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Stephen Hawking: mucho más que un astrofísico

Escrito por William Duica
Stephen Hawking experimentando la ingravidez.

William DuicaEl hombre que afirmó que el universo no tuvo que ser creado por Dios.

William Duica*

Reconocido por sus teorías sobre el big bang y los agujeros negros, fue además una figura controversial debido a las implicaciones de sus tesis para la religión. ¿Será que el Papa puede seguir decidiendo hasta dónde podemos conocer el universo?

En el principio todo era incertidumbre

En la madrugada del pasado jueves murió Stephen Hawking, sin duda alguna, el científico que en vida ha logrado mayor popularidad en la historia de la ciencia.

Marcado por su enfermedad, la imagen de un hombre reducido a la inmovilidad contrastaba con la expresividad que parecía concentrarse en el brillo de sus ojos. En ellos se reflejaba la fuerza de las ideas que brotaban de una mente que, para comunicarse con el mundo, dependía de un dispositivo cuya sonoridad pausada, metálica y maquinal, decidió no cambiar nunca porque la consideraba “su voz”.

La teoría del big bang, por la cual es ampliamente conocido, está inspirada en dos elementos:

¿Cómo un físico teórico dedicado a una teoría tan alejada de nuestras preocupaciones diarias llega a convertirse en una figura mundial que permea los medios de comunicación y de entretenimiento?
  • Por un lado, en las observaciones de la luz proveniente de estrellas muy lejanas, cuyas características llevaron a Edwin Hubble a descubrir que las estrellas “a nuestro alrededor” se están alejando.
  • Por otro lado su propio trabajo al lado Roger Penrose, mediante el cual llegaron a la idea de que en el universo hay pequeños “puntos” (singularidades) que son infinitamente densos.

Estas singularidades curvan el espacio-tiempo de tal manera que “atrapan” toda forma de materia o energía (por ejemplo la luz), por lo cual John Wheeler los llamó “agujeros negros”.

A partir de la evidencia de que el universo se está expandiendo, Hawking pensó que si devolviéramos con la imaginación la película de la historia del universo, veríamos que todo se va juntando progresivamente hasta colapsar en un punto infinitamente denso.

La conclusión que se impone es que todo se originó en una singularidad que dio lugar a la gran explosión del universo entero: el big bang.

Una nueva disputa entre la ciencia y la religión

Teoría de los Agujeros Negros de Stephen Hawking
Teoría de los Agujeros Negros de Stephen Hawking
Foto:  Wikimedia Commons

¿Cómo un físico teórico dedicado a una teoría tan alejada de nuestras preocupaciones diarias llega a convertirse en una figura mundial que permea los medios de comunicación y de entretenimiento?

Quizá todo se remonte a 1988, cuando apareció su libro de divulgación: Una Breve Historia del Tiempo: del big bang a los agujeros negros (BHT, por sus iniciales en inglés).

Parte de lo que alimentó el interés popular fue el hecho de que en el libro se contaba una anécdota que parecía renovar la vieja controversia entre ciencia y religión.

Hawking cuenta que en 1981, al final de una conferencia dictada ante un grupo de científicos jesuitas del Vaticano, se le concedió una audiencia con el Papa (que para entonces era Juan Pablo II).  Allí, dice, “nos dijo que estaba bien estudiar la evolución del universo después del big bang, pero que no debíamos indagar en el big bang mismo, porque se trataba del momento de la Creación y por lo tanto de la obra de Dios.” (BHT pag. 156).

La cosa no podía llegar a tanto como para ordenarle a Hawking que se retractara de hablar del momento de la creación, pero en pleno siglo XX el Papa le estaba advirtiendo a un científico que hay terrenos en donde no podía inmiscuirse.

Tratar de comprender esta escena, más allá de la fácil acusación al Papa de anacrónico, es lo que motiva estas líneas para señalar algunas implicaciones teológicas y filosóficas de la teoría.

Hawking, obviamente, era consciente de los problemas de su teoría para la astrofísica, pero lo interesante era su conciencia acerca de que tales problemas estaban también en profunda conexión con cuestiones teológicas y filosóficas.

¿Creó Dios el universo?

Stephen Hawking, físico inglés
Stephen Hawking, físico inglés
Foto: Wikimedia Commons

Desde el punto de vista de la física hay un problema fundamental: la teoría de Hawking es resultado de la teoría de la relatividad general de Einstein, pero si el universo efectivamente se originó en una singularidad infinitamente densa, se trata de un comienzo cuyas dimensiones son extremadamente pequeñas y las leyes que rigen el mundo de “lo muy pequeño” son las de la física cuántica.

La cosa no podía llegar a tanto como para ordenarle a Hawking que se retractara de hablar del momento de la creación, pero en pleno siglo XX el Papa le estaba advirtiendo a un científico que hay terrenos en donde no podía inmiscuirse.

El problema es que estas dos teorías son, sin embargo, incompatibles:

  • En la teoría de la relatividad general, se puede suponer que las cosas están en un estado determinado aún si éste se desconoce.
  • En la cuántica, el estado de las cosas es indeterminado hasta que son observadas.

Tratar de conciliar estas incompatibilidades es lo que ha motivado la búsqueda de una teoría unificada, pero esta es otra historia.

Lo que nos permite entender la molestia del Papa es que, de acuerdo con la teoría de Hawking, el universo comenzó siendo un sistema altamente indeterminado (regido por el principio de incertidumbre), de manera que era imposible “saber” cuál sería su evolución.

Así, si Dios fuera el creador del universo, la teoría implicaría que Dios no tuvo manera de escoger las leyes que regirían su creación.

Ante esta afirmación quedaba todavía una jugada para el Papa. Se podría pensar que Dios, que presumiblemente es eterno, creó la singularidad que la teoría de Hawking indica y luego dejó en manos de las leyes de la física cuántica la evolución del universo (dejando también el misterio de establecer cómo, segundos más tarde, con dimensiones más grandes, éste pasó a estar regido por las leyes relativistas de la gravitación).

Al respecto, la primera postura de Hawking era ya contundente: “No tendría sentido suponer que el universo hubiese sido creado antes del big bang. ¡Un universo en expansión no excluye la existencia de un creador, pero sí establece límites sobre cuándo éste pudo haber llevado a cabo su misión!” (BHT pag. 27).

No tendría sentido pensar en nada antes del big bang y esta no es una afirmación sin fundamentos. El fundamento de esta afirmación está en uno de los principios del pensamiento científico, a saber, el de solo considerar como válidas afirmaciones que tengan consecuencias que se puedan observar.

Un modelo donde el tiempo comenzara antes del big bang tendría el problema de que en la singularidad del origen de nuestro universo dejarían de operar las leyes del universo previo: “Lo que existió entonces no tendría consecuencias observables en el presente” dice Hawking en su libro El gran Diseño (GD) escrito en compañía de L. Mlodinow.

Ahora podríamos interpretar las profundas implicaciones teológicas de esta afirmación e imaginar el tono de la voz del Papa en su advertencia:

  • Por un lado, porque de acuerdo con la teoría, la creación de Dios antes del big bang no tendría para nosotros ningún sentido en la medida en que no podemos pensar en ninguna consecuencia observable.
  • Pero en el caso de que situemos la obra de Dios en el big bang, tendríamos que admitir que Dios no tuvo cómo establecer las leyes del universo.

En 2010 las consideraciones de Hawking se volvieron más polémicas, pues al considerar el nacimiento cuántico del universo, afirmó que “nuestro universo no es el único, sino que muchísimos otros universos fueron creados de la nada. Su creación, sin embargo, no requiere la intervención de ningún Dios o Ser Sobrenatural (…) surge naturalmente de la ley física: son una predicción científica.” (GD pag15-16).

¿Era Hawking un científico arrogante? No lo sé, pero creo que Galileo no lo fue al decir “eppur si muove” (y sin embargo se mueve) cuando lo obligaron a retractarse de afirmar que la tierra se movía.

Quizá ese mismo espíritu movió al inmóvil Hawking. No un espíritu satánico y blasfemo, sino el más humano de los espíritus: el de guiarse en el mundo por las creencias que están apoyadas en nuestra mejor comprensión posible.

Por la lectura de sus libros y por lo que dicen quienes lo conocieron se sabe que tenía un excelente sentido del humor y que quería avanzar en la relación entre fe y razón científica.

Humor irónico que no les faltó a los miembros de la Pontificia Academia de Ciencias del Vaticano, quienes despidieron amorosamente a quien no veía un lugar para Dios en la creación del universo, diciendo: “Recemos al Señor para que lo acoja en su gloria”.

*Profesor asociado de la Universidad Nacional n el Departamento de Filosofía,  investigador en el grupo Relativismo y Racionalidad.

 

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