Para entender a ISIS: califatos y califas - Razón Pública
Inicio TemasInternacional Para entender a ISIS: califatos y califas

Para entender a ISIS: califatos y califas

Escrito por Carlos Alberto Patiño
Masjid Al-Haram o la Mezquita Sagrada durante la peregrinación del Hajj, en la ciudad de la Mecca en Arabia Saudita.

Masjid Al-Haram o la Mezquita Sagrada durante la peregrinación del Hajj, en la ciudad de la Mecca en Arabia Saudita.

El ignorar o el no entender la historia del islam explica en mucho el desconcierto de Occidente, sus errores y hasta el propio conflicto que hoy amenaza al mundo. Aquí, un recuento muy sencillo de esta historia.   

Carlos Alberto Patiño*

Religión y política

En las sociedades musulmanas es habitual que el gobernante se autoproclame como un descendiente más  o menos directo del profeta Mahoma, y que se invoque para ello algún árbol genealógico posible e incluso hasta creíble.

Este hecho suele ser destacado en la presentación oficial de los monarcas que hoy reinan en los países musulmanes –  específicamente en los sunitas, porque las monarquías no existen dentro del mundo chií-. En la tradición musulmana, contarse entre los descendientes del profeta es un título de  legitimidad política y una confirmación del derecho a gobernar  más sólida que el que podrían  ofrecer las repúblicas – sean ellas democráticas o  dictatoriales-.

Esta tradición se debe a que Mahoma no fue apenas una figura religiosa, sino un líder político capaz de congregar y crear una comunidad de fieles, un líder que logró unificar a una gran cantidad de tribus y pueblos del mundo árabe. Gracias a él existe la comunidad internacional dentro de la cual fluyen fácilmente las relaciones comerciales, una comunidad que a su vez jugó un papel fundamental en la expansión del islam a través de Asia y África, sobre todo a través de las rutas costeras.

Líder que logró unificar a una gran cantidad de tribus y pueblos del mundo árabe. 

La actividad proselitista de Mahoma desde un comienzo incluyó un componente militar que implicó la creación de ejércitos organizados y eventualmente condujo a construir una serie de Estados, controlados por sus fuerzas militares, y sobre todo, por instituciones públicas de gran ascendencia entre la población, pero basadas sobre una fe religiosa.

La preminencia de la religión ha tenido dos grandes implicaciones políticas:

  • Por una parte, la doctrina compartida de inspiración divina protege a las comunidades  por el hecho de imponer un límite al poder de los gobernantes quienes, independientemente del título que ostenten, no pueden introducir modificaciones ni contradecir las normas religiosas;
  • Por otra parte la unidad religiosa permite que en la vida civil se adopten una legislación y una organización política derivadas directamente de esa religión, la sharia o ley islámica.   

Bajo estas condiciones, la política queda circunscrita a un marco cultural que la hace predecible, e incluso controlable, en tanto es avalada por una fe en lo absoluto.

El califato

Hagia Sophia en Estambul, Turquía.
Hagia Sophia en Estambul, Turquía.
Foto: David Spender
 

De lo anterior surgió una compleja tradición de gobierno, que se atribuye directamente a Mahoma: la institución del califato, una forma de organización social que implica un liderazgo religioso – en tanto quien gobierna a título de “califa” está obligado a proteger a los fieles agrupados en la umma, o comunidad universal de los musulmanes-  y al mismo tiempo un liderazgo político para decidir sobre todos los asuntos seculares de interés colectivo.

Dado que el islam carece de una jerarquía de clérigos especializados – a diferencia por ejemplo del catolicismo- el papel de un califa es importantísimo, pues supone una  autoridad superior a la de los “imames” dentro del sunismo, o de los “ayatolas” dentro del chiísmo. Ni los imames ni los ayatolas son sacerdotes al estilo de las religiones hierocráticas, sino que son doctores en ciencias islámicas o personas conocedoras de los ritos y versados en la interpretación del Corán, que suelen gozar del reconocimiento de la comunidad para encabezar las oraciones y los ritos. Aquí es importante destacar que la formación universitaria es clave para acceder a un cierto liderazgo religioso, pues éste implica además la aceptación de un liderazgo jurídico-político. En un retozo irónico valga decir que las universidades musulmanas son mucho más antiguas que las occidentales, y que tuvieron un papel clave en la conservación de documentos y conocimientos de las culturas helénicas y otras más.

Según la tradición más reconocida, al profeta Mahoma le sucedió como califa alguien llamado Abu Bakr, que al parecer contaba con amplio reconocimiento entre las  comunidades gobernadas por el profeta y quien se auto-consideraba y se presentaba como  heredero del enviado de Dios. Su período de gobierno en calidad de califa duró apenas dos años (del 632 al 634) y debió enfrentar diversas rebeliones, tanto por motivos religiosos como tributarios, a raíz de las cuales se desarrollaron aparatos militares eficaces para defender tanto el sistema político como la primacía religiosa del islam. De aquí que -entre otras cosas- la capacidad o el papel de protector de los lugares santos haya sido fundamental para quienes aspiran a gobernar con una base amplia de legitimidad.

El primer califa debía asegurar la permanencia de las victorias de las tropas del profeta contra diversas tribus, especialmente beduinas, y al mismo tiempo imponer la ortodoxia de las creencias urbanas contra las muchas doctrinas heterodoxas que circulaban en las áreas rurales. De aquí surgió una disputa que se mantiene hasta hoy: el centenario enfrentamiento entre el califato de Bagdad y las pretensiones de los líderes en otras partes del mundo musulmán, donde  el control de regiones como el Hiyaz y el Najd en Arabia Saudita ha jugado un papel clave.

La divergencia entre sunitas y chiítas tiene su origen en la disputa sobre la sucesión del profeta: los chiitas creen que Mahoma había designado al esposo de su hija Fátima, Alí, quien gobernó como el cuarto y último califa del grupo que se conoce como los “califas ortodoxos”, entre el 656 y el 661, pero fue asesinado por Abd Al-Rahman Ibn Muljam. El asesinato de Alí motivó la división duradera del islam, que con el paso del tiempo se vio acentuada por otra diferencia fundamental: los chiitas creen que sus ayatolas tienen una preeminencia política sobre los gobernantes, si es que ellos mismos no son los que gobiernan.  

Después de los califas ortodoxos, y sobre todo después  del asesinato de Alí, en el mundo islámico fueron apareciendo diversos califatos, que actuaron como sistemas para la expansión religioso-política y comercial del islam. Uno de estos califatos, el de Córdoba, tuvo  un papel destacado entre los años 929 y 1031 al consolidar el dominio sobre la mayor parte de la península ibérica que había comenzado con las conquistas efectuadas por diversos emiratos desde comienzos del siglo VIII. Antes de eso existieron el califato de Damasco en medio de conflictos con  los emires y los sultanes regionales de la época, conflictos que a su modo siguieron afectando el califato Abasí (segunda dinastía de califas suníes entre 750 y 1258), tanto en el período de Bagdad como en el de El Cairo, y sobre todo al califato Otomano, que se proclamó como tal en 1517 tras esa gran victoria militar que fue la toma de Constantinopla en 1453 – un hecho que dio fin al imperio romano oriental y dejó  bajo el poder musulmán a una parte significativa y rica de la cristiandad-.  

Los otomanos, un pueblo de origen turco, resolvieron parte del conflicto de gobierno haciendo que el título de “sultán” (otomano) se fuera asimilando con el título de “califa”, agregando la legitimidad religioso-política a la que habían adquirido en condición de imperio incontestable sobre el mundo árabe.  De esta manera la expresión “califato” se fue identificando con la noción de “imperio” – y esto incluyó los intentos de integrar a Eurasia bajo un gobierno unificado, el último de los cuales fue el del caudillo mongol Tamerlán (1336-1405).

Los chiitas creen que sus ayatolas tienen una preeminencia política sobre los gobernantes

El califato otomano duró hasta 1924, cuando este imperio fue derrotado en la Primera Guerra Mundial. Ante la incapacidad de incorporarse a la nueva forma de organización geopolítica, la del Estado-nacional de origen europeo, se produjo en Turquía la revolución   encabezada por Mustafá Kemal, llamado el Atatturk, revolución que derrocó al último califa, el sultán Mehmed VI y concluyó en la creación de una república laica y secular- algo contrario a la ideología de la mayoría de intelectuales conservadores y de diversas comunidades tradicionales-. Por eso para muchos creyentes, la abolición del último califato fue un sometimiento de las sociedades musulmanas a las reglas impuestas por imperios de origen cristiano, reviviendo las cruzadas que habían vivido como violentas e injustas invasiones extranjeras, e induciendo la occidentalización o corrupción de las ideas y de las costumbres.

Mustafa Kemal Atatürk, primer presidente de Turquía se dirige a una multitud en la ciudad turca de Bursa.
Mustafa Kemal Atatürk, primer presidente de Turquía se dirige a una multitud en la
ciudad turca de Bursa.
Foto: Wikimedia Commons

En su versión más fuerte, la idea del califato aspira a ser tanto una forma de gobierno religioso-política como un instrumento para la construcción Estados. Pero de construirlos dentro de la tradición de los imperios, donde la forma más común de legitimar el poder era religiosa es decir, ver al imperio como expresión de una comunidad de creyentes entendida como comunidad universal.

Es más. La legitimidad del califa no descansaba apenas en su doble liderazgo -religioso y político- sino también a menudo en sus probadas habilidades militares y comerciales. A lo largo de los siglos y en muy diversos contextos, los califas lograron o permitieron crear  ámbitos culturales estables, con epicentros urbanos, apoyados además en entornos universitarios, siempre básicos para la formación de los doctores en las ciencias islámicas, que a su vez proveían de legitimidad religioso-política a los califas y gobiernos de las sociedades musulmanas.

 

*Profesor titular de la Universidad Nacional de Colombia.

 

Artículos Relacionados

Dejar un comentario

*Al usar este formulario de comentarios, usted acepta el almacenamiento y manejo de sus datos por este sitio web, según nuestro Aviso de privacidad

Este sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Leer políticas Aceptar

Política de privacidad y cookies