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River Plate y nosotros: relato de un descenso social

Escrito por Jaime Wilches
Jaime Wilches

jaime wilchesLo sucedido con uno de los clubes de fútbol más populares de Argentina es un pretexto para reflexionar sobre nuestros modos de vivir y de pensar. Ojalá la realidad entusiasmara tanto a tanta gente…

Jaime Wilches*

Un domingo de junio de 2011 

Llantos, insultos y desesperación. El árbitro Sergio Pezzotta levantó su brazo derecho queriendo indicar que la historia se puede borrar cuando se hace todo lo posible para que las cosas salgan mal: River Plate, el equipo con más títulos en el fútbol argentino de primera A, un club que miraba a todos de reojo y que utilizaba el más fino de los perfumes, descendía a la categoría B, espacio donde sus fragancias tendrán que confundirse con el sudor de aquellos que están más acostumbrados a perder que a ganar.

El asunto es mucho más grave de lo que parece, pues todos los seres humanos tenemos que creer en algo…unos lo hacen en Dios, otros en la ciencia, otros en un gobernante, otros en el existencialismo, otros en nada y otros en equipos de fútbol… y precisamente en ese día trágico se derrumbó el referente que posiblemente permitía a los hinchas de River pasar un domingo menos aburrido de lo que comúnmente suele ser.

La clave de las sociedades más avanzadas no reside en que sean mejores que nosotros, tan solo han logrado construir la suficiente cantidad de íconos como para evitar la aparición de manifestaciones de violencia, cuando algún referente pierde su fuerza simbólica.

Por eso, la tragedia de River da para ensayar una crónica de cómo se asume el fútbol desde distintas esferas sociales, académicas y periodísticas y que se puede esquematizar así:

  • La polarización entre una mirada despectiva y otra santificadora.
  • El facilismo de los dirigentes para erradicar la violencia.
  • La inocencia en el momento de transformar los comportamientos violentos de los barristas.

El fútbol se vive como se juega [1]

El fútbol es un tema que no se debería tomar tan deportivamente. En muy contadas ocasiones ha servido para inspirar a algunos escritores [2]. En el caso colombiano se han hecho algunas investigaciones, que parecen más producto de valientes voluntades individuales [3] que parte de una línea de investigación. En el periodismo, el tema ha sido abordado por los que saben de las reglas, de tácticas y estrategias del juego, y se expresan mediante un lenguaje retorcido, desinformado y con crónicas predecibles.

Brillan por su ausencia investigaciones creativas sobre el fútbol, que en materia económica aborden el origen, soporte y desarrollo de un mercado entre lo legal y lo ilegal; estudios políticos que desentrañen sus relaciones con el poder público y privado; estudios culturales que más allá de las barras bravas, profundicen los símbolos y prácticas por las cuales este deporte logra penetrar y cambiar las vidas cotidianas, y estudios jurídicos que resalten los diálogos entre regla de juego, leyes y normas sociales, como fundamento para mejorar la vida en común [4].

Como lo expliqué hace algún tiempo en Una sociedad reelegida: el caso de la selección Colombia, estamos en mora de encontrar otros ángulos para mirar al fútbol, más allá del circo que aliena a las masas, como un juego que al lado de las novelas son las más superficiales o como juego que alimenta sentimientos patrióticos primarios.

Es fácil tildar a los hinchas de vándalos, desocupados y peligrosos. Su judicialización solo hará que deban construirse más correccionales o que los legisladores redacten más proyectos de ley, pero no cambiará una actividad que como el fútbol se convierte en una de las pocas salidas rentables para llamar la atención o para sobrevivir.

Tampoco se trata de reducir el asunto a la realización de talleres comunitarios. El programa “Goles en Paz” de la Alcaldía de Bogotá no tuvo el éxito esperado porque se varó en la etapa de la sensibilización, y no avanzó en la conexión entre Conversatorios y firmas de treguas entre barras bravas, con políticas públicas que a través de la escuela, el trabajo y la diversión refuercen la apertura hacia otros referentes de vida.

El almendrón: entre la viveza individual y la bobería colectiva [5] River no descendió por sufrir dos desafortunadas tardes ante su verdugo, el Belgrano de Córdoba. Su catástrofe es producto de un largo proceso de pésimas decisiones que involucraron a líderes políticos, dirigentes deportivos, técnicos, jugadores, hinchas y periodistas.

Siguiendo la hipótesis del almendrón de Gómez Buendía, el trágico show empezó con el dirigente José María Aguilar, quien después de ser nombrado presidente de River en 2001, emuló las acciones de muchos funcionarios estatales: transformar el fútbol de un bien público en un interés privado.

Aguilar decidió postularse a una reelección (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia) que logró a pesar de muchos cuestionamientos. Balances maquillados y pobres resultados deportivos convirtieron a River en un equipo vulnerable, que pasó de infundir miedo a ser uno más del montón. Con la casa destruida, Aguilar dio un paso al costado, dejando al equipo con un déficit de más de 140 millones de dólares. De ahí en adelante otros dirigentes no quisieron perder el momento de saquear lo poco que Aguilar había dejado, demostrando los alcances de la viveza individual.

La reacción social, al contrario de ser contestataria, cristalizó las expectativas previsibles de la bobería colectiva.

  • Los líderes de las barras vieron una oportunidad para sacar una tajada y emprendieron un festival de extorsiones a los jugadores, reventa de boletas y presiones para estigmatizar a los hinchas buenos y malos. 
  • Los periodistas se dedicaron a la denuncia, pero sin propuestas ni llamados a la cordura.  
  • Y el Estado argentino elaboró normas contra la “Violencia en los Estadios”. Actitud facilista y leguleya, muy parecida al chiste del paciente que visita al médico y le comenta: Doctor, me duele el hígado; el Doctor responde: “- Saque la lengua”. A lo cual el paciente le replica: “-¡Pero me duele el hígado!” y el Doctor le dice: “- Bueno, entonces saque el hígado”. 

Un drama social en clave de opereta

Francisco Gutiérrez acierta en descifrar los cuatro síntomas que reflejan el manejo que escogió Kirchner, con la complicidad de otros actores sociales, a la hora de lidiar el drama social que estalló:

  • Los demás son iguales, el país es igual.
  • No hubo agente, el agente es impersonal.
  • Otros dieron inicio al problema.
  • Hablo como si el tema no existiera [6].

Con una bomba social a punto de explotar, Estado, dirigentes, y líderes de las hinchadas comenzaron a echarse la culpa entre ellos mismos, lo que llevó a que se pusieran de acuerdo en solucionar el problema por la vía más equivocada: la represión policial.

Los dirigentes, sin perderle la pisada a la astucia de Kirchner, decidieron pagar dos mil policías. Pero la violencia y la represión se responden con más violencia y represión.

Los hinchas de River sorprendían, porque parecían no temerle a la violencia y se enfrentaban a ella sin ningún pudor por el valor de la vida. Al siguiente día, destrozos materiales, calles desoladas y una sociedad que apelaba al miedo y a la irracionalidad como argumentos para responder a sus fracasos.  

Para finalizar el show, el actual presidente del equipo, Daniel Pasarella soltó una frase célebre en una entrevista concedida al canal ESPN: “Aguilar tuvo el 85 por ciento de la culpa, 10 por ciento técnicos y jugadores, y yo el 5 por ciento”.

La ingenuidad de Pasarella es notoria. Creer que el descenso de su equipo se puede digerir con una fría repartición de culpas, y no con una reflexión serena y equilibrada sobre el tipo de sociedad que han construido, es de tal torpeza que puede hacer muy difícil que algún día recupere su propio prestigio.

Lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno

La reflexión más simplona y más interesante la dio José Luis Meiszner, ex presidente del club de fútbol Quilmes al ser abordado para opinar sobre el descenso de River y los desmanes causados por los hinchas. Sentenció diciendo: “Lo bueno de lo malo”, pues marca un alto en el camino para los riverplantenses, quienes enfrentan el reto de recomponer las bases de su grandeza histórica, pero “lo malo de lo bueno”, a pesar de las lecciones del descenso, son las pérdidas gigantescas para sectores económicos que viven del símbolo del llamado equipo “millonario”.

River es solo una micro- muestra de lo que son las sociedades latinoamericanas, que tienen infraestructura, himnos nacionales, escudos, cobran impuestos, tienen fuerza represiva y hombres y mujeres que habitan en las ciudades y cultivan en los campos, pero que carecen de una pata para sostener la mesa: un mínimo sentido de la ética civil.

Partir de cero y evitar la toma de decisiones apresuradas, descontextualizadas y cortoplacistas, podrían ser recetas para recuperar una historia que siempre nos recordará la vulnerabilidad de la soberbia.

Lo más probable es que no lo hagan y que River regrese algún día a la primera división a punta de patadas, árbitros temerosos y alientos desesperados en la tribuna. Y una vez más tendremos el reflejo de una nación, a pesar de sí misma.

Lo decía Jaime Garzón en 1997 “todas las noches le digo al país que estamos sin educación, que no hay trabajo y que nos están robando, y la gente se ríe”[7].

* Politólogo de la Universidad Nacional, Comunicador Social de la Universidad Central, Candidato a Magíster en Estudios Políticos. Fue asistente de Dirección de la Razón Pública.com. Coordina la Línea de Investigación en Memoria y Conflicto del Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano de la Universidad Distrital IPAZUD.

Para ver las notas de pie de página, pose el mouse sobre el número.

 

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