¿Por qué Irán quiere la bomba? - Razón Pública
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¿Por qué Irán quiere la bomba?

Escrito por Carlos Alberto Patiño
Los Cancilleres del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y los representantes de Irán en Viena.

Los Cancilleres del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y los representantes de Irán en Viena.

Carlos Alberto PatiñoConsiderado por muchos como el acuerdo internacional más importante de la postguerra fría, el que acaban de suscribir Irán y las seis grandes potencias del mundo tiene raíces e implicaciones complejas para la geopolítica de muy diversos países.

Carlos Alberto Patiño Villa*

El acuerdo

El pasado 14 de julio se anunció el resultado final de la negociación entre Irán y el grupo de  “5+1” (los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas – Estados  Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia y China- más Alemania), acerca del programa nuclear del país musulmán.  

La actividad nuclear de Irán había sido motivo de diversas sanciones políticas y económicas por parte de Naciones Unidas y las potencias occidentales. Después de muchas discusiones, los firmantes acordaron un programa detallado y complejo de desnuclearización e inspección internacional rigurosa sobre el programa nuclear de Irán. 

La obtención de la bomba no es un capricho sino el instrumento necesario para garantizar su espacio vital y el reconocimiento de su derecho a existir como República chiíta islámica. 

Más concretamente, el plan liderado por el presidente Obama pretende que Irán entregue a los observadores internacionales más del 95 por ciento del uranio que posee actualmente, incluido el uranio enriquecido, y que apague más de un tercio de las centrifugadoras de enriquecimiento de uranio, a cambio de levantar las sanciones políticas y económicas.

Un Estado chiita


Mural del fundador de la República de Irán Ruhollah Khomeini, en Teherán.
Foto: Kaymar Adl

El Irán de hoy es producto de una revolución religiosa que se produjo en 1979, tras el ascenso al poder del Ayatola Khomeini (1902-1989), después de que el Sha Reza Pahlevi huyera del país. Por esto resulta pertinente repasar algunos hechos que marcan la trayectoria de la República Islámica de Irán.

Importa recordar que la revolución tomó desde un comienzo un carácter fundamentalista (con una fuerte incidencia de la religión sobre la política y la transformación de la sociedad),  de modo tal que Irán se convirtió en una “república islámica” cuyo Estado, si bien opera bajo reglas democráticas y con partidos que compiten por acceder al gobierno, está sujeto a las decisiones del Ayatola supremo, quien disfruta de un singular poder de veto sobre la orientación de las políticas públicas.

La de Irán es la única revolución exitosa que se ha producido dentro de la corriente religiosa del chiísmo, e Irán es el único Estado chiíta del mundo. Esta singularidad es clave para entender las posiciones de Teherán dentro del mundo musulmán, mayoritariamente sunita, así como los objetivos de la política exterior y de seguridad de dicho Estado.

Intervenciones y amenazas

Irán ha ido convirtiéndose en uno de los regímenes revolucionarios más importantes del planeta y, sobre todo, en uno de los Estados con mayor interés en alcanzar un estatus de potencia intermedia con presencia e influencia en todo el mundo (incluyendo regiones como América Latina, adonde ha desembarcado en los últimos años).

Su presencia internacional va desde intervenciones conocidas en distintos conflictos, hasta manifestaciones de fuerza y planteamiento de puntos de vista divergentes, que muchas veces van en contravía del orden establecido en el concierto global.

Quizás la más importante de las intervenciones de Irán se produjo dentro de la guerra civil libanesa (1975-1990) cuando a principios de la década de 1980 ayudó a crear la milicia chiíta pro-iraní conocida como Hezbollah.  Esta intervención tuvo lugar al mismo tiempo que la sangrienta guerra entre Irán e Irak (1980-1988), apuntalada principalmente por la Unión Soviética con su apoyo a Saddam Hussein, quien llegó al poder a mediados de 1979 en Irak.

En ese momento, el reciente gobierno revolucionario de Teherán sufría otras dos amenazas sobre sus fronteras: la invasión soviética a Afganistán (para evitar la expansión del fundamentalismo islamista, como afirmaban los responsables de la política de seguridad del Kremlin), y el afianzamiento de un gobierno radical en Pakistán, liderado por el general Zia Ul Haq, quien tomó el poder en 1978.

El régimen revolucionario iraní, por sus peculiaridades políticas y religiosas, surgió como un gobierno con grandes amenazas externas: de un lado se encontraban los gobiernos de los Estados laicos y seculares, entre los que encontraban los dos grandes imperios informales del momento, la Unión Soviética y Estados Unidos; y de otra parte los regímenes de los países sunitas, especialmente los árabes.

La guerra de Hussein contra el Irán revolucionario tenía además una connotación de búsqueda de liderazgo iraquí dentro del mundo árabe, incluidas las monarquías del golfo Pérsico.

El final de la Guerra Fría, la Guerra del Golfo Pérsico y el interminable caos de Afganistán (especialmente después de la salida de las tropas soviéticas en 1989), dieron un nuevo contexto al gobierno de Irán, que alcanzó una sólida alianza con India, cimentada en la amenaza que representa Pakistán para ambos, así como una renovada relación con la Rusia postsoviética que le permitió equilibrar las tensiones con Estados Unidos y las distancias con China.

La carrera por la bomba

Sin embargo, para Irán se convirtió en prioridad adquirir un estatus internacional de invulnerabilidad estratégica, y quedó claro que este se conseguiría con las armas nucleares. Esta condición se hizo más evidente con la guerra del Karguil (1999) entre India y Pakistán, países que, con la adquisición de este tipo de armamento, plantearon un reto a la existencia misma de los países vecinos.

Por esto desde el año 2000, según los datos más conocidos, Irán empezó una carrera científico-tecnológica para dominar la física nuclear, con científicos propios, afines al sentir y necesidades del país.

Además de esto, Irán adquirió información y tecnología en el mercado negro global, que se había ampliado con la proliferación de armas y secretos nucleares desde la reintegración alemana y la implosión soviética, lo cual le permitió impulsar la iniciativa estratégica de producir y controlar su propio arsenal atómico.

Tanto Israel como Arabia Saudita y casi todos los Estados árabes, desconfían de los  resultados que pueda tener el acuerdo

Para Irán, la obtención de la bomba no es un capricho sino el instrumento necesario para garantizar su espacio vital y el reconocimiento de su derecho a existir como República chiíta islámica. Para muchos estrategas iraníes las invasiones norteamericanas de Afganistán (2001) y de Irak (2003) hacían imperioso avanzar rápidamente en sus capacidades nucleares.

Pese a lo anterior, el Estado iraní no es un Estado ‘canalla’ como el que gobierna la dinastía de los Kim en Corea del Norte, y por el contrario ha sido muy activo tanto diplomática como económicamente, pese a las restricciones impuestas en los últimos años.

El ahogamiento económico sufrido por Irán ha producido una crisis política interna que debe ser resuelta a la menor brevedad, y que al parecer el anterior gobierno de Mahmud Ahmedinejad no supo conducir.  

A favor y en contra


El Presidente Turco Recep Tayyip Erdogan.
Foto:  Wikimedia Commons

Irán siempre ha sostenido que su programa nuclear tiene fines pacíficos y que se trata solo de generar energía para uso civil.

Este argumento ha sido puesto en duda por diversos  países que se sienten amenazados, especialmente Israel y Arabia Saudita, que por una ironía de la historia comparten temores y hostilidad hacia el régimen de Teherán.  Tanto Israel como Arabia Saudita y casi todos los Estados árabes, desconfían de los  resultados que pueda tener el acuerdo, sobre todo cuando se libran guerras intra-islámicas complejas en territorios como Yemen, Siria, Líbano, Irak, e incluso en la crisis política de Bahréin, donde Teherán y Riad lideran bandos distintos, enemigos a muerte.

Los argumentos de quienes defienden el pacto son complejos. La opción de que Irán abandone del todo su programa nuclear no es realista, pero este puede ser delimitado por acuerdos internacionales, y  por eso Madeleine Allbright (secretaria de Estado de Estados Unidos en tiempos de Clinton) sostiene  que el acuerdo es importante justamente por la gran desconfianza que Irán despierta en esa vasta región.  

Para demostrar las ventajas del acuerdo, el secretario de Defensa de Estados Unidos,  Ashton Carter, ha tenido que emprender visitas a diversos países, incluidos Israel y Arabia Saudita, donde ha encontrado gran resistencia pese a las promesas de aumentar los compromisos de defensa con Washington.

Lo cierto es que este acuerdo permite el ingreso de Irán como una potencia intermedia legitimada en el orden internacional contemporáneo, y desde esta postura el país luchará por ampliar su influencia religiosa y política.

Sin embargo, las posiciones estratégicas y económicas de Irán son vistas con reservas por gobiernos como el turco, que ha cuidado en extremo sus palabras y que ha aumentado su acercamiento diplomático con Teherán, con la visita realizada, meses atrás, por Recep Tayip Erdogan a Teherán.

En esta coyuntura es difícil saber si una apuesta diplomática es segura para el futuro, pero también es claro que la guerra como opción para limitar los alcances y las aspiraciones iraníes solo alejaría cualquier posibilidad de gobernabilidad del orden internacional.

 

* Profesor titular y director del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia. Autor del libro Guerras que cambiaron el mundo.

 

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