Peleado con las encuestas: ¿qué puede hacer Santos? - Razón Pública
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Peleado con las encuestas: ¿qué puede hacer Santos?

Escrito por Ricardo García Duarte

Ricardo Garcia DuartePerdedor en los sondeos de opinión, ganador en las elecciones y en las coaliciones.  Radiografía de un gobernante en medio del pesimismo general, la polarización y las decisiones erróneas que al mismo tiempo se apresta para ir a un plebiscito.   

Ricardo García Duarte*

El Presidente  Juan Manuel Santos.

El síndrome de caída

Juan Manuel Santos, seguramente un “cachaco” de muy buen recibo entre sus círculos cercanos, es sin embargo un “tipo negado” para la opinión pública, esa multitud guiada por percepciones más o menos simplistas o simplificadoras.

Las percepciones generalizadas surgen a través de los prismas que van filtrando las imágenes, las palabras y los hechos de la vida colombiana. Así se van tejiendo sintonías entre las creencias y valoraciones de los ciudadanos, hasta crear el personaje etéreo y sin embargo poderoso que solemos llamar “la opinión pública”.

Pero el arte de inspirar o cautivar esa opinión masiva no es precisamente una de las fortalezas del presidente Santos. Parece que en su vida política padece de una especie de “síndrome de descenso”, pues sus buenos momentos suelen ser sucedidos por caídas pronunciadas en su popularidad.

  • Ya en septiembre de 2013 – cuando  estaba en la mitad de su primer mandato – la aprobación popular de su gestión había caído según la firma Gallup a un nivel excepcionalmente bajo por estándares nacionales o internacionales: un 21 por ciento. En menos de  tres años de gobierno había bajado a menos de la tercera parte de aquel 70 por ciento de opinión favorable que había tenido a pocos días de posesionarse.    
  • Y- sin haber llegado siquiera a la mitad de su segundo mandato- durante el primer trimestre de este año Santos volvió a registrar un serio bajonazo en las encuestas. Según la última encuesta de Napoleón Franco para Semana,  el 73 por ciento de los colombianos tiene una opinión negativa sobre su gobierno y solo un 25 por ciento lo sigue respaldando.

Esta vez el presidente ha transitado por la misma curva descendente, pero más rápido y desde una altura menor, pues nunca volvió a lograr la popularidad que tuvo cuando fue elegido por primera vez. En ese entonces su “luna de miel” había dado paso a la caída que se fue produciendo al mismo ritmo del distanciamiento entre él y su mentor Álvaro Uribe.  

Motivos para el pesimismo

Plenaria del Senado en el Capitolio Nacional.
Plenaria del Senado en el Capitolio Nacional.
Foto: Presidencia de la República

Santos no ha sido el único damnificado  es esta  mala hora. Otras instituciones venerables,  como la Corte Constitucional y la Policía Nacional, también cayeron estruendosamente en la aprobación general. Y entre los personajes, hasta el propio Uribe se sitúa por debajo del 50 por ciento de favorabilidad.

Una atmósfera general de pesimismo parece haberse apoderado del personaje “opinión pública” – tanto que hoy  el 77 por ciento de los encuestados considera que en el país “las cosas van por mal camino” -una cifra casi idéntica a la de la impopularidad del presidente-. De esta equivalencia cabría deducir que la figura presidencial es quien absorbe la mayor parte de la desazón, de la desesperanza y de las “malas energías” del momento.  

Estamos pues ante una gama amplia y elocuente de sucesos que hacen caer el ánimo colectivo. 

Aunque las causas de las alzas y las bajas de popularidad de los gobiernos no siempre puedan precisarse o medirse con certeza, el descontento no suele ser gratuito y en el caso de Santos 2016 parecen conjugarse la marcha general de la economía con decisiones coyunturales del gobierno, y en especial:

  • El abultado déficit fiscal, el recorte de los gastos del gobierno y el aumento en los impuestos;
  • La desaceleración generalizada y el aumento en las tasas de desempleo e informalidad;
  • Una inflación que se extiende a los alimentos,  las tarifas de servicios y los bienes importados, que afecta en especial a los más pobres y que no fue compensada por el alza en el salario mínimo;
  • Los escándalos de corrupción;
  • Los infaltables tropiezos en La Habana;
  • La tan controversial como controvertida venta de Isagén;
  • La improvisación frente al fenómeno de El Niño y el riesgo de un apagón;
  • La oposición cerrada,  a menudo insidiosa o desleal, del uribismo, reforzada por el procurador, y ahora agravada por las decisiones de la Fiscalía en relación con el hermano y con los hijos del expresidente Álvaro Uribe. 

Sin teflón protector

Estamos pues ante una gama amplia y elocuente de sucesos que hacen caer el ánimo colectivo. De un lado está la realidad de las instituciones corruptas y de las políticas contrarias al “buen gobierno” que acostumbra predicar el presidente. Y de otra parte están los ataques falsos y perversos de la derecha que hacen de Santos “un guerrillero infiltrado” cuando en realidad es el representante más conspicuo de la clase alta o del “establecimiento” colombiano.  

Estos factores mezclados se traducen en aquel 77 por ciento de pesimismo, que se proyecta casi todo contra de Santos, quien ciertamente no conoce el “teflón” que ha recubierto con obstinación a Álvaro Uribe, tanto en el poder como en la oposición.

Este teflón es un producto social, resultado de la actitud guerrerista  generalizada contra unos grupos armados que depredaron a la sociedad civil, mientras irritaban a la opinión urbana. Debido a esto Colombia acabó por conservatizarse y por premiar al que siempre aparecía combatiendo al enemigo común. El gran beneficiario fue por supuesto Uribe, y Santos  -por contraste- ha ido siendo visto cada vez más como un político equívoco, un personaje  ambiguo y un presidente débil cuando no un  entreguista. Su compromiso sincero con la paz  no ha servido de mucho, y hasta el reconocimiento de esta sinceridad por parte del jefe de las FARC ayuda poco o hace daño por venir de un personaje con apenas un cuatro por ciento de favorabilidad.

Encuestas y política real

El expresidente y Senador Álvaro Uribe Vélez.
El expresidente y Senador Álvaro Uribe Vélez.
Foto: Congreso de la República de Colombia

Ahora bien, si Santos es débil, casi un enano, en las encuestas, es muy fuerte, casi un gigante, en el mundo de los partidos, ese mundo de las coaliciones para gobernar y de la vida parlamentaria. También es muy fuerte, aunque esto parezca paradójico, en el universo de las elecciones.

Santos ha sido el político que ha obtenido un mayor caudal de votos en sus dos elecciones a la Presidencia. Además mantiene una coalición sólida de partidos en el gobierno, cuyo peso parlamentario alcanza un cómodo 65 por ciento, así como una coalición que acaba de ampliar en el campo de la paz a un 80 por ciento.

Santos es un político de contrastes, que pierde las opiniones pero gana las votaciones.

Con estas alianzas ha arrinconado a una oposición uribista recalcitrante que no ha tenido más alternativa que propiciar acercamientos parlamentarios con la cuerda de Santos, aunque llenos de explicaciones para no desdecirse de su contumacia opositora.

En este escenario, Santos, un sujeto distante y en quien la gente del común no se siente reflejada, malo para las encuestas (aunque subirá momentáneamente con su rechazo a las decisiones de la Corte de La Haya) y triunfante en las coaliciones interpartidistas, deberá enfrentar la firma de la paz con capacidad de decisión parlamentaria para asegurar la implementación legal de los acuerdos, aunque no esté en sintonía con la opinión pública ante una eventual refrendación popular.

Santos es un político de contrastes, que pierde las opiniones pero gana las votaciones, que tiene en la paz su mayor debilidad en los sondeos, pero también su mayor fortaleza en las elecciones. Por eso puede acabar ganando el plebiscito, sin dejar de controlar el escenario para las reformas, algo que exigirá consecuencia y consistencia políticas.

 

* Cofundador de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic en este enlace.

twitter1-1@rgarciaduarte 

 

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