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Restitución de tierras: la mirada de un maestro

Escrito por Luis Sandoval
Luis Sandoval

luis sandovalA tres años de su muerte, las ideas del maestro Orlando Fals Borda conservan su frescura y su vigencia: los problemas del campo son los mismos de siempre y se suceden reformas que cambian todo para que nada cambie. El presidente Santos ha hecho propuestas indispensables y audaces, pero quedan preguntas decisivas sobre todo en relación con los propios campesinos que son imprescindibles para el cambio.

Luis I. Sandoval M.*

Tres referentes cruciales  

El 12 de agosto de 2008 falleció nuestro querido maestro Orlando Fals Borda. Me atrevo a pensar que con su talante malicioso y desconfiado, pero usando con destreza las herramientas de las ciencias sociales, el gran sociólogo e investigador nos haría pensar en las condiciones de éxito de un reformismo agrario serio, posiblemente llamando la atención sobre tres elementos básicos:

  • Los factores estructurales en materia de tenencia y uso del suelo.
  • La organización, la formación, el empoderamiento y la movilización de los campesinos.
  • El marco o contexto de avance político y económico democrático.

Invito a repasar estos tres puntos sobre la base del pensamiento de Fals Borda, y de paso percibir las valiosas huellas de futuro que dejó sobre la lacerante realidad del campo y de los campesinos colombianos.

Tenencia y usos del suelo, un viejo drama del campo

Somos 46 millones de colombianos y se estima que aproximadamente 12 millones son campesinos. Pero hoy están desplazados muchos de ellos, posiblemente la tercera parte, entre 3 y 4 millones, es decir desarraigados de su tierra y de su territorio, donde cosechaban alimentos y construían sus proyectos de vida[1].

Dramática situación que las Cortes han calificado como un “estado de cosas inconstitucional” y que se origina en otro hecho de suma gravedad: la contrarreforma agraria resultante de la apropiación violenta por parte de las mafias del narcotráfico y sus testaferros de un inmenso volumen de las mejores tierras productivas de Colombia.

Durante “La Violencia” de los años 50, que le tocó vivir y analizar a Orlando Fals, 1.968.240 hectáreas fueron despojadas a sus propietarios legítimos, el equivalente al 11,2 por ciento del área agropecuaria utilizada en 1960. El despojo reciente alcanza 5,5 millones de hectáreas, un 9 por ciento de la frontera agropecuaria actual.

De acuerdo con el Instituto Agustín Codazzi, en Colombia 2.428 propietarios poseen 44 millones de hectáreas, y al otro extremo del espectro social, 1,3 millones de propietarios poseen solamente 345.000 hectáreas.

La frontera máxima del uso del suelo en agricultura es de 4,6 millones de hectáreas sobre 15 millones potenciales, límite que se alcanzó a comienzos de los años 70.

En pastos se usan más de 40 millones de hectáreas, para alimentar un hato ganadero de 28 millones de cabezas, cuando deberían usarse solo 12 millones de hectáreas.

El campesinado provee entre el 45 y el 60 por ciento de los alimentos, el 15 por ciento de las materias primas y el 75 por ciento del café. La agricultura representa hoy el 15,4 por ciento del PIB total, con una decreciente participación. Pero el 27 por ciento de la población que habita en el campo no tiene condiciones de vida digna.

Nada realmente significativo o de carácter progresista ha ocurrido en los últimos 40 años en la agricultura colombiana, excepto el auge de cultivos como la palma, la caña de azúcar, el cacao, la coca y la amapola, y un leve despegue de los frutales.

Colombia es hoy, junto a México y Brasil, uno de los tres países del mundo con la estructura más antidemocrática de la propiedad de la tierra. En general, los analistas concuerdan en que el conflicto armado ha sido funcional a la definición y mantenimiento de esta estructura.

El sector agropecuario sigue atrapado por grupos de poder y élites que no permiten su inserción masiva en el desarrollo.

El campo es también el asiento de los pueblos étnicos, indígenas y afros[2].

¿Habida cuenta de las realidades que reflejan los datos anteriores, se requerirá en Colombia una reforma de la tenencia y uso del suelo? Absalón Machado, hoy al frente del Informe de Desarrollo Humano de Naciones Unidas-PNUD para Colombia, cuyo eje es precisamente el tema de tierras, conceptúa que “hace mucho tiempo Colombia debió emprender un serio reformismo agrario de sentido económico, social e institucional”[3].

Orlando Fals estuvo atento durante toda su vida a esta insoportable realidad de la tierra en Colombia, donde reside gran parte de las raíces de las “amalgamas de violencia” y del conflicto colombiano[4], como lo ha reconocido recientemente José Félix Lafaurie, Presidente de la Federación Colombiana de Ganaderos (FEDEGAN).

Reformas para la no reforma

Entre los muchos aportes que hizo Fals Borda a la comprensión del mundo rural se cuenta un trabajo para Naciones Unidas de 1970, Cooperación, Reformismo y Crisis, donde plantea las cinco leyes del reformismo gatopardista, el que se hace para que todo cambie y, sin embargo, todo siga igual:

  1. Ley del paliativo o del bombero: consiste en aplicar medidas que solo alivian la situación, sin llegar a su esencia.
  2. Ley del colonialismo intelectual: se buscan las fórmulas paliativas en otra parte, en los países dominantes o en organismos que no perciben las realidades locales.
  3. Ley de la decantación utópica: a las fórmulas de supuestas soluciones se las vacía de los elementos que puedan afectar el orden económico y político prevaleciente.
  4. Ley del mimetismo modernista: se producen acciones aparentemente innovadoras que confieren un halo o fachada de modernización a las pautas tradicionales de dominación o explotación.
  5. Ley del control social y económico capitalista: se entrega la ejecución de los cambios o reformas a hombres-claves para que controlen los efectos de la innovación y finalmente nada cambie[5].

A quienes ya acumulan años, memoria y estudios, quisiera preguntarles: ¿Se advierten acaso estas leyes en los varios intentos de reforma agraria o de modernización rural: cuando Gaitán fue senador en el año 31, cuando López Pumarejo presidente en el 36, cuando Lleras Camargo presidente en el 61, cuando Lleras Retrepo presidente en el 68…? ¿Cuándo ha habido un reformismo agrario serio, esto es, sostenido, profundo, con resultados efectivos y consolidados en Colombia? ¿Por qué no hemos dado el paso que a todos nos conviene, a las gentes del campo y a las gentes de la ciudad, a la nación entera?[6]

La presencia campesina

La reforma del campo no puede hacerse sin los campesinos, pero tampoco por supuesto sin un empresariado progresista en el campo y en la ciudad. Aquí adopto, de momento, la visión falsbordista y me ocupo de los dolientes del problema, de las víctimas, de sus organizaciones, de su acción colectiva, del esfuerzo de oleadas y generaciones que pugnan por enderezar una sociedad malformada.

Pero no hay espacio aquí ahora para la historia de las luchas y de los movimientos campesinos.[7]

Ninguna reforma emprendida desde arriba ha tenido en Colombia el soporte de una acción colectiva eficaz desde abajo. “Colombia es un país democrático, que practica en rito inexorable la democracia política electoral, pero que es incapaz de asimilar dinámicas sustantivas de democratización social con movilización popular”[8].

Los movimientos sociales con frecuencia tienen origen en omisiones o en acciones del Estado. Este ha querido organizar a los campesinos en distintos momentos, pero ese Estado reformista no ha ido muy lejos: ha terminado cooptando, reprimiendo o simplemente abandonando a su suerte a las gentes del campo en manos de los pájaros o de bandas armadas ilegales funcionales a los intereses del poder económico y político de los grandes propietarios, recientemente convertidos en los señores de la guerra, las narcomafias mutadas en narcopolítica o en parapolítica.

Quiero aportar mi propio testimonio en relación con la fragilidad del Estado al promover la organización campesina. Tuve la fortuna de estar muy cerca de las personas que promovieron la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) y de sus dirigentes a fines de los 60 y comienzos de los 70.

En 1984, por gestión de Fals Borda, recibí una beca de la Unión Europea para estudiar economía rural en Italia. Me correspondió después participar en el diseño de una nueva etapa de organización campesina como asesor del ministro de Agricultura, Roberto Junguito Bonnet siendo viceministra Cecilia López y Secretario General de esa cartera, Juan Manuel Ospina.

Dentro de su estrategia de la Contratación para el Desarrollo, el presidente Betancur quería lograr que 500.000 hectáreas entonces dedicadas a la ganadería en diferentes regiones del país, retornaran a la producción de alimentos. El Estado adecuaría la tierra y los dueños pagarían la adecuación con dinero, con tierra, con compromisos de producción o con empleo. De no ocurrir así, el Estado confiscaría la tierra.

Se creía indispensable la organización de pequeños y medianos productores para que la reforma tuviera un sujeto, un doliente, un beneficiario social y se revistiera de legitimidad.

Pero el día que el Ministro Junguito anunció el despido de 60 politiqueros apoltronados en la División de Organización Campesina del Ministerio para reemplazarlos con organizadores de las propias filas campesinas, el ex presidente López Michelsen se transformó de repente en sindicalista y reclamó porque supuestamente el gobierno conservador habría despedido 200.000 liberales. Los liberales belisaristas (muchos en realidad lopistas) no estaban de acuerdo con el reformismo agrario del presidente.

Así ha sido el trato de las élites a la cuestión agraria: amagan la reforma, impiden la movilización del sujeto que puede protagonizar los cambios. ¿Qué ocurrirá hoy dentro de los partidos de la coalición de la Unidad Nacional? ¿Acompañarán al presidente Santos en su audacia, ciertamente real pero limitada, de devolverle la tierra a los desplazados, sustrayéndola de las manos de los paras, de la inadecuación de uso en la ganadería, o dándoles destino a baldíos propiedad de la Nación? ¿Acompañarán o terminarán dejando solo al ministro Juan Camilo Restrepo que trabaja seriamente en el empeño?

Confiar en los campesinos

La única idea que no incluyó el presidente Santos en su alentador párrafo sobre la tierra en el discurso de posesión es que la reforma se haría con amplia participación y movilización campesina.

Démosle la palabra a Orlando Fals, mediante el recurso de utilizar un texto famoso, diez años anterior al ya citado: la Conferencia dictada en Montevideo a comienzos de 1960, durante el gobierno de Lleras Camargo, cuando se desempeñaba como Secretario General del Ministerio de Agricultura.

El texto lleva por título La Reforma Agraria y su último apartado está dedicado al problema de la autonomía regional y de la acción comunal. Fals Borda llegó a pensar, lo mismo que Camilo Torres, que la Acción Comunal podría ser el instrumento básico de organización y de movilización popular, tanto en el campo como en la ciudad:

“Pero en la formación técnica y para la comercialización no se detiene el esfuerzo de capacitación del hombre del campo, que debe ser la meta primordial de una reforma agraria.”

“…El gobierno colombiano y muchas agencias semi-oficiales y privadas están prestando atención al proceso de desarrollo integral de las comunidades rurales… con el proceso de acción comunal se busca que las gentes campesinas descubran su propios problemas y se organicen cívicamente para resolverlos con sus propios medios y con el estímulo y el apoyo del Estado.”

“…Por este proceso se descubren y desarrollan los verdaderos líderes locales, estimulando a todas las gentes para que superen su condición social y económica… Para poder llevar a cabo estos proyectos es necesario tener fe en el campesino y confianza en sus fuerzas y talentos.”

“He aquí la grave y grande responsabilidad de las clases dirigentes de América, de las cuales todos nosotros constituimos una muestra. De lo que hagamos con el campesino dependen el bienestar y el progreso de toda nuestra sociedad”[9]. Estoy seguro de que Orlando Fals diría esto mismo hoy, con mayor fuerza y fundamento seguramente que hace 50 años, porque sigue siendo pertinente frente a la realidad colombiana.

La conclusión para nosotros hoy, para Colombia y para su gobierno que tan decidido se muestra con la reforma rural, es la siguiente: sin campesinos organizados, formados como productores y como ciudadanos, concientes de sus derechos y con capacidad de hacerlos valer, no habrá reforma incluyente del mundo rural. No sabemos hasta donde podrá llegarse, pero es necesario hacer todo lo posible, lo máximo posible, para que esta reforma sí sea en serio.

Modernidad del campo, modernidad de Colombia

Este proceso requiere un marco adecuado, más general, porque el campo está indisolublemente ligado a la vida económica y política del país entero. Se necesita un diseño avanzado de democracia económica y de democracia política para que las cosas cambien en el campo.

Sobre todo, se necesita que la violencia y el conflicto no ahoguen el diálogo sobre las reformas y no asesinen a los campesinos que vuelven al campo ni secuestren a los empresarios que se mantienen en él.

Necesitamos condiciones crecientes de paz para que se abra camino la reforma, la cual, a su vez, si es seria, contribuirá sin duda, de manera definitiva, a la paz política. Aquí hay que decir algo obvio: el cambio social y económico democrático del campo colombiano solo es viable a través de un proceso político democrático.

Para que se abra camino la reforma rural hay que hacer la política de otra manera, sin terror, sin mafias, con participación, con inclusión, con diálogo sincero entre sectores con intereses diferentes, con capacidad de construir acuerdos en la diversidad, con capacidad de acordar para actuar, con capacidad de actuar para transformar, con capacidad de transformar hacia la creación de riqueza y equidad.

También en este aspecto han de tomarse en cuenta las cinco locomotoras y los vagones de la prosperidad democrática anunciada por el presidente Santos como brújula de su gestión[10]. Pero quedan preguntas:

  • ¿Es realmente democrática la prosperidad que propone el presidente Santos?[11]
  • ¿Cómo se compatibiliza la política de tierras, agua y víctimas con la locomotora de los grandes proyectos energéticos y mineros que en varias regiones están arrasando con la vida misma, la de la naturaleza y la de las comunidades?[12]
  • ¿Cómo pensar que será viable la construcción del Estado Social de Derecho si se adoptan las políticas que se están proponiendo en materia de recentralización, regalías, agua, regla fiscal?[13]
  • Si el Estado local y regional es cada vez más débil y el Estado central cada vez más fuerte ¿cómo puede ese Estado débil en recursos y en atribuciones, responder adecuadamente a las demandas muy diversas y específicas de los campesinos, los indígenas, los afros… las mujeres, los jóvenes, el nuevo empresariado que está surgiendo en muchas zonas rurales?
  • ¿Cómo hacer con los TLC que amenazan con destruir sectores económicos completos como los de la leche, el arroz, el maíz, la avicultura?

Para reformar en serio

Asegurar la democracia económica y política para un proceso de reformismo serio en el campo y más allá de él sí que requerirá acuerdo y unidad nacional sobre cosas fundamentales. Más que citar a Fals Borda, se trata de seguir su método: para que se den los cambios, hay que crear un entorno o contexto favorable a ellos.

Podemos identificar actores y buenas prácticas e innovaciones sorprendentes, susceptibles de conducir a crear realidades nuevas. Hay gente que está pensando en la otra gente. El movimiento de la minga, el movimiento de víctimas, el movimiento por el agua, por los páramos, el inmenso conjunto de redes sociales que realizó la Cumbre Social en agosto de 2009, la propuesta de 8 mínimos para la paz de la Comisión Nacional de Conciliación, las iniciativas de diálogo emprendidas desde distintos ámbitos[14], hay una agenda país en construcción por parte de actores sociales y políticos movilizados, hay un poder nuevo que puede nacer si lo dejamos nacer, si le ayudamos a nacer, si no lo matamos cuando surge.

Si nos adentramos por este camino de acuerdos y acción colectiva coherente, de seguro haremos otra economía y otra política, haremos economía y política transformadoras para avanzar en inclusión y equidad.

Las oportunidades se presentan, pero también se crean. Me parece que estamos ante una ventana de oportunidad no despreciable, puede abrirse la posibilidad de un gran acuerdo para transformar el campo.

Si transformamos el campo transformamos a Colombia. Orlando Fals se alegraría por ello.​

  *Centro Democracia Hoy.

Notas de pie de página


[1] Presentación en PP – Cuadros y Mapaz, El Desplazamiento Forzado en Colombia: Causas, Magnitud y Modalidades, 2005.

[2] Tomo estos datos se toman de los trabajos realizados para la Cumbre Social, agosto de 2009, por Yamile Salinas, en especial la ponencia Elementos Mínimos de un Modelo Rural Incluyente y de una Política de Restitución de los Bienes Usurpados a las Víctimas, y del texto de Carlos Salgado de Planeta Paz TLC, Conflicto y Paz: el capítulo agrario, 2010.

[3] Sesión de Trabajo del Proyecto Evolución Colombia en Fescol 2009. 

[4] “El cuadro lamentable de los indicadores sociales del sector rural da pie para abordar […] el proceso histórico de progresiva destrucción de institucionalidad y civilidad… Me he atrevido inclusive, a esbozar un referente conceptual de la institucionalidad y la civilidad, de los mecanismos de círculo vicioso que interactúan entre ellas para profundizar el proceso destructivo de ambas. El recuento de dicho proceso […] no es otra cosa que la historia de la inequidad en Colombia, la historia de sus valores refundidos y de la pugna de intereses mezquinos que luchan por prevalecer, todo lo cual confluyó en el mal de males del país: el conflicto armado y su amalgama de violencias”, Lafaurie Rivera, José Félix: Prosconflicto y Desarrollo, Fedegán, 2006, pág. 38.

[5] Fals Borda, Orlando: Cooperación Reformismo y Crisis, Instituto de Investigaciones de ONU para el Desarrollo Social –Unrisd– , Ginebra, marzo de 1970, en Antología: Orlando Fals Borda, Universidad Nacional de Colombia, 2010, pág. 141. Resumen de puntos por Luis Sandoval.

[6] Uribe López, Mauricio: El Veto de las Élites Rurales a la Redistribución de la Tierra en Colombia, Revista de Economía Institucional N° 21, Segundo Semestre de 2009, págs. 93–106. El texto de Alfredo Molano Sacar Campesinos, en El Espectador del 12 de septiembre de 2010, se corresponde con las bien ilustradas tesis del economista Mauricio Uribe.

[7] Gloria Gaitán ha trabajado el tema para la primera parte del siglo veinte. Carlos Salgado de Planeta Paz tiene valiosos trabajos al respecto. El columnista Alfredo Molano ha documentado, analizado y descrito bellamente las odiseas y las tragedias sociales de la colonización.

[8] Sandoval M., Luis I. Democratizar la Democracia es el Proyecto, en Por Un Bloque Alternativo de Poder en Colombia, Fermín González, Juan Camilo Restrepo, Gustavo Petro, Antonio Navarro, Luis Sandoval, Piedad Córdoba, Orlando Fals, Jorge Robledo, Jaime Caicedo, Carlos Gaviria, FICA, 2005, pág. 89.

[9] Fals Borda, Orlando: La Reforma Agraria, en Antología: Orlando Fals Borda, Universidad Nacional de Colombia, 2010, pág. 100.

[10] Ver Revista PODERLas 5 Locomotoras, 24 de julio de 2010.

[11] Ver Kalmanovitz, Salomón: La Prosperidad: ¿qué tan democrática?, en El Espectador, 16 de agosto de 2010.

[12] Varios textos de estudios y otros de denuncias concretas han pasado por mis manos en estos días provenientes de diferentes regiones del país, baste llamar la atención sobre dos breves artículos de Alfredo Molano en El Espectador, A punto de Sangre, 22 de agosto de 2010, y A la Caza del Pacífico, 29 de agosto de 2010.

[13] Novoa García, Armando: La Regla Fiscal y el Estado Social de Derecho, Bogotá, agosto de 2010 (inédito).

[14]Cruz, Carlos Andrés: Inventario de Iniciativas de Diálogo, trabajo realizado con el auspicio de Fescol, en el marco del Proyecto Evolución Colombia, Bogotá, septiembre de 2009. Archivo electrónico.

 

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