El neoliberalismo del siglo XX se sustentaba en el individualismo. Ahora necesitamos la solidaridad para afrontar la gravísima crisis económica del siglo XXI: estas serían las formas concretas para hacerlo.
César Ferrari*
Qué es y qué logro el neoliberalismo
El neoliberalismo surgió en la década de 1980 y en abierta oposición al saber acumulado desde tiempos de Keynes. Su propuesta era—y es—minimizar la intervención del Estado en la economía y recortar los programas sociales, bajo la fórmula clásica de “dejar hacer, dejar pasar”.
Y en efecto. A partir de finales del siglo se minimizaron los impuestos y el gasto público, se desmontaron las regulaciones, se privatizaron los servicios de educación, salud y administración de pensiones, se vendieron las empresas públicas.
Por esa época se idearon nuevas formas de tributación (casi todas regresivas), disminuyeron las transferencias de los ricos a los pobres, y pasamos de un sistema de pensiones de solidaridad intergeneracional a uno donde cada quién financia su pensión con sus ahorros (inclusive se propuso desde entonces la hipoteca a la inversa, figura donde la persona vende a plazos su patrimonio inmobiliario y lo entrega al final para poder subsistir en la vejez).
Los economistas neoliberales supusieron que la gente buscaba satisfacer sus deseos hasta donde lo permitiera su riqueza, sin la menor solidaridad, compasión o sentimiento altruista. No había lugar para las acciones desinteresadas ni para pensar en cómo la conducta individual podía afectar—y afecta—a las demás personas.
Esta idea fue la base de la sociedad, y el consumo sin límites fue el motor de la economía.
Pero los cambios que impuso el neoliberalismo dejan mucho que desear: el ingreso per cápita creció con menor velocidad que en los decenios anteriores, la desigualdad aumentó de manera dramática, y el abuso de la naturaleza es ahora insostenible. El único éxito del neoliberalismo fue reducir la inflación.
En Colombia se produjo una crisis social expresada en los altos niveles de informalidad, desigualdad en la distribución del ingreso, y un desempleo que ya en marzo había llegado al 12,6%.
Revoluciones actuales
El debate sobre este modelo económico se da en medio de la “cuarta revolución industrial” (economía digital, bioingeniería, inteligencia artificial, etc.), con cambios en las empresas y en los comportamientos humanos, de la crisis ambiental acuciante y de la búsqueda de alternativas al consumo de combustibles fósiles.
Todo esto se da simultáneamente a un reacomodo en la geopolítica por la aparición de nuevos liderazgos, por la emergencia de China y el retiro de Estados Unidos de los principales escenarios mundiales.
Más temprano que tarde esta revolución llegará a Colombia. Pero sus consecuencias son inciertas: no es claro si aparecerán más oportunidades de empleo y bienestar, o si habrá mayor concentración de la riqueza, más informalidad y menos empleo. Por lo pronto la principal fuente de divisas de Colombia está bajo amenaza y se prevé un cambio forzoso en la estructura productiva del país.

Foto: FBI
La privatización de empresas, la apertura de mercados, la poca intervención del Estado en la economía fue lo que promocionamos por décadas.
La pandemia y sus estragos
La pandemia agravó esta situación y puso en evidencia las limitaciones de un Estado de Bienestar precario, los desatinos en educación y salud, y las penurias del desempleo, la informalidad y la inequidad.
- La tasa de desempleo se elevó a 19,8% en abril. Pero esta cifra llegaría al 30% si el DANE no hubiera considerado como personas inactivas a gran parte de quienes se quedaron sin trabajo y no salieron a buscarlo.
- La producción manufacturera cayó 35,8% y las ventas minoristas 42,9%. Se perdieron cerca de 5,4 millones de trabajos.
- En mayo la tasa de inflación fue negativa—disminuyeron los precios en 0,32% —. Esto sugiere que la demanda se redujo mucho más que la oferta, que los subsidios no fueron suficientes para siquiera mantener el anterior nivel de precios.
Razón Pública le recomienda: La catástrofe laboral de Colombia
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) estima que en 2020 el PIB colombiano caerá 6,1%, en el mejor de los escenarios.
Según The Economist, la única economía grande del planeta que crecerá este año es la de China (+1,4%). Las demás sufrirán caídas agudas: Zona Euro (-8,3%), Japón (-5,2%), Rusia (-5,2%), Estados Unidos (-4,8%). El comercio mundial retrocederá 22,6% y se espera que las economías se recuperen en el 2022, aunque a algunas les tomará más tiempo.
Afortunadamente las consecuencias sociales y económicas de la COVID-19 son transitorias, aunque sean dolorosas y nos tome mucho tiempo superarlas.
Una nueva economía
Ante esta situación, el propio papa Francisco exhorta a la humanidad a construir una nueva economía, “que hace vivir y no mata, que incluye y no excluye, que humaniza y no deshumaniza, que cuida la creación y no la depreda”.
Para construir una nueva economía los bienes y servicios que produzcan los sectores líderes deben ser competitivos en el mercado mundial, y las tasas de ahorro e inversión deben ser elevadas para lograr más capacidad de producción y esa competitividad.
Las empresas rentables tendrán ahorros elevados y—si el sistema tributario les induce a retenerlos—esos ahorros se destinarán a nuevas inversiones productivas, jalonando la producción en lugar del consumismo.
Para ser competitivas las empresas necesitan una tasa de cambio elevada y estable, y esto a su vez implica que el Banco de la Republica compre dólares de manera sostenida—como lo hacía el de China—o que los invierta fuera del país comprando acciones de empresas—como hace, por ejemplo, el de Noruega—, ambos por décadas.
Así mismo, los precios de los servicios públicos deberían nivelarse con los internacionales, lo cual implica aumentar la competencia y evitar que las empresas que prestan estos servicios manipulen sus precios, como ocurre en Colombia.
Es más. Según el propio Banco de la República, los mercados de crédito colombianos funcionan bajo un tipo de competencia imperfecta denominado competencia monopolística y algunos como cartel. Por eso tenemos tasas de interés real (descontando la inflación) muy por encima de los niveles internacionales.
Todo esto pide más inversión del Estado en carreteras, puertos y aeropuertos, electricidad y comunicaciones, ciencia y desarrollo tecnológico. Y esto a su vez exige una mayor recaudación tributaria, basada sobre todo en los impuestos a la renta y al patrimonio de las personas naturales; es decir, una reforma fiscal estructural.

Foto: Facebook Ministerio de Salud
La pandemia reveló los sistemas de bienestar precarios y debilitados por el neoliberalismo
Lea en Razón Pública: Una demanda contra la desigualdad
Una empresa competitiva tan solo necesita buscar a sus clientes y (en el caso de un mercado pequeño como el nuestro) estos clientes se encontrarán en el exterior. Por eso proteger la producción para consumo interno no resuelve el problema
Si la actividad no logra ser competitiva en el mercado mundial, debe abandonarse y sus trabajadores deben capacitarse para emprender actividades que sí sean rentables—por supuesto con apoyo y gestión apropiada del Estado—.
Colombia debe ayudar también a que los organismos internacionales puedan resolver los conflictos de la globalización y afrontar los problemas mundiales del momento: el cambio climático y la pandemia.
Las empresas solidarias, no siendo exclusivas ni excluyentes, son una manera de lograr una nueva relación entre empresarios y trabajadores, ganancias y salarios, como en las cooperativas de Trento en Italia y las del Mondragón en España, o las llamadas empresas sociales de Muhamud Yunus fundador del banco Grameen.
El nuevo Estado de Bienestar, en una versión moderna de un Estado más eficaz y eficiente, debe garantizar los derechos fundamentales, desde un seguro de desempleo hasta pensiones mejores que las que ofrecen hoy los sistemas privados.
El cambio significa además que los bienes y servicios correspondientes, alimentos, medicinas, vivienda, educación y salud, sean producidos en forma eficiente y garantizados mediante un ingreso básico universal.
Finalmente, la estrategia para una nueva economía implica una gestión macroeconómica, monetaria, fiscal y regulatoria que la viabilice y apunte al crecimiento elevado del ingreso nacional con pleno empleo e inflación reducida, distribuyendo los ingresos equitativamente y respetando a la naturaleza.
La construcción de la nueva economía tiene múltiples dimensiones, cuyo centro es la ética: no puede construirse para favorecer a unos pocos. Deben primar el bien común, el respeto por los necesitados, la naturaleza y la libertad; basándose en la solidaridad con libertad, frente al individualismo con exclusión.
* Profesor titular del Departamento de Economía de la Universidad Javeriana.
Necesitamos tu ayuda para seguir realizando un cubrimiento responsable de la COVID-19. Apóyanos con tu donación y suscríbete a nuestro boletín. ¡Muchas gracias! |