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Una democracia que se autodestruye

Escrito por Hernando Gómez Buendía
Hernando Gomez Buendia

Hernando Gómez Buendía*

Es la más sólida democracia del mundo, y sin embargo sus propias salvaguardias la están desbaratando.

La primera de esas salvaguardias es la elección indirecta del presidente de la república, que se inventó para que el jefe del Estado no sea escogido por “las pasiones momentáneas de la multitud” sino por el “acuerdo razonado” de un “colegio electoral” que debe reunirse el próximo 14 de diciembre.

Este fue el sistema preponderante en la Europa del s. XIX y en Colombia de hecho se mantuvo hasta 1914. Aunque hoy se le tilde de “antidemocrático”, baste notar que una elección directa donde participan millones de votantes puede ser decidida por un solo individuo comprado o despistado: la democracia directa o mayoritaria también tiene peligros y defectos.

El asunto fue largamente debatido en la Convención de 1776 y se llegó al acuerdo razonado de que el presidente de Estados Unidos fuera escogido por “acuerdo razonado”. Con las reformas o enmiendas de 1804 y 1961, cabe inclusive la posibilidad de que algunos delegados al colegio electoral cambien su voto o que resulte escogido un tercero.

La segunda salvaguardia poderosa de la democracia en Estados Unidos es el régimen federal, donde el poder se reparte entre cincuenta estados de la Unión en vez de concentrare en el nivel central. Cincuenta estados con sus historias e identidades diferentes que voluntariamente se asociaron a condición de limitar las facultades de quien esté en la presidencia. Fue el sistema que usamos en Colombia entre 1853 y 1886 y que algunos añoran o prefieren al centralismo asfixiante que hoy tenemos.

Parte de aquel acuerdo federal fueron dos delgados al colegio electoral por cada estado, más entre uno y 53 delegados adicionales según la población de cada uno. Es un sistema mixto de representación territorial y poblacional, similar al que tuvimos para el Congreso de Colombia hasta 1991.

De las dos salvaguardias anteriores resultaron los 538 electores que escogerán al próximo presidente de la primera democracia del mundo. Pero de aquí también resulta que el elegido podría tener menos votos populares que su contendor -algo que ha sucedido cinco veces en la historia, incluyendo la elección de Trump hace cuatro años-.

Como también y sobre todo resulta que la competencia y las campañas se reduzcan a los pocos estados donde un partido no tiene claro predominio sobre el otro. Son los estados intensamente divididos –en este caso Pensilvania, Georgia, Nevada, Arizona o hace tres días Wisconsin, Michigan, Florida…– donde de veras se escoge al presidente de Estados Unidos.

Por eso y, en resumen, la democracia norteamericana tiende a extremar la polarización a costa del “consenso razonado” que debería ser la base de la convivencia en una sociedad compleja y pluralista.

Y aun nos falta la tercera salvaguardia: una Corte Suprema con la última palabra sobre las votaciones…que acabó siendo una Corte abiertamente partidista.

La democracia es una flor muy delicada.

*Esta columna fue originalmente publicada en El Espectador. Director de la revista digital Razón Pública.

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