
En la minga ya no están solos los indígenas; los líderes sociales, Cauca y todo el pueblo colombiano tienen cada vez más motivos para marchar a su lado.
Eduardo Andrés Chilito*
Nuevos riesgos para la minga
No es favorable el ambiente que rodea la preparación y convocatoria de la Minga Social, Popular y Comunitaria del Suroccidente. Y así lo ha sido durante por lo menos una década.
Aparte de la emergencia sanitaria, ahora se deslegitima la minga y se intimida a quienes la promueven. Sectores del gobierno y actores particulares estigmatizan esta movilización, que ha estado precedida por hechos innegables de violencia.
Por ejemplo, el más cercano, tuvo lugar el 21 de septiembre en Bogotá: un caso claro de uso excesivo de la fuerza por parte de la policía; también es obvio el peligro que enfrentan los líderes sociales colombianos: asesinatos continuos que han intentado silenciarlos.
La minga une al Cauca, no solo a los indígenas
Bajo estas circunstancias son necesarias algunas precisiones sobre esta práctica ancestral, que está arraigada en las lógicas comunitarias indígenas, pero también ha trascendido a las organizaciones campesinas.
En el contexto de las luchas sociales en el Cauca, hace tiempo la minga dejó de concernir de manera exclusiva a los indígenas —propiamente al Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) y a los nasa—; allí convergen otros sectores: campesinos, afrodescendientes y estudiantes.
De igual modo, sus reivindicaciones no se limitan a los intereses de un sector o a los reclamos económicos; la minga insiste en la defensa de la vida, en el respeto de sus territorios y en garantizar mínimos de convivencia en las zonas afectadas por la violencia.
En consecuencia, la convergencia y pluralidad de la minga se debe, en parte, a la actitud seria, madura y coherente del movimiento indígena caucano; gracias a su constancia, organización y vehemencia, es capaz de integrar y representar a través de su lucha a diversos sectores sociales del país.
Por eso, esta estrategia de movilización se ha “deslocalizado”, tanto así que comenzó a llamarse Minga Social, Popular y Comunitaria del Suroccidente; no es casual que escogieran Cali como sitio de concentración, en donde empezará un recorrido hasta Bogotá. Además, en lo que corresponde al movimiento indígena, destaca la asistencia de diversos pueblos y organizaciones de distintas regiones.

Estigmatización y garantías de la Constitución
No obstante, independientemente de su ímpetu social, es común que la opinión y la sociedad colombiana estigmaticen esta expresión social; en la mayoría de los casos, tienden a minimizarla como una reiterativa pretensión de las comunidades indígenas para adquirir tierras que no aprovecharán bien.
No conformes con esto, se atreven a insinuar que su convocatoria depende en gran parte de la influencia y presión de grupos armados ilegales, que buscan deslegitimar las acciones del Gobierno y promover sus intereses. En el caso de esta minga, es común que la descalifiquen así, aprovechando que la movilización insiste en temas cruciales —como la sustitución de cultivos ilícitos y los diálogos con grupos armados ilegales—.
Por otra parte, se ponen en duda los alcances de la minga: se dice que es un “esfuerzo estéril”, que desde 1999 consiste en bloqueos de carreteras, firma de acuerdos e incumplimiento por parte de los gobiernos.
Se desconoce aún más la realidad cuando se presume que sus luchas acabaron cuando se firmó la Constitución de 1991, en la que el movimiento indígena aparentemente tuvo una victoria; pero, precisamente, este movimiento ha luchado desde hace dos décadas para que se ponga en práctica lo ordenado por la Constitución.
La resistencia indígena responde a la injusticia
Algunos objetivos de la minga vienen de su historia como pueblos en resistencia; prácticamente desde la colonia hasta los años setenta del siglo pasado se centraron en la estrategia de recuperación de tierras. En este contexto evolucionó una relación más directa entre el movimiento indígena y el Estado colombiano, sobre todo por el reconocimiento de su autonomía en función de mantener su cultura e identidad.
Por tal razón, desde sus inicios, la minga se enfocó en remediar su abandono social y, sobre todo, en fortalecer cuestiones asociadas con el gobierno propio, la etnoeducación, la protección del medio ambiente, la justicia propia, entre otras.
No quedan dudas sobre los alcances y acciones de la Minga Social, Popular y Comunitaria; es más, se destacan su lucidez y vigencia: es pertinente en una época de desesperanza e incertidumbre cada vez más pronunciada para Colombia, situación que viene de la indolencia y pasividad de un gobierno que parece de espaldas a las causas y tragedias sociales.
Tristemente, la minga se convocó en un momento en el que los liderazgos y la protesta social están en riesgo: desde hace más de dos años, aumentan los asesinatos sistemáticos de líderes sociales —en el Cauca, la mayoría son indígenas—; el Gobierno, por su parte, trata de extinguirla a través del uso desmedido de la fuerza o las medidas de excepción.

Punto de encuentro para líderes sociales
La minga no es una iniciativa cualquiera, debido a sus propósitos, la multiplicidad de sectores que convergen y su contexto. Aparte de las ya acostumbradas pero no imprescindibles exigencias económicas, sociales, culturales y ambientales, la minga acentúa la defensa de la vida, el territorio y la paz; hoy estas exigencias son tanto más apremiantes ante los asesinatos y masacres, que en gran parte intentan derrotar a los líderes sociales.
La consigna ya está planteada. El año pasado, en el municipio de Caldono, hubo un infructuoso acercamiento entre la organización indígena caucana —liderada por el CRIC— y el Gobierno nacional; sin embargo, los motivos que convocan la minga no han desaparecido, sino que incluso se han agudizado.
En la minga ya no están solos los indígenas; el pueblo colombiano ha encontrado más motivos para marchar a su lado. Por eso, en la misiva que los promotores le entregaron al presidente de la República, se recogen diferentes exigencias: cumplir los acuerdos de paz con las FARC, ofrecer alternativas a los cultivos ilícitos, reanudar los diálogos con el ELN, etc.
En definitiva, esta minga demuestra la transformación de los repertorios de protesta. Los indígenas, campesinos y afrodescendientes colombianos son conscientes de que su descontento y rabia deben manifestarse en las grandes ciudades, no solo en sus territorios. Por eso, es muy habitual la consigna “Fuerza, fuerza, guardia, guardia” en las marchas de diversos sectores sociales de Colombia.