Rock al Parque es el espectáculo cultural público más grande del país y cumple 18 años.
Foto: IDARTES
Este gigantesco evento anual se debate entre el éxito y la supervivencia. No está claro si es una herramienta de política cultural o apenas es el fruto de la inercia institucional y la perseverancia de los grupos musicales.
Umberto Pérez*
La mayoría de edad
Se acerca la edición número 18 del Festival Rock al Parque: del 30 de junio al 2 de julio, en el escenario ya habitual del Parque Simón Bolívar, ratificará su carácter de patrimonio cultural inmaterial de Bogotá. Es el festival de carácter gratuito más grande de América Latina.
Y de nuevo produce debate, crea expectativas y provoca críticas provenientes de diferentes sectores respecto de su curaduría, de su intención y de su objetivo. ¿Es una herramienta puramente instrumental de una política que ya no recuerda qué beneficios produce?
Ideado en 1992, el Festival Rock al Parque fue aprobado por la administración del alcalde Jaime Castro en 1994. Su primera edición se celebró un año más tarde para visibilizar e impulsar el fenómeno del rock bogotano, que volvía a emerger con fuerza desde inicios de la década.
Sus creadores diseñaron y organizaron un festival dedicado exclusivamente a la música joven, tan marginal en Bogotá en ese momento como lo había sido en las décadas anteriores. A pesar de sus opositores, el festival se consolidó como un espacio de participación de los jóvenes, dinamizador de las diferentes subculturas urbanas. Se erigió como una plataforma de lanzamiento para las bandas de rock, no sólo de Colombia sino de América Latina.
Las tres primeras ediciones de Rock al Parque ayudaron a consolidar el fenómeno del rock en Colombia, pero en 1998, poco antes de la celebración de la cuarta edición, la administración distrital de turno consideró que el festival no era prioritario y que los recursos previstos debían invertirse en otro tipo de proyectos culturales.
La respuesta de los jóvenes no se hizo esperar: mediante diferentes manifestaciones y la recolección de miles de firmas fue preciso constatar que el festival no sólo ya se había convertido en patrimonio de la ciudad, sino en una inmensa ventana por donde se proyectaba el desarrollo cultural de Bogotá.
Desde entonces y a lo largo de sus pasadas 17 ediciones, Rock al Parque ha sufrido modificaciones, casi siempre sujetas al presupuesto destinado para su realización y a los caprichos de las sucesivas administraciones, que en algunas ocasiones pusieron de nuevo en riesgo la continuidad del festival o intentaron manipularlo, dándole una connotación política exagerada.
¿Herramienta de una cierta política cultural?
No en vano, desde la celebración del décimo Festival, viene circulando la idea de que Rock al Parque representa uno de los eventos políticos masivos más importantes del año en Bogotá. Para el alcalde de turno constituye un reto delicado y una meta importante en su programa de gobierno.
Ya no hay lugar a dudas: el Festival parece un componente decisivo y bien articulado en la política pública distrital para el fomento de las expresiones artísticas y el fortalecimiento de la cultura ciudadana.
El Festival ha promovido al rock como género musical y como industria cultural, pero también se ha convertido en un instrumento estratégico para la promoción y la defensa a gran escala de valores ciudadanos y de prácticas sociales como el respeto, la tolerancia, la convivencia y la aceptación de la diversidad, entre otros.
Las cifras escuetas permiten comprender la dimensión del evento:
- entre 1995 y 2012, el número de agrupaciones que participaron de las convocatorias aumentó de 40 a más de 400.
- los asistentes pasaron de 80.000 en la primera edición a 350.000 en las últimas.
- el presupuesto actual ronda el millón de dólares, para un evento de tres días.
Pero las cifras no revelan otros hechos igualmente contundentes: tras 18 años de existencia, los bogotanos se han apropiado de Rock al Parque, sienten orgullo de que sea íntegramente financiado por el erario distrital y por ese motivo, formulan críticas y son exigentes con respecto a la función social del evento.
Parte de las críticas se orientan obviamente hacia la programación artística, pero también se discuten ampliamente aspectos neurálgicos del Festival como la curaduría, los escenarios, la selección de los jurados, el impacto y el fomento al rock bogotano, lo que a su vez ha puesto en evidencia serios problemas estructurales. Pero vamos por partes.
¿Fallas estructurales?
Si bien el Festival siempre ha promovido una política transparente de participación para las agrupaciones distritales a través de las convocatorias anuales, lo que en un principio buscaba realzar y fortalecer al rock de la ciudad fue derivando en un evento cuya importancia recae cada vez más sobre la asistencia de grandes figuras internacionales.
La diversidad es una de las características que proponeel Festival.
Foto: IDARTES.
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Hasta el año 2003, Rock al Parque tenía más características de evento de ciudad, en la medida en que se realizaba en dos escenarios distintos, la Media Torta y el parque Simón Bolívar. En ocasiones se llegó a realizar en cuatro escenarios diferentes, brindándole al público la posibilidad de elegir un escenario de acuerdo con su comodidad y sus preferencias. Sin embargo, desde 2004 se optó por centralizar el festival en un solo escenario, el parque Simón Bolívar con dos o tres tarimas simultáneas.
En cuanto a la ubicación en el calendario, sólo hasta el año 2009 y tras repetidas ocasiones cuando se vio afectado por mal clima, el Festival fue trasladado de fecha, de finales de octubre a finales de junio: de tiempo lluvioso a tiempo seco.
La voluntad política ha hecho posible el Festival, pero el carácter de Rock al Parque ha sido moldeado por los artistas y por el público. Las 18 ediciones consecutivas han servido para construir, fortalecer y mantener al rock bogotano y colombiano como nunca antes había ocurrido en el país, borrando gradualmente esa imagen negativa de marginalidad impuesta por sectores conservadores.
Cada vez que termina Rock al Parque, se repite la pregunta: ¿para qué sirve? Quizás los objetivos del Festival como herramienta de una política pública se han quedado cortos: sin duda el Festival contribuye a impulsar algunos valores de cultura ciudadana y a integrar al rock como una manifestación social, cultural y artística dentro de la sociedad bogotana. Pero cada año, una vez terminada la programación de los tres días, parecieran desvanecerse la promoción y el fomento del rock como parte integral de la política pública.
Mientras el grupo organizador comienza a planear la siguiente edición de Rock al Parque o a preparar otros festivales musicales en la ciudad, algunas de las agrupaciones musicales de Bogotá solo aguardan que se les pague para desaparecer, porque ya han alcanzado lo que consideran su máximo logro.
Otras seguirán trabajando con mucho esfuerzo para conseguir que al menos una pequeña parte de los 300.000 asistentes al Festival gratuito más grande de Latinoamérica se anime a comprarles un disco o a pagar una entrada para un concierto en una sala con aforo máximo para 500 personas…
Es necesario replantear —de una vez por todas y antes de que la adolescencia se convierta en estado permanente— la forma como se está fomentando y fortaleciendo el rock bogotano, el programa permanente de formación del público bogotano, la reflexión sobre las memorias de cada festival y, sobre todo, si sólo tres días al año bastan para impulsar un movimiento musical sin paternalismo y sin palmaditas de felicitaciones en la espalda por su inmensa capacidad de convocatoria.
* Historiador de la Universidad Nacional, autor de la investigación “Bogotá, epicentro del rock colombiano entre 1957 y 1975”, comentarista musical y director de comunicaciones de la fundación artística Barrio Colombia.
@comoduermes