Policías y estudiantes: cómo manejar y cómo no manejar las protestas callejeras - Razón Pública
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Policías y estudiantes: cómo manejar y cómo no manejar las protestas callejeras

Escrito por Juan Carlos Ruiz
Policía antimotines de Bogotá.

Juan Carlos Ruiz¿Puede existir una policía sin su función antidisturbios? ¿Debería la policía colombiana desmantelar su división Esmad como lo piden de tiempo en tiempo colectivos sociales y defensores de derechos humanos?

Juan Carlos Ruiz*

Protestas populares en aumento

Los enfrentamientos entre los estudiantes y los miembros del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) no son nuevos.

Aunque Colombia ha tenido levantamientos populares particularmente virulentos como los motines de artesanos en el siglo XIX, el Bogotazo de 1948 o los paros cívicos de los 1970, la década de 2010 ha mostrado una movilización efectiva y creciente de intereses colectivos que se expresan en la calle como han sido los paros de camioneros, transportadores, campesinos, profesores, estudiantes, indígenas, olvidados, entre otros.

El grupo de investigadores del profesor Juan Carlos Guerrero y la FLIP han encontrado que las movilizaciones y la acción colectiva en la calle han aumentado en número en particular desde el 2016.

Seguramente esta protesta y su expresión serán cada vez más frecuentes y agudas en la medida en que nuevos colectivos se organicen. Incluso ciudadanos que nunca vieron en la movilización y la protesta popular una forma de expresión de sus reivindicaciones, por primera vez en sus vidas irán a la calle. Una muestra de ello son las masivas manifestaciones en Francia de los Gillets Jaunes.

La pérdida de poder adquisitivo, los impuestos crecientes, la reforma pensional y la inseguridad de seguro movilizarán a sectores diferentes de la sociedad, lo cual representará un nuevo reto para gobiernos nacionales y locales en el mantenimiento del orden público y en su capacidad para responder satisfactoriamente a estas demandas.

El ESMAD tendrá más protagonismo, necesitará de más hombres y más presupuesto. El buen juicio del cuerpo antimotines también será crucial.

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Todas las policías del mundo

Primer escuadrón de policía motorizada en 1953.
Primer escuadrón de policía motorizada en 1953.
Foto: Wikipedia

Los escuadrones antimotines son consustanciales a las fuerzas de policía. El control de huelgas, protestas y motines por la policía es quizás la cara menos amable de estas instituciones, pero es una de sus funciones inevitables e imprescindibles.

En esencia, se busca controlar protestas sin dejar muertos y, aunque sabemos que esto no siempre se da, desde la creación de las policías modernas se sabe que cuando hay muertos en una protesta no queda sino el resentimiento entre la población que afecta tanto la imagen de la policía como la legitimidad de los gobiernos.

Antes que combatir la criminalidad, como se cree comúnmente, las policías tienen y han tenido siempre por misión principal el control del orden público. Por eso mismo no hay policía que no integre en sus servicios la función antimotines y no hay formación policial que no contenga una sección importante especializada en el control de masas.

El ESMAD tendrá más protagonismo, necesitará de más hombres y más presupuesto. El buen juicio del cuerpo antimotines también será crucial.

Todos los policías en su adiestramiento inicial deben aprender a formar parte del cuerpo antimotines y todos los uniformados deben estar disponibles para controlar disturbios en cualquier momento, incluso en sus horas de descanso si es necesario.

Los mejores sociólogos de la institución policial, como Egon Bittner y Loubet de Bayle, siempre han coincidido en que la coerción y el uso de la fuerza son rasgos definitorios de la función policial.

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Aprendamos de la historia

Las policías modernas creadas en el siglo XIX tenían como propósito principal controlar las protestas en las calles durante la Revolución Industrial y el surgimiento de diversos movimientos sociales que surgieron en la época.

Antes que combatir el crimen, la idea inicial era crear un cuerpo capaz de lidiar con las huelgas violentas de todos los “ismos” que acompañaran la expansión de las ciudades (socialismo, comunismo, anarquismo, ludismo, sufragismo,…). Los soldados, que se habían utilizado hasta ese entonces para tales labores, producían más resentimiento y violencia al causar muertos y masacres.

Bogotá vivió varios levantamientos populares antes del Bogotazo que dejaron no pocos muertos y estaciones de policía destruidas. Las asonadas de artesanos de 1875 y de 1893 mostraron la necesidad de un cuerpo policial capaz de lidiar con una nueva protesta urbana (aunque la ciudad escasamente llegaba a los 90.000 habitantes). El Bogotazo de 1948 tampoco contó siquiera con una policía para controlar los disturbios ya que ésta se había amotinado contra el gobierno de Ospina.

Apenas en la década de 1970 Colombia comenzará a pensar en el control de masas más allá del método del “bolillo o la matraca”. Entonces se utilizó por primera vez policía montada y caballos, siguiendo el ejemplo británico de control de manifestaciones y de fanáticos en estadios de fútbol.

La división de carabineros, creada como punta de lanza de la lucha contra el bandolerismo en el campo, será trasladada a las ciudades para controlar manifestaciones por ser una policía montada. Sin embargo la carga y uso de animales contra demostraciones violentas dejarían no pocos caballos mutilados o muertos.

Es bien recordada la imagen que registró El Tiempo en una protesta frente a la Universidad Nacional en 1971, en la que se ve a Comején, un caballo agonizante con las patas rotas, y a su jinete, entre lágrimas, apuntándole con una pistola para ahorrarle el sufrimiento. Más de cuarenta caballos de la policía han sido mutilados o muertos, y hoy el uso de animales para controlar turbas es muy poco frecuente.

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Una especialidad imprescindible

Esta labor de control de masas mal conducida ha dejado una mala imagen de las fuerzas policiales. Por ejemplo: la masacre de argelinos en París en 1961 por parte de los policías, el mismo Mayo del 68 con su batallas campales en el barrio latino entre los CRS y los estudiantes, las rebeliones raciales en Boston y Detroit en 1967, o la represión de las huelgas de mineros por el gobierno de Margaret Thatcher.

Las especialidades antimotines comienzan a ser creadas a finales de los 1980. Se entiende que el control de masas debe hacerse de manera profesional y de tal forma que no ocasione muertes o lesiones al tiempo que se preserva el orden público.

En Colombia se crea el Esmad en 1999, el mismo año cuando la policía nacional pone a funcionar la policía comunitaria, es decir, nacen dos facetas diferentes de la labor policial, el garrote y la zanahoria, el control del orden público y la capacidad de tejer puentes con la comunidad. Hoy ya no existe la policía comunitaria, pero el Esmad subsiste y de seguro demandará en el futuro más uniformados y presupuesto.

El Esmad es un cuerpo profesional y especializado para control de manifestaciones. Cuenta con un reclutamiento exigente de hombres y mujeres quienes deben tener gran control mental y capacidades físicas. El aguante y el equilibrio mental frente a provocaciones es fundamental en la formación de los Esmad. La ponderación y tranquilidad son fundamentales para hacer un buen control de masas y la policía colombiana goza de estándares internacionales de formación que muchas veces escapan al grueso de los colombianos que solo pueden ver cuando el escuadrón antidisturbios interviene con fuerza.

El mando de oficiales y comandantes con experiencia es esencial, no solo porque requiere de una visión estratégica del momento y el espacio, sino porque debe encuadrar a sus hombres para que no se produzcan excesos o se dejen llevar por el fragor de la reyerta.

Los antimotines y los estudiantes

Policía antimotines de Bogotá.
Policía antimotines de Bogotá.
Foto: Pixabay

Tradicionalmente estudiantes y policías se han enfrentado. La muerte de estudiantes en las refriegas siempre ha dejado heridas difíciles de sanar y ha profundizado las distancias entre unos y otros.

Debemos recordar que el control de las manifestaciones estudiantiles por fuerzas militares fue aún peor. Por ejemplo, la masacre de las bananeras también tuvo su víctima en Bogotá: el estudiante Gonzalo Bravo cuando en 1929 los militares reprimían una manifestación que protestaba por la matanza de trabajadores de la United Fruit Company.

En la conmemoración del asesinato de este estudiante en 1954, fueron asesinados trece estudiantes por soldados del Batallón Colombia, lo que mostró una vez más, como lo habían constatado los británicos un siglo antes, que las fuerzas militares son inadecuadas para el control de masas. Su ethos y adoctrinamiento los hacen más propensos a reaccionar con fuego a las agresiones o provocaciones. Es un cuerpo enseñado a matar y ganar batallas, no a encuadrar protestas.

Un día antes de la masacre de Rojas Pinilla había sido asesinado el estudiante Uriel Gutiérrez dentro de la Universidad Nacional, también a manos de la policía militar.

El aguante y el equilibrio mental frente a provocaciones es fundamental en la formación de los Esmad.

Por eso en vez de utilizar a militares, las policías modernas han creado cuerpos especializados para controlar masas con instrumentos no letales como cañones de agua, gases lacrimógenos, perdigones, balas de caucho, granadas aturdidoras, ultrasonido, etc.

Pese a la profesionalización que se ha buscado con el Esmad, los excesos se siguen presentando -especialmente cuando algunos de sus miembros utilizan armas disuasivas no letales como arsenal mortal, ocasionado la muerte de manifestantes en las marchas del 1 de mayo o en los paros como el de camioneros de 2016-.

Desde el 2000 han muerto en manifestaciones reprimidas por el Esmad estudiantes de la UIS, la Nacional, la Univalle y la Distrital.

También han sido asesinados policías del Esmad. En el 2000, uno de sus miembros fue prácticamente decapitado por una papa explosiva en un disturbio en inmediaciones de la Universidad Nacional. Otro uniformado del Esmad fue asesinado con arma de fuego dentro de la Universidad del Valle. Sus miembros han sufrido lesiones físicas permanentes, para no hablar de la enorme carga sicológica, la presión y el estrés que afectan su vida laboral y familiar. No siempre es fácil para un padre o madre de familia que quiere abrazar a sus hijos al llegar a casa, sobrellevar un trabajo que consiste en recibir a diario improperios y golpes.

La armonía sí es posible

Las manifestaciones estudiantiles de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (Mane) en 2011 por primera vez mostraron un interesante acercamiento entre las partes.

Varios estudiantes y ciudadanos del común se interpusieron para que manifestantes violentos no agredieran a los policías con piedras, papas explosivas y bombas de tinta. Es bien recordada la foto de un estudiante que abraza a un policía con el escudo de protección en el medio. La manifestación de la Mane, que se apagó en el tiempo, dejó como enseñanza esencial que las expresiones pacíficas debían prevalecer y que detrás de un policía había un ser humano. La policía respondió con igual tino al lograr que sus agentes aguantaran los actos violentos y no cargaran contra los estudiantes ni utilizaran sus pertrechos.

En las manifestaciones estudiantiles de 2018 la lección parece no haber sido aprendida. De un lado, los policías han sido atacados con bombas molotov y los actos vandálicos son frecuentes. Del otro lado parecería que la única respuesta a las marchas son los gases lacrimógenos y las granadas aturdidoras.

Las muertes de estudiantes y policías no han dejado sino sueños truncados, familias devastadas y el nombre de algún edificio en una universidad pública o de un salón de clases en una escuela policial. Nada.

Solo olvido y un gran desperdicio humano que no vale la pena en el momento de hacer cualquier balance histórico. Detrás de un policía y un estudiante siempre hay seres humanos. Ojalá que nunca se nos olvide eso

* Profesor titular de la Universidad del Rosario, Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Oxford, máster en Administración Pública de la ENA (Francia), máster en administración de empresas de la Universidad Laval (Canadá), máster en Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

 

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