Cada generación se sorprende ante la rapidez de los avances tecnológicos. Pero esta vez parece que la sorpresa va a ser mucho mayor: por eso urge regular el uso de los últimos inventos.
Laura Barreto*
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Cada vez son más frecuentes las noticias relacionadas con la inteligencia artificial. Como ejemplo reciente, Google ha habilitado el uso de Bard, un chatbot que pretende competir con el famoso ChatGPT. Sin embargo, por el momento Bard solo está disponible en inglés, japonés y coreano. Será difícil alcanzar a su competidor.
Sin importar cómo le vaya a Bard, su apertura implica reconocer que la inteligencia artificial no tiene marcha atrás. El uso de servicios de Google es masivo en todo el mundo y, sin duda, también lo será el de Bard, al igual que lo es el de ChatGPT.
¿Cómo ha cambiado la inteligencia artificial la experiencia cotidiana de las personas? ¿Cuáles son los riesgos y necesidades asociados con ella? A continuación, una reflexión que parte desde lo personal.
Un mar de recuerdos
Hace una semana, el equipo de Razón Pública se reunió en una panadería de Bogotá. Después de discutir sobre artículos, programas y ediciones, surgió una reflexión sobre “lo que sí importa”: el ChatGPT, el telescopio James Webb y otros avances tecnológicos que han transformado y transformarán el mundo.
Nuestro director, Hernando Gómez Buendía, detalló exhaustivamente sus experiencias con la tecnología a lo largo de las distintas etapas de su vida:
- Un computador gigante en la Universidad de los Andes que funcionaba a través de comandos precisos. Equivocarse además de frustrante, implicaba comenzar desde cero la labor.
- Un computador portátil que no era tan portátil, se recalentaba y dejaba de funcionar.
- Después los celulares y lo que ya conocemos.
Hernando expresó su asombro y atribuyó a la edad el ser testigo de la evolución de la nada a una tecnología que escribe igual o mejor que un humano sobre infinidad de temas. Sin embargo, el asombro no es una cuestión de edad, y los recuerdos de Hernando me llevaron a mis propios recuerdos en relación con el avance de la tecnología.
El cambio fue tan drástico que nosotros, niños de 13 años, nos deteníamos en medio de nuestras conversaciones sobre los capítulos de «La Rosa de Guadalupe» para reflexionar acerca de por qué de un año a otro todo el mundo ya tenía en sus manos un teléfono móvil como ese.

En 2012 cursaba grado séptimo en un colegio público de Fusagasugá. Mi mejor amigo y yo éramos los únicos niños del salón con celular, una imitación de BlackBerry porque los originales eran muy caros. Otro amigo fanático de los computadores y el internet nos descargaba juegos piratas con la condición de dejarlo jugar en los descansos. Empezamos a ver a los primeros influencers en YouTube.
Pasó el año 2013, pero fue en 2014 cuando se produjo el gran boom: el primer día de clases vi a niños de todas las edades y grados con smartphones táctiles. Comenzaron a comunicarse a través de Messenger o WhatsApp y se preocupaban por qué hacer cuando se les acabara el tiempo de prueba de esa aplicación. Además, fue el año de las aplicaciones de edición de fotografías como B612, que popularizaron las muecas con la boca de pato, la lengua afuera, los ojos entrecerrados y las sonrisas fingidas, entre otras.
El cambio fue tan drástico que nosotros, niños de 13 años, nos deteníamos en medio de nuestras conversaciones sobre los capítulos de «La Rosa de Guadalupe» para reflexionar acerca de por qué de un año a otro todo el mundo ya tenía en sus manos un teléfono móvil como ese.
En aquella época, Juan Manuel Santos presentaba las tabletas como una necesidad en los colegios, prometiendo a los niños una herramienta con aplicaciones inimaginables, aulas del futuro y una educación de calidad garantizada. Estas promesas alimentaron mi obsesión por conseguir uno de estos dispositivos.
La dicha se esfumó rápido. Las prometidas tabletas sí llegaron, pero para que fueran la maravilla que presentó el presidente Santos se necesitaba conexión a internet. Pero no teníamos internet ni siquiera en las aulas de informática. Además, se olvidaron de un pequeño detalle: las tabletas necesitan cargarse, lo que a su vez requiere tomacorrientes. En un salón de clases común y corriente no se encuentran 40 enchufes, y nunca se realizó la adaptación correspondiente para solucionar este problema.
Exagero cuando digo que usé las tabletas tres veces, pero no cuando digo que acabaron guardadas y llenas de polvo.
En la universidad el computador y el celular fueron indispensables. El computador lo utilizaba principalmente para realizar trabajos escritos, mientras que el celular me permitía comunicarme con mis compañeros, revisar el correo institucional y hacer videollamadas diarias con mis papás, quienes se encontraban en Fusagasugá mientras yo estudiaba en Bogotá.
La pandemia, sin duda, obligó otros cambios que hoy son normales. Por ejemplo, las plataformas para reuniones y clases virtuales. Antes no sabía que existía Zoom ni que se podía hacer “Netflix Party”.
Hoy la mayoría de los electrodomésticos funcionan con internet. Y van llegando más y más aparatos, como los asistentes virtuales como Alexa y los robots aspiradoras, que facilitan las labores del día a día. Incluso, a veces me pregunto si mi vida universitaria hubiese sido más sencilla con la ayuda del ChatGPT. Pero no importa, fue como tuvo que ser.
Este recuento se propone apenas describir mi propio asombro ante los cambios tecnológicos constantes, pese a haber nacido en una época en la que ya se encontraban muy avanzados. Creo que mi generación comparte esta conciencia y, para demostrarlo, quisiera compartir dos recuerdos más, prometo que son los últimos:
- Cuando estaba en quinto semestre, 2019-2, tomé una materia de Biología y fui a una salida de campo. Durante la larga caminata conversé con uno de los guías y le comenté que yo no estudiaba Biología sino Literatura. Para mi sorpresa, me felicitó y me dijo que era muy afortunada pues se pronosticaba que en unos años la inteligencia artificial reemplazaría a las carreras científicas y no a las humanidades y el arte.
Pasaron cuatro años apenas y los pronósticos contradicen al guía. En uno de los últimos episodios de Razón Pública al Aire, Lucía Camacho resalta que el ChatGPT podría sustituir a las profesiones creativas y aumentar la precariedad del trabajo de los artistas.
- Hace tan solo un par de días, mi sobrina de 21 años me comentó que había escuchado una canción de los reguetoneros Anuel y Feid, pero que según había averiguado, la canción había sido creada con inteligencia artificial y no era real. “Pero sonaban igualitos. Uno ya no sabe qué creer.” me dijo con incredulidad.
Muertos de miedo
Es tranquilizador saber, como afirma Santiago Villegas, que al menos en los próximos cuatro años no habrá una inteligencia artificial generalizada capaz de realizar todas las tareas que realiza un ser humano. Esto descarta escenarios apocalípticos. Sin embargo, los cambios se están produciendo a un ritmo tan acelerado que la inteligencia artificial causa temores no solo en el público en general, como mi sobrina y yo, sino también entre los genios de la tecnología.
Craig Martell, director de Inteligencia Digital y Artificial del Pentágono, hizo un llamado para crear herramientas tecnológicas que identifiquen contenido creado con inteligencia artificial. Afirmó que cuando se imitan voces y se crean fotografías, las personas suponen que el contenido es real y le atribuyen autoridad. Los chatbots, como ChatGPT, pueden convertirse en herramientas que aumenten la desinformación. Él concluyó que le preocupa el mal uso que las personas pueden hacer de estas tecnologías y que esto lo tiene “muerto de miedo”.
Igualmente, Sam Altman, CEO de OpenAI, reconoció que los chatbots pueden desinformar masivamente porque no memorizan grandes cantidades de datos, sino que funcionan a través de razonamiento deductivo; algoritmos que les permiten predecir datos y en ocasiones arrojar información falsa. Además, debido a su capacidad para crear códigos de programación, existe la posibilidad abrir la puerta a los ciberataques. Altman afirma que, a pesar de haber establecido límites en Chat GPT para evitar esto, no es el único chatbot existente y otros podrían permitir estas acciones.
El padrino de la inteligencia artificial, Geoffrey Hinton, cree que por ahora los sistemas de inteligencia artificial no son más inteligentes que los humanos, pero que pronto lo serán. Indicó que el problema es que todavía no se sabe si se pueden controlar, por tanto, debería evitarse su ampliación.
¿Para cuándo la regulación?
Más allá de reflexionar sobre mis propias experiencias, es necesario reconocer que la tecnología, especialmente la inteligencia artificial, está transformando a pasos agigantados la vida de la humanidad. Influye de tal manera, y haciendo una analogía, que incluso los niños y los jóvenes que se transportaban en un bus con un movimiento uniformemente acelerado (porque nacieron en una época con avances tecnológicos) pueden narrar los cambios: los notan únicamente porque hubo un aumento y alteración en la aceleración.
El padrino de la inteligencia artificial, Geoffrey Hinton, cree que por ahora los sistemas de inteligencia artificial no son más inteligentes que los humanos, pero que pronto lo serán. Indicó que el problema es que todavía no se sabe si se pueden controlar, por tanto, debería evitarse su ampliación.
La inteligencia artificial, como afirma Hernando Gómez en Razón Pública al Aire y como también asegura Sundar Pichai CEO de Google, es uno de los inventos más grandes de este siglo y de la historia.
El miedo de los genios tecnológicos es el mismo: la regulación. Actualmente no se trata de robots que puedan destruir el mundo o cuyos algoritmos puedan aniquilar a la raza humana. En lugar de eso, se trata de regular los escenarios y las condiciones existentes para conocer con certeza los límites y capacidades de esta tecnología, evitando su mal uso y, en última instancia, previniendo la posibilidad de esos escenarios apocalípticos.
Ojalá la regulación llegue oportunamente y Colombia no se quede atrás en la discusión, en lo que “sí importa”.