
El ataque químico en Siria y la reacción de Estados Unidos demuestran que vivimos en una época donde los principios jurídicos son arrasados con facilidad por la euforia del sensacionalismo icónico y el fortalecimiento de populismos políticos.
Hugo Fernando Guerrero* – Jaime Wilches Tinjacá*
Los cambiantes “ratings” de una guerra
Siria vive otro capítulo de una guerra silenciosa y prolongada donde los abusos políticos de Rusia, Estados Unidos, Irán, Turquía o Arabia Saudita, el silencio cómplice de Europa y los fundamentalismos de grupos extremistas en Medio Oriente han logrado aprovechar los problemas internos de un régimen que ha hecho oídos sordos a la oposición política.
Desde 2013, en un análisis para Razón Pública, advertíamos que era necesaria la intervención en Siria, no solo con acciones militares sino también con el acompañamiento de sus procesos políticos, para evitar lo que, en ese momento, ya era un drama gigantesco: 100.000 víctimas y millones de desplazados.
Pero no sucedió así, porque los principios elementales del derecho internacional se perdieron en las salas de discusión y dejaron esta grave crisis como un tema que debía manejarse de acuerdo con las veletas de las decisiones políticas de turno.
Hoy la cifra de muertos se acerca al medio millón, una cifra que crece al mismo tiempo del empoderamiento armado y económico de facciones que, de uno u otro lado, reclaman la legitimidad sobre el territorio y el régimen político.
Los medios abandonaron Siria, excepto cuando publicaban noticias sobre la llegada de inmigrantes a zonas costeras de Europa.
Los medios abandonaron Siria, excepto cuando publicaban noticias sobre la llegada de inmigrantes a zonas costeras de Europa, o cuando una imagen retrataba el naufragio de miles de refugiados desesperados por huir de la guerra.
Esta semana Siria volvió a ser importante porque fue atacada, pero no como de costumbre en los últimos tres años. Esta vez había una nueva noticia: se trató de un ataque químico, y parece que los principios ignorados del derecho internacional ahora sí eran importantes.
Las impactantes imágenes que vimos reflejaron una crisis que, en vez de ser canalizada por las vías de la diplomacia y los protocolos diseñados para estas situaciones, fue tratada, al mejor estilo de un show de televisión, con anuncios, espectacularidad y más imágenes (esta vez capturadas por las evolucionadas cámaras de las Fuerzas Armadas).
La realidad de las fotos es innegable, aunque esa exposición nos haga dudar de si se trata de un servicio social o de una efectiva mercantilización de la tragedia. La pregunta que surge es entonces: ¿existían pruebas concluyentes sobre la autoría de este ataque químico? Nadie dio respuestas, pero de inmediato los ojos se volcaron hacia el gobierno sirio.
Declaración del presidente estadounidense frente a Siria, Donald Trump. |
Dos populismos políticos
Los tambores de la guerra retumbaron en la Casa Blanca y Donald Trump, quien a la final no se sabe si peca de populista o de ingenuo, ordenó un ataque instantáneo y apenas útil para publicar 140 caracteres en Twitter.
La decisión también sirvió para que Putin, a quien también le llegaron las imágenes del ataque del Ejército estadounidense, exclamara su repudio, no porque esto atentara contra la población civil, sino porque significaba una amenaza a sus corredores para el acceso al Mediterráneo, el comercio de petróleo y su posicionamiento geopolítico.
Pero entre las peleas históricas de Estados Unidos y Rusia se esconde un doble rasero, que desconoce por completo los principios jurídicos, el respeto a la población civil y las reglas básicas de la guerra justa.
Trump, indignado y convenientemente sensible ante las imágenes de niños inocentes afectados por el arma neurotóxica, se atribuyó la facultad de ser “fiscal, juez y verdugo” del gobierno sirio, como bien lo expresó el embajador boliviano ante la ONU, Sacha Llorenti.
Esta acción se llevó a cabo sin que mediara investigación alguna en la que se pudiera esclarecer la responsabilidad de los hechos. ¿Es esta una repetición de las “irrefutables pruebas” de la presencia de armas de destrucción masiva en territorio iraquí en 2003?
El mismo Trump, indignado hace unos años por las políticas intervencionistas de Obama, dijo: “No ataques Siria. Si lo haces ocurrirán muchas cosas malas”. Sin embargo, ordenó el ataque, impulsado quizá por esa seductora sensación de poder oprimir el botón rojo. Ingenuo, impulsivo y traidor a sus promesas de campaña, inflado por los aplausos de la superficial sensibilidad humanitaria, Trump se recaucha ahora (como la mayoría de sus antecesores) como paladín de los valores y policía del mundo.
Por otro lado, Putin, autonombrado nuevo defensor del respeto al derecho internacional (el mismo que recientemente olvidó en la operación de anexión de Crimea) no recuerda que ha reiterado que su apoyo a Siria es condicionado y siempre determinado por sus intereses nacionales y geoestratégicos.
Pero al fin de cuentas ninguno de los dos presidentes tiene en cuenta las consecuencias a largo plazo de sus acciones; solo responden de manera efectista y egoísta a los vaivenes de sus intereses.
![]() Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa. |
A respetar el derecho internacional
No es necesario ir muy lejos para entender que esta historia de ataques sin mediar palabra, convención o tratado, es parte de una coyuntura reciente que se encendió cuando George W. Bush en el 2001, ante la espectacularidad de las imágenes del 11-S, activó una guerra preventiva para hallar armas nucleares en Irak.
Las armas nucleares nunca se encontraron y las explicaciones sobre los desmanes de esta intervención se refundieron entre los gritos de esperanza que suponía la era Obama. Pero lo que es cierto es que los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra el Word Trade Center marcaron una fractura evidente en la forma en que tradicionalmente se percibía la estructura del orden internacional y cómo se relacionaban sus actores.
Este suceso, a su vez, también determinó la apropiación de una nueva forma de entender los modelos estratégicos en el manejo de las relaciones del sistema. Así, una de las premisas básicas de esta nueva estrategia fue la estratificación del mundo entre un bloque occidental o “civilizado” y otro que simplemente no lo es. Y los primeros aparecieron como responsables de una suerte de obligación moral redentora respecto de los segundos.
En ese sentido se concibieron dos mecanismos de acción y legitimación de este proceso “occidentalizador”: la exportación de la democracia y la guerra preventiva, los cuales, apoyados el uno en el otro, abren la puerta a la gestión de amenazas también conceptualizadas desde occidente: los “Estados parias” y el terrorismo.
No es novedoso que los Estados deseen atribuirse la autoridad de atacar a otro para minimizar el riesgo ente una eventual amenaza o peligro, real o percibido, invocando argumentos como la inevitabilidad de la inmediatez en la respuesta o el nivel de vulnerabilidad respecto de la defensa de ciertos valores.
Tampoco es nuevo que los líderes acudan a la instrumentalización de la sensibilidad pública y a la identificación de un enemigo común para construir cortinas de humo que oculten los problemas de aprobación popular de sus fallidas gestiones.
Trump no lleva cien días de mandato y hasta ahora su paso por la Casa Blanca solo puede resumirse como un fracaso tras otro a la hora de enfrentar el equilibrio de poderes. Sin embargo, no cabe duda de que el magnate de los medios tiene claro que, después esta acción, se abre una oportunidad de solventar un rechazo ciudadano que supera el 55 por ciento.
El uso discrecional de la fuerza por parte de cualquier Estado es lo que debe ser interpretado como una amenaza a la estabilidad mundial.
No obstante, en una sociedad internacional que se precie de defender los principios democráticos no puede haber lugar a equívocos: el uso discrecional de la fuerza por parte de cualquier Estado es lo que debe ser interpretado como una amenaza a la estabilidad mundial.
Los Estados, y específicamente las potencias occidentales, tienen un listón ético y moral mucho más elevado que el del resto de los actores del sistema internacional, por tanto, la violación del régimen jurídico internacional es inaceptable y los rebaja al nivel de aquellos a quienes pretenden disciplinar.
* Ph.D en Relaciones Internacionales y Globalización. Abogado. Director del Grupo de Investigación en Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de La Salle. hfguerrero@unisalle.edu.co
** Magíster en Estudios Políticos. Comunicador Social y Periodista y Politólogo. Docente e Investigador de la Universidad de La Salle y del Instituto de Paz (Ipazud) de la Universidad Distrital.