"¿Matrimonio igualitario? Así... Yo no me caso, compadre querido" - Razón Pública
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«¿Matrimonio igualitario? Así… Yo no me caso, compadre querido»

Escrito por Fabián Sanabria
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Fabian-Sanabria1Transformar el orden social es la gran tarea de la cultura. El matrimonio igualitario y sus vicisitudes en Colombia son un pretexto para plantear mediante una metáfora cómo los conformismos morales y lógicos se pueden combatir desde lo simbólico.

Fabián Sanabria*

El orden de las cosas

A propósito de las polémicas que suscitó el proyecto de ley sobre «matrimonio igualitario» en Colombia, las relaciones sociales — sobre todo en un país de «moral rural» y no de «ética civil» como el nuestro — son concebidas a partir de la visión y de la división de las actividades humanas según la oposición o «alternancia entre lo masculino y lo femenino».

Estas dos dimensiones se insertan en un sistema de oposiciones homólogas que privilegia el primer término de cada alternancia: arriba/abajo, adelante/atrás, derecha/izquierda, grande/pequeño, recto/curvo, seco/húmedo, duro/blando, claro/oscuro, adentro/afuera…

Teles clasificaciones corresponden a movimientos corporales y a oposiciones que se sostienen mutuamente en el juego de relaciones prácticas que la «división entre los sexos» parecería fundar en el «orden de las cosas», como funcionamiento de una «inmensa máquina simbólica»  que tiende a ratificar la «dominación masculina».

En estas líneas trataré de analizar la confrontación entre la idea de «reclamar la institucionalidad de una preferencia sexual diferente en Colombia » y el «orden sexual establecido», en referencia a tantas reivindicaciones particulares que en materia de «género» expresan los grupos de actores interesados.

¿Acaso logran cosa distinta a ratificar la visión y la división sexual dominante de la vida social, favoreciendo una primacía falocéntrica? O, por el contrario, ¿desarrollan la posibilidad de considerar de otra manera las relaciones establecidas bajo la rigidez del «poder masculino»?

El juego de relaciones prácticas que la «división entre los sexos» parecería fundar en el «orden de las cosas», como funcionamiento de una «inmensa máquina simbólica»  que tiende a ratificar la «dominación masculina».

Maniobras y astucias

Desde esta perspectiva, cabe señalar, de entrada, cómo los grupos que reclaman un cierto «pluralismo» en materia sexual, participan «por procuración» — sin darse cuenta — de la dominación masculina: la apropiación de las categorías de presentación y de representación  del mundo propias de los dominantes y reproducidas en los dominados, en el sentido de la «facilidad con la cual los más numerosos son gobernados por una minoría», renunciando a sus sentimientos y pasiones en favor de los dominantes. 

Pero también, es necesario preguntar si, al partir de este presupuesto, no participamos —«por procuración» igualmente — del punto de vista que justamente queremos criticar. ¿Acaso considerar como un «imperativo categórico» la «primacía» de la visión masculina — aún a través de la crítica — en todos los universos sociales existentes o imaginados, no excluye posibles contestaciones a ese imperativo en universos particulares?

¿Acaso la no–consideración de posibles contestaciones a la «dominación masculina» no contribuye tácitamente a «consagrarla como tal»? ¿Cómo salir del «imperativo de la dominación masculina», a no ser señalando opciones que tiendan a relativizarlo, aún sirviéndose de la lógica de ese imperativo?

Otra posibilidad, menos dominante, trataría de explorar la paradoja que implica la insistencia en la explicitación de una cierta «aceptación» de la dominación masculina: ¿es un simple «conformismo» con el orden establecido que necesita aceptarse y repetirse perpetuamente?

¿Ante las dificultades de invertir el orden establecido, acaso no podrían entenderse los distintos universos sexuales como una astucia práctica para contribuir a «cambiar» ese orden, en tanto «margen de maniobra parcial»?  

Vale la pena plantear tales preguntas teniendo en cuenta que — aunque las tendencias en esta materia generalmente suelen ser «reivindicativas» — mi perspectiva simplemente propende por una vía metafórica.

¿Ante las dificultades de invertir el orden establecido, acaso no podrían entenderse los distintos universos sexuales como una astucia práctica para contribuir a «cambiar» ese orden, en tanto «margen de maniobra parcial»?  

Conformismo y condicionamiento cultural

 

 

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Foto: Colombia Diversa
 

En este punto se impone una digresión a propósito del «sentido común». Siguiendo El sentido práctico de Pierre Bourdieu, recordemos  que en la vida social existen dos tipos de conformismos con respecto al «orden de las cosas»: un «conformismo moral y un conformismo lógico».

El primer conformismo se sustenta en la costumbre: este conformismo señala lo que es bueno o malo, lo que es bello o feo, lo que es justo o injusto, lo que corresponde y lo que no corresponde a un campo dado. En realidad, en el terreno de la moral se puede combatir mediante distintas luchas simbólicas con comportamientos «amorales» o «inmorales».  Dicho de otra manera, con una «ética distinta».

Sin embargo, el «conformismo lógico» parecería ser un orden mucho más difícil de combatir, porque ya no es el simple hábito sino el habitus: es decir, el arbitrario cultural incorporado y estructurado a lo largo de toda una vida, producto de todos los procesos de socialización a los cuales son sometidos los individuos y los grupos, o sea, la cultura hecha carne e historia: un generador y clasificador de prácticas sociales que «es así porque sí y punto».

Claro, el habitus no es un «destino», pero sí un enorme condicionamiento social que si lo ignoramos, entonces nos determina.  Bajo su influjo se forman los más profundos «conformismos lógicos», aquellas acciones prácticas de las cuales no se habla «porque son así y punto».

De modo que, por ejemplo, circular por la derecha y venir por la izquierda es un conformismo lógico contra el cual atentaríamos si camináramos hacia atrás — sin hacerle daño a nadie — sirviéndonos de unas gafas con espejo retrovisor.

O creer en términos prácticos que «no toda relación sexual implica una penetración», negándonos a participar de la división social más arcaica del «trabajo sexual».

O si un grupo de soldados dijera vehementemente a su comandante que «los hombres son muy hermosos cuando lloran».

O si una mujer se atreviera a afirmar que está dispuesta a «no realizarse como madre, quedándose en casa cuidando a sus hijos».

En fin, la lista de conformismos lógicos sería inagotable si nos refiriéramos a las «prácticas sexuales» —cosas de las que casi nadie habla, por supuesto.

Una digresión surrealista

Si, tras dibujar un objeto en un pedazo de papel, decimos «esto no es un objeto», transgredimos el sentido común que lo afirma «con todas las de la ley» y nos convertimos más o menos en delincuentes.

Aquí conviene evocar un célebre cuadro de René Magritte. En 1926 apareció una primera versión donde se observa una pipa cuidadosamente representada, debajo de la cual aparece escrito a mano, a manera de indicación: «Esto no es una pipa», con una letra regular pero artificial, similar a la de un escolar que repite una lección. 

Fabian sanabria matrimonio igualitarioFoto: LACMA

Una segunda versión se exhibió mucho después: en ella figura la misma pipa, el mismo enunciado y el mismo tipo de escritura. Pero en lugar de flotar en un espacio indiferente, sin límites ni especificación, ahora el texto y la figura están situados en los límites de un cuadro que a su vez se encuentra en un caballete, y éste, a su turno, aparece sobre las tablas visibles de un piso. No obstante, encima, «en el aire», aparece una pipa similar a la dibujada en el cuadro, pero mucho más grande.

Bueno, esta segunda versión es la que efectivamente habría que considerar como metáfora del tema que trato de abordar. 

fabian sanabria matrimonio homosexuales

De acuerdo con Michel Foucault — autor de la Historia de la sexualidad — la primera versión del cuadro de Magritte desconcertaba por su simplicidad; en cambio, la segunda multiplicaba las incertidumbres voluntarias:

· un cuadro supuestamente acabado, que se contradecía por su escritura ingenua, a la manera de un tablero de clase;

· dos pipas dibujadas en lugar de una, la segunda de ellas «flotando», sin coordenadas espacio–temporales, quizá representando el «sueño» de la primera, y por eso el cuadro total «no podía ser sólo una pipa».

· En fin, eso que dice no ser lo que aparenta ser, es lo que aquí nos interesa, especialmente por la composición que, en segunda instancia, contradice y afirma.

En la vida social existen dos tipos de conformismos con respecto al «orden de las cosas»: un «conformismo moral y un conformismo lógico». 

Violencia simbólica

No bastaba con reivindicar las «diferencias sexuales» con una primera contradicción: entre las luchas afirmativas y los fallos positivos que fortalecieron la igualdad entre las parejas del mismo sexo en Colombia.   

Se precisaba una segunda versión, que dijera mucho más de lo que afirmaba, hasta lograr una cierta «consagración».  Dicho de otra manera: así como el cuadro de René Magritte llegó a los museos,  el «derecho a la indiferencia sexual» debía ser consagrado por el «campo jurídico colombiano», cosa que no ocurrió en el honorable Congreso de la República.

Entonces, ¿qué cabía esperar? La consoladora fórmula notarial de no llamar los actos legales por su nombre — matrimonio civil — sino una «escritura pública de formalización y legalización del vínculo contractual» para esquivar toda suspicacia, dejando establecido tácitamente un único modelo de familia.

Permítaseme ahora precisar más abiertamente la metáfora. Una primera versión de las luchas sociales por opciones distintas de las «normales» (comunes y corrientes) en materia sexual puede equipararse a la primera versión del cuadro de Magritte.

Versión que llama la atención por lo económica, luego por lo exótica, tal vez por lo contradictoria: cientos de hombres y mujeres «gay» exhiben su diferencia hasta la caricatura, uniformándose paradójicamente.

Bastaría pensar en los primeros desfiles y comparsas del «gay pride» en las principales ciudades del mundo, donde un cierto aire carnavalesco — que llama a gritos a los folkloristas — pareciera «espantar» desde esos escenarios a quienes –por no sentirse identificados con el exhibicionismo de tantos «machos encadenados y locas descarriadas» –prefieren seguir siendo vergonzantes o culposos en la «clandestinidad de sus pulsiones».

Pero una segunda versión, tal vez más serena — en términos de la violencia simbólica con la cual hay que combatir los conformismos morales y lógicos — la podemos encontrar por estos días, en el mismo desfile, en ciudades como Medellín, cuando a algunos muchachos homosexuales les da por desfilar en compañía de sus madres, combatiendo así lo que hace algunos años Florence Thomas llamaba el «matriarcado de arepa».

Similar expresión podríamos encontrar en el escritor antioqueño Fernando Vallejo, cuando la renombrada periodista Margarita Vidal trataba de encasillar su homosexualidad pública en un programa de televisión.  El polémico autor de El desbarrancadero, con toda la calma del mundo precisaba: «Yo no soy homosexual, yo soy bisexual, los calificativos los ponen los demás: a mí me gustan los muchachos y los niños»…

El habitus no es un «destino», pero sí un enorme condicionamiento social que si lo ignoramos, entonces nos determina.  

Conquistar el derecho a la indiferencia

 

 

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Foto: peetje2
 

Ante la «fórmula de compromiso notarial» que pretende zanjar el «problema» en Colombia y esquivar a toda costa el derecho legítimo a adoptar niños por parte de padres y madres del mismo sexo, valdría la pena afirmar: «así… yo no me caso, compadre querido».

Mientras la ley evoluciona a la par de la cultura, podrían realizarse paralelamente a los contratos notariales ceremonias laicas —que hasta donde tengo entendido el derecho no prohibe— para que simbólicamente el matrimonio igualitario no siga siendo piedra de escándalo en el «país del Sagrado Corazón de Jesús».

El «derecho a la indiferencia» no implica, por supuesto, una indiferencia social; al contrario, exige la posibilidad de cambiar nuestras maneras de ver y de dividir el mundo, a tal punto que deje de ser escandaloso observar a dos jóvenes o viejos del mismo sexo besándose en la vía pública.

Evidentemente ese cambio no sólo es moral sino cultural, y pasa por la máxima instancia de la «indiferencia», que sanciona positivamente las diferencias haciendo olvidar que éstas existen: el derecho.

Dicho de otra manera, es necesario trabajar mancomunadamente por una posibilidad efectiva que no sólo combata las costumbres morales retrógradas, sino el conformismo lógico que sustenta el orden social.

Cuando finalmente sean censurados social y legalmente los honorables parlamentarios y servidores públicos que se atreven a pontificar sobre lo recto y lo justo y lo humano y lo divino, — desde los escenarios más simbólicos de nuestro país — despreciando con calificativos propios de fascistas las opciones sexuales distintas;

Cuando los maniqueísmos de ciertos sectores ultra–conservadores puedan ser revertidos simbólicamente en los escenarios cotidianos de la vida nacional;

Cuando algún día, en otra clase de Congreso de la República, sea aprobado el matrimonio civil entre personas del mismo sexo, con la posibilidad efectiva de conformar una familia…

sólo entonces, la segunda versión del cuadro de Magritte — en materia sexual — habrá ingresado a nuestros museos.

Antropólogo y doctor en Sociología de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, profesor asociado de la Universidad Nacional donde lidera el Grupo de Estudios de las Subjetividades y Creencias Contemporáneas (GESCCO), actualmente Director General del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH).

@FabianSanabriaS

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