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El regreso de la FILBO: más allá de las cifras

Escrito por Nicolas Rocha Cortes
el FILBO esta de vuelta

Después de dos años de pandemia, regresa de forma presencial la Feria Internacional del Libro en Bogotá. Un breve retrato sensible de este rencuentro en torno a la literatura y la cultura.

Nicolás Rocha Cortés*

La literatura es cuestión de fe

La literatura es cuestión de fe. No apenas a la hora de escribir, sino en todo lo que rodea a la industria literaria.

Se necesita fe para publicar libros durante la crisis de papel más grande de la actualidad. En la apuesta de publicar a autores jóvenes. De crear una editorial. De hacer malabares con billetes arrugados y monedas mal contadas mientras alguien rasga el plástico de un libro nuevo para oler las páginas.

Hay fe en la puesta de organizar más de 110 actividades en colegios, bibliotecas y universidades. De lidiar con las adversidades que surgen durante la organización. De crear espacios alrededor de la ciencia, la música, la poesía y la inclusión. De abrirse paso entre cientos de personas con tal de escuchar.

También hay algo religioso en la decisión de montar un stand en los 53.000 metros cuadrados que componen Corferias. De volver después de dos años, y creer fervientemente que la devoción sigue ahí, que no se desmoronó como tantas otras cosas después de que se acabó el mundo.

La vida de la Feria del Libro

Al zigzaguear entre los pasillos de la Feria del Libro de Bogotá se oyen grupos de estudiantes que, como muchos, preguntan dónde pueden hacerse una caricatura. También hay quienes repasan la programación, e intentan ponerse de acuerdo respecto del evento al que asistirán.

Otros buscan comida. Muchos descansan con una botella de agua en mano o unas palomitas. Hay ritmo. Algunos corren. Hay quienes esperan una mesa para sentarse a comer. Hojean las primeras páginas de alguna novedad. Esperan con lapicero en mano una firma. Escuchan reflexiones sobre moscas, unidades residenciales y cuerpos mutilados en un conversatorio.

La Feria del Libro es una procesión en la que el único orden lo dicta la curiosidad.

Es en ese instante en el que uno se da cuenta de que la vida sin ferias no es igual, que le hace falta algo, o quizás le sobra mucho. Todavía no lo sé, pero sé que me encuentro entre las novedades que llegaron a los pabellones de la FILBO, algunas todavía tibias.

Por otor lado, están las novedades de editoriales independientes como Rey Naranjo, Laguna, Luna, Silaba, Angosta, Lazo, La Valija de Fuego, Caballito de Acero, La Diligencia, entre tantas más que inundan el Pabellón 17 de la feria. O en iniciativas como la Biblioteca Digital de Bogotá en el Pabellón leer para la vida.

También hay vida en las palabras y canto de Gabriela Wiener, en la actuación de Camila Sosa Villada, y las preguntas de Giuseppe Caputo.

Las estructuras son cada vez más arriesgadas, y también hay editoriales que le apuestan a la renovación, o la edición de libros antes ignorados.

Habito las charlas en las que participan Vanessa Londoño, Juliana Javierre, Harold Muñoz, Catalina Navas, Juan Álvarez, Andrea Abreu, Andrés Felipe Solano, Mircea Cărtărescu, Yolanda Reyes, Daniela Sánchez Russo, Andrea Mejía, y tantas personas más que, desde su escritura, evocan aquello que Cristina Peri Rossi plasmó en su discurso de recepción del Premio Cervantes hace un par de días:

“¿No es compromiso satirizar, por ejemplo, los excesos de la técnica, el morbo de los platós de televisión o los ritos festivos de los fanáticos del fútbol? Tan compromiso como escribir un poema lírico que exalta el deseo entre dos mujeres, o entre un hombre y una mujer. La imaginación también es compromiso cuando no anticipación. Yo no he sido cronista de la realidad, me he sentido muchas veces como Casandra, en la Eneida, vaticinando un futuro y unos peligros que pocos veían. Pero no concibo una literatura solemne. La vida puede ser una tragedia, un drama, pero se puede ironizar, y satirizar sus hábitos y costumbres, como hizo Pessoa con su poema «Todas las cartas de amor son ridículas». Sí, y, además, son dulces o crueles o amorosas o denigrantes”.

Un retorno íntimo a la literatura

La literatura contemporánea es fresca. Los libros y los conversatorios dejan a un lado la solemnidad que ha rodeado tantas veces a la escritura, y se enfocan en los intereses que caracterizan la obra y las vidas de los autores.

La ternura, el cuerpo o la identidad son temas recurrentes. Las estructuras son cada vez más arriesgadas, y también hay editoriales que le apuestan a la renovación, o la edición de libros antes ignorados.

La poesía, el ensayo o el cuento tienen un protagonismo mayor. Las conversaciones tienen un tono cercano, los abrazos tienen lugar y ya no hay castigo ante el mínimo contacto. Quizás sea por el regreso a la presencialidad que esta feria se siente diferente. A lo mejor es porque hace mucho no se hablaba sobre libros así, de cerquita y con el pecho hinchado.

Al final, como todas las ferias, la FILBO es una fiesta. Una en la que nadie se ha colado, ni es juzgada por derramar un trago o por llevar una camisa que no combina. Es una ceremonia en la que los cuerpos se chocan, se juntan, y apretujan entre pasillos de editoriales y librerías.

Además, ¿qué nos gusta más a los colombianos que celebrar? Es por eso que todos van, y nadie se quiere quedar por fuera. Que invitamos a quien se quiera unir porque todos cabemos en la foto. Que celebramos a Corea como si fueran amigos de siempre, de esos que se limpian los raspones mutuamente, y se levantan apaleados, pero juntos.

De eso se trata la FILBO, de la complicidad que hay entre autores, lectores y curiosos. La cercanía que se crea a través de los talleres, ya sean de escritura o de ilustración, en los que el mundo editorial se acuesta sobre la mesa para que todos tengan una tajada.

el FILBO esta de vuelta
Foto: Facebook: FILBO - De eso se trata la FILBO, de la complicidad que hay entre autores, lectores y curiosos.

Los libros y los conversatorios dejan a un lado la solemnidad que ha rodeado tantas veces a la escritura, y se enfocan en los intereses que caracterizan la obra y las vidas de los autores.

En 2019, la última vez que la feria fue presencial, 605.000 personas llegaron a Corferias durante los 13 días de evento. En 2022 se espera que la cifra sea mayor. Pero, más allá de los números que son el tema de conversación para muchos medios, la belleza de esta feria está en lo infraordinario.

Eso mismo que George Perec logró evocar, como pocas personas, y que suele ser lo que se obvia de estos espacios.

Registros de una tarde cualquiera

Dos niños, de aproximadamente 12 años, caminan con la sudadera verde del colegio. Uno habla por celular y le grita a alguien que ya se ven frente al Pabellón 3, que no se afane y deje de joder. Mientras tanto, el otro ríe y se alcanzan a ver las palomitas con caramelo entre los dientes. Se limpia las manos con el pantalón y sigue caminando.

El autor de El Arcano de Majuy termina su conversatorio y comienza a abrazar a todas las personas que lo felicitan. Mientras tanto, las personas compran su libro, y una mujer de más de cincuenta años se aleja de la mesa debiendo mil pesos que finge buscar en monedas.

Un grupo de tres fotógrafos corren mientras se preguntan en dónde es la sala en la que deben retratar a una autora que está por terminar su presentación. Uno se tropieza, y todos frenan en seco. Se miran, miran sus cámaras y se les escapa un chiflido, como si se desinflaran, entre los dientes. Cuando verifican que están bien vuelven a su camino, pero esta vez caminando.

Una pareja toma cerveza en la barra del Club Colombia y ríe con fuerza. Tienen algunas bolsas con libros, quizás dos, pero no se alcanzan a distinguir los títulos. Se toman las manos, las aprietan y se miran sonriendo.

Un hombre levanta los platos que quedaron en las mesas, saluda a un par de cocineros con un gesto sutil y les pregunta que a qué hora van a salir. Si terminamos de limpiar rápido quizás a las diez, responde un hombre con manchas de grasa en el delantal.

Una mujer grita que quién es la mamá de una niña rubia que camina por el pabellón de independientes.

Varios adolescentes preguntan por un libro que no logro identificar y, al parecer, el librero tampoco. Siguen su camino y vuelven a repetir el ejercicio en el siguiente stand. Recorren tres y los pierdo de vista.

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