Está culminando un año consagrado a rescatar del olvido a un héroe intelectual colombiano: Rufino José Cuervo. Ocasión propicia para redescubrir el tesoro del idioma, tejido invisible que nos une a todos. Pero un énfasis excesivo en los detalles de sus vidas puede terminar por alejar a las grandes figuras de la cultura.
Nicolás Pernett *
Un intenso Año Cuervo
Este mes termina el Año Cuervo, cuya celebración fue impulsada desde 2011 por el Ministerio de Cultura, el Instituto Caro y Cuervo y otras entidades públicas y privadas para conmemorar el centenario de la muerte del lingüista e investigador colombiano Rufino José Cuervo.
Además de conferencias y encuentros en París, Bogotá y por todo el país, donde se discutió el trabajo filológico de Cuervo y se estudió su vida, el año sirvió para iniciar algunas investigaciones sobre aspectos de su obra poco analizados.
La Feria Internacional del Libro fue el marco escogido para el próximo lanzamiento de una biografía de Rufino José Cuervo, escrita por Fernando Vallejo, que promete galvanizar odios y amores en torno a los personajes del tiempo de Cuervo.
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Sin duda, las iniciativas para recordar cada año la vida y obra de un autor colombiano, que desde 2008 se adelantan en nuestro país, han servido para desempolvar por algunos meses el recuerdo de figuras como Tomás Carrasquilla, Eduardo Caballero Calderón, Rufino José Cuervo y, este año, Rafael Pombo.
En el mejor de los casos, estas ocasiones sirven para que los conocedores difundan sus trabajos sobre los homenajeados y para que algunos neófitos se enganchen a la lectura de sus obras.
Pero si a esta primera iniciativa no se le acompaña con un continuado interés por convertir el legado de estos personajes en parte del acervo cultural del país, los años conmemorativos solo serían una breve descarga de publicidad, seguida por otro olvido centenario.
Fuente de inspiración
En el caso de Rufino José Cuervo, la conmemoración de su vida y obra constituye un reto particular, pues sus libros, gruesos volúmenes de filología y lingüística, como las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano o el inacabado Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, no son propiamente lo que uno podría llamar libros de fácil y masiva lectura.
Sin embargo, el objeto de los estudios de Cuervo — el idioma — es por el contrario el patrimonio cultural más cercano a la totalidad de la población que se pueda pensar, ya que no hay hablante que no se enfrente a cada día con el complejo universo del lenguaje español en su vida cotidiana.
Vista así, la conmemoración de Cuervo tiene que ser continua, porque la obra de Rufino José se refiere a un tema del que no se puede dejar de hablar mientras se hable el español en Colombia.
![]() ![]() Sus libros, gruesos volúmenes de filología y lingüística, , no son propiamente libros de fácil y masiva lectura. Pernett_2 y 2ª. |
Por esto, el recuerdo de la vida y obra de Rufino José Cuervo debería servir para inspirar a partir de ahora y para siempre en las nuevas generaciones el mismo amor por las palabras que tuvo el célebre filólogo bogotano.
No a la manera de los viejos preceptistas del idioma que hasta hace muy poco aparecían en nuestras escuelas y cadenas de televisión con el insoportable sonsonete del “no diga… diga:”, sino como una aproximación apasionante y dinámica a un ser viviente: el idioma. Una invitación a conocer cómo y por qué hablamos como hablamos.
Para conseguir esto, el trabajo de Rufino José Cuervo es ejemplar. Si bien empezó con el deseo de corregir desviaciones del español que se hablaba en su ciudad, el pensamiento de Rufino J. Cuervo evolucionó hasta reconocer las mutaciones históricas de los vocablos del idioma y apasionarse por el estudio de sus orígenes y usos.
Cuando la obra de Cuervo se estudia así, se descubre que es lo que alguna vez Gabriel García Márquez llamó “una novela de las palabras” y no un inapelable tratado sobre el modo correcto de hablar.
Si algún ejemplo nos puede dejar su trabajo, es que a las palabras hay que conocerlas y quererlas, no por ser el síntoma de la “gente bien”, sino porque son el alimento de nuestro pensamiento y de nuestra vida. Y como todo alimento, se debería saber cómo llegó hasta nuestra boca.
El idioma, materia dúctil como la plastilina
Este amor por las palabras solo se puede infundir si se deja de enseñar la idea de que el idioma es un reino impoluto al que se accede o no de acuerdo con el nivel educativo del hablante, y si por el contrario, se empieza a mostrar como una materia que se puede tocar, armar y desarmar como quien juega con plastilina, hasta que se llegue a sentir que la horma de las palabras casa con los pensamientos y con los deseos de quien la usa.
Todo profesor sabe que, bien contada, la historia de las palabras es una curiosidad que interesa a estudiantes de todas las edades, y que alguien solo adquiere un conocimiento duradero sobre el idioma cuando relaciona con su propia vida lo que aprende. En ambas tareas la obra de Cuervo es una invitación y un reto para la educación colombiana, una herramienta que no se puede dejar de usar.
Varios proyectos mediáticos, como El profesor súper O, así como el trabajo de tantos anónimos educadores de escuelas en el país han demostrado que se puede hacer del estudio del idioma una verdadera “goma” (sustantivo que denota contagio o interés por algo como derivación de las cualidades pegajosas del material al que se refiere, y que don Rufino no alcanzó a estudiar en sus Apuntaciones).
En este sentido, es encomiable la iniciativa del Ministerio para crear un juego inspirado en Rufino José Cuervo llamado El cuervolario, en el que, a través de una serie de pruebas referidas al idioma, el jugador gana puntos mientras se divierte con las palabras.
Sin embargo, en el juego sigue estando presente la necesidad de aprenderse la vida del filólogo Rufino José Cuervo como requisito de la diversión, lo que es sintomático de un problema más amplio en nuestra manera de acercarnos a los personajes del pasado.
![]() El profesor súper O y El cuervolario han demostrado que se puede hacer del estudio del idioma una verdadera “goma”. |
La insistencia del juego en enseñar los años de su nacimiento, muerte y viaje a Europa, así como el nombre de sus obras más importantes y el de sus familiares más ilustres, es otro ejemplo de la pasión biográfica más prominente de la cultura Colombia: la hagiografía.
En lugar de dejar que la obra de nuestros grandes autores hable por sí misma, adaptándose a las mentes de las nuevas generaciones, queremos seguir eternizando los mármoles de nuestros prohombres presentando sus biografías como si fueran el verdadero patrimonio nacional.
Cuervo en los altares
Por este mismo camino parece andar la nueva biografía El cuervo blanco de Fernando Vallejo, que se lanzará en la Feria del Libro el próximo 28 de abril. Sin duda, será un libro apasionante sobre la interesante vida de Cuervo escrito por uno de sus más incondicionales seguidores.
Pero hasta ahora, la campaña de promoción se ha centrado en la manera como Vallejo “canonizó” a Cuervo y lo añadió al santoral colombiano. Que Cuervo fue un hombre bueno y honrado es un hecho indiscutible (ejemplo de ello es que a pesar de haber nacido casi con el destino de ser presidente de la república, por los antecedentes de la familia Cuervo y sus poderosos amigos dentro de la Regeneración conservadora, haya cambiado su rumbo a tiempo para convertirse en el estudioso más respetado del país).
Así mismo, de su vida se pueden extraer grandes enseñanzas que hoy siguen siendo útiles y pertinentes sobre la dificultad de la investigación y la escritura autónoma en un país marcado por el peso de la política, la guerra y la pobreza.
Pero fijarse demasiado en el busto del personaje y creer que repetir hasta la saciedad los hechos de su vida y lo bueno que era equivale a apreciar su obra han sido algunas de las causas de que muchos de los legados culturales del país se pierdan cuando las estatuas han perdido el brillo.
Colombia no necesita otro santo, ni a nuestros grandes escritores les hacen falta otra estatua u otro colegio con su nombre. Más bien, se necesita que el pensamiento y la obra de nuestros intelectuales permanezcan vivos, renovados constantemente en la consciencia de los jóvenes a través de políticas que le hagan justicia a la naturaleza y alcances de sus enseñanzas.
Ojalá el final del Año Cuervo sirva para acostumbrarnos a pensar las conmemoraciones como el inicio de procesos con compromiso de continuidad, en lugar de conformarnos con pirotecnias pasajeras.
* Historiador de la Universidad Nacional, docente universitario y candidato a la Maestría en Literatura y Cultura del Seminario Andrés Bello. Director de la revista www.detihablalahistoria.com