La lógica y la historia dicen bien claro que la pareja Santos-Angelino no puede andar pareja.
Hernando Gómez Buendía*
Tres contradicciones
Según decía Will Rogers, ser Vicepresidente es el mejor oficio del mundo: es famoso, es bien pagado, y su única tarea es preguntar cada mañana cómo está la salud del Presidente.
Pues la humorada recoge con toda exactitud la irremediable contradicción que hay en el cargo: se necesita que alguien muy cercano al presidente lo sustituya en caso de muerte o de renuncia, pero ese alguien tiene un obvio interés en que se caiga el presidente. Por eso Velasco Ibarra, el cuatro veces derrocado presidente de Ecuador, definió para siempre la figura al declarar que “un vicepresidente es un conspirador a sueldo”.
Y a esa contradicción irremediable se le suman otras dos, digamos, contingentes:
- Por una parte el vicepresidente tiene que ser tan capaz y popular como su jefe para poder reemplazarlo con solvencia, pero también debe ser un personaje oscuro o anodino para que no le haga sombra al presidente.
- Por otra parte el vicepresidente debe ser muy parecido al presidente a quien ha de reemplazar si llega el caso, pero también debe ser muy distinto o hasta opuesto para que le sume popularidad o votos al gobierno.
Esas tres contradicciones rodean siempre al cargo, pero su obviedad e intensidad varían según cuál sea la modalidad que se utilice para escoger al vicepresidente: la elección popular directa, la designación por parte del Congreso, o la persona que el presidente tenga a bien nombrar (y des-nombrar) en ese cargo.
Las tres modalidades de elección a su vez corresponden a regímenes políticos distintos:
- el primero, de más “soberanía popular”,
- el segundo, de más poder parlamentario,
- y el tercero, más presidencialista (noto aquí que Venezuela es el único país de América Latina donde hoy por hoy el vicepresidente es de libre nombramiento y remoción por parte del presidente).
Historia de fracasos
En Colombia se han ensayado las tres modalidades de elección, pero las tres contradicciones señaladas han hecho que la historia de la Vicepresidencia sea una larga cadena de fracasos:
- Santander, el vicepresidente de Bolívar durante ocho años (1819-1827) peleó tanto con él –y (quizás) conspiró contra él en “la nefanda noche septembrina” – que Bolívar asumió la dictadura en 1828 y de un plumazo cambió la Constitución para acabar la Vicepresidencia.
- Este mal nacimiento marcó de tal manera la política que las constituciones de 1832 y de 1843 adoptaron la idea peregrina –y hasta donde sé yo no imitada en el mundo– de que el vicepresidente ocupara su cargo bajo dos sucesivos presidentes, lo cual supuestamente evitaría las rivalidades valga decir, la irremediable contradicción que hay en el cargo.
- Y en efecto, ya en 1854, el vicepresidente José de Obaldía derrocó al general José María Obando, pero a su vez Obaldía fue depuesto por golpista y en su reemplazo el Congreso designó al vicepresidente Manuel María Mallarino. Para ahorrarse más dolores de cabeza, la Vicepresidencia volvió a ser abolida en 1858.
- Rafael Núñez revivió la institución en 1886, pero a Eliseo Payán, uno de sus cuatro sustitutos en la Presidencia, lo destituyó el Congreso por anti-nuñista.
- Años después, en 1900 y en medio de la Guerra de los Mil Días, el vicepresidente José Manuel Marroquín derrocó a Manuel Antonio Sanclemente (y se cruzó de brazos mientras los gringos le daban a Panamá su independencia).
- Hasta que en 1905, después de destituir a su vicepresidente Ramón González Valencia, el general Reyes volvió a acabar con la Vicepresidencia, y en su lugar tuvimos un designado.
1991 y lo que sigue
Pasarían pues 86 años, hasta 1991, para que la Asamblea Constituyente se reinventara la Vicepresidencia, esta vez por elección popular directa. De suerte que esta vez el argumento fue del más alto turmequé político:
- Los constituyentes, como se sabe, tenían la obsesión de acabar con el bipartidismo;
- Para eso adoptaron la doble vuelta en la elección presidencial lo cual, al exigir la mayoría absoluta para el triunfo,
- Le abría el espacio a las coaliciones y por ende a los terceros partidos;
- Y el vicepresidente vendría a ser el “premio seco” o la carta principal para lograr la prevista coalición de gobierno –vale decir, la supervivencia de terceros partidos.
La teoría anterior no funcionó mucho ni poquito, pero ha tenido ramalazos indudables para cada uno de los cuatro presidentes que siguieron:
- Ernesto Samper, asustado ante Pastrana, escogió a su rival en la consulta del Partido Liberal, Humberto de la Calle, quien casi o casi conspiró contra él pero fue su embajador en España, y acabó por renunciar en 1996.
- Andrés Pastrana aprendió la lección, y aunque necesitaba a un liberal costeño para sumar votos, seleccionó sin duda al más inofensivo y al más caballeroso, el académico Gustavo Bell.
- Álvaro Uribe, montañero, guerrero y sobrado de votos, escogió a un señorito bogotano que no tenía votos pero lo hacía aceptable y lo acercaba al “establecimiento”.
- Y cuando el establecimiento salió del montañero y volvió a gobernar directamente, el candidato Santos, asustado ante Antanas escogió, ya sabemos, a… Angelino.
Santos con o en contra de Angelino
Fue un acto calculado, cuando no oportunista, y muy en el carácter del señor candidato: Angelino Garzón le sumaba pueblo, le sumaba sindicatos, le sumaba izquierda, le sumaba paz, le sumaba ONG y le sumaba algo del Valle del Cauca.
Pero al irse con Juan Manuel Santos, Angelino arriesgaba todo su capital político, porque estos sectores –populares, de izquierda, sindicales, vallunos, pacifistas– podrían (y pudieron) sentirse traicionados por el flamante candidato a la Vicepresidencia.
La apuesta de Angelino era y es evidente: utilizar el cargo para reasegurar su capital político, para atraer a esos sectores y servirles de voz en el gobierno. Pero Angelino es un perfecto mosco en leche, porque el de Santos es un gobierno de señoritos bogotanos- empezando por él e incluyendo a los ministros del sector “social”.
Por todo lo anterior, Angelino disuena. No puede hacer sino declaraciones, y necesita hacerlas para seguir contando en la política. No puede callarse.
Santos tendrá que resignarse a convivir con los efectos de un cálculo que le sirvió para ser elegido presidente pero le sirve menos para ser presidente.
O le queda la opción de dejar a Angelino sin funciones y esperar a que a la vuelta de unos meses los periodistas dejen de pararle bolas a un “loquito” que además dejó su capital político en el aire.
Lo que se sigue es otra mano de póker. Y no es fácil que la gane Colombia.
*Director y editor general de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí.