El inminente triunfo del continuismo –el Leviatán– permite explorar las lógicas de fondo que mueven la política en Colombia y, en ese marco, el reto de innovación y audacia que tienen por delante las fuerzas del cambio. Texto escrito poco antes del 20 de junio conserva su validez como aproximación a un balance global del proceso electoral.
Luis I. Sandoval M. *
Reproducción del Leviatán
A la evidente depresión del Estado Social de Derecho que experimenta Colombia, corresponde el ascenso del Leviatán uribista[1]. Las fuerzas de la democracia están en el deber de atajar el ascenso del Leviatán. Por ello se resalta que las opciones en juego en las decisiones finales que los ciudadanos toman el 20 de junio, son la continuidad y el cambio.
Los dos elementos están presentes en el relevo de gobierno. En este último, que se produce en medio de sorpresas, tensiones, escándalos y rescates de secuestrados, prima con enorme ventaja la continuidad sobre el cambio. En el momento en que se lea este artículo ya se conocerán las dimensiones exactas de esa ventaja. Se ha señalado por parte de la prensa y los analistas políticos que asistimos a una de las campañas políticas más atípicas e imprevisibles de las últimas décadas. El presidente Uribe no logró reelegirse por segunda vez, es decir, no pudo pasar a un tercer período como gobernante, pero su proyecto político se prolongará a través de su sucesor. En el lenguaje común, se dice que Uribe "seguirá gobernando en cuerpo ajeno".
La campaña política se represó en el largo esfuerzo que hicieron el gobierno y quienes lo apoyaron recurriendo a todo tipo de medios, santos y no santos, para imponer el referendo reeleccionista. Sólo en febrero de este año se tuvo claro, por fallo de la Corte Constitucional, que el presidente Uribe no podía presentarse para un tercer mandato. A partir de este momento la campaña se desarrolló aceleradamente, con la particularidad, ahora perceptible, de que los más favorecidos en el comienzo (Fajardo y Noemí) no tuvieron las mayores opciones al final del proceso (Santos y Mockus). Ello se desprende de la favorabilidad de voto captada en diferentes momentos por las encuestas, que ofrecían resultados 2 y 3 veces por semana.
La mecánica política y el marketing político primaron sobre los programas y los debates, sin desconocer que estos alcanzaron a tener notoriedad, pero no mucha incidencia en la decisión de los electores, pocos días antes de la primera vuelta y entre ésta y la segunda. El hecho es que las definiciones centrales no se tomaron en función de programas y debates. Se llegó a ellas en virtud de la reproducción obscena del poder a la cual fue arrastrada gran parte de la ciudadanía que se prestó al juego de la política como tráfico entre beneficencia pública y adhesión política. El clientelismo volvió a ser un personaje con enorme poder de definición. La política de trueque descolló mucho más que la de opinión.
Deseo del Leviatán
Aclarada la no participación del presidente Uribe en la contienda, tanto en la orilla de la continuidad como en la del cambio se produjo una competencia abierta, casi podría decirse loca, por las candidaturas. En el período de las consultas y definiciones internas de los partidos (nuestras primarias), segundo semestre de 2009, había cerca de veinte precandidatos que luego se redujeron a nueve, seis que registraban en las encuestas, y tres que no lo lograban. Con nueve candidatos, 8 hombres y 1 mujer, se realizó la primera vuelta el 30 de mayo y con los dos más votados en esa fecha, Juan Manuel Santos del Partido de la U, en fórmula con Angelino Garzón, y Antanas Mockus del Partido Verde, en fórmula con Sergio Fajardo, se realizó la segunda el 20 de junio.
Los partidos enanos que hoy existen en Colombia, afectados por la honda depresión política de los últimos años, signada por el caudillismo presidencial, mostraron en este proceso muchos de sus vicios y pocas de sus virtudes. Tal se vio en la rivalidad de corto vuelo que protagonizaron en la lucha por el poder. En ninguno de los campos, ni en el de la continuidad ni en el del cambio, se dio el paso de constituir verdaderas coaliciones entre partidos. Los distintos intentos en ese sentido resultaron fallidos. El elemento de peso para la enorme ventaja que logró Santos, el candidato de la continuidad, fue la intervención cínica y masiva del gobierno, con el Presidente de la República a la cabeza, para favorecerlo. Tan desfachatada y sin antecedentes fue esa intervención, que el Procurador General de la República encontró necesario llamar al orden al Presidente y debió, inclusive, destituir e inhabilitar por varios años a un gobernador, el del Valle del Cauca.
Alimento del Leviatán
Como si ello fuera poco, las mafias volvieron a jugar en la configuración del poder. Se pudieron expresar en la elección de Congreso de la República, el 14 de marzo, como lo indicó y analizó ampliamente la prensa, volvieron a hacerlo en la primera vuelta el 30 de mayo, y con seguridad repitieron su experiencia en la segunda, el 20 de junio. El dinero de origen mafioso ha corrido abundantemente en las campañas de algunos personajes, así como la coacción de las bandas delincuenciales sobre los electores en varias regiones, de modo que muchos de los parlamentarios presos por parapolítica lograron llevar al Congreso a parientes cercanos, o a amigos. Se estima que el 40 por ciento0 del parlamento colombiano volverá a ser influido, directa o indirectamente, por el paramilitarismo. Como ocurrió en las dos elecciones del presidente Uribe, en el 2002 y el 2006, estas fuerzas juegan como componente importante del caudal electoral del candidato continuista, Juan Manuel Santos, no obstante sus calculadas protestas y clarificaciones.
El movimiento por la continuidad se aglutinó, finalmente, no alrededor del personaje, Andrés Felipe Arias, que el presidente Uribe trató de convertir en su otro yo en el Ministerio de Agricultura al calor de Agro Ingreso Seguro, un programa de beneficio social que ambos convirtieron en apoyo para los ricos, sino alrededor del ex ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, autor de la incursión contra el campamento del segundo hombre de las FARC, Raúl Reyes, ubicado en el Ecuador, y responsable político directo del accionar de las Fuerzas Armadas cuando se produjo el escándalo de los falsos positivos con jóvenes del municipio de Soacha, asesinados por unidades de la fuerza pública en una región que no era la suya y reportados como guerrilleros dados de baja. Caso monstruoso, en el cual están incluidos más de 1.700 jóvenes, y que sigue en la impunidad. El ex ministro Santos no puede eludir su responsabilidad política en este nefando episodio.
Expresiones del Leviatán
En el territorio del cambio, las condiciones para la competencia política fueron en extremo desfavorables, sobre todo en lo que atañe a la izquierda. La izquierda social y política, y sus dirigentes nacionales y regionales más destacados, fueron sometidos durante años a una guerra política por parte de los organismos de inteligencia del Estado, en particular el DAS, que depende de la Presidencia de la República. Los hechos de esta guerra que incluyó espionaje telefónico, seguimientos permanentes y averiguación exhaustiva de la vida privada, acciones de desprestigio público, atentados y asesinatos, se han comenzado a conocer, y la justicia ha iniciado procesos contra funcionarios que estaban bajo la directa responsabilidad política del Presidente, a los cuales este último no ha dudado en defender y amparar aún ante evidencias incontrovertibles. Pero el mandatario prefirió desatar una segunda guerra, señalando como conspiradores y proclives al terrorismo a los fiscales, jueces y magistrados de las altas cortes. Es de notar que entre los sindicados de graves delitos se encuentran personas tan cercanas al Presidente como su hermano Santiago y su primo Mario Uribe, expresidente del Senado de la República.
Estrategia contra el Leviatán
A las circunstancias someramente descritas se suman las propias limitaciones y errores de la izquierda y el centro político que se muestran incapaces de sobreponerse al contexto adverso y de superar su propia fragmentación, mediante el recurso a la consulta multipartidista y, al final, sin poder cristalizar las más elementales alianzas. La izquierda fue vacilante y lenta en la apertura y la convergencia planteadas como opción ineludible desde un comienzo (febrero de 2009), no comprendió la importancia estratégica del centro político en la coyuntura y éste, impactado por las encuestas que ponían a su candidato en empate técnico con el candidato continuista, optó por el triunfalismo, rehusó las propuestas de coalición serias y limpias, desconoció el papel de los partidos, erigió la adhesión incondicional como la única forma de articulación y en aras de la transparencia derivó en el maniqueísmo.
No obstante, hacia delante será preciso analizar que hay ganancias en el surgimiento orgánico del centro político y en la fugaz ola verde (abril) que se desató por la ética pública en el momento en que reventaban graves escándalos de corrupción y abuso de poder, así como en el desempeño de la izquierda, que por fin se mostró unida, que logró concretar un programa considerado válido, proyectar un candidato sobresaliente y, quizá lo más importante, esbozar una nueva posibilidad de configurar el poder político, dándole juego no sólo a partidos sino a movimientos étnicos y sociales y a franjas de opinión democrática, especialmente en las regiones. Ese camino ya se recorrió en otros países de América Latina. No todos los buenos resultados se miden en votos.
Queda por dilucidar el espejismo del empate técnico que creó la ilusión de que el candidato por el cambio podría eventualmente derrotar al candidato continuista. ¿Fallaron las encuestas? ¿Jugó a la hora final un factor que no podía ser captado por ellas? ¿Cuál fue ese factor? ¿La explicación de lo ocurrido está en la reacción rápida de las fuerzas continuistas ante el ascenso sorpresivo de las fuerzas del cambio? ¿Fue una situación surgida espontáneamente de los acontecimientos o creada artificialmente por un centro de poder mediático, económico o político? Analizar todo eso es una de las tareas pendientes.
Contención del Leviatán
El factor más importante en relación con la contención del Leviatán uribista proviene de la justicia, que en muchos de sus niveles, ha mostrado claridad y fortaleza admirables para enfrentar, con apego a la Constitución y a la ley, el fenómeno de la parapolítica, los abusos de poder, el desbordamiento de la corrupción, la pretensión de hacer aprobar un referendo tramitado irregularmente, la violación de los derechos humanos, la salvaguarda de los derechos de las víctimas… Fallos como los proferidos contra parlamentarios asociados a las mafias de narcos y paramilitares para influenciar los procesos políticos electorales e infiltrar la administración del Estado, contra los autores materiales e intelectuales de masacres, contra las desapariciones forzadas (en el caso del Palacio de Justicia), contra la desviación de funciones del DAS son, entre otras, acciones que convierten hoy a la justicia en el principal bastión del Estado social de derecho.
Ante los decisiones en derecho de los jueces y de las altas cortes, el Ejecutivo, a través del propio Presidente de la República, reaccionó como si se tratara de una conspiración de carácter político o de infiltraciones del terrorismo. Eso ha producido un fenómeno de desinstitucionalización, y ha horadado gravemente el respeto y acatamiento debido a las autoridades de justicia. Redes importantes de la sociedad civil han emprendido la tarea de promover acciones ciudadanas de respaldo a la justicia. Es preciso apoyar esta causa, no como una defensa partidista, sino en apoyo de la institucionalidad democrática. Un reto inmediato es el proyecto que el nuevo gobierno hereda del saliente, mediante el cual se pone la elección del fiscal general en manos del Presidente, lo cual, en las condiciones que vive Colombia, no haría sino contribuir a la impunidad de los crímenes cometidos por el régimen.
Expansión del Leviatán
El proceso de relevo en el Congreso y en la Presidencia de la República deja un cuadro desfavorable al juego gobierno-oposición, que es normal y deseable en una democracia. En el Congreso, las fuerzas uribistas que apoyarían a Juan Manuel Santos muy posiblemente estén cerca al 85 por ciento, y vienen del reagrupamiento que lograron en la segunda vuelta presidencial, mientras que el 15 por ciento, en contraste, viene la imposibilidad de entenderse que tuvieron durante la campaña. La posibilidad de hacer oposición desde el espacio parlamentario no parece promisoria.
Surge entonces, de manera espontánea, la necesidad de ampliar el frente de oposición extraparlamentaria a través de la formación de una opinión crítica y de diversas expresiones de movilización y protesta social. Se entiende oposición no en un sentido contestatario de oponerse por oponerse. Es claro que aún la oposición más cerrada debe estar en condiciones de reconocer y cooperar en asuntos que estén bien formulados y sean claramente benéficos para la población. Además, una forma de oponerse es presentando propuestas y opciones alternativas que eventualmente puedan ser acogidas por las fuerzas predominantes, y convertidas en acción de gobierno.
Con todo lo positivo que se quiera ser hay que tener en cuenta, sin embargo, que las circunstancias que se anuncian no son fáciles por la consolidación del proyecto uribista, que continuará en materias tan fundamentales como la Constitución, el modelo de desarrollo, las relaciones internacionales, el tratamiento del conflicto interno, la justicia, las transferencias, la crisis de la salud, la división de poderes, el problema fiscal, las tratamiento de las bonanzas y el empleo, para sólo mencionar algunas.
Futuro del Leviatán
Se ofrece por parte del virtual presidente, Juan Manuel Santos, del Partido de la U, la formación de un Gobierno de Unidad Nacional. Al respecto es preciso clarificar que, para que se dé, no bastan las adhesiones precipitadas, de última hora, que tuvieron una finalidad electoral, ni tampoco que el candidato haya involucrado en su programa puntos que él tomó a su arbitrio de los programas de los candidatos minoritarios. Un Gobierno de Unidad Nacional supone un verdadero Acuerdo Nacional y ello sólo es posible como expresión de la voluntad plural y colectiva de fuerzas sociales o partidos diferentes que pactan seriamente un programa para llevarlo a la práctica desde el gobierno. Ese no es el caso de Colombia.
El desarrollo de la democracia colombiana requiere que el país se mueva decididamente dentro de un esquema de partidos de gobierno y partidos de oposición. La acción de la oposición es legítima y tiene que ser garantizada. Colombia no tiene un Estatuto de la Oposición y estamos dentro de una guerra política adelantada desde la propia Presidencia de la República, contra fuerzas y personas que ejercen la oposición en términos de la Constitución y la ley. La oposición se realiza responsablemente dentro de la perspectiva de ser en el futuro una opción cierta de poder y de gobierno. Esta es una tarea ineludible que las fuerzas del cambio, Polo Democrático, Partido Verde, Liberales no entreguistas y parlamentarios independientes, están llamados a asumir desde el mismo 21 de junio.
El triunfo de la opción continuista no será por mucho tiempo porque las fuerzas del cambio tienen más claro que nunca su camino de victoria: convergencia, convergencia programática y transparente, convergencia y audacia, mucha audacia.
*Investigador social, integrante de la Red de Iniciativas contra la Guerra y por la Paz (Redepaz), director ejecutivo de la Asociación de Estudios Políticos Democracia Hoy (Demhoy), columnista de El Espectador y autor del libro Colombia la paz naciente.
Nota de pie de página
[1] Originalmente monstruo marino fantástico. Thomas Hobbes (1651) le da sentido político en su obra que lleva precisamente ese nombre. Según él es el "abandono consentido de todo derecho a favor de un estado absolutista como única salida a la guerra perpetua que los hombres libran entre sí por naturaleza". Aquí se emplea para hacer referencia a la confianza que el pueblo colombiano ha depositado en el caudillismo autoritario del presidente Uribe en rechazo al movimiento insurgente de las FARC, lo cual ha implicado una profunda desinstitucionalización del Estado democrático, la reducción de la diferenciación de poderes por avasallamiento del Ejecutivo, la militarización de la vida social, la conformación de un bloque de poder con elementos asociados a la mafia, y el surgimiento de prácticas que lesionan las libertades públicas, como el uso de la inteligencia del Estado para perseguir a la oposición política. El Presidente alcanzó a esbozar la tesis del Estado de Opinión para aludir a que la favorabilidad con que su gobierno y él mismo aparecían en las encuestas le daban una preeminencia sobre los demás poderes públicos hasta el punto de desconocerlos, como en efecto lo intentó frente a la justicia. Considero que este cuadro queda bien caracterizado con la expresión hobbesiana.