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El paro: un pulso entre autoritarismo y democracia

Escrito por María Emma Wills
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Un recorrido por la historia de Colombia y la experiencia reciente de nuestros vecinos muestra bien lo que está en juego y la manera cómo podemos mejorar nuestro futuro.

María Emma Wills O. *

Un pacto implica reciprocidad

“Bajo un mal gobierno, la igualdad ante la ley es ilusoria: solo sirve para mantener al pobre en la miseria y al rico en la usurpación… El pacto social es ventajoso para los hombres en la medida en que todos tienen algo y ninguno tiene demasiado […] un pueblo subyugado no tiene ninguna obligación hacia su amo, excepto obedecerle tanto como se ve obligado a hacerlo … [En esas circunstancias], el Estado está lejos de haber adquirido sobre él una autoridad, a excepción de aquella que se respalda en la fuerza; entre ambos, permanece el estado de guerra”.

Esta cita no proviene de ningún filósofo marxista sino de Rousseau, pensador francés precursor de las democracias modernas. Para él, el poder legítimo no es aquel que se funda en un monarca concebido como encarnación de Dios en la tierra, sino en un pacto social que vincula libremente a los asociados con la autoridad.

El pacto, según Rousseau, no es eterno. Se renueva, modifica o transforma cuando se produce un desencuentro entre asociados y autoridad política. El descubrimiento del cambio histórico y la aceptación de que nada está escrito en piedra es justamente lo que abre la puerta a la imaginación democrática moderna.

Podríamos decir entonces que Colombia está atravesando un momento convulso y doloroso donde el pacto hace agua. La manera cómo la ciudadanía y las organizaciones sociales, la autoridad estatal y los partidos resuelvan esta fractura marcará seguramente el rumbo del país en los años venideros y mostrará de que está hecha la nación.

Dos maneras de afrontar las fisuras

Desde Chile hasta Estados Unidos, en las Américas se están confrontando dos maneras opuestas   de resolver las fisuras del pacto entre el Estado y la ciudadanía.

-De un lado están quienes piensan que el fundamento de la sociedad es el individuo, uno que construye su historia por fuera de las condiciones sociales donde su vida se inscribe. Si eres pobre, es porque no has sabido luchar lo suficiente. Si eres negro y acabas en una cárcel, es porque eres un criminal. Si eres indígena, no entiendes nada de desarrollo y por eso estás sumido en la pobreza. Si eres mujer cabeza de hogar en situación de vulnerabilidad, tu realidad te ha condenado a vivir en esa situación.

Colombia está atravesando un momento convulso y doloroso donde el pacto social hace agua.

Esta matriz de lectura se niega a poner el foco en el contexto. Las decisiones individuales explican los destinos que las personas se forjan. Las jerarquías sociales y las desigualdades reflejan la distribución de los talentos y la inteligencia, y no del poder: unos, los que triunfan, son personas excepcionales que supieron tomar las decisiones correctas; los otros pierden y se lo buscaron. Esta matriz deja su sello en la manera de comprender los problemas que dividen una sociedad.

Por ejemplo, para Trump, Estados Unidos no afronta un problema del sistema policial, judicial y carcelario. La protesta que se tomó las calles bajo su gobierno no fue un acto político, sino un desafío al orden y a la seguridad que la policía y la guardia federal deben resolver. Quienes protestaron en las calles respondían a conspiraciones anticapitalistas cocinadas en países enemigos. La paranoia y el desprecio se refuerzan mutuamente y constituyen una mezcla explosiva que resultó en la toma armada del Congreso.

Para despolitizar (o negar) el problema de fondo, esta mirada da un segundo giro: en las sociedades, solo se producen eventos aislados e inconexos. Existen árboles, pero jamás un bosque. Los patrones—es decir la reiteración de hechos que siguen una misma plantilla—son inexistentes.

-La lectura anterior se opone a otra manera de entender la realidad, según la cual no es posible captar los problemas de una sociedad sin mirar el bosque y sin identificar los patrones que la configuran, inscribiéndolos en sus contextos y trayectorias históricas.

Quiénes adoptan esta segunda mirada conciben el poder como basado en el consentimiento ciudadano y ven en la ciudadanía que se toma las calles una expresión de descontento político. Ante la protesta, se preguntan: ¿Qué busca la movilización pública decirle al poder?

El reconocimiento de la dimensión política de la protesta los lleva a tender puentes y salidas de concertación que reparen el pacto quebrantado.

La primera matriz hunde sus raíces en los sistemas monárquicos y coloniales que antecedieron a las revoluciones democráticas. Para ellos, la legitimidad de la autoridad proviene de unas normas incuestionables que sustentan la jerarquía social. Para los segundos la autoridad, para ser legítima, necesita de un consentimiento libre que se renueva y se expresa en las urnas o en las calles, y que reconoce la igualdad de todos los que componen el cuerpo social.

Foto: Alcaldía de Bogotá - frente a un paro salpicado de luto, el gobierno debería reconocer que su defensa a ultranza del orden y la legalidad no es el canto de sirena que va a encauzar la protesta hacia una mesa de negociación.

Colombia y las dos matrices

Recorro el siglo XX colombiano y me abruma el patrón que se dibuja en mi cabeza.

  • En los años iniciales, el pacto de la Regeneración buscó que pudiéramos vivir juntos sin matarnos sobre la base de un orden que apelaba más a la obediencia y a la jerarquía social que a una ciudadanía reflexiva y crítica.
  • Durante los años veinte, esa obediencia empezó a resquebrajarse y confluyó en los treinta en gobiernos que intentaron promover reformas para suturar el pacto.
  • Pero la reacción no se hizo esperar ante el movimiento gaitanista. Asesinado el líder-caudillo, la furia saltó a las calles hasta culminar en una época de tumulto, terror, intolerancias que profundizaron la fisura de la nación. Los conservadores convirtieron a la Policía en un cuerpo político dedicado a perseguir a sus enemigos; y algunas corrientes liberales y de izquierda en formación, optaron por defenderse con las armas.
  • El Frente Nacional, un nuevo pacto para vivir juntos sin matarnos, se hizo entre dos actores, los liberales y los conservadores, desconociendo a las fuerzas de izquierda que, aún siendo minoritarias, representaban una agenda política distinta para organizar a la nación.
  • Concluido el Frente Nacional, a finales de los setenta, estalla el paro nacional de 1977 y el gobierno de Turbay responde a la protesta social y a las violencias guerrilleras, transformándolas a todas en “enemigas de la nación” y promoviendo un Estatuto de Seguridad que puso el énfasis en la defensa del orden apelando a la militarización y al recorte de derechos ciudadanos.
  • Tuvimos un respiro cuando, a instancia de un movimiento estudiantil, se abrió la puerta a la Séptima Papeleta y por fin se convocó una Asamblea Constituyente que le propuso al país un pacto fundado en la legitimidad del consentimiento ciudadano y en una carta ampliada de derechos.
  • No obstante, la matriz autoritaria, en medio de un conflicto armado revitalizado y quizás gracias a él, volvió a articular miedos y descontentos; propuso una lectura al país que dio prioridad al orden y la seguridad; y logró la Presidencia con un amplio respaldo ciudadano.

De esta manera la matriz que entiende el orden como el de un cuerpo orgánico donde a cada cual se le asigna un papel que debe obedecer una y otra vez, ha terminado imponiéndose en coyunturas críticas.

Hacia adelante: un futuro mejor sí es posible

Hoy, de nuevo, ante un momento de evidente ruptura del pacto, ¿cuál mirada va a prevalecer? ¿La orgánica que no ha logrado reconciliarnos después de tantos intentos, o la democrática que tuvo un momento de respiro tras la Constitución de 1991 y el Acuerdo de Paz de 2016?

Frente a un paro salpicado de luto, el gobierno debería empezar a reconocer que su defensa a ultranza del orden, la jerarquía social y la legalidad no es el canto de sirena que va a encauzar la protesta hacia una mesa de negociación

Estados Unidos acaba de pasar cuatro años bajo el gobierno de una corriente que representaba la actualización de la matriz política heredada del orden colonial esclavista: racista, machista, clasista y corrupta.

Quienes defienden la otra matriz entendieron lo que se jugaba en las elecciones presidenciales y desde múltiples organizaciones civiles y de militantes demócratas de base organizaron campañas para romper la incredulidad electoral de los más desposeídos, es decir de las poblaciones afros y de color. Puerta a puerta, vecino a vecino, desarrollaron pedagogías cívicas que llamaban a cada norteamericano a votar. Su lema: cada voto cuenta.

Gracias a este trabajo de hormiga, derrotaron a las izquierdas más radicales, aquellas que dicen que nada cambia en una elección porque todos los candidatos son capitalistas y pertenecen al consenso neoliberal. Impugnaron también con su pedagogía a quienes piensan que no importa quien quede en los cargos de elección porque el sistema está condenado a la inmovilidad, y demostraron que sí hace diferencia tener en la Casa Blanca a un republicano como Trump o a un demócrata como Biden. Transformaron las protestas por “las vidas negras importan” en una victoria en el Ejecutivo, en el Senado y en la Cámara de un partido demócrata en proceso de transformación gracias a sus corrientes más radicales, esas que saben ser críticas pero no abandonan a su suerte el juego democrático.

En Colombia no estamos aún en elecciones, pero ya deberíamos estar adelantando campañas para derrotar ese 60% de abstención que cada cuatro años nos recuerda que hay muchos ciudadanos descreídos que prefieren no participar.

Y frente a un paro salpicado de luto, el gobierno debería empezar a reconocer que su defensa a ultranza del orden, la jerarquía social y la legalidad no es el canto de sirena que va a encauzar la protesta hacia una mesa de negociación.

Así los mensajes sean confusos y unos violentos estén pescando en río revuelto, en el campo simbólico, el Ejecutivo debe reconocer que allí se expresa una ciudadanía inconforme, gran parte de la cual está asediada por el hambre y la desesperanza, que pide con pancartas, música y arengas, ser tratada con dignidad y respeto.

Al fin y al cabo, ese tumulto de personas en las calles está compuesto, no por ciudadanos de segunda, sino por ciudadanos con derechos plenos.

Pdta: En EEUU, esa nación logró llegar a las elecciones y la institucionalidad pudo rodear y hacer respetar los resultados así a Trump y a la extrema derecha y el decaído Partido Republicano no les gustara gracias a la imparcialidad que mantuvieron la Guardia, el Ejército y la Policía.

Desafortunadamente, aquí, las escenas de civiles armados, unos con revólver, otros con armas más intimidantes, a ojos vista de agentes de la Policía sin que estos hicieran gesto alguno por detener a los armados, lleva a pensar que la necesaria autonomía del Estado es pírrica o simplemente no existe.

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