
El nuevo álbum de Silvio Rodríguez muestra un retorno al estilo fresco que hace ya años lo lanzó a la fama.
Darío Rodríguez*
El nuevo álbum
Este año, Silvio Rodríguez, a sus 73 años, sacó su nuevo álbum, Para la espera, después de no lanzar nada en cinco años.
Su nueva producción musical se aparta conceptualmente de sus álbumes Amoríos (2015), Mariposas (1999) o en Érase que se era (2006), en las que añadió temas antiguos e inéditos con arreglos orquestales y con relecturas que dan lugar a auténticas resurrecciones. En Tetralogía de mujer con sombrero, Rodríguez hizo composiciones de tema amoroso.
Por el contrario, en Para la espera agrupa melodías compuestas desde 2010 hasta ahora, y en ellas regresa a la raíz de su estilo, lo que lo ha distinguido desde el inicio de su carrera: exclusividad del sonido guitarrístico y de la voz, envejecida, madura y sin ningún tipo de maquillaje técnico.
Silvio Rodríguez ha vuelto a sus comienzos de juglar y de recolector del imaginario emocional y analítico. Un retorno apropiado para esta época superficial de disfrute inmediato.
Un contexto poco prometedor
El cantautor todavía crea armonías complejas, sin embargo, sus canciones no atrapan ni seducen durante los primeros minutos. Silvio Rodríguez reúne las características para fracasar en el mundo actual de la música.
Las letras de sus canciones son poesía pura, pues no se limitan a describir hechos reales o soñados, sino que los rebasan. Sus canciones invitan a una observación desacostumbrada de la experiencia humana y, además, llevan a la reflexión.
El autor cubano sigue proponiendo canciones que exigen detenimiento, contemplación y sobre todo tiempo para ser oídas. Estas canciones están destinadas a fracasar ante un público que no puede enfocar su atención.
Para completar la derrota mediática, Silvio Rodríguez no se dedica a la exhibición de su vida privada en redes sociales, ni se presenta como un símbolo sexual, un papel que jamás ha necesitado.
Ni siquiera se mueve con confianza en el terreno del escándalo, que alimenta a cierto periodismo del espectáculo. De hecho, las discusiones en las que se ha enfrascado en años recientes son más de corte político y le exigen al público que conozca el contexto particular.
Por ejemplo, hay quienes se indignan por sus afirmaciones de hace unos años cuando salió en defensa del proceso revolucionario de su país, al que llamó “re-evolución”.
Al igual que sus pares, Bob Dylan, Suzanne Vega y Pedro Guerra, Silvio Rodríguez se ha convertido en un ave rara en el mundo de la música. La industria musical se interesa más en entretener que en hacer una obra compacta, trascendente, pensada para perdurar. En esta época, los productos culturales —sobre todo las canciones— son flor de un día.
Músicos como Dylan o Rodríguez pasaron el umbral de los setenta años como figuras disidentes y contraculturales. Hoy, son figuras que sobreviven en un ambiente musical larvado por éxitos efímeros cargados de lugares comunes y de sonidos caribeños que vienen del dance hall o del reggaetón.
Estos músicos son ahora lo que pretendieron ser cuando eran unos muchachos insolentes, armados de guitarras e ideas durante los años sesenta. Con sus creaciones están cerrando coherentemente el círculo que comenzaron hace más de medio siglo.

Música pictórica
Los poetas Luis Rogelio Nogueras y Víctor Casaus escribieron un ensayo biográfico acerca de Silvio Rodríguez que se titula igual que una de sus canciones, “Que levante la mano la guitarra”.
Nogueras y Casaus resaltan una característica que parece ser crucial y común en su discografía: el afán del cantautor de hacer tributo a lo pictórico y al dibujo en las canciones.
Cabe recordar que la primera vocación del trovador cubano fue la pintura y la caricatura. Antes de ingresar al servicio militar, a comienzos de la década del sesenta, Rodríguez había desarrollado una pequeña carrera como ilustrador en algunos semanarios y revistas.
La voluntad de pensar en imágenes y de ser artífice de ellas pasó a las piezas musicales y se ha mantenido así. Además, Rodríguez suele presentar en sus recitales la Tetralogía mencionada como una “exposición” y no como una seguidilla de canciones.
En este admirable repertorio que ya sobrepasa los mil títulos, siempre está presente el elemento de los pigmentos y de los trazos. Algunas canciones son, sin exageración, pinturas.
Ejemplo de esto es “Desnuda y con sombrilla”, “El trovador de barro negro” o “Para mirar nacer”. Los elementos de color y forma de las descripciones o de lo que muestran las acercan tanto al universo pictórico como al musical.
En Para la espera, Rodríguez sigue con este propósito. Puede oírse en estas grabaciones, tanto una meditación sobre la proximidad de la muerte ajena y propia, como la depurada manifestación del estupor de un hombre mayor ante un mundo y una realidad que se derrumban.
Leer su obra como una colección de fotografías o de óleos podría ser una comprensiva introducción a la amplia propuesta del disco, enmascarada tras aparentes sobriedades.
“La adivinanza”, el primero de los temas, está basado en una fotografía que les tomaron a unos niños junto al cineasta Eduardo Tito Delgado. Los rasgos visuales están presentes de un modo enfático en otro de sus temas, “Noche sin fin y mar”. En este tema, Rodríguez hace enfáticos los rasgos visuales. Además, esta canción fue dedicada al fallecimiento del cantautor español Luis Eduardo Aute este año.
“Los aliviados” es un fresco donde el mítico doctor Albert Schweitzer en África se junta con la hija y el nieto de Rodríguez. En “Aunque no quiero, veo que me alejo” un fantasma le deja mensajes a una viuda sobre un espejo empañado.
Ciertas melodías parten de una imagen específica, opaca o translúcida que permite analizar nuestra época. Es el caso de “Si lucifer volviera al paraíso”, que habla del ángel caído y rebelde, o “Viene la cosa” en la que se ven los malsanos efectos de una “cosa” que impide la sinceridad y borra la memoria.
Otras canciones se asemejan a rápidos dibujos que detallan presencias amenazantes, como “Una sombra”, o idílicas inocencias perdidas, como “Jugábamos a Dios”. A “Modo frigio”, “Danzón para la espera”, “Después de vivir” y “Conteo atrás” las une su estructura melódica asociada a temas poco frecuentes en las canciones populares —aún en el género trovadoresco del cual Silvio Rodríguez ha sido abanderado— como:
• la teatralidad “a la manera de Alberto Cortez”, como dijo el autor en una entrevista;
• la ansiedad que es resultado de la pandemia sumada a cierta esperanza;
• los hechos que vienen después de un fallecimiento;
• la autocrítica tras la pérdida de un viaje en tren.
Por si esto fuera poco, hay una pieza exclusiva para guitarra y un impecable trabajo videográfico que no riñe con la propuesta musical.
Se debe ser muy tozudo para grabar un disco que tiene que oírse completo precisamente en una época como la nuestra, en la que estamos habituados a oír canciones sueltas.
Así mismo debe existir una convicción estética férrea para expresar preguntas y metáforas osadas cuando lo que suena en todas partes son las mismas dos o tres frases almibaradas que se le adjuntan a la música bailable.
Para la espera es una producción musical excepcional, que debería leerse y disfrutarse como un poemario o como una muestra pictórica.
Me pregunto: ¿este disco es lo mejor de Silvio Rodríguez? Es difícil contestar, sobre todo si se piensa en su obra completa, homogénea, de gran factura y sin caídas notables.
Algo es cierto: 2020 será recordado por un sinnúmero de asuntos horripilantes. Pero también por ser el año en que apareció el suave, delicado y bello álbum Para la espera.
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