El balance de la primera vuelta, el origen de los votos de Mockus, los errores de los verdes, la elección inminente de Santos, la propuesta de "unidad nacional" y el papel de la oposición en este examen penetrante del proceso electoral.
Humberto Molina Giraldo*
Se mantiene la misma estructura electoral
Los resultados de las elecciones presidenciales en la primera vuelta son contundentes y hablan por sí solos.
En primer lugar, se mantiene la estructura en la distribución de las preferencias electorales entre un campo uribista, representado esta vez por los candidatos de la "U", el Partido Conservador y Cambio Radical, cuya participación ascendió al mismo 62% que alcanzó Álvaro Uribe en 2006. Y un sector independiente y de oposición representado por el Partido Verde, el Polo Democrático Alternativo y el Partido Liberal, cuyo resultado sumó el mismo 35% de hace cuatro años. Pero dentro de este sector se ha producido una redistribución muy significativa pues Antanas Mockus, con el 21,5% de la votación, creció a expensas tanto del PDA como del Partido Liberal. En síntesis, la mayoría del electorado sigue respaldando el proyecto uribista de "la seguridad democrática", mientras que el fenómeno Mockus terminó convertido en gran medida en una transferencia de adherentes de la oposición hacia la vaga propuesta de "legalidad democrática" que propone el líder de los verdes.

Abstención y derecha
Entre las presidenciales de 2006 y las de 2010 el número de votantes creció en términos absolutos en 2.705.574 y, con respecto al potencial, la tasa de participación pasó de 45,1 a 49,2%. Entre los nuevos votantes, el 65,6% engrosó a los partidos uribistas, y el 34,4% (929.721) adhirió a Antanas Mockus. En consecuencia, el abstencionismo sigue ganando la partida. El hecho de que la participación de uribistas entre los nuevos votantes sea levemente más alta que en el conjunto del universo electoral, significa que en los últimos cuatro años la opinión política se ha inclinado un poco más hacia la derecha.
En Bogotá la participación fue más alta que en el resto del país: alcanzó el 59,7%. Por los partidos uribistas sumados sufragó el 59,5% de los votantes, un porcentaje inferior al 63,4% que obtuvo Álvaro Uribe en 2006. Aunque este resultado indica que ha disminuido moderadamente la influencia del uribismo en la capital, su mayoría sigue siendo decisiva en elecciones presidenciales. De hecho, Juan Manuel Santos obtuvo aquí el 40,34% de los votos y Mockus sólo consiguió el 27,51%. Es verdad, entonces, que Mockus y su Partido Verde son, sobre todo, un fenómeno urbano, pero en la capital de la república todavía están lejos de ser una fuerza decisiva.
Derrotados pero no extinguidos
Los dos grandes perdedores son los candidatos del Partido Conservador y el Partido Liberal. De hecho, la distribución de los nuevos electores y el flujo de los votantes de estos dos partidos en dirección a Santos y Mockus explican prácticamente todos los resultados de la jornada electoral. Tanto en 2006 como en 2010 estos partidos mantuvieron una participación significativa y eficaz en las elecciones parlamentarias, de manera que su desempeño en los comicios presidenciales no significa que se encuentren en extinción; sugiere, más bien, una crisis de su liderazgo nacional provocada esencialmente por la desaparición de la hegemonía liberal-conservadora.
Mirados en la perspectiva de largo plazo, los resultados electorales son congruentes con la dinámica política y social que ha venido primando en el país desde las postrimerías del gobierno de Andrés Pastrana. En una sociedad donde predomina la informalidad económica, no es sorprendente que un poco más del 50% de los ciudadanos también opte por la informalidad política; además, es probable que mezclarse o participar en política pueda llegar a considerarse una actividad riesgosa o indeseable en muchas regiones donde se han impuesto a sangre y fuego la parapolítica y la eliminación de los adversarios. Sin embargo, no incide solamente la inercia histórica: la tasa marginal de participación entre los casi seis millones de electores que se han adicionado al potencial electoral a lo largo de ocho años de gobierno uribista alcanza a 74,6 %, lo cual significa que en la franja de electores más jóvenes predomina ampliamente el apoyo a los partidos comprometidos con las políticas continuistas de la "seguridad democrática"[1].
¿Errores en las encuestas?
A lo largo de abril se abrigó el sentimiento de que Mockus podría derrotar al uribismo, sentimiento que no sólo es atribuible a falsas expectativas creadas por las encuestas de opinión. Quizás éstas sobreestimaron en alguna medida las probabilidades de Mockus, pero efectivamente se estaba experimentando un veloz redireccionamiento de opinión a su favor, estimulado por la afluencia de adherentes provenientes de tres sectores: (1) Alrededor del 13% de votos flotantes de centro izquierda, que en 2006 había votado por Carlos Gaviria; (2) Entre un 10 y un 14% de personas que en las elecciones parlamentarias del 10 de marzo habían votado por el Partido Liberal y el Polo Democrático, y (3) Un residuo aproximadamente de un 10% de los antiguos uribistas de centro o centro derecha, desprendidos sobre todo del Partido Conservador y de Cambio Radical. Esta dinámica hacía factible una intención de voto del 34 al 38% de los posibles electores[2]. Pero bajo las condiciones dadas, también era el máximo factible, habida cuenta el 35% que desde 2006 representan oposicionistas e independientes en la estructura de las preferencias electorales.
Actuaciones erráticas
En consecuencia, se trataba de un acelerado proceso coyuntural de recomposición de las preferencias electorales dentro de la preexistente opinión antiuribista. La dirigencia del Partido Verde debió entender que para seguir creciendo necesitaba apelar a una estrategia de alianzas que, a su vez, estimulara la afluencia de nuevas franjas de votantes. En una palabra, para avanzar Mockus requería y sigue requiriendo el apoyo de la oposición sin que pierda por ello confiabilidad entre la opinión flotante y menos sofisticada que demanda solamente seguridad, legalidad, transparencia y credibilidad.
En el mismo momento, desde el Partido Liberal y, sobre todo, desde el Polo Democrático se enviaron señales sugiriendo alianzas que habrían generado sinergia con el fin de mantener la dinámica ascendente entre el conjunto del electorado. Pero los dirigentes verdes no sólo actuaron en forma errática, sino que respondieron tarde, y a la postre ofendieron a las minorías de oposición que, tal vez con errores pero con indudable entereza civil, han enfrentado los excesos del uribismo durante ocho años. El resultado electoral del 30 de mayo sugiere que el efecto de estas vacilaciones y rechazos fue un reflujo hacia las formaciones políticas minoritarias, especialmente de quienes anticiparon su intención de voto por Mockus, convencidos que más temprano que tarde se abriría paso un esquema de alianzas o entendimientos con el Partido Verde.
Malos entendidos y errores estratégicos…
A la campaña verde le ha faltado política y le ha sobrado espíritu mesiánico. Ante todo no pudo descifrar y, por consiguiente, no pudo buscar una posición apropiada en el tablero de juego: tratándose de un juego multipartidista, en donde a corto plazo no hay un líder absoluto, era indispensable adoptar estrategias cooperativas para sumar fuerzas y arrastrar electores adicionales. La afirmación de la identidad política no significa precipitarse en el aislamiento, ni el rechazo y la superación de los arreglos y las cooptaciones clientelistas implican privarse de coaliciones o formas modernas, transparentes y contractuales de entendimiento. El ejercicio de una presunta democracia deliberativa debería permitir el reconocimiento de otros agentes políticos con capacidad de contribuir a la consecución de objetivos comunes, sobre la base de negociaciones programáticas.
Por otra parte la política, como ejercicio práctico y dimensión de la vida social tiene su propia temporalidad, y sus ritmos pueden ser altísimamente variables, de tal manera que la capacidad de dirección de un partido sobre una comunidad de ciudadanos se traduce en gran medida en su capacidad de prever a fin de preparar el más inmediato futuro, y en su capacidad de orientar oportunamente a todo un bloque de fuerzas heterogéneas cuando se precipitan las crisis o se acumulan los acontecimientos imprevistos.
¡No me contamines!
El tiempo de la política no es el de la pedagogía. Más allá de los métodos a través de los cuales una formación política reclute a sus adherentes o eduque a sus cuadros (lo cual da lugar, tal vez, a ritos de iniciación e incluso a actividades de culto como pudo observarse en la actuación de Mockus durante la clausura de la jornada electoral), su diferenciación y reconocimiento como organización dirigente está determinada en la coyuntura específica, por la capacidad de orientar acciones y respuestas eficaces y satisfactorias en relación con las expectativas de los individuos y los grupos sociales comprometidos.
En esta oportunidad al Partido Verde parecía corresponderle la tarea de reunir bajo su orientación intelectual y moral a una serie de fuerzas comprometidas con la búsqueda de una alternativa frente al proyecto uribista de estado cívico-militar. Debió concretarse un programa común alternativo de solución al conflicto interno (en lugar de la simple seguridad cívico-militar de Uribe), de desconcentración de las oportunidades económicas (manifiesta en la elevadísima tasa de desempleo prohijada por la confianza inversionista) y contra la exclusión social (incluido el desplazamiento y la informalidad que no pudieron ser contenidos por la cohesión uribista).
Parafraseando a Gramsci, aceptar como marco de actuación la "legalidad democrática" presupone desarrollar jurídicamente el estado social de derecho, para obligar a ingresar y mantenerse en la legalidad a las fuerzas reaccionarias desprovistas ya de toda legitimidad y para "elevar al nivel de la nueva legalidad a las masas atrasadas", degradadas por la cultura del atajo, del todo vale y de los poderes fácticos[3].
En lugar de ello el Partido Verde, por un temor casi mágico a la contaminación, prefirió afirmar su identidad en el aislamiento, asumiendo de cierta manera aquella actitud mesiánica y autocomplaciente que considera la propia religión como la única verdadera y a todas las demás como inventos del diablo.
Factores coyunturales determinantes
La coyuntura ha estado determinada por dos eventos que le han conferido su carácter singular, imprimiéndole, además, una dinámica acelerada y mutante.
– Sobrevino, de un lado, la caída del referendo reeleccionista, que desencadenó una crisis en el campo del gobierno, derivada de la pugna por la sucesión de Uribe y la captura del liderazgo dentro de su coalición. En la segunda vuelta ese primer factor no influye, y su resolución a favor de Santos le ha dado ventajas al comienzo del nuevo proceso. De hecho, la encuesta del 3 de junio -realizada por el Centro Nacional de Consultoría para CM&- le asigna una intención de voto cercana al 62%, lo cual significa que ya ha alcanzado el nivel de favorabilidad que obtuvo su predecesor en las elecciones de 2006. Por supuesto, no todo lo acontecido será en vano pues demostró que hay grietas considerables en la coalición de gobierno, y que, en las circunstancias y con las estrategias apropiadas, en el futuro será posible derrotar al uribismo.
– El segundo factor fue la acumulación de denuncias contra el gobierno y de providencias judiciales por corrupción, tráfico de influencias, abusos de poder, desatención a las víctimas del conflicto, etcétera. A lo cual habría que añadir las críticas y el descontento por problemas más estructurales relacionados con el desempeño de la economía, la situación fiscal y, especialmente, por el comportamiento de la tasa de desempleo.
Estos factores siguen operando y deberán tener una consideración estratégica en los últimos días de la campaña y, a más largo plazo, en el futuro desempeño de la oposición. Asumiendo estos asuntos e interpelando sobre ellos críticamente al gobierno y a su candidato, los aspirantes del liberalismo y el Polo -acompañados de algún modo por Cambio Radical- transformaron el debate en la primera vuelta y hasta cierto punto bosquejaron el posible espacio de la oposición. Esto le permitió a las minorías recuperar su participación en los resultados. Ahora le corresponde a Mockus profundizar este debate en nombre de la "legalidad democrática" para asegurarse por lo menos el 35% del total de la votación, como corresponde a la tendencia histórica.
La incidencia del segundo factor ha sido significativa en la afirmación de Juan Manuel Santos como candidato de la mayoría uribista. De ahí que haya intentado tomar distancia en relación con las responsabilidades que se deriven para el presente gobierno por cuenta de la corrupción y los abusos. Lo cual resumió en la sorprendente frase según la cual "no se trata de reelegir la corrupción", como si él mismo no hubiese formado parte del actual gobierno.
Por qué y para qué de una propuesta de unidad nacional
Esta suerte de diferenciación con respecto a los abusos gubernamentales hace parte de una audaz estrategia que se resume en la propuesta de un gobierno de unidad nacional, a través del cual Santos estaría dispuesto a incorporar en sus políticas iniciativas provenientes de los candidatos de oposición, e inclusive del propio Mockus, a quien trata como si ya fuera el candidato derrotado en la segunda vuelta.
Suele convocarse a un gran proyecto de unidad nacional en aquellas circunstancias históricas excepcionales en que un partido político, que ha asumido la dirección intelectual y moral de todas las fuerzas democráticas y modernizantes de un país, intenta liderar un gran bloque histórico para instaurar, poner en marcha o hacer viable prácticamente un nuevo tipo de Estado a fin de reducir a la impotencia a los poderes que se oponen a tal proceso de democratización, o impiden la unificación territorial, o disgregan la unidad de acción del estado y la aceptan exclusivamente en su beneficio.
Al examinar los diez puntos a partir de los cuales el candidato uribista propone construir este proyecto, se advierte, más bien, que se trata de un programa mínimo de gobierno en donde se omite la alusión a las cuestiones concretas relativas a las relaciones internacionales, a la organización territorial del Estado y a los poderes fácticos locales, a la cuestión agraria, a la política y los capitales emergentes… Es decir, se omiten las cuestiones fundamentales que han marcado las divergencias con los alcances y las estrategias de la "seguridad democrática".
El papel de la oposición
Un proyecto serio de unidad nacional no puede confundirse con el unanimismo y tampoco con un sigiloso y distractor movimiento táctico que aumente la capacidad de cooptación sobre otras fuerzas y ennoblezca las adhesiones de los tránsfugas de otros partidos motivados por intereses burocráticos. Esto no sería otra cosa que un disimulado clientelismo. Cualesquiera que sea el vencedor en la segunda vuelta, lo que sigue ahora en una democracia no es cooptar a las minorías sino rodearlas de garantías para que puedan ejercer su función, dentro de un esquema de gobierno y oposición, que no puede ser sustituido por estrategias distractoras.
Por su lado, corresponde desde ya a las minorías, e incluso al Partido Verde, aceptar y replantear el debate propuesto por Santos porque llevado hasta la raíz es el cuestionamiento de las políticas y los abusos de Estado que se han venido practicando en nombre de la seguridad democrática, la confianza inversionista y la cohesión social. Una cosa es que los líderes de la oposición sean ahora ex candidatos y otra que la oposición o la independencia crítica hayan dejado de existir. Está abierto un espacio para responder al reto implícito en la propuesta del candidato de la "U" y para determinar su real capacidad para comprometerse con estrategias que deslinden campos con los sectores que defienden el statu-quo con base en prácticas ilegítimas o intereses anacrónicos.
*Filósofo y economista de la Universidad Nacional. Doctor en planeación económica de la Universidad de Paris. Urbanista, asesor y consultor internacional
Notas de pie de página
[1]
[2] Estos valores se han obtenido con base en las matrices de pagos que han permitido evaluar las predicciones de la segunda quincena de abril, contra la siguiente ecuación que explica el resultado final de la votación de Mockus tomando en cuenta también los votos depositados por Gaviria, Serpa y Mockus en 2006:
% Votación Mockus = (11,84 Serpa-4,38 Pardo)+(22,04 Gaviria-9,15 Petro)+1,24 Mockus = 21,52 aprox.=21,49
[3] Según Gramsci "la función de policía de un partido puede ser progresista o regresiva; es progresista cuando tiende a mantener en la órbita de la legalidad a las fuerzas reaccionarias ya desposeídas de poder y a elevar al nivel de la nueva legalidad a las masas atrasadas…" Para Gramsci está función puede estar articulada a un programa de transformación cultural que, de acuerdo con su concepción, requiere un enfoque integral: "¿puede haber una reforma cultural -se pregunta- es decir una elevación de los estratos más bajos de la sociedad, sin una precedente reforma económica y un cambio en la posición social y el mundo económico?" (Antonio Gramsci (1980), Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el estado moderno, Ediciones Nueva Visión, Madrid, p. 15 y 36).