Las recientes intervenciones públicas de los militares han puesto a la institución bajo la mirada pública, sobre todo en lo que respecta a la transición de poderes.
Alejandra Ortiz-Ayala* y Viviana García Pinzón**
Los militares al habla
Durante las últimas semanas hemos oído muchas voces asociadas con la Fuerza Pública, particularmente con el Ejército, sobre temas muy distintos y en diferentes espacios: falsos positivos, memoria histórica, narcotráfico, y hasta las próximas elecciones presidenciales.
Once militares reconocieron su responsabilidad en los llamados falsos positivos ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y las familias de las víctimas. Dijeron que habían hecho parte de un “aparato organizado”, de una “estructura criminal” con engranajes en las instituciones oficiales.
Casi al mismo tiempo, en la Feria del Libro, el general (r) Jorge Mora, ex negociador con las FARC en La Habana, presentó su libro “Los pecados de la paz”. El general afirmó que los falsos positivos no tuvieron nada que ver con la formación o la doctrina militar. Para él, las “locuras” que ocurrieron durante el conflicto se deben a militares que actuaron por fuera de la ley. En contravía del informe de la JEP y las declaraciones de los once militares antedichos, Mora piensa que estas acciones no pueden asociarse con las lógicas o las mentalidades de la institución.
En esa misma semana, el Departamento de Memoria Histórica del Comando Conjunto Estratégico de Transición (COET) publicó un hilo en Twitter sobre la visita de militares estadounidenses al Museo Militar de la Guardia Nacional. Según este hilo, en el museo se expone “la historia de heroísmo de los soldados colombianos”.
También oímos al ministro de Defensa, Diego Molano, quien fue sometido a un debate de moción de censura de doce horas en el Congreso. Molano defendió la operación militar en el Putumayo y, al ser interrogado sobre los civiles que perdieron la vida, respondió que “aquí nadie puede tener la identificación plena y su relación con las disidencias”.
Días después, el ministerio de Defensa publicó en su cuenta de Twitter: “Estamos afectando de forma contundente las finanzas criminales de los grupos narcoterroristas en #Putumayo. Entre 2020 y 2021 las incautaciones de clorhidrato de cocaína pasaron de 5.435 kg a 10.618 kg, lo que significa un aumento del 95%”.
En otra publicación, el ministro subió una imagen acompañada de las palabras “Operación Legítima” y la etiqueta #ConTodasNuestrasFuerzas.
Más recientemente nos enteramos de la renuncia a la Comisión de la Verdad del único entre los once miembros que pertenece a la Fuerza Pública: el mayor retirado Carlos Ospina. Según su explicación, el Informe Final que presentará la Comisión estará sesgado y presentará al Estado y sus fuerzas militares como únicos responsables de la violencia. Desde su perspectiva, los militares fueron víctimas del conflicto armado y se limitaron a cumplir su deber en defensa de las instituciones democráticas.
La coexistencia de violencia y democracia que caracteriza la historia colombiana se ha expresado en la exclusión de la izquierda y todo aquello que se asocie con ella por vías formales, informales, y, dado el caso, violentas.
Por último, debemos mencionar las declaraciones del general Eduardo Zapateiro, donde atacó al candidato presidencial Gustavo Petro. A esto se sumaron los rumores sobre el “malestar” de los generales y soldados respecto de esa candidatura, lo cual prendió las alarmas sobre la participación de los militares en la campaña electoral.
Las fuerzas armadas en transición
En este coro de voces se observan las fricciones, paradojas y contradicciones que afronta esta institución tras la firma del Acuerdo con las FARC. Del anterior recuento, es posible derivar tres conclusiones:
- Primera, que las mentalidades de guerra siguen vigentes y que las fuerzas armadas siguen entendiendo la seguridad en términos Estado-céntricos y bajo una lógica del “enemigo interno”.
- Segunda que, a pesar de la evidencia abrumadora sobre la violencia ejercida por parte de agentes del Estado contra civiles inocentes, las Fuerzas Armadas prefieren identificarse exclusivamente como héroes o víctimas, jamás como victimarios.
- Tercera, que la posible elección de un presidente de izquierda en Colombia desafía las bases normativas y simbólicas a partir de las cuales se ha construido el relato de la democracia dentro de las Fuerzas Armadas.
Estos hechos demuestran que no es tan real el supuesto carácter apolítico y no beligerante de las Fuerzas Armadas. Es evidente que ellas no han sido neutrales y que en buena medida, han entendido las instituciones con lentes ideológicos, concretamente, a partir de una idea de democracia donde la izquierda queda excluida de los límites de la comunidad política.

Los militares y las elecciones
Una revisión de los indicadores de consolidación democrática tras los procesos de transición política en otros contextos da más luces para entender lo que está en juego en estas elecciones y el papel de las Fuerzas Armadas en tiempos de cambio.
Uno de los indicadores claves de consolidación democrática es la capacidad de transferir el poder de manera pacífica y sin traumatismos a la oposición, si esta gana las elecciones. En otras palabras, la tolerancia a las oposiciones desafiantes y el respeto a los principios democráticos frente a la posibilidad real de ascenso al poder de la oposición –de la izquierda, en el caso colombiano– es muestra concreta de que la democracia “es el único juego válido”, incluso si ello implica la victoria de un sector contrario al establecimiento.
Sin embargo, la coexistencia de violencia y democracia que caracteriza la historia colombiana se ha expresado en la exclusión de la izquierda y todo aquello que se asocie con ella por vías formales, informales, y, dado el caso, violentas.
Pero los avances democráticos de las últimas décadas han permitido la inclusión creciente de sectores tradicionalmente excluidos. Hoy, un candidato de izquierda es quien tiene mejores opciones para ser elegido presidente. Esta situación pone a la democracia colombiana frente a una prueba definitiva: ¿las élites respetarán las reglas del juego, aún si el resultado no les favorece? ¿Están lista las Fuerzas Armadas para aceptar estos nuevos liderazgos?
Por ahora, la participación indebida del presidente Duque en la campaña electoral y las reacciones recientes de los mandos militares son síntomas de que la democracia colombiana no tiene la solidez que se esperaría de aquella que se precia de ser la “más antigua y estable del continente”.
En particular, la reacción de los militares deja en evidencia un aspecto preocupante para las relaciones cívico-militares: la idea de que las fuerzas armadas colombianas son garantes de la democracia define la identidad de la institución, así como su percepción por parte de algunos sectores civiles. ¿Pero cuál es la concepción de democracia que tienen las fuerzas militares?
La persistencia del conflicto armado y las identidades reproducidas en su marco le han dado a la democracia un color y una forma específicas. En estos límites, la izquierda ha sido considerada la negación de la democracia y, por extensión, una amenaza que se debe combatir.
De ahí que en estas elecciones nos estamos jugando la solidez de la democracia y en particular el carácter democrático de las instituciones de seguridad. Por eso nos preguntamos: ¿será que el pulso de las fuerzas armadas latirá al ritmo de la democracia?