada de ésta columna, una más, y quizá no la mejor, entre las múltiples impresiones que ha despertado su alumbramiento. Y no sé si le agradó el anuncio, más allá de su costumbre a la exposición y de los, para ese momento, aún borrosos contenidos del texto.
Sin embargo debes considerar, querida Brigitte, que cada vez que escribimos, presumiendo que lo hacemos siempre con lealtad, no estamos opinando acerca de un tema que dominamos con anticipación, sino deshilvanando una madeja que anida en nuestra alma, y que antes de la escritura se mantiene incierta y remota.
Y sobra decirte que meditar en tu valerosa apuesta, ha sido para mí una linterna inmejorable para iluminar y desatar invulnerables nudos. Sea éste escrito, también, una pequeña estrella en el firmamento de tu alma que se busca.
* Arquitecto con estudios doctorales en urbanismo, énfasis en simbólica del habitar. Blog: www.mauronarval.blogspot.com