La película surcoreana ha logrado cautivar la atención del mundo entero. ¿Cuál es el secreto de su arrollador éxito?
Andrés Ardila*
Los monstruos más temibles son los que se esconden en nuestras almas
Edgar Allan Poe
Tránsitos y tensiones
En su última película, Parasite (2019), el surcoreano Bong Joon-ho retrata la relación misteriosa y orgánica entre dos familias de distintas clases sociales que se alimentan mutuamente de diversas maneras.
Ganadora de la Palma de Oro en Cannes 2019, entre otros premios internacionales, y nominada en seis categorías para la próxima entrega de los Óscar, Parasite es una tragicomedia que se pregunta si es posible moverse o tener libertad para transitar en la compleja e intrincada estructura social del mundo contemporáneo.
El relato comienza con la familia Kim, que lucha por sobrevivir en el sótano de una zona marginal de Seúl. La precaria situación empieza a cambiar cuando uno de los Kim consigue un empleo con la rica familia Park, y abre paso, por medio de engaños, para que todos sus familiares acaben involucrados en el mundo de la clase alta representado por los Park, hasta amenazar su aparente estabilidad.
Así como la familia Kim transita entre clases sociales, la película transita entre géneros: lo que comienza como una comedia de estafadores, se convierte progresivamente en un thriller de horror. Y como los parásitos, las imágenes de la película se mueven en muchas direcciones y nos dejan ver las grietas entre las clases sociales y las ‘amenazas de contaminación’ que encubre el intercambio entre ellas.
En otras palabras, Bon Joon-ho se pregunta por los costos de la movilidad social. Si imaginamos la organización social como una pirámide, la subida de unos supone la bajada de otros. Esta metáfora visual de la tensión entre clases sociales aparece en el film de muchas maneras. La primera es la diferencia espacial entre las casas que las dos familias habitan: la de los Park es iluminada, amplia y cómoda, en contraste, la de los Kim es estrecha, oscura e incómoda.

Foto: Facebook Parasite
Poster diseñado por el estudio La Boca para el estreno en Reino Unido.
Parasite es una tragicomedia que se pregunta si es posible moverse o tener libertad para transitar en la compleja e intrincada estructura social del mundo contemporáneo.
La segunda metáfora se construye en la casa de los Park a través de los personajes que suben y bajan por sus distintos niveles conectando lo visible con lo escondido y mostrando la interdependencia entre ellos: en las plantas altas de la casa se vive la farsa y los personajes se entregan a la apariencia; en el sótano se esconden los horrores, las venganzas y los monstruos. La tercera y última metáfora es la del espejo, pues cada familia es un reflejo de la otra. Los Kim y los Park cuentan con los mismos integrantes: mamá, papá y dos hijos.
A medida que el film avanza, las dos familias comienzan a mezclarse y a depender de la otra: la familia Kim necesita del dinero, el poder y el reconocimiento social de la familia Park, y la familia Park necesita de los servicios y los cuidados de la familia Kim. Esta relación de interdependencia propicia la idealización de las diferencias: la mamá de la familia Kim, interpretada por la actriz Hye-jin Jang, afirma que los Park “son amables porque son ricos” y, mientras tanto, en una escena de sexo, la pareja de Park fetichiza la idea de ser de una clase social baja.
Así pues, las relaciones sociales en la película son representadas como ascensos y descensos, tanto en la geografía de la ciudad como en los límites de las casas, con sus distintos espacios y pasadizos. Mediante el uso del espacio, Parasite pone en evidencia el carácter inestable y movedizo de las relaciones sociales, así como los elementos que pretenden mantener ocultos pero terminan saliendo a la superficie de forma desagradable. En el film surcoreano, la familia se convierte en un lugar para hablar de la sociedad y de sus complejas relaciones de poder, obediencia y rebeldía.
Por otro lado, Parasite es un dispositivo cultural que permite otro tipo de encuentro: el de los espectadores de Occidente con la cultura cinematográfica asiática, cada vez más fuerte y consolidada en el panorama internacional. Como la relación entre la familia Kim y la familia Park, la relación entre culturas cinematográficas también está atravesada por la idealización y el exotismo.
Gracias a los festivales internacionales, actualmente los espectadores occidentales tienen la oportunidad de descubrir un cine lleno de matices éticos, historias sensibles, profundas y diversas como Parasite o Un asunto de familia, la ganadora de la Palma de Oro de 2018 que narra la historia de una familia de estafadores y ladrones en el Japón contemporáneo.

Foto: Facebook Parasite
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Reconocimiento, no descubrimiento
En los Globos de Oro 2020, al recibir el premio a Mejor Película Extranjera, Bong Joon-ho afirmó: “Una vez superes la barrera de subtítulos de una pulgada de alto, se te presentarán muchas más películas increíbles. Creo que solo usamos un idioma, el cine”.
El éxito internacional de esta película ha llevado a que muchos hablen de un descubrimiento: el del cine coreano y, por extensión, el asiático. La metáfora del descubrimiento es algo torpe y tiene una traza asimétrica y colonial, que conlleva el desconocimiento de una cinematografía –la coreana– que en el solo año 2017 exhibió cuatrocientos noventa y cuatro películas, según El Consejo Cinematográfico Coreano (KOFIC).
En el film surcoreano, la familia se convierte en un lugar para hablar de la sociedad y de sus complejas relaciones de poder, obediencia y rebeldía.
Una de las principales fortalezas del director Bong Joon-ho (y de los cines asiáticos en general) es su capacidad de relacionarse con numerosas tradiciones y hacerles justicia. Por un lado, la tradición del cine de estafadores y criminales ampliamente explorado por los estadounidenses y, por otro lado, la tradición del horror y los melodramas familiares ampliamente desarrollado por los asiáticos. Esta mezcla de tradiciones permite que Parasite se posicione de forma libre y juguetona dentro de la historia del cine. Así mismo, permite el film que abra el encuentro –conflictivo o pesimista– entre culturas, familias y clases sociales.
Mientras que otras películas del director surcoreano nos presentaban universos distópicos y llenos de criaturas fantásticas como Okja (2017) y The Host (2006), el mundo de Parasite tiene un pie en el realismo en tanto se asemeja al mundo conocido, pero consolida la idea de que la realidad supera la ficción: no hay distopía más contundente que las brechas sociales y humanas que existen en el mundo real.
La película presenta una mirada pesimista sobre la relación entre privilegiados y desposeídos justo cuando las masivas movilizaciones sociales critican las estructuras de poder en todo el planeta. Sobre este punto, vale la pena recordar que, desde hace meses, en Corea del Sur se han presentado varias protestas contra del gobierno, lo cual explica, al menos parcialmente, la gran acogida que ha tenido Parasite. Quizás su éxito se deba principalmente a la gran habilidad que tiene para leer el presente desde una ficción doméstica.

Foto: Wikimedia Commons
Elenco de Parasite.
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Finalmente, es importante señalar que la movilidad entre clases sociales y géneros cinematográficos tiene un costo para los personajes y los espectadores. Mientras que los primeros acaban por descubrir todo lo que estaba escondido, los segundos, se ven obligados a reconocer sus propias condiciones de dependencia, su condición de parásitos. En últimas, la película extrapola la metáfora biológica a las relaciones sociales poniendo en evidencia el daño latente entre el organismo anfitrión y el organismo huésped. El filme deja una pregunta abierta: ¿quién es el parásito de quién?
*Realizador de cine y televisión de la Universidad Nacional, gestor cultural y curador audiovisual del colectivo Emilia II Cine, estudiante de la Maestría en Historia del Arte con énfasis en Estudios sobre cine de la UNAM.