Detrás del esplendor y la alegría de los Juegos, la historia de conflictos y protestas por semejante derroche en un país sumido en la peor recesión de su historia, en medio de una crisis política muy grave y donde sigue campeando la pobreza.
David Quitián*
Los Juegos de la exclusión
Hoy arde la antorcha olímpica frente a la iglesia La Candelaria en pleno centro de Río de Janeiro.
Pero hasta hace pocos días y en varias ocasiones los manifestantes intentaran apagar esa antorcha simbólica en su recorrido por las calles de la ciudad sede. En ese momento, las encuestas indicaban que el pueblo no creía en los beneficios que dejarían los Juegos Olímpicos, e incluso el día inaugural en el Maracaná no se había vendido el 15 por ciento de las boletas destinadas a los brasileros.
¿Por qué los Juegos Olímpicos no lograron emocionar al público local? Detrás de esto hay razones de tipo económico, político y social que han llevado a algunos a llamarlos “los Juegos de la exclusión”.
Competencias políticas
![]() Llama olímpica en su recorrido por Brasil. Foto: UN Women |
Es imposible entender lo que pasa en Brasil sin tener en cuenta la situación política. En este momento está en curso un proceso contra la presidenta Dilma Rousseff (el llamado impeachment), que puede ser considerado un golpe a la democracia.
Ya los investigadores de la oposición admitieron que no hubo un delito real, sino una indelicadeza gubernamental, bautizada por la prensa como “pedalada fiscal” y que los inquisidores del Congreso insisten en llamar “crimen de responsabilidad”, que no da para cárcel pero sí para la ominosa pérdida del cargo.
*Esta situación tiene a Brasil en un momento de interinidad institucional bajo el gobierno del vicepresidente Michel Temer, un político que no se ha destacado por su carisma, pero sí por su habilidad para relacionarse y aprovechar coyunturas. Temer logró ser fórmula vicepresidencial de Dilma y ahora es su más duro contradictor al tener la posibilidad de ser el presidente hasta el 31 de diciembre de 2018.
Temer gobierna con la plusvalía clientelista de su partido, el del Movimiento Democrático Brasilero (PMDB), que tiene la mayoría de curules parlamentarias, aunque no cuenta con votos reales ni con apoyo en las encuestas. Fue Temer quien inauguró, sin merecerlo, los escenarios y obras civiles de Río de Janeiro para los Olímpicos. También fue él quien declaró abierto el programa deportivo el pasado 5 de agosto en medio de las rechiflas de los asistentes al Maracaná.
La producción televisiva internacional cortó el sonido del estadio y se limitó a proyectar al mundo una imagen aérea del escenario con el sonido de los fuegos pirotécnicos, pues la filosofía del Comité Olímpico Internacional (COI) siempre ha sido evitar las expresiones olíticas. Pero no se pudo ocultar la oleada de mensajes en redes sociales, incluidos los de muchos deportistas extranjeros que postearon imágenes con el lema preferido de los antigolpistas: “Fora Temer” (fuera Temer).
La filosofía del Comité Olímpico Internacional (COI) siempre ha sido evitar las expresiones olíticas.
La mezcla del afán por impedir manifestaciones contra el presidente interino y las amenazas que siempre se ciernen sobre los Juegos (que han llevado a la precaución de no transmitir en vivo un posible atentado), hizo que hubiera una diferencia de 12 minutos entre lo ocurrido en el Maracaná y lo que pasaba la televisión al mundo. Por eso supimos con antelación solo por Twitter y Facebook el secreto del último relevista de la antorcha que encendió el pebetero: el maratonista Vanderlei de Lima.
Los estragos del éxito
![]() El presidente interino brasileño Michel Temer durante la inauguración de los juegos olímpicos. Foto: RIOSOLIDARIO |
Una mirada al pasado también ayuda a ilustrar el clima enrarecido de hoy: la Copa del Mundo Brasil 2014 y los Olímpicos Río 2016 fueron la propuesta de una nación boyante, en ascenso económico, integrante del G-20 y miembro del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que quiso demostrar su poderío en la asignatura que le faltaba: organizar los dos eventos deportivos más prestigiosos del mundo.
Aunque Brasil ya había realizado un mundial de fútbol en 1950, este no fue en la época del deporte globalizado. Además, el de 1950 fue un mundial para el olvido por la dolorosa derrota ante Uruguay, que le arrebató el título a Brasil en el último partido, en el dramático Macaranazo. Por eso Brasil apostó duro y se quedó con los dos premios mayores que podía pretender una nación deseosa de ascender al primer rango entre los países que más poder o influencia ejercen sobre el planeta. Así se convirtió en el primer país sudamericano y el segundo latinoamericano en realizar las dos citas orbitales, después de que México hubiera acogido las dos entre 1968 y 1970 (aunque hace cuatro décadas los dos eventos no tenían el peso político ni las responsabilidades fiscales de la actualidad).
La doble elección de Brasil ratificó su buen momento internacional, y en el escenario nacional significó un triunfo del gobierno de izquierda, específicamente del Partido de los Trabajadores (PT), que demostró que la lógica macroeconómica no era incompatible con los programas sociales exitosos.
Sin embargo, desde la escogencia de Brasil para el Mundial, en 2006, y para los Olímpicos, en 2009, las cosas han cambiado: en 2013 explotaron las protestas en todo el país contra el modelo leonino de la FIFA que exigía un cierto estándar de escenarios e infraestructura sin poner un solo peso aunque se llevara todas las utilidades. Las protestas fueron tales (millones de personas en las calles en una centena de ciudades) que la dirigencia política se puso de acuerdo para legislar –en tiempo récord- sobre el destino de los beneficios de Petrobras en favor exclusivo de salud y educación.
Este episodio, único en la historia nacional, unió a toda la población sin distingo étnico ni político e hizo que la Copa de las Confederaciones de 2013 pasara a la historia como “La Copa de las manifestaciones”, antes de que llegara el convulsionado Mundial, cuando las consignas más repetidas fueron “copa para quem?” (¿para quién la copa?) y “não vai ter copa” (no habrá copa).
La mayor parte de la población no se involucró con el Mundial y solo en el partido de octavos de final, con el triunfo de la Selección local ante Chile, se vio un aumento exponencial del entusiasmo, que alcanzó su cenit en el juego ante Colombia para luego caer estrepitosamente en la jornada que fue considerada la mayor vergüenza deportiva del país: el 7 a 1 ante Alemania.
La paradoja del éxito económico y organizativo del Mundial, que se impuso sobre el clima de incertidumbre por el retraso de escenarios y las protestas, y del fracaso deportivo del equipo local, impidió que los opositores políticos del gobierno de Dilma (que habían hecho todo lo posible por atrasar las obras y criticar la Copa) le sacaran partido a sus críticas. Sin embargo, el gobierno tampoco pudo hacer propaganda por su gestión.
El clima de tensión social llevó a muchos a decir en ese momento que Brasil necesitaba más escuelas y hospitales que estadios. Además, Jerome Valcke, secretario ejecutivo de la FIFA, declaró que “menos democracia favorece el Mundial”, lo que se tomó como una confesión de parte, que explicaba también la elección de Qatar y Rusia como futuras sedes.
Lo positivo de la indignación del pueblo brasilero radicó en poner en entredicho el modelo asimétrico de negocios de la FIFA y por eso difícilmente habrá otro mundial en una nación de economía emergente, a no ser que se re-evalúe la ecuación inversión directa-beneficio inmediato de la competencia. Ya no valdrá la promesa de “construyan ahora y ganarán en el mediano y largo plazo con la buena imagen”. Que este reclamo se haya dado en el llamado “país del fútbol” le sumó legitimidad al movimiento. Por eso podemos decir que el episodio quedó: Brasil 1, FIFA 0.
Los Olímpicos y el golpe
Con ese antecedente llegaron los Juegos Olímpicos, cuyo anuncio revivió las protestas del Mundial, aunque en menor escala y circunscritas a Río de Janeiro. La validez de los reclamos populares vino a ser confirmada por la declaración oficial de quiebra del Estado del mismo nombre, por los atrasos en los salarios de empleados públicos y en las mesadas de los pensionados, y por el cierre de hospitales, escuelas y universidades: todo –o casi todo- por culpa de los Juegos. De ahí las tentativas de apagar la antorcha antes de su llegada al Maracaná.
Estos Juegos no eran necesarios para aumentar el orgullo de los cariocas por su ciudad más importante.
Además, estos Juegos no eran necesarios para aumentar el orgullo de los cariocas por su ciudad más importante: Río tiene elementos de sobra para alentar la vanidad de sus habitantes.
Los Olímpicos prometieron beneficios para la ciudad y el país que todavía no se disfrutan y que solo en el mediano y largo plazo podrán valorarse. Pero ¿serán suficientes para compensar el gasto público y el sacrificio de seis años de incomodidades y traumatismo en la vida de los moradores de esta ciudad?
Los Juegos Río 2016 se volvieron en contra de sus proponentes -el gobierno petista- y, al final, los vaivenes de la economía internacional (el desplome del precio del petróleo), los yerros de la administración, la corrupción, el descrédito público y los faraónicos gastos del Mundial, crearon un ambiente propicio para el zarpazo de la oposición que ahora aprovecha las bambalinas de Río para completar su obra en Brasilia.
* Sociólogo y magíster en Antropología de la Universidad Nacional radicado en Rio de Janeiro, donde hace un doctorado en antropología en la Universidad Federal Fluminense, profesor de la UNAD de Colombia y miembro fundador de la Asociación Colombiana de Investigación y Estudios Sociales del Deporte (ASCIENDE).
@quitiman