El Museo Nacional de la Memoria busca recopilar y ofrecer información sobre la historia e impacto del conflicto interno. Sin embargo, son muchos los retos a los que se enfrenta, desde su concepción museológica hasta su manera de incluir a las víctimas.
Diana Galindo Cruz*
Un nuevo Museo Nacional
Frecuentemente se relacionan a los museos con la memoria, con aquello que hay que recordar y, por ende, conservar, exhibir y divulgar. La creación de un museo es considerada, en general, un suceso positivo, pues no es muy común, y menos cuando lo que se crea son instituciones de amplio alcance.
Colombia tiene ahora la oportunidad de establecer su propio Museo Nacional de la Memoria. Lamentablemente, considerando que nuestra realidad es tan compleja y diversa, este museo se limitará al conflicto interno.
Conforme al artículo 148 de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) tiene la responsabilidad de “diseñar, crear y administrar un Museo de la Memoria, destinado a lograr el fortalecimiento de la memoria colectiva acerca de los hechos desarrollados en la historia reciente de la violencia en Colombia”.
Este proyecto se suma a otras iniciativas, como el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Chile, el Museo de la Memoria de Argentina y el Museo Memoria y Tolerancia de México, en los que el término “memoria” tiene un uso específico: el recuento, la denuncia, la reparación y el perdón, en el contexto de un conflicto interno.
El último avance público del Museo fue el anuncio del proyecto arquitectónico del futuro edificio. El jueves 13 de agosto los jurados del Concurso Arquitectónico Internacional del Diseño del Museo Nacional de la Memoria, organizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) y la Sociedad Colombiana de Arquitectos, confirmaron la decisión de otorgar el primer puesto al anteproyecto titulado Entre la Tierra y el Cielo desarrollado por MGP Arquitectura & Urbanismo de Colombia y Estudio Entresitio de España.
El anuncio generó algunos comentarios de rechazo en redes sociales y en foros de medios de comunicación, que se referían en su mayoría a las cuestionables condiciones de iluminación y ambientación de la primera imagen conocida del edificio, en la que se ve una especie de gran fortaleza contemporánea, que se eleva monumentalmente bajo un cielo nublado. Sin duda, la imagen no fue la mejor elección teniendo en cuenta la temática del museo.
El debate no debería enfocarse únicamente en el anteproyecto arquitectónico, sino en la eficacia del proceso participativo con el que se pretende construir el Museo.
Sin embargo, en el acta emitida por los jurados se presentan, además, cortes, plantas y alzados interiores que, libres de los problemas de perspectiva del render, permiten una mejor comprensión de la atmósfera que se quiere lograr.
Este espacio tendrá que acoger un guion museográfico relativo a un conflicto armado que aún está activo y cuyas secuelas permanecerán vigentes por mucho tiempo. Por ende, valdría la pena analizar hasta qué punto las condiciones espaciales podrían determinar lo que allí se exhiba y el tipo de experiencia que se genere durante el recorrido.
Además de las cinco salas de exposición permanente y la sala de exposiciones temporales que se piensan construir en el Museo, entre los criterios de evaluación del jurado se exigió “la explícita evidencia de la arquitectura por traducir e interpretar la dimensión del conflicto colombiano, a través de la experiencia espacial y de su capacidad de suscitar emoción”. Igualmente, se pidió que el anteproyecto tuviera “la voluntad de rescatar para la arquitectura su potencia como una obra de arte que en su vivencia, recorrido y experiencia, puede involucrar múltiples dimensiones sensoriales”.
Si se quiere considerar este edificio como una obra de arte (o como un ejercicio creativo desarrollado a partir de unas orientaciones específicas) no solo hay que tener en cuenta las pautas de ubicación e iluminación que determinan el contenido expográfico del mismo, sino también reconocer el componente evocativo de un espacio como este, que no será simplemente “neutral” (a pesar de la opinión contraria de María Hurtado, uno de los arquitectos ganadores).
Más que un edificio
![]() Proyecto ganador del concurso arquitectónico del Museo Nacional de la Memoria. Foto: Centro Nacional de Memoria Histórica |
Una vez disipada la polvareda generada en torno al anuncio del proyecto ganador, valdría la pena analizar el uso propuesto para los distintos espacios del edificio. Sin contar las disposiciones ambientales y urbanísticas que debían contemplarse, en las bases del concurso para el diseño se especifican las áreas que el Museo deberá tener, tipificadas como públicas o privadas, con o sin colecciones.
En este conjunto, el componente expositivo ocupará solo una parte. En el proyecto se incluyen, además de las áreas necesarias para la administración y funcionamiento del Museo, aulas para procesos pedagógicos no formales, una ludoteca, un estudio público de medios (espacio de trabajo para público, víctimas y organizaciones para el desarrollo de actividades y productos comunicativos), un centro de documentación, un estudio de grabación, y se contempla un lugar de duelo como espacio de reflexión y homenaje a las víctimas.
De esta manera se supera la visión ampliamente revaluada del museo como un lugar solo de exposición y se aspira a la materialización espacial de una institución que, a manera de centro cultural de producción de conocimiento, tenga la capacidad de generar una experiencia que va mucho más allá del almacenamiento y exhibición de los objetos que conserva.
Esta configuración integral denota, por una parte, el reconocimiento de los avances museológicos que determinan la necesidad de la planeación al momento de gestionar un proyecto museístico y, por la otra, pone en evidencia el elaborado andamiaje institucional que está detrás de la concepción del edificio.
Un lugar público
Por su ubicación, el Museo significará también una transformación urbanística evidente para Bogotá, al consolidar el proyecto del Eje de la Memoria y de la Paz a lo largo de la calle 26.
El uso del espacio público toma aquí una gran relevancia, considerando que como “espacio” tiene unos límites, pero en tanto “público” implica un encuentro social que impulsa la noción de comunidad y, con ella, el sentido de pertenencia, la posibilidad de participación y la configuración de una memoria colectiva.
En este sentido, resulta valioso considerar la idea contemporánea de espacio público. Los profesores Héctor Berroeta y Tomeo Vidal afirman que en el contexto de desarrollo acelerado de la tecnología, expansión del capitalismo y establecimiento de redes que interconectan instancias dispares, “lo que cualifica al espacio público son los soportes de comunicación que posibilitan la difusión masiva de algún contenido. (…) Desde esta posición el espacio urbano de libre acceso y de tenencia pública, ya no serían espacios públicos propiamente, más bien serían medios para acceder al verdadero espacio público que son los medios de comunicación”.
En este caso, el uso de la arquitectura del Museo Nacional de la Memoria con fines comunicativos es coherente con las funciones asignadas al Centro de Memoria Histórica en la Ley de Víctimas. Esta ley determina la obligación de reunir todo el material documental relacionado con las violaciones de derechos humanos como parte del conflicto armado y garantizar el acceso y difusión de la información mediante actividades museísticas y pedagógicas, siempre con un fin comunicativo.
¿Memoria nacional?
![]() Proyección en corte de la estructura del museo. Foto: Centro Nacional de Memoria Histórica |
Además de su condición arquitectónica y urbanística, se debe considerar igualmente la construcción social del Museo. En este sentido, la complejidad del proyecto no está solo en el manejo de la memoria relacionada con el conflicto armado, sino en el hecho de pretender ser un museo “nacional” que persuada a los individuos que hacen parte de una nación informe y compleja como Colombia de que la memoria allí contenida les pertenece.
En el folleto general sobre el Museo del Centro Nacional de Memoria Histórica se afirma que “con una estrategia de creación participativa del Museo, el CNMH realiza encuentros y talleres para recoger las expectativas y demandas de víctimas y ciudadanos en torno a este proyecto”.
En el marco de estas actividades, se realizó el V Encuentro Nacional de Voces de la Memoria el 24 de abril de este año, y en él se presentaron cinco mandatos propuestos por las víctimas como lineamientos básicos del museo. Entre estos se destaca el número 5, según el cual “el enfoque de construcción del MNM debe ser sistemático, de tal manera que tenga presencia en el nodo nacional (centros de memoria), regional, local y, la creación y fortalecimiento de itinerancias, esta última como iniciativa desde las víctimas”.
Es decir, el funcionamiento del Museo debe estar articulado con otras instancias, no porque un manual de gestión de museología lo sugiera, sino porque la naturaleza misma del tema y el contexto de conflicto así lo exigen. Por lo tanto, el debate no debería enfocarse únicamente en el anteproyecto arquitectónico, ni siquiera en su guion museográfico, sino en la eficacia del proceso participativo con el que se pretende construir el Museo.
Después de todo, como lo dijo Orlando Naranjo, presidente y representante legal de la Asociación de Familiares de Víctimas de Trujillo (Afavit), “las víctimas somos quienes vamos a decidir si el Museo Nacional de Memoria repara o no a las mismas víctimas”.
Sin embargo, aunque la página web del programa Voces de la Memoria pretenda mostrar los diferentes frentes de acción participativa del proyecto, no es clara la metodología, periodicidad y resultados concretos de los ejercicios adelantados. Hace aproximadamente tres semanas envié una solicitud de información mediante la sección “Contacto” que no ha tenido ninguna respuesta, lo cual no resulta nada esperanzador teniendo en cuenta que este es un espacio más de participación planteado por la página, además de los foros y la encuesta, todos con escasa divulgación.
La creación del Museo de la Memoria es la oportunidad de conocer, más allá de lo estipulado en la Ley 1448, quiénes son (o somos) víctimas del conflicto armado y cuál debe ser el reconocimiento público de dicha condición. Y tal vez en esa búsqueda nos encontremos con la concepción de nación que necesitamos.
* Profesional en Estudios Literarios de la Universidad Javeriana, magister en Museología y Gestión del Patrimonio de la Universidad Nacional de Colombia.