Petro y la violencia colombiana según Petro | Razón Pública 2023
Inicio TemasPolítica y Gobierno Petro y la violencia colombiana según Petro

Petro y la violencia colombiana según Petro

Escrito por Daniel Gutierrez Ardila

¿Qué dice —y qué calla— la autobiografía del presidente Petro sobre la historia de Colombia en general, y sobre su responsabilidad y la del M-19 en la violencia que desangró al país? ¿Qué implicaciones tiene esta versión sobre la orientación de su gobierno?

Daniel Gutiérrez Ardila*

Una estrategia electoral

En 2021, Gustavo Petro publicó su autobiografía, Una vida, muchas vidas, en medio de su campaña por la Presidencia. Evidentemente, el libro y su publicación fueron parte de una estrategia electoral. En otras palabras, no es una autobiografía convencional, sino una obra destinada a conseguir votantes.

Teniendo esto en cuenta, un historiador puede encontrar en Una vida, muchas vidas las ideas generales que tiene Petro sobre la historia de Colombia. La forma como el presidente analiza el devenir del país tiene mucho que ver con su propuesta de gobierno.

Pero hay más. Son interesantes los argumentos que usa Petro para reflexionar sobre el pasado, el empleo que hace de ciertos acontecimientos, las licencias que se permite para usarlos en su provecho y la relación que establece con los historiadores, si existe alguna.

Petro en el M-19

Para empezar, en Una vida, muchas vidas hay un intento claro de usar el pasado para exponer y justificar las ideas políticas en que se funda el actual gobierno. Es evidente que el presidente escruta la historia con miras justificativas.

Pero hay más. Son interesantes los argumentos que usa Petro para reflexionar sobre el pasado, el empleo que hace de ciertos acontecimientos, las licencias que se permite para usarlos en su provecho y la relación que establece con los historiadores, si existe alguna.

Llama la atención la omisión de toda responsabilidad o autocrítica frente a la violencia del país en las últimas décadas del siglo pasado, algo verdaderamente sorprendente por su larga militancia en la guerrilla del M-19. Los argumentos de Petro al respecto son muy simples y se pueden resumir en tres puntos.

  • Primero, intenta diferenciar radicalmente el M-19 de otros grupos como las FARC o el ELN porque, al parecer, el M-19 no creaba enemigos “ni agredía civiles” (111-113, 121, 150).
  • Segundo, justifica la insurgencia armada con el argumento de que el Frente Nacional fue una dictadura idéntica a las del Cono Sur (p. 59-60, 85-86, 126): “Muchos hechos afianzaban nuestra certeza de que no existía una opción pacífica para cambiar a Colombia” (p. 42).
  • Tercero, distingue en el seno del M-19 a los guerreristas de los “líderes populares” y urbanos: “yo estaba en el mundo popular y ellos en la guerra” (p. 75). Petro responsabiliza a los primeros por la violencia y atribuye a los segundos acciones clandestinas sin vínculos de ningún tipo con la extorsión, el secuestro o el asesinato.

El joven Petro usaba capuchas y pistolas, obtenía dinero para financiar sus actividades, frecuentaba las “casas de seguridad” de la organización, compraba armamento o ayudaba a esconderlo y hasta fundó una escuela militar en el Cesar (pp. 44, 57, 97, 112, 117).

Pero en el libro, esas actividades no tenían relación con las de sus compañeros del Eme ni con las del país ensangrentado donde operaba esta organización: “Ese concepto miliciano desarticulaba en buen grado la idea de formar únicamente líneas militares. En cambio, reforzaba la idea de que el M-19 no solo era una máquina militar, sino un movimiento de la población, pero armada” (p. 96).

El Palacio de Justicia y la búsqueda de paz

El desastre del Palacio de Justicia es abordado con ligereza: “la idea de la toma […] era reiniciar el proceso de paz entre el M-19 y el Gobierno. Era una operación para negociar, para llegar a un acuerdo” (p. 87). Además, atribuye la tragedia a los militares y desmiente los indicios que sugieren que el M-19 contó en dicha ocasión con la financiación del cartel de Medellín.

Petro prefiere hacer énfasis en la relación que había entre la cúpula del Ejército y la organización narcotraficante y sostiene que el generalato quería frustrar los procesos en su contra por la tortura de militantes del M-19 en tiempos del presidente Turbay (pp. 84-85, 88-89). No obstante, tales cargos no desvanecen las sospechas de una colaboración entre Pablo Escobar y la guerrilla para el ataque al Palacio de Justicia.

Petro reconoce que hacia el final la dirigencia del Eme sufrió una “calentura mental militarista”, pero afirma que se mantuvo ajeno a la dolencia (144). En ese sentido, Carlos Pizarro es visto como un belicista proclive a la alianza con las FARC, mientras que él se muestra como líder de la iniciativa de paz y el diálogo: “Todos querían combatir. Yo, en cambio, solo deseaba que se realizara la paz” (p. 152).

De hecho, el actual presidente afirma en su libro de memorias que logró convencer a Pizarro de negociar con el gobierno de Virgilio Barco tras una “epifanía” esto es, tras una experiencia de tipo místico en las montañas del Tolima (pp. 154-155).

Petro justifica, trivializa y presenta la lucha armada como una aventura romántica, sin admitir ninguna responsabilidad suya en los crímenes de guerra que cometieron tanto el M-19 como las demás organizaciones guerrilleras.

Hubiera sido fácil adoptar otra estrategia retórica en su libro: mostrarse como un hombre de su tiempo, cautivado por la idea de la revolución violenta y partícipe en acciones reprobables de las que se distanció con el tiempo. Eso fue precisamente lo que hizo María Eugenia Vásquez Perdomo en el recuento que escribió sobre su militancia en el M-19—. Petro, en cambio, creó una historia inverosímil que intenta convencer al lector de que él compartía las metas de la guerrilla, pero no sus medios para lograrlas.

Una historia delirante de Colombia

Otro aspecto que llama la atención del libro de Petro es el uso poco escrupuloso que hace de la historia de Colombia. Sus constantes referencias al pasado son fantasiosas y carecen de fundamento riguroso.

Pese a insistir en mostrarse distante de la violencia, Petro, bolivariano furibundo como sus compañeros del M-19, se sentía en su juventud como un “oficial del ejército libertador” (pp. 56 y 77).

De hecho, cuando él y sus compañeros de lucha crearon un barrio popular en Zipaquirá, lo bautizaron “Bolívar 83” como una manera de conmemorar el bicentenario del natalicio del Libertador (p. 69). Posteriormente, cuando Petro recibió un fusil M-16 para fundar un frente militar en el departamento de Santander, le dio el nombre de “Miranda” en honor, supongo, de Francisco de Miranda, líder independentista venezolano, antes de esconderlo entre los pañales de su hijo (p. 115).

El entusiasmo de Petro por la acción armada explica que bautizara la columna del Eme a la que pertenecía en Zipaquirá con el nombre de “José María Melo”, al que muestra como un líder popular de raigambre indígena aliado con los artesanos (p.58) —y no como el militar golpista que fue, según muestran las investigaciones de historiadores como Carlos Camacho Arango o Luis Ervin Prado—.

Precisamente, el caso de Melo le permite a Petro enunciar otra idea persistente de su discurso: la historia de Colombia aparece en Una vida, muchas vidas como una frustración permanente de la justicia y el progreso por culpa de una minoría privilegiada, retardataria y enemiga de la paz.

Según este relato, José María Melo habría sido derrotado “por la sociedad esclavista del Cauca y Antioquia” cuando el golpe de Melo sucedió en 1854 y la esclavitud había quedado abolida dos años antes.

En el mismo sentido, Petro transforma el antimilitarismo doctrinario de los jóvenes liberales radicales del siglo XIX en una maquinación de “la oligarquía esclavista” contra el ejército “que nos dio la independencia” (p. 58). Sin embargo, ¡habían transcurrido ya tres décadas desde Ayacucho!

El traidor Navarro Wolf

Las frustraciones de Colombia, según Petro, también se deben a la capacidad corruptora de esa oligarquía, que a finales de siglo XX se habría aliado con la mafia y el paramilitarismo. El M-19 fue víctima, en su opinión, de ese poderío, puesto que Antonio Navarro Wolf fue cooptado por el sistema.

Primero el “establecimiento” habría convencido al político pastuso de unirse al Partido Liberal y de romper el pacto concluido previamente por la guerrilla con el conservador Álvaro Gómez Hurtado.

Foto: Alcaldía de Bogotá - En el libro Una vida, muchas vidas, Gustavo Petro aborda la toma del Palacio de Justicia con ligereza.

Pese a insistir en mostrarse distante de la violencia, Petro, bolivariano furibundo como sus compañeros del M-19, se sentía en su juventud como un “oficial del ejército libertador” (pp. 56 y 77).

De acuerdo con Petro, se frustró así la posibilidad de un desenlace verdaderamente progresista y se fraguó una contrarreforma que gestó un nuevo período de violencia.  A cambio de su traición, Navarro habría recibido un ministerio en el gabinete de César Gaviria (pp. 172-189).

En vista de este juicio tan drástico, sorprende que Petro se hubiera aliado con el mismo Navarro para llegar al Congreso en 1997, que lo hubiera apoyado cuando fue precandidato a la presidencia y que lo hubiera incorporado en el gabinete que constituyó cuando fue alcalde de Bogotá (225-227, 265-266).

Una visión selectiva y maniquea

En pocas palabras, Petro usa la historia para justificar su militancia y la de sus compañeros de armas sin el menor asomo de autocrítica y también para presentarse ante los electores como un guerrillero que desarrolló exclusivamente acciones de tipo político en el M-19.

Petro se siente atraído por contados períodos de la historia del país: la guerra de independencia, el golpe de José María Melo y el Frente Nacional. Como se ha visto, este último cumple una función esencial en su discurso pues, asimilado a las peores dictaduras de Suramérica, le sirve para validar y justificar la lucha armada.

El entusiasmo de Petro por el período independentista, o mejor, por sus líderes militares, es típico del M-19 y proviene de intuiciones harto gratuitas o de la muy infantil vulgata de la insurgencia. En otras palabras, no es el resultado de la lectura de historiadores o académicos.

Finalmente, Petro tiene una visión maniquea de la historia de Colombia, que se resume en una frustración cíclica de toda esperanza de progreso y justicia a manos de una poderosa oligarquía indolente, sangrienta y enemiga de la paz, como en los libros de López de Mesa o Liévano Aguirre.

Artículos Relacionados

Dejar un comentario

Este sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Leer políticas Aceptar

Política de privacidad y cookies