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¿Qué está pasando en Argentina?

Escrito por Rodolfo Mariani

Una nueva crisis se cierne sobre la Argentina, producto de la estructura de su economía y las presiones políticas de sectores de oposición. ¿Podrá salir adelante el Gobierno de Cristina Fernández?

Rodolfo Mariani*

Entre el campo y la industria

La economía argentina se organizó inicialmente alrededor de la extraordinaria productividad del sector agropecuario. La provisión de carnes y cereales a los países centrales y la importación de bienes industriales constituyeron la base de la matriz económica durante el período de hegemonía británica.

La crisis de 1930, la guerra y los cambios en el escenario internacional durante la tercera y cuarta décadas del siglo XX, sumados al hallazgo de recursos hidrocarburíferos y al surgimiento de un pensamiento nacionalista que comenzó a plantearse la cuestión del desarrollo autónomo, empujaron una incipiente industrialización.

Podemos decir que lo que estamos viendo desde hace varios meses es el retorno de las crisis del tipo stop and go¸ con un intento de salida que no sigue los cánones de la ortodoxia neoliberal, ni responde a las presiones de los actores transnacionales o vinculados al mercado global.

Reconstituido el equilibrio mundial bajo la hegemonía de Estados Unidos, entraron en tensión el papel de proveedor de materias primas de origen agropecuario y el aún inconcluso proceso de industrialización.

Los diferenciales de productividad entre el sector primario y la industria causaron   crisis recurrentes del sector externo, cuyas principales manifestaciones son las devaluaciones, las fugas de capitales, las pujas distributivas y la inflación.

Así, hasta mediados de 1970, con altas y bajas, funcionó una economía cerrada y dedicada a sustituir importaciones, jalonada por crisis periódicas que suelen describirse como de stop and go.


Antigua fábrica de cervezas Quilmes en Rosario,
Argentina.
Foto: Facundo A. Fernández

De la apertura a la crisis

En determinado punto se producía un desequilibrio de la balanza comercial como fruto de la dependencia de la industria de insumos importados: la demanda de divisas superaba a la oferta, se empujaba una devaluación, bajaba el nivel de actividad, se transferían ingresos de la industria al agro y se ajustaba la maquinaria para reiniciar el ciclo.

A partir de entonces se impuso el paradigma de la apertura económica, la desregulación de los mercados, la valorización financiera del capital y el endeudamiento externo. Este período se extendió entre 1975 y 2001/2 (con un momento inicial muy intenso durante la dictadura militar y otro en la década del noventa) y colapsó con la crisis de la convertibilidad, que afectó no solo a la economía, sino también a todo el sistema político y provocó una gravísima situación social.

Este otro modelo se basó en la promesa de que el ingreso de capitales y el endeudamiento externo permitirían superar la restricción externa. Durante este período, fundamentalmente durante su último tramo en los noventa, la ausencia de inflación era la contracara de un proceso brutal de endeudamiento externo, altísimas tasas de desempleo, concentración del ingreso y aumento de la desigualdad.

A diferencia de las crisis de stop and go en la que el déficit comercial dispara las crisis, en el modelo de endeudamiento la crisis puede prolongarse en el tiempo y encubrirse en la medida en que sigan  ingresando divisas; pero cuanto más grande sea el desequilibrio comercial, mas extranjerizada esté la economía y más pesada sea la deuda acumulada, más profunda será la expresión de la inevitable crisis.

Eso fue lo que sucedió en 2001, y explica por qué se trató de la crisis más devastadora que haya sufrido el país. Solo hasta 2005, es decir, seis años después de iniciada, se logró recuperar el nivel de PIB previo a la crisis.

Argentina es un país donde la política permite un amplio rango de opciones en materia económica. Quizás con la sola excepción de los años noventa, cuando el pensamiento único campeó de modo asfixiante, el tablero político argentino siempre está atravesado por disyuntivas, ambivalencias y distancias ideológicas que se expresan también sobre la economía.

La crisis de hoy

Desde entonces, Argentina retomó un modelo de desarrollo con regulación estatal, desendeudamiento externo, promoción industrial, distribución del ingreso y énfasis sobre el empleo y la inclusión social.

Podemos decir que lo que estamos viendo desde hace varios meses es el retorno de las crisis del tipo stop and go¸ con un intento de salida que no sigue los cánones de la ortodoxia neoliberal, ni responde a las presiones de los actores transnacionales o vinculados al mercado global.

En cualquiera de las más de veinte crisis de este tipo que registra la historia económica argentina, el costo de la devaluación, su aceleración inflacionaria y la caída de la actividad, eran directamente absorbidas por las clases populares o dependientes de ingresos fijos.

Hoy se observa un gran esfuerzo de la política pública por amortiguar el impacto negativo sobre esos sectores, preservar el empleo y apuntalar la inclusión con programas de transferencias directas.

Es posible que haya que ampliar o mejorar esas iniciativas, diseñar y aplicar  otras e intervenir en ámbitos aún inexplorados. Pero esto no demerita la innovación de una política que procura proteger a los sectores mas vulnerables de la ciudadanía al tiempo de mantener condiciones para la marcha adecuada de la economía.

Si bien, como ya dije, la tensión entre un sector exportador de alimentos agropecuarios y una industria vinculada al mercado interno dependiente de insumos importados es el nudo de las crisis del tipo stop and go, el énfasis puesto a partir de 2003 en industrias que dependen altamente del componente importado, como la automotriz y la de ensamblaje de productos electrónicos y equipamiento del hogar (que en el primer caso depende casi íntegramente de la importación), unido a la insuficiencia de producción  energética, exacerban las tensiones que ocasiona una industrialización inconclusa y desemboca –nuevamente- en la restricción externa.


En Buenos Aires, en el barrio de Puerto Madero se
ubican las principales oficinas centrales de la
industria del país.
Foto: Wally Gobetz

El elemento político

A estos factores estructurales hay que agregarle el comportamiento disruptivo de actores que parecen disputar no solo intereses económicos, sino también perseguir cambios en el tablero político, institucional, ideológico y cultural, en ocasiones con total desprecio de cualquier alteridad.

La necesidad de corregir la paridad cambiaria para algunas actividades parecía evidente. Que hubiera que hacerlo del modo y en los tiempos que se hizo es otra historia.

Cuánto de la devaluación le fue impuesta al Gobierno y cuánto decidida por voluntad propia es difícil saberlo, pero es claro que la ambición de los sectores exportadores por apreciar el dólar, su deliberada reticencia a liquidar la cosecha, las maniobras financieras especulativas, y una larga saga de acontecimientos de -llamémosla así- incitación al descontento social, estrecharon el margen de acción de la política oficial.

En este sentido, el solapamiento de la situación económica actual con el último tramo del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y la vigencia de las pujas de poder que se abrieron en estos tiempos, magnifica la escena, enardece algunos procedimientos y confunde objetivos, alcances y riesgos.

Argentina es un país donde la política permite un amplio rango de opciones en materia económica. Quizás con la sola excepción de los años noventa, cuando el pensamiento único campeó de modo asfixiante, el tablero político argentino siempre está atravesado por disyuntivas, ambivalencias y distancias ideológicas que se expresan también sobre la economía.

A veces de un modo que no es fácil asimilar a las categorías derecha-izquierda, e inclusive con franca prescindencia de las mismas. Es difícil encontrar países en la región donde la política tenga tanta potencia.

Esta es una paradoja en cuyos pliegues anida la clave que hará de esta coyuntura un nuevo punto de arranque o una ciénaga en la cual se dilapide mucho de lo bueno construido. Por lo pronto, vale constatar que una situación como la actual en –casi- cualquier otro momento de la historia democrática del país hubiera significado la caída del Gobierno.

Por un lado, eso es muy saludable, entre otras cosas, porque desmarca a la política de la percepción de irrelevancia a la que parece estar condenada cuando la voluntad de los poderes fácticos se impone inexorablemente, y en consecuencia nutre a la democracia de una vitalidad que jamás podría tener si la economía quedara fuera de su dominio. Por otro lado, obliga a los actores a un ejercicio arduo y peliagudo a través de senderos estrechos, limitados frecuentemente por la épica de la conquista y el trance de la reversibilidad.

Decir que estamos en presencia de un ajuste es reconocer una realidad que, dada la carga valorativa adversa que la palabra “ajuste” tiene en la cultura política del progresismo argentino, le cuesta asumir al kirchnerismo. Pero hay que decir también que la forma de afrontar esta crisis está lejos de las recetas convencionales y le rinde tributo a la mejor tradición del kirchnerismo.

Esta es una paradoja en cuyos pliegues anida la clave que hará de esta coyuntura un nuevo punto de arranque o una ciénaga en la cual se dilapide mucho de lo bueno construido. Por lo pronto, vale constatar que una situación como la actual en –casi- cualquier otro momento de la historia democrática del país hubiera significado la caída del Gobierno.

Que no haya ocurrido y que, lejos de eso, el Gobierno esté firme y en control de las cosas, habla del vínculo que el kirchnerismo supo tejer con su electorado duro y con un amplio sector de la sociedad (que puede votarlo o no) del que no suele dar cuenta ni atina a entender la prensa dominante.

La puja distributiva, como en la cebolla, es la capa de afuera de otras que la preceden. La inminente apertura de las comisiones paritarias (recuperadas precisamente a partir del ciclo político del kirchnerismo) pone en el centro de la política la discusión de los aumentos salariales ante la disparada de precios que siguió a la devaluación. Pero también deberá estar en el centro el nivel de empleo, en momentos en los que la economía recorre rutas anegadas y sinuosas.

Los intereses concretos de los empresarios que producen y comercian en la Argentina y de los trabajadores en general están (o deberían estar) más cerca de la sensatez que de la desmesura. Pero también están los intereses que pujan por apreciar el dólar despreciando al conjunto de la sociedad y quienes se encargan en los medios y en la política de confundir y alterar sentidos y razones.

La pelea de fondo sigue siendo por el tipo de sociedad que se quiere construir y el tipo de economía capaz de darle sustento material. Lo que viene se parece a una escena de teatro sin la cuarta pared en la que más allá de los deseos y los imaginarios, algún signo aún inextricable irrumpirá ordenando lo real.

En la Argentina, la política ha vuelto a ser en estos años el quehacer humano que se ocupa de esas cuestiones. No es poco, en un mundo donde las grandes decisiones parecen quedar lejos de los pueblos y sus democracias. Pero por eso mismo no deja de ser peligroso.

 

* Politólogo, investigador del CIEDAL, Escuela de Política y Gobierno, Universidad Nacional de San Martín.

 twitter1-1@RodiMariani

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