Jesús Santrich parece seguir actuando según la lógica de la guerra revolucionaria que libró durante años, donde actividades como el narcotráfico pueden ser válidas.
Juan Carlos Palou*
El caso Santrich
“No soy un mafioso…soy un revolucionario”. Con estas palabras Jesús Santrich contradijo las declaraciones del presidente Duque que lo calificaban de mafioso.
Sin embargo, de acuerdo con la justicia norteamericana, Santrich se habría involucrado en una conspiración para enviar a los Estados Unidos diez toneladas de cocaína después de la firma del Acuerdo de Paz.
Como este delito se habría cometido con posterioridad a la firma del Acuerdo Final, el acusado perdería beneficios contemplados en la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), como la garantía de no extradición. El juicio sobre esta conducta le corresponde a la justicia ordinaria y, por ser Santrich representante a la Cámara, lo juzgaría la Corte Suprema de Justicia.
La solicitud de extradición de Santrich fue el comienzo de un accidentado proceso político, mediático y judicial, que ofrece sorpresas a cada paso.
Primero se dio el conflicto entre el fiscal Néstor Humberto Martínez y la JEP en torno a la garantía de no extradición y la solicitud de pruebas a Estados Unidos para establecer la fecha de la comisión del delito.
En segundo lugar, la JEP (después de un año de arresto preventivo) decidió declarar la insuficiencia de pruebas y le otorgó la libertad.
La liberación de Santrich fue interrumpida por la Fiscalía sobre la base de nuevas pruebas y en violación de un habeas corpus.
Esta recaptura fue revocada porque la Corte Suprema le reconoció a Santrich su condición de representante a la Cámara y el consiguiente fuero ante la misma Corte.
Por último, llegaron la posesión en la Cámara de Representantes y la desaparición temporal o fuga del señor Hernández. Solo hasta el martes 9 de julio sabremos si esta es una fuga o una desaparición temporal, si Santrich asiste o no a la indagatoria programada ante la Corte Suprema de Justicia.
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La ambigüedad
La aseveración del exguerrillero de que es un revolucionario nos recuerda la ambigüedad que hemos vivido en los últimos años de nuestro conflicto armado interno: ¿son los grupos guerrilleros delincuentes políticos o narcotraficantes arropados por un discurso revolucionario?
Como es conocido, la derecha los trata de narcotraficantes y terroristas mientras que la izquierda reivindica su carácter político y hasta reconoce la justicia de su lucha.
![]() Foto: Jurisdicción Especial para la Paz |
Lo cierto es que entrados en el posconflicto debería haberse resuelto el dilema: se negoció un Acuerdo de paz con un actor político-militar (FARC EP) que nunca perdió su esencia política, aunque incursionó en actividades como el trafico de narcóticos, el secuestro y la extorsión. Por eso fue posible negociar el desarme, la desmovilización y la reinserción de los guerrilleros.
La fecha de firma del Acuerdo señala la línea divisoria a partir de la cual la ambigüedad ya no es aceptable: deben abandonarse la lucha armada y la acción delincuencial conexa.
Santrich, Márquez, Romaña y El Paisa encarnan la encrucijada en que se encuentra el cumplimiento del Acuerdo.
Pero como Santrich se ha negado a hablar sobre los hechos que se le imputan, tal vez por recomendación de sus abogados, la afirmación de su carácter revolucionario adquiere nuevamente un cariz ideológico. Es como si quisiera decir: todos mis actos deben ser evaluados a la luz de mi condición de revolucionario.
Esa aseveración puede entusiasmar a sus seguidores, los cuales deben estar hoy entre quienes todavía están en el proceso de reinserción y en el partido FARC, así como entre las filas de las disidencias.
De alguna manera Santrich, Márquez, Romaña y El Paisa encarnan la encrucijada en que se encuentra el cumplimiento del Acuerdo, pues están entre la continuidad de la reinserción o la continuidad de la guerra. En los próximas semanas o meses se sabrá cuál de los dos caminos acogerán.
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Un proceso político
Durante el proceso de negociación con las FARC los delegados del gobierno afirmaron que las conversaciones no aspiraban a convencer a la contraparte de la bondad del sistema político imperante, ni mucho menos a lograr la renuncia a sus ideales revolucionarios.
Se aspiraba a que el uso de las armas y la violencia se excluyera de la actividad política y se abandonara la vía armada como camino para la toma del poder. En estricto sentido, el acuerdo apuntó a instituir una ética de medios sin que las partes renunciaran a sus disímiles y excluyentes fines.
Pero la declaración de Santrich nos hace recordar que la ética revolucionaria de inspiración marxista-leninista propone una formula del todo vale bajo el lema: dentro de la revolución, todo, por fuera de la revolución, nada.
Se puede decir que esta es una ética de fines absolutos que valida cualquier medio. Se pregunta uno entonces: ¿un revolucionario marxista leninista es capaz de aceptar las restricciones que establece un Estado social de derecho sobre los medios legítimos para conseguir los fines políticos?
¿O un revolucionario debe acudir incluso a la perfidia, fingiendo un respeto formal al régimen político, al tiempo que socava y traiciona la lealtad a las instituciones burguesas, aunque estas hayan protegido sus derechos?
Esta última parece ser la concepción del sagaz Santrich: su condición de víctima potencial de una trampa le gana la simpatía de quienes apoyan el cumplimiento del Acuerdo. Finalmente, sus derechos son protegidos por la justicia y el astuto revolucionario traiciona a los ingenuos, pequeñoburgueses, que lo han apoyado al huir y esquivar la acción de la justicia que le concedió la libertad, empezando por la JEP.
El proceso de paz de un país no puede ponerse en riesgo por personajes anacrónicos como Santrich.
No parece muy probable que Santrich esté en Venezuela convenciendo a Iván Márquez y compañía de que regresen al proceso porque la justicia colombiana demostró su imparcialidad al concederle la libertad. Además, si es cierto, como sostiene la inteligencia militar, que la reunión incluyó a Gentil Duarte, comandante de una de las disidencias de las FARC, entonces parece que se preparan para el retorno a las armas.
![]() Foto: Alto Comisionado para la Paz |
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El fracaso de los líderes revolucionarios
La salida de estos comandantes será un golpe para el proceso de paz, pero es preciso relativizar su impacto por lo siguiente:
-Es evidente que Santrich, Márquez y compañía no han podido salir del gueto intelectual y moral del conflicto armado. Su fuerza y sus referentes se encuentran en una organización y una ideología guerrilleras que ya no existen. La diferencia con el partido FARC radica en que estos últimos han tenido la valentía de acercarse a un entorno hostil y desconocido; han asumido la impopularidad no con la arrogancia del “revolucionario”, sino como el político inteligente que acepta la realidad y se propone modificarla; además, han demostrado no ser obsecuentes frente a ningún poder para avanzar en su proyecto.
-Analizando la trayectoria de los “líderes” renuentes podemos llegar a algunas conclusiones:
1. Si es cierto que el grupo problemático se oponía a la negociación de paz con el gobierno Santos, entonces fracasó estruendosamente. No solo su líder principal, Iván Márquez, fue nombrado jefe del equipo negociador (¿contra su voluntad?) sino que la negociación llegó a feliz término.
2. La implementación, cargada de contratiempos y obstáculos, fue criticada por estos revolucionarios a través de una vocinglería estéril que denota más pugnacidad que ideas creativas para avanzar en alguna dirección respetable.
Si lo que pretenden es reanudar la lucha armada, lo van a hacer en el peor escenario posible: una organización militar reducida a un conjunto de grupúsculos narcotizados, cuya coordinación y unificación puede tomar otros cincuenta años de “conflicto armado”, es decir, muchos miles de muertes.
Paralelos históricos
Dicen que la guerra se rige por la relación especular. Pues bien, en mi opinión Iván Márquez es la imagen invertida del difunto general Harold Bedoya: un general que pretendía ganar la guerra a través de los micrófonos, insultaba y amenazaba a todo el mundo, incluyendo al presidente, mientras que la Fuerza Pública recibía los golpes más catastróficos de su historia: las Delicias, Patascoy, el Billar, etc.
Márquez, con un rostro que solo parece idóneo para expresar ferocidad, vocifera y amenaza, aunque todo se derrumbe a su alrededor, incluido su propio liderazgo: ni manda en el Partido FARC ni manda en las disidencias.
![]() Foto: Facebook Iván Márquez |
A Santrich uno podría decirle lo que don Miguel de Unamuno le dijo al general franquista Millán Astray durante la guerra de España: es usted un inválido que carece de la grandeza de espíritu de ese otro inválido universal que fue don Miguel de Cervantes. El espíritu de Santrich, al parecer, solo alcanza para la perfidia. El proceso de paz de un país no puede ponerse en riesgo por personajes anacrónicos como Santrich.
Quisiera tener que tragarme estas palabras cuando Santrich se presente a la indagatoria ante la Corte Suprema de Justicia el martes 9 de julio, pero creo que eso es pensar con el deseo. Con los “revolucionarios” es así.
*Consultor independiente, asesor del programa de cultivos ilícitos.