Las manifestaciones del paro nacional han hecho que nos preguntemos de nuevo sobre asuntos como la protesta pacífica o violenta, y cómo debe responder la ciudadanía ante posibles abusos del ESMAD.
William Duica*
¿Quiénes son?
Con una novedad nos sorprendió la marcha del pasado 4 de diciembre cuando se dio a conocer en Colombia “La Primera Línea”. ¿Qué es? Una respuesta “al ataque indiscriminado a las manifestaciones pacíficas”. ¿Quiénes son? Nosotros mismos, colombianos sin rostro ni identidad, según se afirma en el manifiesto que acompañó su aparición.
Pero si estas respuestas parecen demasiado vagas o románticas, el general Óscar Atehortúa, director de la Policía Nacional, nos ofrece la interpretación “oficial” (como corresponde a su cargo): “el grupo visto el miércoles aparentemente dentro de la Universidad Nacional con cascos, escudos improvisados y haciendo ejercicios de entrenamiento, busca confrontar a la fuerza pública”.
Lo dicho por el general no solo induce a pensar que son estudiantes de la Universidad Nacional sino también que probablemente son los mismos encapuchados de siempre. Yo no lo sé, pero voy a tomar las insinuaciones del general como una hipótesis para mi reflexión.
Emberracar o asustar
Que la gente salga a votar emberracada o que se esconda en sus casas asustada. Como se sabe, el turbio origen de los hechos vandálicos del 21 de noviembre se remonta a la acción de unos encapuchados que empezaron a atacar a la Policía en la Plaza de Bolívar a pesar del intento de los manifestantes de interponerse y detener la confrontación.

Foto: Mr. Universitario
La primera línea pretende defender la protesta social.
La chispa se extendió y llegó a las entrañas del Palacio Liévano y el Capitolio, espacios que siempre están fuertemente custodiados pero que extrañamente ese día resultaron vulnerables ante esos encapuchados. No se hicieron esperar las sospechas de que esos y los que amenazaban con entrar a robar a los conjuntos residenciales, y los que saqueaban comercios, eran infiltrados.
Los medios les hacían eco a las sospechas del alcalde Peñalosa de que era la izquierda petrista la que estaba detrás de esa horda. Mientras que en las redes sociales circulaban imágenes donde se veían encapuchados que se acercaban a las tanquetas del ESMAD a refrescarse y tomar agua; y en otra se ve un camión lleno de policías que entran a un edificio y salen de civil a montarse en motos que no son de la Policía con rumbo “indeterminado”.
El presidente Duque y sus voceros de gobierno intentaron varias estrategias para deslegitimar la protesta.
El presidente Duque y sus voceros de gobierno intentaron varias estrategias para deslegitimar la protesta. Una consistió en hacer creer que la protesta no estaba justificada y era pura propaganda anti-gobierno de la oposición.
Otra consistió en decir que se reclamaban tantas cosas que en realidad no se podía entender qué era lo que pedía. Pero la estrategia inicial que consistió en asociar la protesta social con el vandalismo de “los encapuchados” es la que quiero comentar, porque esa pudo haber tenido un efecto inesperado en los “capuchos” (que es como los llaman en la Universidad).
¿Capuchos propios o infiltrados?
Es un hecho que la ciudadanía en general rechaza los actos de violencia y vandalismo. Las marchas y los cacerolazos contra el gobierno de Duque se convirtieron, además, en una forma de acción directa de la ciudadanía en contra de los disturbios y el uso de la violencia como forma de protesta. En ese contexto todos pudimos ver situaciones en las que los caminantes (incluidos los propios estudiantes) rechazaban la presencia de encapuchados gritándoles que no los representan.
De cierta manera, la estrategia de atemorizar a la gente con los encapuchados surtió el efecto de crear una actitud de vigilancia y cero tolerancia hacia la violencia. Pero el desmadre creado por esos encapuchados infiltrados y contratados por quién sabe quién, puso a los capuchos que históricamente han sido asociados a la Universidad entre la espada de la opinión pública y la pared del vandalismo indiscriminado.
En ese momento nadie, quizás ni ellos mismos, tenía cómo distinguir entre capuchos propios y encapuchados infiltrados. Y debido a que “capucha es capucha” y “violencia es violencia”, para la mayoría que diariamente estaba saliendo a protestar la diferencia se fue volviendo irrelevante. Casi podía oírse el rumor de la consigna: no los queremos en nuestras marchas.

Foto: Centro Nacional de Memoria Histórica
La guardia indígena también acompañó las marchas.
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¿Un cambio de línea?
En ese escenario, el pasado miércoles salieron a marchar, desde los distintos puntos de encuentro, grupos de personas que en estricta formación avanzaban con los caminantes. Llevaban cascos, escudos, máscaras y gafas para protegerse del gas y las balas de goma.
Tenían el aspecto intimidante de los capuchos de siempre. Sus rostros no eran reconocibles y estaban ataviados como para una confrontación. Pero, para el desconcierto de muchos, marcharon en paz, no emprendieron ninguna acción violenta, no iban a la ofensiva.
La Primera Línea no salió a confrontar a la fuerza pública, como creía el general; salió como una línea de contención y de defensa. De repente todo había cambiado, la gente no solo caminó a su lado, sino que unas cuantas cuadras bastaron para que se generara una cierta admiración ante las instrucciones que iban dando acerca de cómo marchar seguros.
El derecho a la defensa es compatible con el deseo de terminar con los ciclos de violencia.
Si es verdad que La Primera Línea está conformada por los capuchos de siempre, puede decirse entonces que ha habido un cambio de papel a partir de la comprensión del rechazo de la ciudadanía a la violencia injustificada.
La destrucción bárbara de infraestructura urbana es violencia injustificada. El ritual de “los tropeles” en la Universidad Nacional en el que los capuchos y el ESMAD empiezan a hacer presencia en la 26 o en la 45 a las 10 de la mañana y después de un par de horas se agarran y luego de otras tantas se van, dejando destrozos y sin que nadie entienda razones o motivos, es violencia injustificada.
Las arremetidas del ESMAD en varias ocasiones con gases y bombas de aturdimiento en movilizaciones de personas que en un intento desesperado por mantener la calma levantan sus manos en señal de no agresión hasta que finalmente son dispersadas, son violencia injustificada. Y fue precisamente en esa espiral de violencia injustificada que cayó asesinado el joven estudiante Dilan Cruz.
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Protesta y defensa
Pero la idea misma de “violencia injustificada” deja planteada una pregunta: ¿hay violencia justificada? ¿Hay algún contexto que justifique la violencia? En este punto, me parece, la presencia de La Primera Línea en la marcha de la semana pasada deja abierta una posibilidad.
Se trata de que los movimientos sociales se puedan comprometer con la protesta pacífica, pero sin que ello implique que por ser pacífica las personas queden en absoluto estado de indefensión y vulnerabilidad.
Ante un ESMAD que no entiende que sentarse y levantar las manos significa “no tienes por qué golpearme o arrojarme gas o bombas aturdidoras” debe ser posible la legítima defensa. En ese sentido entiendo el lema que La Primera Línea lleva en sus escudos: “La protesta social se defiende”.

Foto: Cortesía Miyer Mahecha
Muchas veces el ESMAD no entiende que las manos levantadas significan “no me golpees”
El derecho a la defensa es compatible con el deseo de terminar con los ciclos de violencia. Durante una reunión, un joven estudiante de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Colombia se expresó en este mismo sentido con unas palabras todavía más resonantes: “Nos queda como experiencia que la violencia es lo que nos ha dejado en la ruina como nación”.
El asunto de legitimar la violencia es sin duda un tema delicado y complejo. Legitimar la violencia para atacar a otros es relativamente fácil y la historia está llena de ejemplos oprobiosos. No se trata de justificar la violencia de “los justos”, o “los pobres” o “los de esta raza” o “los de aquella condición”.
Se trata de entender que, así como se dice que en la guerra la mejor defensa es el ataque, debería profesarse que en la paz el único ataque legítimo es el de defensa. Cuando una sociedad ha acordado vivir en paz, quien ataca primero incurre en una violencia injustificada.
En una sociedad como la nuestra, que está tratando de construirse como una sociedad en paz, la resistencia pacífica a la violencia ejercida contra las mujeres, los líderes campesinos, estudiantes, indígenas, comunidades LGTBI, etc., no debe ni tiene por qué convertirse en una historia desbordada de mártires.
**Profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia en el Departamento de Filosofía. Investigador en el grupo Relativismo y Racionalidad.