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Tumba y quema: la agricultura peligrosa en la Sierra Nevada

Escrito por Santiago Giraldo
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Los incendios de las últimas semanas a la Sierra Nevada de Santa Marta parecen tener algo en común: quemas que se salieron de control. ¿De dónde viene esta práctica y cómo se puede evitar?

Santiago Giraldo*

¿Por qué el fuego?

Pocos días después del incendio de Seymimin, un pueblo ijku (arhuaco) en el costado sur de la Sierra Nevada de Santa Marta, recibí varias llamadas de amigos en Colombia y en el extranjero que preguntaban por lo ocurrido y querían ayudar a los afectados. También por esos días (24 a 26 de febrero) se quemó una parte del pueblo kogui de Waneyaka, en el municipio de Dibulla, Guajira.

La Confederación Indígena Tayrona (ijku) y la Organización Gonawindúa Tayrona (kogui) rápidamente hicieron solicitudes de auxilio en todo el mundo para ayudar a las familias que perdieron sus viviendas. Y distintas instituciones departamentales y nacionales se movilizaron para evaluar los daños.

Como es usual, aparecieron artículos en prensa y notas en distintos medios acerca de lo ocurrido, sin dar muchas luces sobre la o las causas de los incendios. Estos informes se enfocaban en la dramática situación de las familias afectadas y en la cantidad de hectáreas incineradas. Pero la pregunta fundamental era por qué se quemaron estos dos pueblos indígenas. Y nadie ofreció una explicación razonable sobre esto.

En el caso de Waneyaka, personas de la región indicaron que algunos de sus pobladores estaban haciendo pequeñas quemas para preparar la tierra para cultivar y que estas se habían salido de control debido a la brisa. No sé exactamente qué ocurrió en Seymimin, pero es muy posible que la causa sea la misma: quemas para cultivo que se salieron de control por los fuertes vientos de esta época del año.

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Una práctica peligrosa

Tala sierra nevada de santa marta
Foto: Centro Nacional de Memoria Histórica
Práctica de tala y quema en agricultura.

Este tipo de quema es muy común entre indígenas y campesinos, no solo en la Sierra Nevada sino en muchas otras partes de Colombia, Latinoamérica y el mundo. Si bien no es usual que por ellas se queme un pueblo, sí es muy común que se salgan de control por la brisa y afecten áreas más amplias.

Llevo unos veinte años trabajando en la Sierra Nevada y ocurre lo mismo todos los años: desde diciembre hasta que comienzan las lluvias de abril cientos de pequeños agricultores indígenas y campesinos talan, dejan secar lo que tumbaron y posteriormente le prenden fuego a la vegetación. El riesgo radica en que una quema controlada se salga de control y cause graves daños ambientales y sociales.

Este tipo de quema es muy común entre indígenas y campesinos.

En sobrevuelos que efectué a principios de marzo sobre el lado norte de la Sierra pude ver decenas de parcelas quemadas o ardiendo, tanto dentro como fuera del resguardo Kogui-Malayo-Arhuaco y las áreas protegidas del parque nacional Sierra Nevada de Santa Marta. En el mundo, quienes estén interesados, pueden consultar el Fire Information for Resource Management o Firms (Información sobre Fuego para Manejo de Recursos) de la NASA para encontrar datos de sensores satelitales actualizados a diario sobre fuegos visibles en cualquier parte del planeta.

Si las quemas pueden salirse de control, causar contaminación, deforestación, pérdida de biodiversidad y dañar los suelos, ¿por qué indígenas y campesinos siguen utilizando una práctica tan peligrosa?

La lógica del tumba y quema

Talar un área de bosque, dejar secar la vegetación y luego quemarla para sembrar en época de lluvias es una práctica agrícola común en muchas partes del mundo y ha sido utilizada desde hace miles de años. La capa de cenizas le agrega nutrientes al suelo, lo cual, unido al período de “descanso” de esa parcela, permite que el suelo se regenere para tener buena fertilidad.

Se estima que hoy en el mundo más de doscientos millones de agricultores utilizan la tumba y quema como su principal técnica agrícola. La parcela se cultiva durante dos o tres años, y después no se vuelve a sembrar (por lo menos en el trópico) por un mínimo de entre 25 y 30 años, para que la vegetación se regenere.

En algunas sociedades, este período de regeneración es administrado activamente para favorecer ciertas especies forestales sobre otras, especialmente las maderas finas y árboles aprovechables. Para algunos tipos de bosque, distintas investigaciones sugieren períodos de descanso y regeneración aun más largos, con mínimos de 45 años antes de volver a talar, quemar y sembrar.

La clave de esta técnica es la rotación de múltiples pequeñas parcelas y cultivos con largos períodos de descanso administrados cuidadosamente. Los descansos permiten que se restablezcan los nutrientes del suelo y se regenere la vegetación.

Esto funciona bien cuando el agricultor tiene suficiente tierra para permitir estos largos ciclos y cuenta con otras fuentes de ingresos o de alimentación como la caza, la pesca y la recolección. Debe haber también parches de bosque cerca, en buen estado y extensos para que las áreas “en descanso” vuelvan a ser colonizadas por distintas especies de fauna y flora rápidamente.

No se trata simplemente de abandonar estas áreas. Por el contrario, deben ser cuidadas y manejadas por el agricultor como parte de un sistema agroforestal más amplio y complejo.

Esta es una técnica agrícola y de manejo del paisaje usada exitosamente en algunos contextos socioambientales particulares. Pero en otros espacios contribuye activamente a la deforestación cuando es mal hecha.

Puede leer: La Amazonía en llamas: más allá de la ilegalidad y el estigma.

¿Qué hacer?

En el caso de la Sierra Nevada de Santa Marta (y en una gran parte de la Colombia rural) ni indígenas ni campesinos tienen suficiente tierra disponible para que esta práctica sea sustentable. Pero algunos continúan utilizándola a fuerza de costumbre.

incendios sierra nevada de santa marta
Foto: Parques Nacionales Naturales de Colombia
Incendio Sierra Nevada de Santa Marta.

En este momento tampoco es posible dar descansos largos a las parcelas quemadas, especialmente en las áreas de bosque seco tropical, porque las épocas secas son cada vez más largas y las lluvias más escasas debido al cambio climático.

Cuando he preguntado a campesinos e indígenas por qué queman, dicen que si no lo hacen la tierra “no da y los cultivos se atrasan”, y que “un fósforo es más barato que pagar jornales”. Esto a pesar de las múltiples advertencias de los especialistas y las autoridades ambientales sobre los peligros que conlleva.

El objetivo es mejorar la calidad de vida de miles de familias indígenas y campesinas.

Según las normas existentes se debe dar aviso a las autoridades y vecinos, solicitar la autorización respectiva y guardar una serie de precauciones cuando se hacen quemas para cultivo. Pero es poco probable que los pequeños agricultores que queman año tras año vayan a cumplir las normas si violarlas no tiene serias consecuencias.

También es poco razonable esperar que un indígena o un campesino que vive a días de camino de la cabecera municipal más cercana vaya a enredarse en tantos trámites burocráticos para que le autoricen quemar una o dos hectáreas.

Por eso, mientras el sistema jurídico no mejore su efectividad, no logrará disminuir las quemas, ni dentro ni fuera de las áreas protegidas.

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Cambiar para mejorar

Pero distintas organizaciones ambientales y de desarrollo rural han comprobado que muchos pequeños agricultores están dispuestos a cambiar estas prácticas por otras más sustentables, siempre y cuando las nuevas den iguales o mejores resultados que la tumba y quema.

Por ejemplo, en distintas partes del país ya se están empleando con excelentes resultados sistemas agroforestales, silvopastoriles, de tumba y pudre, y de agricultura sostenible, unidos a talleres sobre agrodiversidad y herramientas de manejo del paisaje.

Sin embargo, se necesitan fondos, paciencia y persistencia para cambiar las prácticas agrícolas de cientos de miles de agricultores. No basta con decretos. Al final del día, el objetivo es mejorar la calidad de vida de miles de familias indígenas y campesinas de la Sierra Nevada de Santa Marta mediante prácticas alternativas sostenibles y la diversificación de los ingresos.

Resolver estos problemas es el camino serio para apagar los incendios.

*Doctor en Antropología de la Universidad de Chicago. Director de la Fundación ProSierra Nevada de Santa Marta.

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