Petro no ha logrado “mover la calle” como esperaba y cambió la coalición oficialista en el Congreso. ¿Cómo será la nueva relación con los legisladores, qué pasará en este ámbito con el gobierno del cambio?
Juan Pablo Milanese*
¿Es indispensable tener mayoría en el Congreso?
Se ha especulado mucho sobre las condiciones de gobernabilidad que deberá enfrentar Petro tras la salida del Partido Liberal, el Partido Conservador y el Partido de la U de su coalición legislativa.
Deshacerse de una posición mayoritaria sólida no es una decisión fácil. De hecho, es difícil que algún gobierno quiera renunciar a una bancada amplia y disciplinada, herramienta de gran apoyo —a menos que mantenerla le implique unas contraprestaciones desmesuradas—.
Este no es un tema menor porque obliga al gobierno a cambiar la estrategia para promover su agenda. Pero no siempre el desmonte de la coalición oficialista implica un bloqueo legislativo o una situación de inmovilismo irremediable.
La primera explicación se fundamenta en que en los sistemas presidenciales no siempre se necesita de una mayoría estable para poder gobernar.
A diferencia de los parlamentarios, donde la subsistencia de un gobierno depende de la confianza legislativa, en sistemas como el colombiano los gobiernos tienen un período fijo de cuatro años —que solo puede ser interrumpido mediante un juicio político ante el Congreso—.
Esta solidez podría negarse mediante el argumento de que la mera supervivencia de un gobierno no es sinónimo de gobernabilidad. Es cierto, pero la estabilidad que ofrece el período fijo a la Presidencia colombiana permite establecer coaliciones más laxas, tanto en cuanto al número de socios (partidos), como en cuánto al tamaño (cantidad de curules) y la duración o consistencia temporal de esas coaliciones.
Este no es un tema menor porque obliga al gobierno a cambiar la estrategia para promover su agenda. Pero no siempre el desmonte de la coalición oficialista implica un bloqueo legislativo o una situación de inmovilismo irremediable.
Aunque sin duda ayuda, contar con mayoría estable no es condición necesaria para poder gobernar. En vez de eso el presidente puede contar con una casi-mayoría que actúe como una alternativa razonable y aun, en algunas situaciones, como una posibilidad más eficaz o eficiente.
¿Pero cómo entender esta casi-mayoría? Como una bancada que ronde el 45 % en cada una de las cámaras. Este soporte, cercano a la mayoría, permite que los gobiernos hagan coaliciones tácticas: se consiguen respaldos circunstanciales para alcanzar el número de votos necesarios en cada punto de la agenda.
Paradójicamente, la escasa disciplina de los partidos colombianos ayuda a quienes traten de operar a través de este tipo de estrategias.

Riesgos de gobernar con casi-mayorías
Pero la táctica anterior no está libre de riesgos. Y menos todavía en un país con un nivel tan alto de fragmentación en el Congreso como es el caso de Colombia.
Como se señaló, un modelo de gobernabilidad basado en una casi-mayoría exige un número de asientos cercano a la mitad más uno.
No es una tarea fácil para Petro, cuando el núcleo duro de la coalición oficialista tiene alrededor del 37 % de las curules en Cámara y Senado. Sin embargo, puede simplificarse mientras cuente el gobierno con otros socios estables, aunque no incondicionales, como buena parte del Partido Liberal —especialmente los legisladores más cercanos al nuevo ministro Luis Fernando Velasco—.
Sumando el 37% de socios firmes, los liberales “velasquistas” y algunos miembros de la U o del partido conservador, el gobierno puede lograr la mayorías —como se vio en el caso del primer debate de la reforma de la salud— en las que los congresistas acaban por actuar a título personal, y no partidario. Un cambio de papel que contribuye a lograr las mencionadas mayorías ocasionales.
Pero si en el corto plazo el problema está resuelto, queda la pregunta grande de cómo sostener esa estrategia. De hecho, aunque con condiciones diferentes, el gobierno de Duque intentó desarrollar una mecánica similar que le permitió alcanzar un razonable éxito durante un breve período de tiempo. No obstante, no tardó mucho en verse obligado a avanzar hacia la clásica matriz de coaliciones partidarias.
¿El tiempo contra Petro?
Los escenarios a los que deben enfrentar los procesos de reforma no son estáticos. De hecho, se mueven al ritmo de la agenda legislativa, que a su vez tiene sus propios ciclos.
Como ocurre con todas las nuevas administraciones, este primer año de Petro “perteneció” al gobierno y los congresistas se mostraron dóciles. Pero todo indica que en la segunda legislatura las cosas comenzarán a cambiar.
A juzgar por la experiencia y la lógica política, durante las últimas legislaturas de un período presidencial los congresistas dan prioridad a sus propias agendas debido a que están pensando en sus reelecciones. Por eso mismo, como es bien sabido, todo gobierno debe presentar sus proyectos más importantes al inicio de su gestión.
La principal incertidumbre
Es difícil saber cuál será el efecto de usar tan temprano la nueva estrategia de gobernabilidad.
Existen más peguntas que certezas: más espacio para las especulaciones. La duda principal es si el gobierno está jugando sus principales cartas en una apuesta inmediata. Es decir, si le apuesta al uso prematuro del segundo modelo de alianza legislativa sin importar que se agote rápidamente porque es consciente de que comenzó la cuenta regresiva para tramitar sus principales proyectos y se agotó el período de las coaliciones partidarias.
En consecuencia, se abren por lo menos dos interrogantes:
- En el corto plazo: ¿Cómo avanzar después de perder algunos de sus principales operadores políticos, como Roy Barreras?
- En el mediano plazo: ¿De agotarse esta estrategia, el gobierno podrá apostarle a la ‘inercia’ una vez aprobadas, como presumiblemente sucederá, sus principales reformas? Es decir, ¿le quedará energía para ir más allá de la primera generación de proyectos?
Por eso serán cruciales los papeles que jueguen los nuevos operadores, especialmente Luis Fernando Velasco por sus nexos cercanos con los congresistas de los partidos tradicionales.
Por otro lado, parece difícil que un gobierno que se promovió como ‘el del cambio’ mantenga el impulso gracias apenas a la inercia. Sobre todo, si pretende tener una ‘segunda parte’.
Para ilustrarlo apelaré a la analogía del triciclo y la bicicleta. En el triciclo uno puede dejar de pedalear y mantenerse de pie; en una bicicleta es necesario conservar el impulso porque de otra manera el pedalista cae al piso.
La duda principal es si el gobierno está jugando sus principales cartas en una apuesta inmediata. Es decir, si le apuesta al uso prematuro del segundo modelo de alianza legislativa sin importar que se agote rápidamente porque es consciente de que comenzó la cuenta regresiva para tramitar sus principales proyectos y se agotó el período de las coaliciones partidarias.
La opción del triciclo no parece viable frente a las grandes expectativas sociales que despertó el gobierno actual. En otras palabras, el gobierno no puede dejar de pedalear. Especialmente porque los efectos de las reformas radicadas no serán inmediatos. Petro está obligado a alcanzar resultados más tangibles en el corto plazo para mostrar de cara a las elecciones de este mismo año, y, sobre todo, para las de 2026.
Mientras más tiempo pase, más se reducen las opciones y mayores son los costos de las decisiones:
- ¿El gobierno tendrá el interés y, especialmente, la capacidad de pagar esos costos?
- ¿Hasta cuándo podrá explotar la metodología actual?
- ¿Por cuál la remplazará en el probable caso de que se agote con el tiempo?