Qué podemos sacar del rescate de los niños desaparecidos en la selva
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Qué podemos sacar del rescate de los niños desaparecidos en la selva

Escrito por Reinaldo Barbosa

El episodio de los niños murui-muinane que sobrevivieron cuarenta días en la selva nos obliga a repasar las tensiones entre el pensamiento occidental y el de los pueblos originarios.

Reinaldo Barbosa Estepa*

La historia de Zoro

El libro infantil Zoro de Jairo Aníbal Niño cuenta la historia de un niño indígena, Zoro, perdido en la selva tras la irrupción de agentes externos en su comunidad. Zoro tiene que adentrarse en la selva río abajo para volver a su vida ancestral y comunitaria con la ayuda del ave Tente, el águila visionaria, y el tigre de cristal. Además, Zoro lee con precisión su territorio, tiene memoria de origen y enseñanzas que heredó de sus mayores.

Pese a ser una obra de ficción, el libro alude a los países latinoamericanos durante los años setenta-ochenta y sirve como referencia para analizar el episodio de los niños murui-muinane que sobrevivieron durante cuarenta días en la selva del Guaviare después de un accidente de avioneta.

La invitación es a hacer el esfuerzo de comprender la esfera total del conocimiento ancestral para edificar una maloka —la casa de gobierno— y desde allí ordenar, sanar, curar, reparar y corregir la vida personal y colectiva.

En ambos casos, se puede reflexionar sobre el problema de la coexistencia humana en territorios tan complicados como la selva, la sabana o la montaña andina, así como sobre los procesos del conocimiento en el universo nativo originario, la relación armónica y conflictiva con el territorio ancestral, el recurso de la memoria y el disponer de un sistema de pensamiento con indudable vigencia.

El todo es la parte y la parte el todo

A menudo los ancianos sabios y los jóvenes aprendices de las comunidades nos preguntan a mí y a mis colegas cómo llevar el pensamiento ancestral, mágico o espiritual, a su plan de vida y a la práctica cotidiana.

Nosotros respondemos: “en su sistema de pensamiento deben estar las señales y las claves para que cada quien desde el quehacer cotidiano encuentre el modo de pasar de lo singular a lo complejo, como en el tejido de la mochila que nos narran las abuelas, pasar del punto, al hilo, al nudo y al tejido complejo de la mochila, y medírsela antes de bautizarla y usarla”.

La invitación es a hacer el esfuerzo de comprender la esfera total del conocimiento ancestral para edificar una maloka —la casa de gobierno— y desde allí ordenar, sanar, curar, reparar y corregir la vida personal y colectiva. En la práctica quiere decir: pensar el todo para entender la parte, porque la parte es a su vez el todo.

El pensamiento de los ancianos sabedores y en general el sistema de pensamiento de los pueblos alto andinos, de selva y de sabana es complejo. Eso hubo de ser aprendido desde un comienzo por los cuatro niños perdidos en la selva. Encontrarse con lo otro exige lazos de confianza entre ese pensamiento mayor y las prácticas ético-políticas, técnicas y materiales.

Por eso conviene preguntar por los motivos de tanta tensión entre la llamada sociedad civilizada y los pueblos originarios, sobre todo en las formas de pensar. La voz de los mayores dice:

“Lo que van a oír es palabra de sabiduría que solo se comparte en la intimidad sagrada de nuestras malokas, Tulpas, Kankwruas, mamanuas, eyzuamas, kadukus o kansamarias, que son nuestras aulas, nuestras mesas de trabajo, lo que para ustedes son sus centros de estudio y enseñanza de sus universidades…”

“Allí el anciano sabedor Enraizado pronuncia las palabras de antigua que humanizan al integrar al mundo, palabras para conmemorar y exaltar, palabras que orientan el trabajo y corrigen, palabras curadoras, palabras para invitar a hacer la paz, las que dan paz, palabras para hablar con las otras fuerzas que conforman el prodigioso cosmos”.

Al tomar forzosamente la trocha desconocida o el cauce anhelado del río misterioso los niños pronunciaban la palabra de la abuela:

“Nuestro pensamiento es universal porque abarca cuanto existe, es decir, lo visible y lo invisible, los grandes misterios que encierra la naturaleza y que, hasta ahora, el hombre no sabe, pues todo lo lleva a la química y a las ciencias, pero ignora que todas las cosas tienen su espíritu, inclusive las plantas, las piedras, todo esto conforma un pensamiento que va al universo, unido todo como un respiro, como el alma aliento”.

Un pensamiento que ordena

Aquí aparece la mayor de las tensiones: admitir que los pueblos originarios poseen, comprenden, transmiten y aplican en su vida cotidiana un sistema de pensamiento que trasciende la realidad física de la naturaleza, la sociedad y el ser humano.

Además, cuando los ancianos sabedores se sientan a sus bancos lo hacen para consultar y ordenar la vida personal-comunitaria, la montaña y el territorio, lo planetario y cosmogónico en cumplimiento del mandato originario: “unido todo como un respiro, como un aliento vital, como fuerza alentadora que enraíza al fenómeno humano en el universo mismo, que las disciplinas científicas no atinan explicar”.

El pensamiento de los ancianos sabedores y autoridades tradicionales es “conocimiento de origen”. Con esto queremos que se entienda que, en cuanto seres de conocimiento, dedican años de su vida desde muy temprana edad a la observación, a la experimentación y a comprender los fenómenos naturales, humanos, sociales y espirituales.

Además, estudian —“consultan”— cualquier aspecto de la experiencia humana vinculado con el mundo físico visible, el mundo estelar imaginable en la esfera celeste y el mundo del pensamiento y la memoria acumulada a lo largo de miles de años.

Estos sabedores espirituales y políticos nos ayudan a comprender que el pensamiento humano no existe sin cerebro, pero tampoco sin tradiciones familiares, sociales, de género, étnicas, rituales o ceremoniales. No sólo hay mentes encarnadas en cuerpos y culturas y no siempre el mundo físico es biológico y cultural, como se afirma a menudo según el pensador francés Edgar Morin.

El pensamiento se basa en cumplir cada día las tradiciones y valores que mantienen el orden ancestral de la naturaleza, en cada persona y en la comunidad. Quizá por eso, hay un acuerdo entre las autoridades sobre el trabajo que se debe hacer para que todos contribuyan a reordenar el pensamiento que es afectado por ideologías ajenas.

Ahora que los ancianos sabios, las abuelas sabedoras y las autoridades tradicionales del territorio de los pueblos originarios de Colombia se han propuesto restituir las formas internas de control y gobierno, el mandato de origen indica:

  • “comprender lo singular para reordenar la vida personal,
  • identificar lo relacional-familiar para limpiar la casa,
  • entretejer lo contextual para recomponer el tejido comunitario,
  • armar el mapa de lo global saneando y reordenando el territorio
  • y compilar la memoria de lo complejo para reordenar el pensamiento conforme los relatos de Origen”.

Legítimamente le piden al pensamiento claridad donde hay oscuridad, que instaure orden y comprensión allí donde hay caos y confusión, que revele las leyes que dictan el gobierno propio.

Dos tipos de pensamientos

Los relatos que se evocan o se cantan en la maloka, en los ceremoniales de bautismo, de pago a la cosecha o en la mortuoria no son meras “narraciones fantásticas de un pasado que quiso ser presente”.

Denotan una toma de posición, una opción de vida. Es la explicación del origen desde un mundo de referencia propio y el referente estratégico para vivir expresado en símbolos: punto, nudo, hilo, círculo, espiral o esfera. Eso llevan nuestros niños en la mochila de sus memorias aprendidas.

Foto: Instituto Caro y Cuervo - Los pueblos originarios aplican cotidianamente un sistema de pensamiento que trasciende la realidad física de la naturaleza, la sociedad y el ser humano.

la memoria de nuestros cuatro niños abocados al reencuentro con sus memorias ancestrales también muestra metafóricamente la pertinencia de crecer, evolucionar y descubrir su identidad.

Nos movemos entre dos pensamientos no solo en la búsqueda y rescate, sino al entender el orden de vida en tiempo real: el empírico técnico, racionalista presumiblemente impartido en los modelos clásicos de escuela, y el simbólico, ancestral, cosmo-vivencial, que se entrega como pensamiento de origen en la vida comunitaria o ritual y ceremonial de la maloka.

La evidencia de estas dos formas diferenciadas de representar o simbolizar los cambios que el niño experimenta durante su transición a la edad adulta permite preguntarnos si la escuela actual está de cara a la vida y a la comunidad o si por el contrario es afectada por un dispositivo extra pedagógico, ideológico político que impone los desórdenes de la sociedad mayoritaria.

Zoro de Jairo Aníbal pone en duda la mirada de esta sociedad mayoritaria sobre los pueblos indígenas. Propone el estereotipo del nativo ecológico, al definir a los indígenas como parte de la naturaleza y sostiene que hay una proximidad y complicidad con el discurso de la dominación que legitimó la explotación de esta población.

En contraste, la memoria de nuestros cuatro niños abocados al reencuentro con sus memorias ancestrales también muestra metafóricamente la pertinencia de crecer, evolucionar y descubrir su identidad.

Los Werjayas U’wa nos dicen que “todo está entrelazado como el sendero enramado del mono, cuando llegue el tiempo en que los indios se queden sin tierra, también los arboles se quedarán sin hojas” y solo entonces los estudiosos de las ciencias físicas, naturales y sociales se preguntarán por qué.

Algunos cuantos comprenderán que todo fin tiene su principio y todo principio su fin. Sea cual sea el modo de vida que se lleve, y sea cual sea la manera de pensar, en la sabiduría de los pueblos ancestrales la vida no deja nada suelto: la parte y el todo, lo infinitamente pequeño y lo inmensurablemente eterno están atados a las leyes de la existencia.

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