Una mirada cercana a las elecciones y las dos coaliciones enfrentadas da unas luces diferentes sobre sobre lo que estaba en juego, lo que en efecto pasó, y lo que espera al nuevo presidente Macri.
Rodolfo Mariani*
Un viraje…con empate
El domingo pasado en Argentina resultó elegido el ingeniero Mauricio Macri, en la segunda vuelta electoral o “balotaje” que por primera vez se ha registrado en la historia del país.
También es esta la primera vez que la derecha accede al gobierno argentino por medio del voto.
Los comicios fueron el final de un cronograma largo y extenuante que se extendió durante nueve meses y que incluyó elecciones municipales, provinciales, legislativas, parlamentarias del Mercosur, presidenciales de primera vuelta y, finalmente, el balotaje.
Pero ante todo, estas fueron las elecciones donde la mayoría de la sociedad decidió que doce años de gobiernos kirchneristas eran suficientes -al menos por ahora-.
También es esta la primera vez que la derecha accede al gobierno argentino por medio del voto.
En este caso, el balotaje, como suele ocurrir, le dio nueva vida al que quedó segundo en la primera vuelta, castigó a la mayoría “insuficiente” y empujó al electorado a conformar dos coaliciones en pugna. A veces, una de las coaliciones es notoriamente más amplia que la otra. Este, sin embargo, no fue el caso. El resultado final mostró una paridad que no era previsible después de la primera vuelta del 25 de octubre.
Aquel día las sorpresas fueron el paso de la coalición opositora Cambiemos a la segunda vuelta y su triunfo en el principal distrito electoral del país, la Provincia de Buenos Aires (PBA). Estos resultados le dieron un clima muy favorable a la oposición y algunos llegaron a imaginar una victoria arrasadora de Macri.
Pero con el correr de los días se produjo un fenómeno de creciente participación ciudadana (que no era orgánica y no estaba encuadrada en los partidos políticos) en apoyo a la candidatura del oficialista Daniel Scioli. Es difícil evaluar cuánto influyó este movimiento en el resultado final, pero no hay dudas de que lo hizo. Por eso, el clima triunfalista de la oposición se vio desmentido por la exigua diferencia que mostraron los guarismos finales.
La pequeña diferencia de apenas dos puntos entre los dos candidatos es una luz intensa que alumbra tanto como puede cegar. El Frente para la Victoria (FPV) perdió por muy poco y en las tres semanas previas al balotaje demostró tener unas raíces profundas en la sociedad, que ponen en entredicho los anuncios sobre el final de la era del kirchnerismo.
Las dos coaliciones
![]() El gobernador de la Provincia de Buenos Aires y excandidato presidencial por el FPV, Daniel Scioli. Foto: Santiago Trusso |
Cambiemos, la ganadora, es una coalición abierta, del tipo “atrapa todo” (“catch all”), que alberga identidades muy disímiles. Tiene un discurso de baja intensidad política que evita la toma de posición y la controversia ideológica, y solo muestra un rechazo tajante ante lo que la inmensa mayoría desaprobaría: la corrupción, la violencia, la pobreza, las injusticias, el narcotráfico.
Por el contario, el FPV hace mucho tiempo sufre un proceso de repliegue sobre sí mismo, ha sufrido importantes desmembramientos y la toma de posición y la politización permanentes son inherentes a su identidad.
Cambiemos decidió ocultar su perfil ideológico y encaró la última etapa de la campaña apoyando muchas de las medidas del kirchnerismo que en un primer momento había criticado. Además, goza de una intensa protección por parte de los grandes medios de comunicación, lo cual le permitió jugar su estrategia de hacer invisibles muchas de las políticas que de hecho llevó a cabo en Buenos Aires desde el 2007.
En cambio para el FPV era imposible ocultar su pertenencia ideológica, porque desde hace doce años gobierna el país y ha sufrido el asedio de los grandes medios de comunicación, dispuestos a iluminar todas sus zonas oscuras y hasta a inventar las que no existen.
De las dos coaliciones en pugna, una estaba armada para ganar y lo hizo; la otra sufrió el desgaste del tiempo y de sus propios errores. Sin embargo, la que ganó es menos homogénea que la que perdió y eso influirá en el momento de gobernar.
Dos visiones, dos estilos
Desde comienzos del siglo XXI, en Argentina se impusieron dos movimientos principales: el kirchnerismo y la Propuesta Republicana (PRO). Estos movimientos son el corazón de las dos coaliciones que se enfrentaron en el balotaje y que a partir del 10 de diciembre tendrán responsabilidades y desafíos distintos.
Si bien el kirchnerismo se montó sobre el peronismo, Néstor Kirchner rápidamente le dio su propia impronta y construyó un proyecto novedoso que sobrepasaba al peronismo. El triunfo de Kirchner en los comicios de 2003 y la conquista del partido dos años más tarde hicieron que el peronismo bajo la conducción de Kirchner se desprendiera, inmediatamente de la parte más ideologizada e identificada con Carlos Menem y con los años noventa, y muy poco después de los sectores vinculados con Eduardo Duhalde.
Muchos otros peronistas, que habían sido parte de experiencias políticas anteriores, resistieron esos vientos de renovación, se adaptaron con naturalidad y permanecieron dentro del Partido Justicialista (PJ), ahora reconfigurado baja la conducción de Kirchner corrida a la centro-izquierda. Sin embargo mantuvieron una cierta distancia que con el tiempo se volvería crucial.
Por su parte la PRO es una fuerza política nueva que se inscribe en la centro-derecha. Tiene un grado de inserción territorial y social que supera todas las experiencias anteriores de ese signo político en la Argentina. Supo contener los desprendimientos que emigraron del PJ, sintetizó y absorbió partidos de derecha y de centro-derecha, captó dirigentes radicales que habían acompañado al fallido gobierno de Fernando de la Rúa, y le dio lugar a profesionales, empresarios, activistas de ONG, líderes de distintos credos religiosos, personalidades del espectáculo y del deporte.
Y todo esto lo hizo con una impronta propia donde se licuaron los pasivos históricos de todos estos sectores.
La PRO es fuertemente ideológica sin ningún esfuerzo. Quienes la integran se sienten cómodos en la centro-derecha, ya sea por su pertenencia social o porque han sido influidos por el sentido común de época que propagan los grandes medios de comunicación.
Este partido juega con el sobreentendido ideológico y con un amplio abanico de gestos que delimita claramente su espacio de pertenencia sin correr el riesgo de argumentar demasiado. Entre la ideología y el pragmatismo, la PRO transita con naturalidad en la ambivalencia. Puede ser ranciamente conservadora y moderna al mismo tiempo.
Y ahora
![]() Emblema del movimiento político argentino Propuesta Republicana. Foto: Wikimedia Commons |
La PRO deberá gobernar y poner a prueba esa compleja construcción que la llevó hasta el gobierno. Ya no habrá tanto lugar para la ambivalencia y la gestualidad, y la cobertura mediática no será auxilio suficiente para ocultar sus malas decisiones políticas y los rumbos que decida transitar.
El kirchnerismo, por su parte, enfrentará el reto de ser oposición, lo que le podría dar la oportunidad de reinventarse tras leer los innumerables mensajes que la sociedad le viene dando. También deberá reconstruir los vínculos que se fueron debilitando en su electorado y capitalizar esa fuerza ciudadana que durante las semanas previas al balotaje irrumpió en la escena pública en defensa de las conquistas de los años recientes.
Los dos grandes movimientos populares del siglo XX, el peronismo y el radicalismo, están dispersos en ambas coaliciones. Nuevamente la Argentina tiene la posibilidad de institucionalizar un sistema de partidos sobre la base de dos amplias coaliciones: una de centro-derecha, neoliberal y pro market (PRO); y otra de centro izquierda, neodesarrollista y pro labor (kirchnerismo).
Una nueva etapa
Es innegable que ya empezó una nueva etapa en la política argentina. La catarata de fallos recientes de la Corte Suprema de Justicia da cuenta del cambio en la relación de fuerzas y de la reapropiación del control por parte del poder económico concentrado.
La mitad del electorado que apoyó a Cambiemos es ideológicamente menos consistente que la (casi) otra mitad que apoyó al FPV. Mauricio Macri se presentó durante todo el proceso electoral como más moderado de lo que probablemente sean sus políticas. Pero ahora deberá gobernar para los verdaderos intereses que representa e intentar mantener la fortaleza de la mayoría que logró convocar en las elecciones.
Puede ser ranciamente conservadora y moderna al mismo tiempo.
Por su parte, el FPV es la primera minoría de la Cámara de Diputados y tiene mayoría y quórum propio en la Cámara de Senadores. Después de doce años de ejercicio del gobierno, obtuvo el 49 por ciento de los votos en el balotaje, que no es poco. Sin embargo, deberá analizar las razones de la resistencia que despertó entre sectores sociales que en otros momentos lo apoyaron y que ahora le dieron la espalda.
El kirchnerismo siempre necesitó coaliciones para formar mayorías sustentables, pero desde que obtuvo el 54 por ciento en las elecciones de 2011 parece haber perdido la brújula en la construcción de estas alianzas. La gran diferencia electoral que consiguió en ese momento encandiló su pensamiento como podría hacerlo ahora la pequeña distancia en el balotaje.
La Argentina empieza una nueva etapa política y es seguro que esto tendrá impacto sobre toda la región. Por lo que se puede extraer de las recetas que los economistas de Cambiemos, con sordina mediática, anticiparon en cónclaves empresariales, se vienen tiempos difíciles, sobre todo para los sectores populares.
Hay actores de peso dentro y fuera de la región que se han entusiasmado y han creído ver un irrefrenable giro a la derecha en Argentina. Pero habrá tensiones, mucha política y una sociedad muy atenta al desarrollo de los acontecimientos.
* Politólogo, investigador del CIEDAL, Escuela de Política y Gobierno, Universidad Nacional de San Martín.
@RodiMariani