En menos de una semana se rompió la coalición de gobierno en el Congreso y se cambió casi la mitad del gabinete ¿Hacia dónde va el gobierno Petro?
Esteban Salazar* y Daniela Garzón**
El revolcón
Del martes 25 de abril en la noche al miércoles 26 a las 2:25 pm todo fue zozobra en el mundo político colombiano.
Después de que, en un trino, el presidente Petro dijera que la coalición política se había acabado por “unos presidentes de partido” al saberse que el Partido Conservador, el Liberal y la U mantenían su negativa a aprobar la reforma a la salud; y de pedir la renuncia de todos los ministros, las especulaciones en torno a quienes salían y quiénes entraban al gabinete mantuvieron entretenidos a politólogos y entusiastas de la coyuntura.
El miércoles, el presidente Petro a través de un comunicado, reveló que, del total de dieciocho ministros, siete serían reemplazados. Estos se suman a los tres reemplazos que hizo hace dos meses, y que incluyeron la salida del ministro de Educación, Alejandro Gaviria. Los nuevos nombres son:
- Ricardo Bonilla en el Ministerio de Hacienda, en reemplazo de José Antonio Ocampo.
- Jhenifer Mojica en el Ministerio de Agricultura, en reemplazo de Cecilia López.
- Luis Fernando Velasco en el Ministerio del Interior, en reemplazo de Alfonso Prada.
- Guillermo Alfonso Jaramillo en el Ministerio de Salud, en reemplazo de Carolina Corcho.
- William Camargo en el Ministerio de Transporte, en reemplazo de Guillermo Reyes.
- Yesenia Olaya en el Ministerio de Ciencia, en reemplazo de Arturo Luna.
- Mauricio Lizcano en el Ministerio de Tecnologías de Información y las Comunicaciones, en reemplazo de Sandra Urrutia.
- Y, además, como Lizcano pasa al Min TIC, el nuevo director del Departamento Administrativo de la Presidencia es Carlos Ramón González.
Así las cosas, con este nuevo gabinete Petro manda los siguientes mensajes:
- Se rodea de gente que ya ha trabajado con él. Con los nombramientos de Bonilla y Jaramillo tiene en el gabinete a tres de sus exsecretarios como alcalde de Bogotá, junto con Susana Muhamad que se mantiene en el Ministerio de Ambiente.
- Aunque saca a Carolina Corcho, una de las ministras más polémicas de estos ocho meses, su apuesta en la reforma de salud se mantiene con Jaramillo, quien ha dicho que van a seguir buscando que la Administradora de los Recursos del Sistema General de Seguridad Social en Salud (ADRES) sea la pagadora directa de los servicios que prestan las Instituciones Prestadoras de Servicios de Salud (IPS).
- Por ahora, deja sin representación a los partidos Conservador y La U, pero no así al Partido Liberal, pues ni Catalina Velasco ni Néstor Osuna salieron de sus cargos.
- Le apuesta a ahondar la disidencia liberal que está revelándose contra César Gaviria, y que está siendo apoyada por congresistas como Dolcey Torres (de la familia Torres Villalba, cercanos a Armando Benedetti), María Eugenia Lopera (ficha del exsenador Julián Bedoya) y Andrés Calle. La interlocución de Luis Fernando Velasco como ex liberal y uno de los duros críticos de Gaviria desde el Min Interior con el Congreso probablemente ahondará las tensiones dentro del partido.
- Mantiene dentro del gobierno a una sola de las cuatro personas que manifestaron críticas a la reforma a la salud, el director de Planeación Nacional, Jorge Iván González.
- Se aleja del centro, pues incluye en su gabinete a personas con una trayectoria menos reconocida pero que creen más en sus ideas. Así, por ejemplo, en Agricultura, nombra ministra a una mujer joven abanderada del movimiento campesino y que dice trabajará por acelerar la reforma agraria y la compra de predios.
- Profundiza sus relaciones con el ala de la Alianza Verde más cercana a él, al dejarle el manejo del DAPRE a Carlos Ramón González, quien ha sido su puente con ese partido, y quien riñe con políticos como Claudia López o Angélica Lozano.
- Sale de su “fiel de balanza”, el ahora exministro de Hacienda José Antonio Ocampo, quien se había convertido en la figura que representaba de mejor manera la calma y la moderación especialmente para los detractores.
- Muestra, de nuevo, que su talante no es el de un político de jugadas milimétricas, sino el de alguien que está dispuesto a jugarse todo su capital político para cumplir sus promesas de campaña.
Para Petro, no importa el método sino el resultado: sacar adelante el cambio.
Con el cambio de gabinete, Petro les deja claro a los partidos que no está dispuesto a tolerar sus chantajes, y que prefiere mantenerse en su visión del “cambio” que negociar reformas que podrían considerarse “cosméticas”.

Petro, o la apuesta por la “radicalización democrática”
Sin duda Petro ha sido siempre un político audaz. En el fondo de sus convicciones está el representar “la voluntad popular” y para ello utiliza el entusiasmo y los golpes de opinión como una manera de impulsar sus ideas más controversiales, que al tiempo han sido las que más le han traído rédito político. Esto se debe, en parte, a la propia naturaleza heredada del M-19: una guerrilla urbana sin aspiraciones de tomarse el poder, como las FARC, o de resistir eternamente, como el ELN; sino de dar sendos golpes en la agenda pública para ganar adeptos.
Aunque no puede negarse que durante los cuatro años que llevan desde su primera aspiración en 2018 a su victoria en 2022 mostró un lado más moderado y con capacidad de negociación, hoy asistimos al fracaso del intento de meter “a la fuerza” a tres partidos que tienen realmente pocas coincidencias con su visión de país.
La luna de miel con su supuesta “aplanadora legislativa” no aguantó ni el primer año del Congreso.
Ese rompimiento se debe sobre todo al gran paquete de reformas que pretendía pasar antes del 20 de julio de 2023. El florero de discordia, sin duda, fueron las reformas sociales —salud, laboral y pensional— que mantienen, junto con la reforma agraria, el corazón de la apuesta petrista: un papel mucho más importante del Estado, como herramienta para luchar contra la desigualdad y garantizar una mejor vida para los más desfavorecidos.
Para los jefes y para muchos miembros de los partidos, esto ha implicado una ruptura con el consenso de todos los gobiernos anteriores (poca intervención en la economía, dejar buena parte de la administración o disposición de los recursos públicos en manos de privados, etc…). A esta ruptura ideológica se suma el intento de cambiar un Congreso dedicado a negociar prebendas para pasarle los proyectos al Ejecutivo, a sentarse a pensar si las reformas afectan o no el otro conjunto de intereses que ellos sí representan —como los de los gremios— o que podrían limitar su margen de intermediación y de gestión de recursos públicos, fuente primaria de su poder.
La oportunidad de obtener avales en cualquier partido de los 33 que hoy existen, también ha hecho que dentro de los partidos consolidados los congresistas tengan menos miedo de llevarle la contraria a sus directivas, pues sería realmente fácil “saltar de barco”. En esto, el liderazgo que más se ve amenazado es el de César Gaviria.
Con el cambio de gabinete, Petro les deja claro a los partidos que no está dispuesto a tolerar sus chantajes, y que prefiere mantenerse en su visión del “cambio” que negociar reformas que podrían considerarse “cosméticas”. Así, el nuevo gabinete es una forma de refugiarse en los suyos: en personas que probablemente considera leales a su proyecto político y a los que llama a hacer tanto como puedan desde sus carteras, sin depender del legislativo.
A la vez, Petro ha decidido empezar a jugarse una carta que conoce bien: el del llamado a la movilización social. Fue en las calles donde se aseguró de mantenerse en el Palacio Liévano cuando Alejandro Ordóñez intentó sacarlo —e invocando a la Corte Interamericana de Derechos Humanos— y ha sido allí, en las plazas públicas, donde su proyecto político ganó mayor aceptación. Aquí es donde entra el llamado a las movilizaciones hoy, primero de mayo, y el que ha hecho reiteradamente a los sectores populares para “defender las reformas en las calles”, y así presionar al Congreso.
Con el nombramiento de Jhenifer Mojica en el Ministerio de Agricultura, por ejemplo, el presidente apela a sectores organizados y que pueden actuar de manera colectiva, como los indígenas o los campesinos, se sientan representados y tenidos en cuenta. Y así, Colombia entra en un nuevo periodo de “gobierno 2.0” o de “radicalización democrática”.
Qué esperar
Esta “radicalización” muestra que Petro quiere mantener la agenda frenética en la que ha mantenido a la opinión pública desde su posesión. Al tiempo, que no está dispuesto a “establecer prioridades” en dos o tres asuntos, sino que seguirá impulsando una especie de “todo en todas partes al mismo tiempo”, múltiples frentes de batalla con “alfiles” más dispuestos a darse las peleas más duras o que tienen más experiencia dándolas, como la de la redistribución de la tierra.
Los frentes de batalla ahora no están solo en la negociación con el Congreso y sobre la base de acuerdos burocráticos, sino desde los ministerios y en las calles. Aunque el rompimiento de la coalición de gobierno significa estrechez en el margen de gobernabilidad, para Petro no tiene sentido tener mayorías de papel.
A la vez demuestra que no ahorrará esfuerzos para defender a los ministros que sí le han copiado su visión de país: de allí que Irene Vélez, Iván Velásquez y Susana Muhamad se mantengan sin novedad en el gabinete.
Como señala Hernando Gómez Buendía en esta edición, el gobierno de Petro es uno de los desafíos más grandes que ha tenido el orden conservador colombiano en sus más de doscientos años. Una novedad para un país al que le ha costado mucho llegar a ese “momento pendular” de las democracias liberales maduras, y para instituciones que son tan duras de mover como los elefantes.
Los frentes de batalla ahora no están solo en la negociación con el Congreso y sobre la base de acuerdos burocráticos, sino desde los ministerios y en las calles. Aunque el rompimiento de la coalición de gobierno significa estrechez en el margen de gobernabilidad, para Petro no tiene sentido tener mayorías de papel.
Ese desafío tiene de protagonista un hombre que sigue jugando dentro de los márgenes institucionales y eso no deja de ser apreciable. Por mucho que asuste un periodo de turbulencia y caos, Petro utiliza las herramientas que tiene como presidente, y hasta ahora, no parece tener en mente aventurarse a alguna idea como una constituyente, que abriría un periodo de incertidumbre aún mayor.
En todo caso, el presidente tiene clara una sola cosa: no vale la pena llegar al poder en nombre del cambio solo a decir que lo intentó. Nunca nadie pensó que este gobierno sería aburrido.
* Las opiniones expresadas son responsabilidad de los autores.