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Qué queda después de la reina Isabel II

Escrito por Ildikó Szegedy-Maszák
La reina Isabel II

La muerte de Isabel II despertó reacciones encontradas que dan cuenta de que la actual monarquía británica atraviesa un periodo de crisis de credibilidad.

Ildikó Szegedy-Maszák*

Setenta años en la corona

La muerte de la reina Isabel II despertó reacciones muy distintas en todo el mundo. Para algunos, fue un hecho trágico y grave. Para otros, fue el recordatorio de un pasado colonial y violento todavía sin resolver. La figura de la reina está llena de matices por lo que su muerte crea preguntas y reflexionas para los habitantes de los Commonwealth of Nations y para el resto de nosotros.

En febrero de 1952, la princesa Isabel estaba en Kenia después de casarse con su esposo, el príncipe Felipe, cuando se enteró de la muerte de su padre y de su nuevo estatus real.

Durante su reinado, estuvo presente en más de 120 países, siendo la primera monarca del Reino Unido en visitar el Vaticano en 1961 y Sur América en 1968. Además, realizó tres Commonwealth Tours. El primero en 1953, el segundo, el Silver Jubilee Commonwealth Tour, en 1977 y el tercero, el Golden Jubilee Commonwealth Tour, en 2002.

La última visita de la Reina al exterior fue en 2015 en Malta para atender la 24ª Reunión de Jefes de Gobierno del Commonwealth. Malta tenía un significado sentimental particular tanto para la reina como para el príncipe Felipe, porque vivieron en el país entre 1949 a 1951, mientras Felipe estaba estacionado allí como oficial naval.

Es también de especial significancia que, dos días antes de su muerte, la reina Isabel II recibió en el Castillo de Belmoral de Escocia al quinceavo primer ministro, Liz Truss. Estos escenarios reflejan los dos papeles fundamentales de la monarquía en el Reino Unido:

  1. la tarea de relacionarse con el Commonwealth of Nations y
  2. velar por la democracia parlamentaria.

El futuro de la monarquía en el Reino Unido se medirá principalmente en este contexto.

El colapso del antiguo Imperio Británico

En 1913, el Imperio Británico llegó a ser el imperio más grande que jamás haya existido. Comprendía 57 colonias, dominios, territorios o protectorados desde Australia, Canadá e India hasta Fiji, Samoa Occidental y Tonga. Desde Londres, los británicos gobernaron alrededor del 20 % de la población mundial y casi el 25 % del territorio mundial.

El colapso del poder del Imperio Británico se debe al devastador efecto de la Segunda Guerra Mundial. El Imperio estaba sobrecargado y había un gran malcontento en las colonias por lo que hubo una caída rápida y decisiva de muchos de los territorios clave.

En 1947, la India se independizó. En el Medio Oriente, Gran Bretaña abandonó apresuradamente Palestina en 1948. Ghana se convirtió en la primera colonia africana en alcanzar la independencia en 1957. En 1967 más de 20 territorios británicos eran independientes.

El Commonwealth fue una consecuencia evolutiva del Imperio Británico. En 1926, Gran Bretaña y los dominios acordaron que todos serían iguales en estatus. La declaración, formalizada en 1931 con el Estatuto de Westminster, marcó el comienzo oficial de British Commonwealth of Nations.

Después de su independencia, India pidió unirse en 1949, pero con condiciones: India aceptó al rey Jorge VI como jefe del Commonwealth, pero no juró lealtad a la corona. Las naciones miembros aceptaron estas condiciones y, en 1949, emitieron la Declaración de Londres que reformó el Commonwealth en este sentido.

Cómo funciona el Commonwealth

El Commonwealth difiere de otros organismos internacionales en tanto que no tiene constitución formal ni estatutos. Los miembros no tienen ninguna obligación legal o formal entre sí y se mantienen unidos por tradiciones, instituciones y experiencias compartidas, así como por el interés económico propio. El papel del monarca al frente del Commowealth no es hereditario sino honorífico.

Los líderes de estos países se reunieron en una conferencia en 2018 para acordar que el papel se le daría a Carlos cuando se convierta en el soberano. El monarca tiene un papel menos formal como jefe de Nación del Commonwealth, donde actúa como un foco para la identidad nacional, reconoce oficialmente el éxito y la excelencia y apoya el ideal del servicio voluntario.

Por otro lado, adicional al Reino Unido, quince países reconocen al monarca como jefe de Estado: Canadá, Australia, Nueva Zelanda y una decena de pequeñas islas:  Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón, Tuvalu, Santa Lucía, San Vicente, las Granadinas, Antigua y Barbuda, Bahamas, Belice, Granada, Jamaica y San Cristóbal y Nieves.

Barbados decidió el pasado noviembre que la reina Isabel II ya no sería más su jefa de Estado y se convirtió en la república más joven del mundo. Las últimas seis islas del Caribe en esta lista, como Antigua y Barbuda, consideran hacer lo mismo. El monarca tiene en estos países algunos deberes constitucionales, el más significativo es la aprobación de nuevos gobiernos.

Dependiendo del país, puede aprobar formalmente la legislación, nombrar a ciertos funcionarios u otorgar honores estatales. El monarca nombra a un representante real para llevar a cabo estos deberes. Esta figura se conoce como gobernador general. En circunstancias excepcionales, la Corona también tiene lo que se conoce como «poderes de reserva» o la autoridad para anular unilateralmente otras ramas del gobierno.

El reconocimiento del nuevo monarca

El 10 de septiembre, el Privy Council en Londres proclamó al Príncipe Carlos su nuevo monarca.

Nueva Zelanda, Australia y Canadá tenían ceremonias de proclamación para reconocer al rey Carlos III como su nuevo jefe de Estado. Sin embargo, el primer ministro de Antigua y Barbuda ha dicho que convocará un referéndum sobre la conversión del país a una república y una nación soberana en un plazo de tres años.

En Canadá, Julie Payette renunció en agosto como gobernadora general, la representante del monarca británico en Canadá. Como resultado de esto, la percepción general de la corona empeoró aún más en Canadá. Según una encuesta de opinión reciente, el 55 % de los encuestados considera que la familia real es prescindible.

La situación no es mucho más alentadora en Australia. Lidia Thorpe, senadora indígena de la bancada de los Verdes dijo: «No necesitamos un nuevo rey» y pidió un tratado indígena y luego una república. En agosto, Lidia Thorpe tenía que repetir su juramento de lealtad para los parlamentarios australianos después de que inicialmente describió a la reina como una colonizadora dentro del mismo texto del juramento.

Las preocupaciones frente al nuevo rey

Después de lo que se denominó la Revolución Gloriosa, el monarca del Reino Unido gobierna de acuerdo con el parlamento. La principal responsabilidad del monarca es nombrar al primer ministro del Reino Unido a través del consejo del gobierno.

El monarca generalmente abre el parlamento cada año y pronuncia un discurso desde el trono. Pero ese discurso está escrito por el primer ministro. Bajo lo que se conoce como «poderes de reserva», el monarca puede otorgar indultos, destituir a un primer ministro, negarse a disolver el Parlamento y rechazar o retrasar el asentimiento real de las leyes. El monarca tiene otros dos papeles ceremoniales: se convierte en el jefe de la Iglesia Anglicana y jefe de las fuerzas armadas británicas.

El rey Carlos III apareció primera vez, después de su proclamación como monarca, en el Parlamento del Reino Unido el 12 de septiembre. Sir Lindsay Hoyle, Speaker de la Cámara de los Comunes, hablando en nombre de la Cámara, extendió su «más sincera» simpatía al Rey y a su familia.

Sir Lindsay también advirtió que el rey Carlos III ha asumido nuevas responsabilidades «de peso» y se ha comprometido con «ayudar a los viejos principios constitucionales en el corazón de nuestra nación».

Las ceremonias de proclamación del rey Carlos III como nuevo monarca en las diferentes partes del territorio del Reino Unido mostraron señales de preocupación justamente en relación con la “unidad fundamental de este reino” que mencionó un día más tarde Sir Lindsey Hoyle en su discurso en el Parlamento.

En Edimburgo, una mujer que sostenía un cartel que decía: «A la mierda el imperialismo, abolir la monarquía» fue arrestada momentos antes de la lectura de la proclamación. El incidente tuvo lugar fuera de la catedral de St. Giles, donde yacía el ataúd de la reina. Se oyeron a algunas personas abuchear en la proclamación del rey durante el evento de Edimburgo.

Sinn Féin, la bancada más grande en la Asamblea de Irlanda del Norte se mantuvo alejada de la ceremonia de proclamación en Hillsborough, pero dijo que asistiría a otros eventos oficiales durante el período de luto.

A su vez, los principales miembros del Partido Republicano de Irlanda del Norte estrechamente asociados con el IRA, que mató al tío abuelo de Carlos III, Lord Mountbatten, asistieron el mismo día a un mitin en Belfast para conmemorar a las víctimas del conflicto.

Todo eso tiene un significado especial en un Reino Unido dividido por el Brexit, por la crisis económica agravada por la guerra en Ucrania y los escándalos políticos — incluyendo el Party Gate en el que Boris Johnson renunció como primer ministro casi un mes antes de la muerte de la reina Isabel II—.

La monarquía en el Reino Unido y el monarca en el Commonwealth debe ser el símbolo de unidad basada en los valores democráticos, el respeto, la confianza y el valor de cumplir con los deberes que eso significa en el servicio público.

Hay muchas frustraciones en el mundo causadas por conflictos sin resolver. Es siempre más fácil atacar las instituciones democráticas que intentar mejorarlas. Setenta años en el trono de la reina Isabel II deja sentimientos encontrados. Sin embargo, tenemos que entender por fin que solo la democracia puede llevarnos a resolver nuestras diferencias. Ese debe ser su legado.

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