Guión y dirección: Mike Leigh | Actores: Jim Broadbent, Ruth Sheen and Lesley Manville | Año: 2011
Escrito por Francisco Cuervo
En una entrevista de 2010 acerca de su trabajo, el director británico Mike Leigh afirmaba que para él la experiencia de concebir y filmar una película es como un viaje de descubrimiento: lo que el director, los actores y los técnicos descubren es, precisamente, el producto final, la película misma. El territorio de la exploración de Un año más (Another Year), su viaje de descubrimiento más reciente, es el de la vejez compartida, la amistad, y las relaciones familiares y laborales, temas típicos, por lo demás, de los filmes de Leigh. Pero como afirma Liam Lacey, quizás la pregunta central de Un año más es si la felicidad ha sido repartida con justicia en el mundo. Los protagonistas de este filme son Gerry y Tom (interpretados con gran acierto por Ruth Sheen y Jim Broadbent respectivamente), un matrimonio que vive tranquila y apaciblemente en su casa al norte de Londres. Su vida cotidiana gira alrededor del trabajo ―ella como terapeuta en el servicio público de salud y él como ingeniero geólogo―, el cuidado de la huerta, la felicidad de su hijo de 30 años y las reuniones con los amigos; una vida, en fin, ejemplar, no sólo por la aparente armonía del hogar, sino por el hecho de encajar milagrosamente en el modelo de la pareja profesional de clase media, feliz, sin problemas económicos, y que está a punto de alcanzar sin contratiempos el momento de la jubilación.
Para la mayoría de cineastas, una existencia tan plana como la de un hogar feliz de clase media ofrece muy pocas oportunidades para hacer grandes descubrimientos. Es como si semejante vida sólo tuviera derecho a aparecer en la pantalla cuando oculta algún elemento corrupto, una forma escondida de violencia, un pecado secreto. Sin embargo, Leigh es uno de esos pocos directores para los que la vida cotidiana puede convertirse en un filón rico en experiencias y emociones. Igual que Un año más, otros filmes suyos como Life is Sweet (1990), Career Girls (1997), All or Nothing (2002) y Happy-Go-Lucky (2008) giran en torno a personajes más bien anodinos, a pesar de sus excentricidades (pues al fin y al cabo, ¿quién no es, en cierto modo, excéntrico en medio de su normalidad?). Incluso en las películas en las que los personajes o las situaciones se salen del molde tradicional, como Naked (1993), Secretos y mentiras (1996), Topsy Turvy (1999) y Vera Drake (2004), la materia de la experiencia no se configura a partir de los acontecimientos extraordinarios o los grandes ideales de los héroes, sino del drama o la comedia que se desprenden de situaciones más bien simples. Lo destacable del personaje de Vera Drake, por ejemplo, no es su posición frente al aborto en la década de 1950 ―que para muchos es heroica―, sino la asombrosa continuidad de su vida cotidiana: Vera ayuda a las mujeres en problemas practicándoles abortos clandestinos con el mismo amor por el prójimo con el que cuida a sus hijos y mantiene el hogar, y con la misma prolijidad con la que limpia las casas de damas acomodadas. Por eso, su condena nos parece aún más abyecta.
Si para Leigh la elaboración de una película es como un viaje de descubrimiento, para el espectador el producto final, el filme mismo, es también una exploración paulatina de los misterios que encierra una situación más o menos conocida. La sustancia de toda narración, dice Leigh, no se encuentra en lo que somos, sino en lo que hacemos. “Estoy seguro de que muchos directores compartimos una fascinación por observar a la gente, y ello es ciertamente lo que me sirve de motivación”, afirma, y con ello se muestra muy consciente de uno de sus mayores atributos como director: su enorme capacidad para observar el comportamiento humano y para extraer de él los momentos esenciales. “Uno comienza a pensar en sus vidas”, continúa, “y a pensar en aquello de esas vidas que es significativo con respecto a la forma en que vivimos, y entonces uno se involucra con los significados, la política, las ideologías, la transmisión emocional de la historia que quiere contar”. En Un año más, la narración está dividida en cuatro episodios en la vida de la pareja; cada uno de ellos transcurre en una estación del año. En primavera, reciben la visita de Mary, una vieja compañera de trabajo de Gerry. Mary es secretaria en el servicio público de salud, ha pasado ya los cuarenta años, es divorciada y no tiene hijos. Es además una de esas personas que, inconscientemente, buscan el afecto del otro produciendo lástima, lo cual las hace un tanto caricaturescas. No obstante, la interpretación de Leslie Manville es asombrosamente pulcra, pues logra construir un personaje muy profundo y complejo, sin caer en el ridículo. Mary no puede disimular su afición por la bebida, y sin duda se engaña a sí misma acerca de su edad y sus deseos en la vida. Con su ropa demasiado juvenil para su edad, su maquillaje un poco exagerado, su torpeza, y sus flirteos, Mary no puede ocultar el hecho innegable de que está infinitamente sola, de que es infeliz y de que necesita afecto. Por eso, ella vuelca toda su necesidad de cariño en la pareja, y en especial en el hijo de ésta, Joe, al que conoce desde que era un niño. “Sabes que puedes hablar conmigo cuando quieras”, le dice Mary a Joe, un poco pasada de tragos. “Me gusta sentir que estoy siempre ahí, para ti”. Este es el tipo de entrega incondicional de quien, en el fondo, lo que necesita es saber que alguien está siempre ahí, para sentirse amado.
La relación de Mary y esta familia feliz constituye la sustancia de la historia del filme. Sin embargo, la complejidad y la riqueza de la vida que surge en esta relación sería incompleta sin los otros personajes, que se van presentando en la historia a medida que avanzan las estaciones. En verano aparece Ken (un viejo amigo de Tom, tan infeliz y solitario como Mary). En otoño surge Katie (la nueva novia de Joe), que recuerda la vivacidad y el carácter extrovertido de Poppy, el personaje principal de Happy-Go-Lucky. Y en el invierno, la familia debe visitar a Ronnie, el hermano de Tom, y acompañarlo en el funeral de su mujer. Sobre esta escena dice Roger Ebert con gran agudeza: “Nunca hemos ido a un funeral exactamente igual a este; no obstante, es como muchos funerales. El sacerdote sencillo, los empresarios de pompas fúnebres eficientes, el padre distante, el hijo furioso, el puñado de vecinos que no conocían muy bien a la difunta, los secretos familiares”. Ebert también sostiene que, en estricto sentido, Un año más no requiere esta escena del funeral. Y es que esta película “no tiene escenas indispensables. Como en la vida, todo ocurre una vez la gente empieza a actuar”. Sin embargo, esto último no es del todo cierto: el trabajo de Leigh con los actores consiste precisamente en encontrar, a partir de una improvisación meticulosa de situaciones cotidianas, aquellos momentos y aquellos gestos esenciales, en los que un mundo emocional rico e intenso surge y se despliega orgánicamente ante el espectador. Los diversos episodios de la película parecen innecesarios, pero ello se debe, paradójicamente, a que condensan lo más esencial de la vida: una conversación banal sobre la contaminación junto a una botella de vino, las preocupaciones de una mujer con el automóvil usado que acaba de comprar, los comentarios de dos padres sobre la nueva novia del hijo… Todas estas cuestiones, tomadas de la vida simple y escueta, condensan los anhelos, los secretos y las frustraciones de los seres humanos en su realidad concreta.
En estas escenas y diálogos también se cristalizan las diferencias sociales e ideológicas de los personajes y, sobre todo, el abismo que se extiende como un límite inconsciente entre quienes son felices y los demás. Para decirlo escuetamente, Leigh no necesita, como muchos otros directores, revelar pecados escondidos para mostrar que la felicidad individual pende de un hilo muy delgado y que está suspendida en el vacío. La felicidad de Tom y Gerry (ellos ya se han acostumbrado a los chistes que todos hacen sobre sus nombres) y la vida armónica que llevan junto a Joe no sólo se debe a su aparente bondad y comprensión. Por un lado, también tiene como causa cierto egoísmo y, por consiguiente, cierta ceguera frente a la tristeza de los demás. ”Pobrecilla”, dicen a menudo cuando hablan de Mary, y su compasión y su aprecio son sinceros, no cabe duda. Pero no pueden dejar de pensar en ellos como una familia frente a la que Mary no puede dejar de ser una extraña. Por otro lado, las causas materiales que garantizan la felicidad de este hogar ―que se perciben gracias a una ambientación, un vestuario y una fotografía impecables― sólo están reservadas para unos cuantos afortunados. Para que haya felicidad y estabilidad emocional, nos dice la película, es necesaria cierta estabilidad económica y laboral, cierto bienestar que no todos pueden gozar en el mundo capitalista contemporáneo ―estabilidad y bienestar que, cabe decir al margen, son cada vez más esquivos―. Tom, Gerry y Joe navegan en las aguas tranquilas de un trabajo estable y de un salario que les permite una casa, un automóvil, una pequeña huerta y uno que otro viaje de placer; los demás personajes, en cambio, parecen debatirse en la tormenta, y sólo con esfuerzo pueden permitirse ciertas cosas, como un auto usado, por ejemplo. Por eso, la película de Leigh muestra que, a diferencia de lo que se dice a menudo, la felicidad no depende de la búsqueda individual, sino que ha sido injustamente repartida.
Leigh es un director atento a los detalles, que trabaja intensamente con los actores en la formación de los caracteres. Por eso, incluso los personajes más secundarios como Janet, la mujer desdichada de las primeras escenas del filme (interpretada magistralmente por Imelda Staunton, la protagonista de Vera Drake), poseen la densidad, la riqueza y la profundidad de un ser completo, de carne y hueso. Janet tiene problemas para dormir, y por eso la remiten a Gerry. “En una escala de uno a diez, ¿qué tan feliz dirías que eres, Janet?”, le pregunta ésta en cierto momento. “Uno”, responde Janet inmediatamente. “¿Y qué crees que mejoraría tu vida aparte del poder dormir?”, continúa Gerry. “Una vida diferente”, dice Janet. Una vida diferente es lo que parecen desear no sólo los pacientes de Gerry, sino también sus amigos y los de su marido, una vida en la que la felicidad sea alcanzable. Para los desdichados, que son muchos, la única condición de la felicidad verdadera es una vida diferente. Después de su diálogo con Gerry, Janet desaparece para siempre de la historia; sin embargo, sus palabras resuenan como el coro de una tragedia a lo largo de Un año más.
En una entrevista de 2010 acerca de su trabajo, el director británico Mike Leigh afirmaba que para él la experiencia de concebir y filmar una película es como un viaje de descubrimiento: lo que el director, los actores y los técnicos descubren es, precisamente, el producto final, la película misma. El territorio de la exploración de Un año más (Another Year), su viaje de descubrimiento más reciente, es el de la vejez compartida, la amistad, y las relaciones familiares y laborales, temas típicos, por lo demás, de los filmes de Leigh. Pero como afirma LiamLacey, quizás la pregunta central de Un año más es si la felicidad ha sido repartida con justicia en el mundo. Los protagonistas de este filme son Gerry y Tom (interpretados con gran acierto por Ruth Sheen y Jim Broadbent respectivamente), un matrimonio que vive tranquila y apaciblemente en su casa al norte de Londres. Su vida cotidiana gira alrededor del trabajo ―ella como terapeuta en el servicio público de salud y él como ingeniero geólogo―, el cuidado de la huerta, la felicidad de su hijo de 30 años y las reuniones con los amigos; una vida, en fin, ejemplar, no sólo por la aparente armonía del hogar, sino por el hecho de encajar milagrosamente en el modelo de la pareja profesional de clase media, feliz, sin problemas económicos, y que está a punto de alcanzar sin contratiempos el momento de la jubilación.
Para la mayoría de cineastas, una existencia tan plana como la de un hogar feliz de clase media ofrece muy pocas oportunidades para hacer grandes descubrimientos. Es como si semejante vida sólo tuviera derecho a aparecer en la pantalla cuando oculta algún elemento corrupto, una forma escondida de violencia, un pecado secreto. Sin embargo, Leigh es uno de esos pocos directores para los que la vida cotidiana puede convertirse en un filón rico en experiencias y emociones. Igual que Un año más, otros filmes suyos como Life is Sweet (1990), Career Girls (1997), All or Nothing (2002) y Happy-Go-Lucky (2008) giran en torno a personajes más bien anodinos, a pesar de sus excentricidades (pues al fin y al cabo, ¿quién no es, en cierto modo, excéntrico en medio de su normalidad?). Incluso en las películas en las que los personajes o las situaciones se salen del molde tradicional, como Naked (1993), Secretos y mentiras (1996), Topsy Turvy (1999) y Vera Drake (2004), la materia de la experiencia no se configura a partir de los acontecimientos extraordinarios o los grandes ideales de los héroes, sino del drama o la comedia que se desprenden de situaciones más bien simples. Lo destacable del personaje de Vera Drake, por ejemplo, no es su posición frente al aborto en la década de 1950 ―que para muchos es heroica―, sino la asombrosa continuidad de su vida cotidiana: Vera ayuda a las mujeres en problemas practicándoles abortos clandestinos con el mismo amor por el prójimo con el que cuida a sus hijos y mantiene el hogar, y con la misma prolijidad con la que limpia las casas de damas acomodadas. Por eso, su condena nos parece aún más abyecta.
Si para Leigh la elaboración de una película es como un viaje de descubrimiento, para el espectador el producto final, el filme mismo, es también una exploración paulatina de los misterios que encierra una situación más o menos conocida. La sustancia de toda narración, dice Leigh, no se encuentra en lo que somos, sino en lo que hacemos. “Estoy seguro de que muchos directores compartimos una fascinación por observar a la gente, y ello es ciertamente lo que me sirve de motivación”, afirma, y con ello se muestra muy consciente de uno de sus mayores atributos como director: su enorme capacidad para observar el comportamiento humano y para extraer de él los momentos esenciales. “Uno comienza a pensar en sus vidas”, continúa, “y a pensar en aquello de esas vidas que es significativo con respecto a la forma en que vivimos, y entonces uno se involucra con los significados, la política, las ideologías, la transmisión emocional de la historia que quiere contar”. En Un año más, la narración está dividida en cuatro episodios en la vida de la pareja; cada uno de ellos transcurre en una estación del año. En primavera, reciben la visita de Mary, una vieja compañera de trabajo de Gerry. Mary es secretaria en el servicio público de salud, ha pasado ya los cuarenta años, es divorciada y no tiene hijos. Es además una de esas personas que, inconscientemente, buscan el afecto del otro produciendo lástima, lo cual las hace un tanto caricaturescas. No obstante, la interpretación de Leslie Manville es asombrosamente pulcra, pues logra construir un personaje muy profundo y complejo, sin caer en el ridículo. Mary no puede disimular su afición por la bebida, y sin duda se engaña a sí misma acerca de su edad y sus deseos en la vida. Con su ropa demasiado juvenil para su edad, su maquillaje un poco exagerado, su torpeza, y sus flirteos, Mary no puede ocultar el hecho innegable de que está infinitamente sola, de que es infeliz y de que necesita afecto. Por eso, ella vuelca toda su necesidad de cariño en la pareja, y en especial en el hijo de ésta, Joe, al que conoce desde que era un niño. “Sabes que puedes hablar conmigo cuando quieras”, le dice Mary a Joe, un poco pasada de tragos. “Me gusta sentir que estoy siempre ahí, para ti”. Este es el tipo de entrega incondicional de quien, en el fondo, lo que necesita es saber que alguien está siempre ahí, para sentirse amado.
La relación de Mary y esta familia feliz constituye la sustancia de la historia del filme. Sin embargo, la complejidad y la riqueza de la vida que surge en esta relación sería incompleta sin los otros personajes, que se van presentando en la historia a medida que avanzan las estaciones. En verano aparece Ken (un viejo amigo de Tom, tan infeliz y solitario como Mary). En otoño surge Katie (la nueva novia de Joe), que recuerda la vivacidad y el carácter extrovertido de Poppy, el personaje principal de Happy-Go-Lucky. Y en el invierno, la familia debe visitar a Ronnie, el hermano de Tom, y acompañarlo en el funeral de su mujer. Sobre esta escena dice Roger Ebert con gran agudeza: “Nunca hemos ido a un funeral exactamente igual a este; no obstante, es como muchos funerales. El sacerdote sencillo, los empresarios de pompas fúnebres eficientes, el padre distante, el hijo furioso, el puñado de vecinos que no conocían muy bien a la difunta, los secretos familiares”. Ebert también sostiene que, en estricto sentido, Un año más no requiere esta escena del funeral. Y es que esta película “no tiene escenas indispensables. Como en la vida, todo ocurre una vez la gente empieza a actuar”. Sin embargo, esto último no es del todo cierto: el trabajo de Leigh con los actores consiste precisamente en encontrar, a partir de una improvisación meticulosa de situaciones cotidianas, aquellos momentos y aquellos gestos esenciales, en los que un mundo emocional rico e intenso surge y se despliega orgánicamente ante el espectador. Los diversos episodios de la película parecen innecesarios, pero ello se debe, paradójicamente, a que condensan lo más esencial de la vida: una conversación banal sobre la contaminación junto a una botella de vino, las preocupaciones de una mujer con el automóvil usado que acaba de comprar, los comentarios de dos padres sobre la nueva novia del hijo… Todas estas cuestiones, tomadas de la vida simple y escueta, condensan los anhelos, los secretos y las frustraciones de los seres humanos en su realidad concreta.
En estas escenas y diálogos también se cristalizan las diferencias sociales e ideológicas de los personajes y, sobre todo, el abismo que se extiende como un límite inconsciente entre quienes son felices y los demás. Para decirlo escuetamente, Leigh no necesita, como muchos otros directores, revelar pecados escondidos para mostrar que la felicidad individual pende de un hilo muy delgado y que está suspendida en el vacío. La felicidad de Tom y Gerry (ellos ya se han acostumbrado a los chistes que todos hacen sobre sus nombres) y la vida armónica que llevan junto a Joe no sólo se debe a su aparente bondad y comprensión. Por un lado, también tiene como causa cierto egoísmo y, por consiguiente, cierta ceguera frente a la tristeza de los demás. ”Pobrecilla”, dicen a menudo cuando hablan de Mary, y su compasión y su aprecio son sinceros, no cabe duda. Pero no pueden dejar de pensar en ellos como una familia frente a la que Mary no puede dejar de ser una extraña. Por otro lado, las causas materiales que garantizan la felicidad de este hogar ―que se perciben gracias a una ambientación, un vestuario y una fotografía impecables― sólo están reservadas para unos cuantos afortunados. Para que haya felicidad y estabilidad emocional, nos dice la película, es necesaria cierta estabilidad económica y laboral, cierto bienestar que no todos pueden gozar en el mundo capitalista contemporáneo ―estabilidad y bienestar que, cabe decir al margen, son cada vez más esquivos―. Tom, Gerry y Joe navegan en las aguas tranquilas de un trabajo estable y de un salario que les permite una casa, un automóvil, una pequeña huerta y uno que otro viaje de placer; los demás personajes, en cambio, parecen debatirse en la tormenta, y sólo con esfuerzo pueden permitirse ciertas cosas, como un auto usado, por ejemplo. Por eso, la película de Leigh muestra que, a diferencia de lo que se dice a menudo, la felicidad no depende de la búsqueda individual, sino que ha sido injustamente repartida.
Leigh es un director atento a los detalles, que trabaja intensamente con los actores en la formación de los caracteres. Por eso, incluso los personajes más secundarios como Janet, la mujer desdichada de las primeras escenas del filme (interpretada magistralmente por Imelda Staunton, la protagonista de Vera Drake), poseen la densidad, la riqueza y la profundidad de un ser completo, de carne y hueso. Janet tiene problemas para dormir, y por eso la remiten a Gerry. “En una escala de uno a diez, ¿qué tan feliz dirías que eres, Janet?”, le pregunta ésta en cierto momento. “Uno”, responde Janet inmediatamente. “¿Y qué crees que mejoraría tu vida aparte del poder dormir?”, continúa Gerry. “Una vida diferente”, dice Janet. Una vida diferente es lo que parecen desear no sólo los pacientes de Gerry, sino también sus amigos y los de su marido, una vida en la que la felicidad sea alcanzable. Para los desdichados, que son muchos, la única condición de la felicidad verdadera es una vida diferente. Después de su diálogo con Gerry, Janet desaparece para siempre de la historia; sin embargo, sus palabras resuenan como el coro de una tragedia a lo largo de Un año más.