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Reforma agraria y saberes campesinos

Escrito por Orlando Barón
Semillas de cacao cultivadas en Cáceres, Antioquia.

Semillas de cacao cultivadas en Cáceres, Antioquia.

El desarrollo verdadero no es solo para la gente: es por la gente y con la gente. Los campesinos ya han sido objeto de incontables estudios y políticas; es hora de que sean sus sujetos*.

 Orlando Barón Gil**

Universidad de Ibagué

Intentos y fracaso

Colombia llevó a cabo once reformas agrarias durante los últimos ochenta años. Con rigor matemático, tuvimos una reforma agraria cada siete años y dos meses. De esto surgen muchos interrogantes:

  • ¿Qué hace que un país cambie sus políticas sobre el campo de manera tan apresurada?
  • ¿Qué ocasionó los once fracasos?
  • ¿Dónde está el desajuste?, ¿En quienes legislan?, ¿En las instituciones que aplican o pretenden aplicar las nuevas normas?, ¿En los campesinos que no llegaron a saber a ciencia cierta de qué se trataba el programa que llegó a su vereda?

A estas preguntas se han dado respuestas de muy diversa índole, y casi todas desde perspectivas económicas, políticas y sociales. Intentaré ahora una respuesta menos frecuente: una respuesta fundada en la sabiduría de los campesinos y en su relación con los procesos de desarrollo que vive Colombia.

Saber ausente

Cultivo de fríjol al norte del Chocó.
Cultivo de fríjol al norte del Chocó.
Foto: CIAT

Y siguen más preguntas: ¿Alguna reforma agraria incluyó en sus presupuestos sociológicos el conocimiento que tienen los hombres y mujeres del campo colombiano? O, formulada de modo menos retórico: ¿Alguien se tomó el trabajo de dialogar con los campesinos sobre lo que saben y cómo lo saben? ¿Alguien pensó que ese saber podría orientar lo que debía hacerse o dejar de hacerse en el campo colombiano?

La respuesta a estas dos preguntas últimas es simple y categórica: ¡No! Ninguna de nuestras once reformas agrarias se ha basado o ha apelado al saber de los hombres y mujeres del campo para ilustrar o enriquecer su concepción o ideario.

Colombia llevó a cabo once reformas agrarias durante los últimos ochenta años.

Muchas razones de carácter ideológico y económico explicarían semejante exclusión.  Aquí aludiré apenas a las razones académicas que han impedido incluir el saber de los campesinos en el diseño de las políticas que en teoría buscan beneficiarlos. Estas razones son al menos dos:

– La mayor parte de los estudios que se han realizado sobre el campo y las reformas agrarias en Colombia tienen un sesgo cuantitativo. A los investigadores del sector agrario parecen interesarles las cifras, pero nada o muy poco las costumbres y tradiciones de quienes habitan el territorio sobre el cual ellos quieren o creen saber tanto. El enfoque cuantitativo de estos estudios nos distancia de la población campesina y de su vida.

Pero también lo hace el lenguaje técnico – tan a menudo innecesariamente técnico-   que suele prevalecer en los informes institucionales sobre el agro. Me servirá para mostrarlo un ejemplo que tomo al azar porque podría provenir de alguna  otra de las muchas publicaciones  sobre el tema. En el por demás muy buen artículo “El agro colombiano: perspectivas para su desarrollo”, de la Universidad de los Andes, puede leerse que “A diferencia del sector industrial que ha reflejado (sic) tasas de crecimiento de hasta el 10%, el sector agropecuario se ha mantenido estancado después del proceso de apertura con una tasa de crecimiento de largo plazo de 3%. El desempeño del sector agropecuario no ha cambiado su dinámica (sic), incluso a pesar del aumento, tanto en el número de mecanismos de soporte, como en el valor de las transferencias, desde 1991…”.  

Por supuesto que aquí no desestimo ni el valor de esta información ni el trabajo de investigación que supone. Pero observo que esta forma de investigar y de enunciar los resultados nos distancia y nos impide comprender lo que ocurre en el campo colombiano y las maneras concretas como esas cifras se expresan en la vida y en la conciencia de los campesinos.

– La segunda razón que tengo en mente es la costumbre arraigada en nuestros centros universitarios de llevar a cabo estudios o disertaciones sobre distintos temas – incluyendo los del sector campesino- dentro del claustro o “la torre de marfil” que es la academia y sin compartirlos -ni en efecto  consultarlos- con las personas que son “el objeto” de su investigación. Dicho lo cual es obvio que acá hemos prescindido del  campesino como sujeto activo del conocimiento.   

Claro está que dada la escasez de recursos de las universidades resulta más sencillo interpretar  o reencauchar teorías económicas, políticas o sociales que desplazar docentes y estudiantes  que compartan la vida campesina y conozcan e internalicen sus saberes tradicionales de manera que las informaciones o las cifras que usarán luego en sus escritos las hayan comprendido realmente.

Un escrito de John  Durston nos alerta sobre  una posibilidad que aún no advierte la mayoría de los  investigadores colombianos: “…Los hogares rurales, y aún más las comunidades rurales, cuentan con importantes recursos que pueden ser la base de aportes decisivos para el mejoramiento de la educación rural. La comunidad rural suele ser rica en capital humano, capital cultural y capital social. Estas tres formas de capital apoyan la acumulación de capital humano cognitivo en el campo pedagógico y en la gestión por una comunidad educacional ampliada”.

Dos ejemplos

Si aceptamos que el capital cognitivo de los campesinos tiene implicaciones educativas, y si además reconocemos a un sujeto capaz de conocer en cada hombre y mujer del campo, los investigadores y las universidades tienen abierta la vía para reconstruir los saberes de una población que tradicionalmente se ha considerado “ignorante” o como “el resto” del país.

Creo oportuno reseñar aquí dos experiencias recientes que nos permiten entrever vías en esta dirección:

– En un proyecto de investigación que se adelanta desde 2013 sobre los campesinos del noroccidente de Cundinamarca, una universidad colombiana y una canadiense han logrado reconstruir la memoria de seis comunidades, incluyendo sus saberes  cotidianos y técnicos. En este ejemplo importan tanto el resultado final como el camino para alcanzarlo. Se trató de un procedimiento sencillo y más bien ancestral: campesinos e investigadores se sentaron a dialogar sobre la base de la legitimidad y la igualdad de sus saberes; no se adoptaron roles profesionales o institucionales sino el de personas que intercambian lo que piensan.

Las gentes de campo, herederas de una invaluable tradición oral, siempre querrán sentarse a conversar sobre su vida, sus condiciones y sus ilusiones. Esto es posible si quien se acerca a ellas las reconoce y respeta como interlocutores válidos, dignos e inteligentes. Podríamos decir que con solo modificar los términos de interacción -y las relaciones de poder que suponen- entre campesinos e investigadores, entre comunidades campesinas y universidades, es posible descubrir intereses mutuos y añadir conocimientos auténticos.

Acá hemos prescindido del  campesino como sujeto activo del conocimiento.   

– La segunda experiencia tiene lugar en el marco del Programa Paz y Región en la Universidad de Ibagué (que Francisco Parra Sandoval describió en esta revista), donde los estudiantes se desplazan a los municipios del Tolima y sus zonas rurales para residir allí durante el último semestre académico e interactúan con las comunidades, juntas de acción comunal, asociaciones productivas, microempresas rurales, autoridades locales y emisoras  de radio, acompañándolos así en proyectos para transformar la realidad que viven.

Con la gente

IV encuentro nacional de Zonas de Reserva Campesina en Tibú, Norte de Santander.
IV encuentro nacional de Zonas de Reserva Campesina en Tibú, Norte de Santander.
Foto: Agencia Prensa Rural

Estas dos experiencias tienen en común su intención de construcción y de saber: ambas suponen la aprobación y la participación, y ambas exigen reconstrucciones permanentes de las prácticas y saberes.

En el desarrollo de estos proyectos queda claro que todo saber (tradicional o emergente) se vincula de manera directa con prácticas diarias e históricas. Todo conocimiento, al igual que su transmisión a los más jóvenes, debería por tanto asociarse con actividades cognitivas que nacen de acciones concretas. Estas formas de pensar  que se asocian con formas de actuar son la base del universo simbólico y espiritual que explican el entorno y la vida cotidiana.

Desde esta perspectiva, fundada en la sabiduría campesina y en su relación con los procesos de desarrollo que vivimos, seguramente podremos avanzar en  resolver los problemas estructurales del campo colombiano.

Seguir sosteniendo que los problemas del campo obedecen a falta de capacidad o de organización de la población campesina es desconocer su inmenso capital intelectual. Es insistir en el camino equivocado que nos impide llegar a los ciudadanos del campo para las reformas agrarias que Colombia está en mora de realizar y que por fin se asoman en el horizonte.  

 

Razón Pública agradece el auspicio de la Universidad de Ibagué. Las opiniones expresadas son responsabilidad del autor.

** Magister en Estudios Literarios, profesor de la Universidad de Ibagué, autor del libro Saberes campesinos: las comunidades Asopricor y su vida en el Alto Magdalena y el Tequendama (2015).

 

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