El sparring con Gutiérrez, la insistencia monotemática sobre la corrupción y una estrategia silenciosa de movilización demostraron que un candidato pequeño puede llegar a disputar la final. Este fue el batatazo.
Camilo González Vides*
Lo que decían las encuestas y lo que hablaron las urnas
En un artículo anterior de Razón Pública sostuve que Rodolfo Hernández sería uno de los actores de reparto en las elecciones presidenciales de este año.
Y en efecto: durante el último tramo de campaña las encuestas para primera vuelta daban a Hernández un tercer lugar en intención de voto, aunque ya venía superando a Fajardo. Hasta mediados de este mismo mes, el candidato de la Liga de Gobernantes Anticorrupción promediaba un 12,8% en tres encuestas realizadas por entonces, aventajando así por 8,5 puntos al candidato de la Centro Esperanza.
Los sondeos parecían condenar al ingeniero santandereano a convertirse en el representante verdadero del centro, desplazando a Fajardo e igualmente distanciado de ambos extremos ideológicos.
Pero las encuestas más próximas a la primera vuelta empezaron a mostrar que Hernández recortaba distancias con Federico Gutiérrez, de la coalición Equipo por Colombia. Según el Centro Nacional de Consultoría (CNC), el exmandatario bumangués registraba un 19,1 %, muy próximo al 20,8 % de Fico. Así surgió la inusual expectativa de que Hernández privaría a Fico de la oportunidad de competir con Petro.
Hernández atrapó los votos del uribismo y los usó para lograr enfrentarse a Petro en la segunda vuelta.
Contrariando los sondeos de opinión, Rodolfo Hernández logró pasar a la segunda vuelta. Con el 99,9 % del preconteo, el candidato de la Liga se adjudicó el 28,15 % de los sufragios, muy por encima de Fico y Fajardo, quienes tuvieron 23,91 % y 4,20 % respectivamente.
El personaje que casi todos veíamos como actor de reparto hoy demostró ser el coprotagonista en unas elecciones de cambio de ciclo.
Claves de un triunfo inesperado
Rodolfo Hernández alcanzó la primera votación en trece departamentos: Arauca, Boyacá, Caldas, Caquetá, Casanare, Cundinamarca, Guaviare, Huila, Meta, Norte de Santander, Santander, Tolima y Vichada. Curiosamente, estos departamentos habían votado por el entonces candidato del Centro Democrático, Iván Duque, en las presidenciales de 2018. Hernández atrapó los votos del uribismo y los usó para lograr enfrentarse a Petro en la segunda vuelta.
Los 5.952.392 de votos de Hernández fueron el fruto de una estrategia basada en tres resortes:
- el sparring con Gutiérrez,
- un discurso monotemático contra la corrupción, y
- una silenciosa movilización electoral.
Esta fue la primera clave: convertir a Fico en el blanco de primera vuelta, a fuerza de presentarse como una alternativa frente al candidato “de los mismos de siempre”, como dijo en su discurso de esta noche.
El electorado le cobró cuentas al candidato de Equipo Colombia por su flexibilidad a la hora de hacer alianzas con las bancadas y políticos tradicionales —varios de ellos en controversia—.
Los electores también premiaron la pretendida virtud de ser el campeón de la anticorrupción, del candidato que se jacta de financiar su campaña con su propio dinero y que rehúsa el apoyo de las organizaciones partidistas tradicionales.
Paradójicamente, la simpleza de su discurso ha sido una gran ventaja. Su insistencia monotemática en acabar la corrupción aseguró que los electores lo identificaran de manera muy nítida: ¡Rodolfo va a desterrar la corrupción!
Sus pronunciamientos directos, coloquiales y sin filtros contra el establecimiento político le han atraído la atención de los ciudadanos en un escenario donde la corrupción —no el conflicto armado ni la situación de la economía—, sigue siendo catalogada en las encuestas como el problema más grave del país.
Frente a la complejidad de los retos del país, Hernández ha ofrecido una interpretación sencilla del cambio que reclaman los colombianos en las calles y en las urnas. Una interpretación que aparece atractiva y factible en las manos de un candidato personalista y sin compromisos con el establecimiento.
Hacer énfasis hasta la saciedad sobre la corrupción le permitió además a Hernández escapar de la trampa de la polarización. Una opinión atrapada entre el miedo al cambio radical que Petro personifica y el rechazo al continuismo que Gutiérrez representa, fue la oportunidad precisa que supo aprovechar Hernández para llegar a ser el candidato capaz de atraer votantes de ambos lados del espectro.
Saltarse las fracturas electorales basadas en el rechazo a Petro y a “El que diga Uribe” fue la clave para recibir apoyo de diversos sectores y pasar a competir en la segunda vuelta. Ser el punto de encuentro y no polarizar ha sido la estrategia del ingeniero para construir su inédito electorado nacional.
La fuerza de los pequeños
Por último, el candidato de la Liga ha realizado una movilización silenciosa de su electorado.
Sin grandes demostraciones callejeras, saturación publicitaria o rimbombantes anuncios de adhesiones políticas. A fuerza de redes sociales, reuniones discretas y correrías informales, Hernández ha logrado un sorprendente segundo puesto en estas elecciones.

Los pequeños candidatos pueden vencer a las anquilosadas maquinarias políticas, gracias a la democratización que ofrece la tecnología y la cercanía que produce el discurso basado en la indignación.
Haciendo uso de las redes sociales, particularmente Tik tok, ha atraído a los jóvenes siempre apáticos y desesperanzados frente a las instituciones. Además, la discreción de las reuniones de su candidata vicepresidencial, Marelen Castillo, ha permitido blindar y mejorar la comunicación con los grupos que apoyan la candidatura del ingeniero.
El político santandereano muestra ser un colombiano más al caminar por las calles, sin escolta y emulando el día a día de sus electores potenciales. Es así como el voto silencioso se ha hecho presente en estas elecciones.
Algo que las encuestas advirtieron tardíamente y hoy demostraron las urnas: que los pequeños candidatos pueden vencer a las anquilosadas maquinarias políticas, gracias a la democratización que ofrece la tecnología y la cercanía que produce el discurso basado en la indignación.
Derrotar al favorito
Rodolfo Hernández tiene un reto titánico: vencer al candidato de izquierda más popular de las últimas décadas en Colombia, Gustavo Petro. Esto implicará una serie de desafíos que pueden aumentar o limitar su alcance entre el electorado.
En primer lugar, las segundas vueltas suelen polarizar. Habiendo escapado de la trampa de la polarización en la primera vuelta, Hernández deberá ser creativo para evitar ser encasillado como aliado del establecimiento político que Petro dice atacar. Más todavía cuando dos candidatos, conservadores e ideológicamente cercanos al gobierno Duque, han anunciado públicamente su voto por él: Federico Gutiérrez y Enrique Gómez. El candidato deberá hacer equilibrismo político para evitar contagiarse de la mala imagen de los impopulares.
En segundo lugar, su bandera anticorrupción puede convertirse en una piedra en el zapato si no esclarece las denuncias en su contra por, irónicamente, actos de corrupción durante su administración en Bucaramanga. Petro ya lo retó: la corrupción no pude derrotarse a punta de Tik Toks. Además de responder con seriedad a las acusaciones, Hernández tendrá que dar ejemplo de plena pulcritud, e ir más allá de sus simplicidades cuando se trata de abordar un problema tan complejo como es la corrupción.
Finalmente, el exmandatario bumangués deberá encontrar nuevos temas y ángulos de discurso para vencer a Petro. Tendrá que hacer más ruido sobre los temas económicos, sobre las relaciones exteriores, particularmente con Venezuela, y además sobre sus estrategias a la hora de asegurar la gobernabilidad sabiendo que no cuenta con ningún congresista.