Explicación de cómo a muchos gobiernos y sectores en el Medio Oriente les convienen los ataques contra este grupo, y de cómo esta nueva etapa de la guerra puede traer nuevas -e indeseadas- consecuencias.
Farid Badrán Robayo*
Vueltas que da la guerra
Aquel aforismo que reza “los enemigos de mis enemigos son mis amigos” parece volver a ser verdad en el actual escenario sirio e iraquí.
Entre 2012 y 2013 la guerra civil en Siria que resultó de la Primavera Árabe estaba siendo orientada por las potencias occidentales hacia el derrocamiento del presidente Bashar Al Asad, quien resistió en el poder. Para ello, Occidente se reunió con líderes de la oposición, brindó cooperación para armar a los rebeldes sirios y utilizó todo un dispositivo de presión política y diplomática.
Estados Unidos y Francia tuvieron además la intención de intervenir militarmente en más de una ocasión, sobre todo después de comprobar el uso de armas biológicas por parte del régimen sirio, pero China y Rusia vetaron esta opción en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Hoy, más que a la continuidad de Bashar Al Asad en el poder, el mundo en pleno teme al advenimiento de este grupo terrorista.
Sin embargo, una de las consecuencias de los vacíos de poder en Siria y la debilidad de la transición democrática iraquí fue el surgimiento y fortalecimiento del grupo terrorista Estado Islámico (EI). Y hoy, más que a la continuidad de Bashar Al Asad en el poder, el mundo en pleno teme al advenimiento de este grupo terrorista.
El conflicto en Ucrania tuvo ocupada buena parte de la atención europea, rusa y norteamericana durante la primera parte de 2014, pero el rápido aumento de células extremistas de EI en Argelia, Líbano, Siria e Irak concitó un nuevo viraje en la agenda de seguridad internacional.
Ante una amenaza aún más peligrosa que Bahar Al Asad, las potencias occidentales fueron morigerando su posición contra él y se enfocaron en contener el nuevo problema.
![]() El Presidente Sirio Bashar Al-Assad. Foto: PAN Photo |
Convergencias antes impensables
Tanto el régimen sirio como Occidente parecen haber encontrado un “meta objetivo” tácito que (al menos temporalmente) trasciende el conflicto inicial entre ellos.
Si bien no existen asociaciones directas entre Al Asad y Occidente, es cierto que los bombardeos de la coalición internacional liderada por Estados Unidos le son útiles a este y a más de un actor en el Medio Oriente.
- A los Estados árabes de religión musulmana chií les conviene neutralizar una amenaza armada de naturaleza suní, cuya rápida expansión evocaría la del propio islam en el siglo VII.
- A los Estados occidentales les es útil reducir las células terroristas que los ven como objetivo y amenaza a su sistema de valores y creencias.
- A Israel le conviene neutralizar la expansión del EI puesto que uno de los territorios objetivo de su proyecto es Palestina.
- Irak precisa de mayor estabilidad institucional y el EI representa una gran amenaza, especialmente porque su fe suní es más cercana a los regímenes de Irán y Afganistán, quienes eventualmente podrían tener mayor influencia sobre Irak.
- Al régimen sirio le conviene porque con ello demuestra la necesidad de preservar el statu quo en el país, especialmente si se trata de un régimen político no islámico.
- Inclusive los refugiados que están migrando hacia Turquía ven con buenos ojos la intervención contra el grupo terrorista, ya que es la población civil la primera en padecer los excesos del extremismo religioso.
El único de los actores que sigue mostrando reticencias a la intervención de la coalición es Rusia, quien ha solicitado a los Estados participantes en los bombardeos, especialmente a Estados Unidos, que se ciñan a las disposiciones del derecho internacional, algo que ciertamente el Kremlin no ha hecho en el caso de Ucrania.
Esto permite entrever el verdadero temor de Moscú: la capitalización de la intervención occidental para fines distintos de eliminar las posiciones del EI en Oriente Medio y el Magreb.
Tal suspicacia no resulta del todo infundada: Rusia tiene importantes intereses en Siria, y este país es uno de sus mejores compradores de armas, aun por encima de los llamamientos de las Naciones Unidas para prohibir su ingreso a ese país. En ese sentido, Rusia teme que la intervención en bloque de la coalición cohoneste un cambio en el poder que deje a Al Asad por fuera y Siria vire hacia una mayor coordinación con Occidente.
Como quiera que sea, a pesar de la heterogeneidad de los actores involucrados, de las diferencias en sus sistemas de valores, religiones y nociones sobre la organización sociopolítica, cabe resaltar cómo un objetivo común puede reunirlos en un esfuerzo compartido y colectivo.
Esto demuestra que los problemas de la acción política en la resolución de conflictos no son un asunto de capacidades ni de intereses, sino de voluntad.
Nuevos escenarios, nuevos enemigos
Sin embargo, los costos políticos para los Estados que hacen parte de la colación empiezan a verse. La decapitación de un ciudadano francés en Argelia, el asesinato de 300 kurdos, el secuestro de un ciudadano alemán, entre otros, son actos de presión y naturaleza transitiva propios del terrorismo, cuyo objetivo es disuadir a la coalición de continuar con los ataques al EI.
Sin embargo, esto parece no detener a países como Estados Unidos y Francia, a los que ahora se suma Gran Bretaña como la otra gran potencia del bloque de Estados enemigos del EI.
Otro aspecto a considerar en este punto es el papel de los actores sociales como agentes transnacionales organizados. Un atributo típico de las guerras asimétricas y de las llamadas nuevas amenazas vuelve a hacerse palmario con un conjunto de Estados luchando contra amenazas no estatales, atomizadas y móviles cuyos agentes reproductores son en varias ocasiones difícilmente identificables.
Tanto el régimen sirio como Occidente parecen haber encontrado un “meta objetivo” tácito que (al menos temporalmente) trasciende el conflicto inicial entre ellos.
Los actores sociales ganan influencia de manera progresiva sobre los procesos de configuración del sistema internacional por cuanto conducen o reconducen la capacidad de producir sentido y poder en la política internacional.
Este no es un atributo exclusivo de organizaciones transnacionales ilegales, también las legales son actores de mayor importancia en los procesos de negociación, cabildeo y presión.
En ese sentido, bien vale la pena detenerse a analizar la construcción social de las relaciones internacionales contemporáneas como una fuente de nuevos procesos políticos, institucionales y conflictuales.
El Estado Islámico, Al Qaeda, los separatistas pro-rusos en Ucrania, la bandas criminales en Colombia, las mafias mexicanas, las maras, los clanes albaneses, las mafias italianas, los piratas somalíes, etc., son manifestaciones de la acción social ilegal organizada en torno a una serie de objetivos predeterminados y son, a su vez, la fuente de los más grandes desafíos a la seguridad internacional de nuestros días, aun si su espectro de acción es regionalizado.
![]() Campo de refugiados sirios Za’atri en Jordania. Foto: Wikimedia Commons |
Las casusas profundas
En ese sentido, la resolución de los conflictos derivados de las prácticas y representaciones de estos grupos ha estado esencialmente concentrada en los comportamientos (es decir en los actos de violencia directa) y en ocasiones en las actitudes generadoras de odios y los discursos sesgados, segregacionistas y predatorios.
Sin embargo, pocas veces se llega a discutir más profundamente dónde se gestan los conflictos de raíz: en las fallas estructurales de las instituciones públicas y sociales que crean condiciones de contradicción y escenarios de relaciones sociopolíticas potencialmente conflictuales.
El Estado Islámico es el resultado de una transición adversa del régimen político en Irak que tiene origen en 2003. A su vez, la intervención occidental en ese país respondió a un proceso militar sesgado de Estados Unidos que tuvo como fin levantar una cortina de humo y desviar la atención del verdadero foco del problema terrorista, que se encontraba en aquel entonces en Arabia Saudita y en la familia Bin Laden, socios históricos y estratégicos de buena parte de la élite norteamericana.
Hoy parecemos asistir a un cambio en la condición del escenario en Siria, en el que se pone en evidencia la transición de un conflicto de base intra-estatal internacionalizado, en el que Al Asad y los rebeldes se enfrentaban auspiciados por actores externos, a uno de índole extra-estatal en el que hubo un desplazamiento de los agentes en diputa (EI vs coalición).
El cambio en la naturaleza del conflicto y la reprobación que generó el Estado Islámico crearon un meta objetivo que dio la patente de corso a los Estados Unidos y a otros gobiernos para intervenir con más holgura y aprobación.
Tal como lo analizara Lawrence Woocher en 2009, la acción de Estados Unidos en materia de prevención y pacificación de conflictos debe contar ahora con una mayor cantidad de apoyos, asociaciones estratégicas y coaliciones con distintos actores. Al parecer esa ha sido la estrategia ejecutada por Washington, especialmente desde los gobiernos de Obama, y aún más si se trata de Medio Oriente.
Solo el tiempo dirá si de esta intervención coaligada el renovado conflicto sirio e iraquí derivará en otros escenarios potencialmente conflictivos.
*Internacionalista de la Universidad del Rosario, magíster en Análisis de Problemas Políticos, Económicos e Internacionales del Externado de Colombia y Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Sorbona Nueva de París.